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2. Huevos

—No vale robar besos ni forzarlos a nada.

—Ese tipo de cosas nunca valen, Baji.

—Bueno, ¡pero me comprendes! —clamó con la voz de la emoción luego de negar con la cabeza ante el malentendido—. Que sea una contienda limpia.

—¿Gana el que consigue una cita primero? —curioseó, como si aquel objetivo le pareciese sumamente soso e insatisfactorio.

—De hecho, no —sopesó en su mente, moviendo sus ojos de manera que acompañaran a la duda—. Luego de una cita todo puede irse al garete.

—Eso es en tu caso, Baji —le dijo—. Si yo obtengo una cita mi victoria está asegurada. Y más tratándose de Kenchin.

—Me importa un rábano —objetó, sintiendo lo último de su paciencia abandonar el restaurante—. Gana el que consiga algo serio.

—Si quieres casarte con Chifuyu solo escúpelo, Baji —se burló, echándose sobre el asiento acolchado donde cabrían dos personas fácilmente—. No te enrolles tanto.

—Me cuesta entender que alguien te tolere, hijo de puta —le escupió con saña.

—No creo que te cueste tanto como escribir y deletrear —contraatacó, sonriente, posando sus brazos por detrás de su nuca. Cuando vio que Baji se paró cabreado, decidió cambiar de tema. Mikey no peleaba antes de hacer la digestión—. En fin, ¿qué apostaremos?

Baji, al igual que Mikey, era bastante aniñado. Con solo aquello lo distrajo enteramente, sentándolo de inmediato mientras cocinaba sus neuronas en busca de una apuesta digna del riesgo al que se sometían.

—Podríamos apostar una buena cantidad de yenes, sabes —se le ocurrió. Permaneció con un rostro pensativo un buen rato mientras Mikey bostezaba—. He visto una motocicleta que está de locos y...

—¿Dinero? —preguntó con el mayor de los aburrimientos—. No me interesa en absoluto.

—¿Qué propones, entonces? —le cuestionó, cruzándose de brazos y fastidiándose al saber que la motocicleta tendría que esperar. Ciertamente, darle la elección a Mikey era un error; era peor que confiarle su vida a un verdugo. Cuando analizó la incipiente sonrisa que surcaba el rostro de Mikey, le interrumpió de manera inmediata—. No me vestiré de maid. Olvídalo.

—De acuerdo —bufó, cruzándose de brazos y rodando los ojos. Sus maneras de divertirse a costas de los demás le estaban pasando factura, y algo que no estaba pasando desapercibido era que Mikey estaba más que seguro de su victoria. A pesar de sus dudas respecto a Emma, el concepto de la derrota era inconcebible en su mente—. El que pierda se declarará públicamente. Ya sabes, como en los mangas, donde el tipejo va, se inclina exageradamente y grita a todo pulmón "me gustas, por favor, sal conmigo".

La mera idea de inclinar la cabeza era aterradora para ambos, eso era una verdad. El orgullo era mucho aunque la dignidad fuese poca.

—Es demasiado ridículo —objetó, mirándole mientras consideraba la opción. Comenzó a juguetear con sus labios mientras se imaginaba la secuencia en caso de que perdiese. Era meramente humillante.

—Demasiado —asintió—, pero esta apuesta corre por la cobardía, ¿verdad? Al final de la apuesta, o te crecen los huevos o te los sacan a la fuerza.

—¡De acuerdo! —se exaltó ante una repentina emoción. Hasta a alguien como Baji le amedrentaba la idea de perder y hacer algo tan degradante, mas justamente aquello era lo que le excitaba, la belleza del azar y la suerte.

En aquel momento se sumieron en un silencio súbito, como si de un segundo a otro se hubiesen percatado de la magnitud de la situación en la que estaban por una apuesta. Mikey se enderezó en el asiento y Baji comenzó a mirar por la ventana.

—Y ahora... —murmuró Baji, retornando su vista hacia su amigo—. ¿Qué se supone que debemos hacer? Esto ya ha comenzado, ¿verdad?

—Pues haz lo que debas hacer —musitó en respuesta. No obstante, un segundo luego pegó un respingo en su asiento—. Acabo de recordar que hoy a la noche iba a salir con Kenchin.

—Oh, ¡diablos! —exclamó Baji al oír aquello. Sacó su teléfono del bolsillo y vio la hora para posterior a ello golpearse la frente—. Chifuyu me va a matar, ¡olvidé que había quedado con él a estudiar!

—¿Estudiar? —le cuestionó, con un ojo acusador—. Querrás decir, has quedado a que un kohai te enseñe a ti.

—Cállate —le espetó, levantándose velozmente. Tomó su mochila junto a él y abandonó la mesa. Al pasar junto a su amigo que había estado en la silla de adelante, rabió—. Ojalá Draken le coquetee a la mesera de donde mierda vayan.

—Ojalá Chifuyu se dé cuenta de que le conviene elevar sus estándares.

Aquello fue todo. Mikey quedó solo, sin la necesidad de voltear para sentir la seña que Baji le había hecho con el dedo. Sonrió en su lugar y se paró con pereza.

De todas las veces en las que Baji corrió con desenfreno hacia la casa de Chifuyu, nunca sintió el nerviosismo que le acompañaba en aquel momento. El corazón le latía tres veces más rápido entre los sentimientos y la corrida.

Chifuyu le gustaba hacía bastante tiempo, por un motivo o por otro. No había tardado mucho tiempo en percatarse de ello, mas sí se había tomado su buen tiempo en decidir qué hacer a continuación. Tonto como era, seguía siendo lo suficientemente astuto como para notar el descomunal interés que Chifuyu mostraba en él, por lo que sabía que Mikey tenía razón al acusarlo de cobarde. Poseía el tablero volteado hacia su favor y no se atrevía a mover ni una pieza por miedo a perder a la reina. Porque su amistad con Chifuyu pesaba más que cualquier deseo propio; que fuese posiblemente mutuo no significaba que Chifuyu quisiese atravesar esa línea con él.

Como había ido caminando con Mikey hacia el restaurante, no tenía su motocicleta, y sus pulmones se lo estaban recriminando ferozmente. Con el cabello revoloteándole por la cara debido a que se le había roto su última liga, pudo visualizar que estaba llegando al complejo de edificios donde vivía. Y donde vivía Chifuyu. Ante aquel pensamiento volvió a ser atravesado por los nervios de un puberto. Se maldijo a sí mismo por proponer la apuesta, puesto que había marcado un antes y un después clarísimos.

Al arribar al lugar se echó de cabeza hacia las escaleras. Sin embargo, luego de subir dos pisos, en uno de los descansos de la escalera se encontró a Chifuyu, quien bajaba, posiblemente, a esperarle.

—¡Chifuyu! —exclamó, como si no lo hubiese visto esa misma mañana. Había frenado en seco y se había doblado sobre sí mismo para recuperar el aire que su cuerpo necesitaba. Comenzó a respirar con la mayor profundidad que podía para calmar el dolor en el hígado que había surgido producto de su corrida desaforada.

—Baji-san, es tarde—le recriminó, cruzándose de brazos frente a él. Pero seguía siendo Baji, y seguía siendo su debilidad—. Sube, te estaré esperando en mi habitación.

Baji, por primera vez, se sintió un adolescente hormonal al sentir la sangre cubrir sus mejillas tras oír aquello. Definitivamente, esa apuesta había asesinado a una de sus únicas dos neuronas funcionales.

Luego de recuperarse, hizo lo dicho y, al llegar a la puerta del cuarto, se detuvo, con miedo. Con el miedo de echar todo al garete sin siquiera haber llegado a la cita primero, mas Baji no se arrepentía ni se echaba atrás. Porque arrepentirse y llorar no es de bellacos.

Suspiró y abrió la puerta. Cuando entró vio a Chifuyu observándole, sentado en el suelo junto a la mesilla donde solían estudiar.

La mirada de Baji debía de hablar por él, porque su amigo le preguntó:

—¿Te sucede algo? No estoy enfadado porque hayas llegado tarde.

Baji se espabiló con aquello y negó con la cabeza. Arrojó su bolso al lugar donde solía sentarse en esas ocasiones y se sentó de piernas cruzadas frente a él. Acto seguido tomó el bolso que podía haberse ahorrado en tirar y sacó sus cuadernos y apuntes que Chifuyu le obligaba a tomar.

—¿Has leído lo que te he pedido? —le preguntó Chifuyu, acomodando sus libros sobre la mesita.

—Sí —respondió, desganado, apoyando su mentón en su mano y su codo sobre la mesita—. Fue una mierda aburridísima, pero lo hice por ti.

Chifuyu sonrió con aquella dulzura tan propia de él. Le gustaba lo considerado que era Baji con él.

—Lo agradezco —le respondió, sintiendo el calorcito colarse en su pecho—, pero deberías hacerlo más por ti mismo que por mí.

—Yo haría todo por ti, Chifuyu —soltó antes de que pudiera medirlo, abriendo sus ojo y enderezándose en el lugar. Sintió la mirada estupefacta de su acompañante y comenzó a boquear—. Bueno, ¡ya sabes! Como colegas.

—No lo había pensado de otra manera —musitó, agachando su cabeza para acomodar unas hojas.

Baji posó su mano en su frente con decepción. Aquel primer movimiento había sido involuntario, y había salido mal. Sin embargo, podía confirmar que Chifuyu se espantaba con gran facilidad.

—Muy bien, ¿podemos comenzar? —preguntó para romper el tremendo iceberg que se había interpuesto.

Chifuyu se limitó a asentir y comenzó a leer en voz alta lo que había anotado para guiar a Baji, quien solo quería prender fuego sus libros y apuntes.

Mientras Chifuyu leía, a Baji se le ocurrió que la mejor manera de pasar el rato era observarle. Era lo único que se le ocurría para que le interesara lo que le estaban leyendo: enfocarse en quien se lo leía. Se arrojó sobre el suelo para acostarse de costado, apoyando su cabeza sobre la palma de su mano. Sus ojos paseaban de Chifuyu a su habitación. Tenía una inmensa cantidad de mangas en una biblioteca frente a su cama; tenía pósters, tenía una repisa con juguetes de cuando era niño. Baji sonrió ante aquello; se jugaba la vida a que había sido un niño llorón y quejica.

—Baji-san, no me estás escuchando —le reclamó, haciendo el libro a un lado—. ¿Por qué no pasamos a practicar kanjis?

Baji accedió de mala manera y se reincorporó. Cuando Chifuyu le pasó una hoja con cosas que debía escribir, dejó caer su cabeza sobre la mesa. 

Cuando sintió que los papeles se acumulaban a su lado, levantó la cabeza y se enderezó. Comenzó a responder y completar espacios en blancos. Tenía la certeza de que la mitad de la hoja ya estaba mal respondida, mas siguió sin dudar.

No obstante, Chifuyu se percató con velocidad de lo que estaba haciendo Baji, por lo que tomó una almohada de la cama que estaba a sus espaldas para arrojársela con violencia en la cara.

—Baji-san, terminar antes y hacer todo mal en el proceso no es más que una pérdida de tiempo —le regañó, una vez que vio la cara cabreada de su acompañante—. Te ayudaré.

Dicho aquello se fue gateando hasta su lado y, con su propio lápiz, comenzó a escribir sobre la hoja de ejercicios, mirando a Baji entre escritura y escritura, explicándole.

Pero nada de eso importaba, porque los ojos de Baji estaban demasiado concentrados en el cuerpo de Chifuyu que estaba demasiado cerca para las hormonas de Baji.

De a ratos intentaba devolver su vista a la hoja, pero más temprano que tarde terminaba paseando su mirada desde los bellos ojos de Chifuyu hasta su cuello y el primer espacio desabotonado de su camisa. Su piel era tan blanquecina que le recordaba lo delicado que era. Se percató de que, mientras la apuesta estuviese de pie, él desaprobaría lengua y literatura. No había manera de que pudiese concentrarse en lo que saliese de los labios de Chifuyu, sino eso mismo: los labios de Chifuyu.

—Entonces, ¿lo has entendido?

Y Baji, quien se encontraba ensimismado en la belleza de Chifuyu, le sonrió y asintió frenéticamente con la cabeza.

—¡Claro que sí! Muchas gracias —exclamó, aprovechando la dicha y la emoción para intentar su movimiento desesperado; su manotazo de ahogado.

Movió su brazo con rapidez detrás de ellos y abrazó a Chifuyu por la cintura, acercándole hacia él y juntando sus rostros.

—Muchas gracias, Chifuyu.

Sin embargo, antes de que terminase de suspirar su nombre, Baji fue empujado de un manotazo, haciendo que soltara a su amigo.

Cuando lo observó, lo vio enrojecido y riendo a carcajadas. Posiblemente ni siquiera le había oído.

Suspiró en su fracaso y se golpeó la frente con lentitud. Había olvidado por completo que Chifuyu tenía demasiadas cosquillas.

La noche había llegado demasiado rápido para un Mikey que había ido a pie hasta un restaurante y no había tenido más opción que volver de la misma manera. Por otro lado, que fuese el horario de la siesta no ayudaba. Había llegado a su hogar y se había desparramado en la primer superficie medianamente acolchada que encontró en su camino. Despertó cuando el sol estaba en el punto culminante del atardecer.

Recordando que tenía una apuesta por ganar y aprovechando que se encontraba solo en la casa, se alistó como nunca se había preocupado, a sabiendas de que era inútil debido a que no podía pedirle a Draken que le peinara para conquistar a Draken.

Salió del lugar con sus mejores aires de belleza y se montó en su motocicleta con todas las intenciones de dominar el mundo. Si de actitud se tratase, ya le había ganado a Baji el primer round.

Con el viento acariciando su rostro llegó en dos patadas. Estacionó donde quiso y bajó con elegancia. Si Mikey desbordaba de confianza en sus días normales, en aquel momento era una exageración. A paso lento ingresó al local de bowling. No tenía reloj ni llevaba su teléfono consigo, pero sabía que llegaba tarde.

Sin embargo, las reinas nunca llegan tarde, así que con su magnético andar atrajo todas las miradas como si nada hubiese sucedido. Al ver a Draken a la lejanía sentado junto a una pista vacía, sonrió ligeramente.

—¡Kenchin! —exclamó, alegre, al aproximarse al asiento donde le esperaban.

—Y los huevos bien puestos que traes para hacerme esperar de esta manera, Mikey —se quejó.

—Perdóname, Kenchin —rio, sintiendo cero culpa—. ¿Estás listo para que te patee el trasero?

—Ya quisieras —le soltó, sonriendo con viveza y levantándose. Programó la pantalla para dar inicio y se apresuró a tomar su primer bola—. Como me has hecho esperar descaradamente, tomaré el honor de ir primero —anunció, antes de jactarse de su gran tamaño frente a su compañía. Le sonrió y se puso en posición mientras los bolos se acomodaban. Arrojó la bola y clavó una chuza como primera puntuación en el marcador.

Se volteó y le obsequió a Mikey una sonrisa de primera, con los ojos cerrados en un auténtico regocijo. Este le devolvió la sonrisa, desesperado por decirle que en aquel momento estaba matándole. Draken era todo lo que quería en ese momento, tan paciente como para perdonarle en menos de medio minuto por su tardanza, tan capaz de lo que quisiese, tan atractivo y amable. Se mordió el labio inferior con impotencia. Desvió la mirada y se paró para sosegarse. A él también le había afectado el concepto de la apuesta; repentinamente se sentía más hambriento de Draken que nunca.

—No ha estado mal para coronar esta competencia, Kenchin —murmuró, acercándose a tomar su propia bola—. Nada mal —exclamó, preparándose para lanzar. A diferencia de Draken, Mikey era muy flojo. Arrojó la bola de manera dudosa; su movimiento fue tembloroso e inestable, y cuando iba a irse por la canaleta al final de la pasarela, se torció hacia el centro y anotó una chuza—. Y mi tiro tampoco.

Draken le sonrió y dieron inicio a la tanda de lanzamientos. La planilla de tiros de la pantalla se iba llenando. Mikey aprovechó su sigilo más de una vez para saltar por detrás suyo y prenderse de él para desviar su tiro.

—Mikey, enano tramposo —le había espetado en cada ocasión. Sin embargo, el aludido no le soltaba en absoluto hasta que Draken se sentara de nuevo y fuese su turno, sabiendo que jamás podría tomar a Mikey con la guardia baja.

Gracias al pegoteo de Mikey y sus tonterías, empataron la primera línea de tiros.

—¿Quieres comer algo? —le preguntó una vez que se encontraron descansando en el sillón frente a la pista, el uno junto al otro, mientras esperaban para ir a pagar la siguiente línea.

—Eso no se pregunta, Kenchin —le sonrió, cuestionándose por qué aún no se había sentado encima de él. Sin embargo, cuando vio que Draken iba a levantarse, se arrojó sobre él sin dudarlo.

—Está bien, igual ni quería caminar —se quejó, sintiendo el peso de Mikey en su regazo. Se estiró desde su asiento para tocar la máquina para pedir la comida desde allí, sosteniendo a Mikey de la cintura en el camino para que no se cayese.

Draken, una vez que se acomodó, sintió las miradas sobre ellos. Oyó los típicos cotilleos: "¿no son los de Touman?", "no me imaginé que tuvieran ese tipo de relación", "además, están ellos dos solos, ¿no es eso una cita?"

Estaba seguro de que Mikey también los escuchaba; pero si a él no le molestaban, entonces estaba todo bien.

—Mikey, ¿no te molesta oír esas cosas? —le preguntó, mirándole directamente, teniéndole a una distancia de su rostro que no era despreciable.

—¿Por qué me molestaría? —le preguntó en respuesta, jugueteando con el arete de Draken—. ¿A ti te importa?

—No, claro que no —murmuró, negando con la cabeza—. Además, no tengo interés en lo que pase en las mentes ajenas. Tampoco es como si estuvieran escribiendo un fanfic sobre nosotros, ¿no lo crees?

Mikey, que no estaba tan seguro de aquello, se rio y asintió con la cabeza.

Le encantaba estar sobre él y sentir su calor y su aroma. Contrario a lo que Draken pensaba, a Mikey le encantaba que creyeran cualquier cosa de su relación menos lo que era; le gustaba que le correspondiese aunque solo fuese en la mente de los demás. Y el hecho de que a Draken no le importase le brindaba esperanza.

Aprovechó el momento en el que llegó la comida para colgarse del cuello de Draken. Al ver a la señorita que les había llevado el pedido, recordó la maldición que le había echado Baji en el restaurante y observó detenidamente a Draken y su accionar. Sin embargo, segundos luego se dio cuenta de que aquello nunca podía suceder debido a que Draken era un caballero.

Maldición de cerdo no llega al cielo, Baji.

Permaneció colgado de su cuello para sacarle el mayor provecho a la situación de cercanía, mas Draken ni siquiera se molestaba en mirarle.

—Me sorprende que no te hayas abalanzado sobre la comida —comentó Draken, mirándole de soslayo. Acto seguido tomó los brazos de Mikey y los quitó con delicadeza—. No seas tan intenso, come, pedí lo que te gusta.

Sin embargo, Mikey había quedado anonadado. Lo suficiente como para dejar la comida a un lado; con todos los abrazos y todas las veces que se colgó de Draken no sintió cambio alguno, ni siquiera al final. A pesar de su esfuerzo, nunca se había percatado de que, al ser tan poco religioso con el espacio personal de las personas, ninguno de sus toques engatusaría a Draken, quien estaba más que acostumbrado a que Mikey tocase cada dos minutos. Nunca tomaría en serio ningún abrazo ni caricia, y eso representaba un obstáculo inmenso; su mejor arma se había convertido en su peor recurso. Maldijo internamente y se arrojó sobre la comida, por pura bronca.

Ah, cómo me gustaría volver a tener 15 años como estos pibitos

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