Dice una antigua frase humana, "Una imagen vale más que mil palabras". Es parecido a un antiguo proverbio del Linaje Congelado que decía, "Lo que el hielo y la escarcha reflejan en sus cristalinas superficies, poseen más fuerza y significado que una orden o discurso". Realmente lo que vemos a través de nuestros ojos es lo más importante para nosotros. Después de todo, son estas esferas las que nos proporcionan nuestra principal información del medio externo. Mas que el sonido que captan nuestros oídos, el olor que percibimos con nuestro olfato o lo que sentimos al tocar con nuestra piel. No es que el resto de sentidos carezcan de importancia pero siempre daremos mayor prioridad a lo que vemos.
Pese a todo, lo importante no es que vemos, si no, como lo interpretamos. Porque a pesar de todo, una imagen no es más que eso, una instantánea de un suceso que ha ocurrido ante nosotros. Es nuestra mente quien interpreta ese evento captado por nuestra vista y el que decide la relevancia que puede tener. Y hay veces que de un hecho insignificante, puede surgir el significado más grande que podemos imaginar. Una simple instantánea de sencilla forma y austero foco puede contener importante información de fundamental utilidad para todos. Información que podría trastocar el significado de un gran conflicto, cambiarlo por completo y obligar a los bandos enfrentados a poner fin a todas las hostilidades. Empezando así, una nueva lucha contra una fuerza de difícil compresión para la mayor parte de las mentes brillantes de esta y otras múltiples galaxias. Y eso era lo que iba a ocurrir.
Él lo veía todo. Cientos de imágenes reproduciéndose ante sus ojos a gran velocidad. Era todo tan rápido que apenas podía atisbar algún mínimo detalle. Eran como las descontroladas fotos de un carrete de una cámara fotográfica, yendo tan rápido que apenas te daba tiempo a verlas. O como si las páginas de un libro fuesen arrastradas por el viento, sin poder leer alguna palabra o ver cualquier imagen.
Todo sucedía en su mente. Cada imagen se conformaba en lo más profundo de su cerebro y podía vislumbrar las formas del entorno donde cada escena tenía lugar así como a aquellos que la protagonizaban. Pero tan rápido los observaba, tan rápido se desvanecían. Apenas era un segundo de estabilidad entre cada imagen antes de ser sustituida por otra. Y eso no le permitía comprender nada. Se iba a volver loco.
Se preguntaba cual era el motivo para que acabase eligiéndole a el. No alcanzaba a comprenderlo. Es verdad que no había nadie más cerca en aquel momento, cuando se produjo su muerte. Pero el no poseía una mente tan avanzada como la suya. El no podía comprender los complejos pensamientos que su víctima le transmitió justo antes de morir. No era capaz de interpretar nada de lo que se le mostraba. De hecho, su cerebro parecía a punto de explotar.
Kvasir luchaba por mantener el control sobre su nave pero con aquel torbellino de perturbadores pensamientos golpeando su mente, le era imposible. Los sistemas de detección de movimiento avisaban al Gélido de la cercanía con un campo de asteroides. Aquellas rocas errantes del espacio exterior se hallaban agrupadas en un cinturón. Algunas estaban muy cerca de otras y esquivarlas, exigía de una concentración y paciencia importante. Algo en lo que Kvasir siempre destacaba pero dadas sus circunstancias, le era difícil mantenerse centrado. Viendo como se aproximaba al cinturón, decidió desviar la dirección de la nave hacia un pequeño planetoide de superficie rocosa.
La nave, un caza con forma de dardo llamado Akleavin, fue descendiendo sobre el planeta. No halló demasiada resistencia al entrar, puesto que el planeta no tenía atmosfera, así que su llegada no tuvo ningún percance grave. Terminó su descenso para posarse sobre el suelo ennegrecido. Era un terreno pedregoso, donde afiladas puntas surgían hacia arriba como los dientes de un reptilico monstruo que acabase de abrir sus enormes fauces. El aterrizaje fue suave y cómodo gracias a los estabilizadores gravitatorios que la nave poseía en la parte inferior. Una vez en tierra, la compuerta trasera se abrió de inmediato. Kvasir salió del interior disparado.
Gracias al hermético traje armadura de color blanco con franjas negras, el Gélido podía moverse con facilidad por la superficie del yermo planetoide. Comenzó a caminar entre las rocas de evanescente negrura, apoyándose en algunas al sentir su mente golpeada con cada fulgurante pensamiento. Cada nuevo flash era como un latigazo de dolor en su cabeza que lo obligaba a detenerse.
La luz de una cercana estrella emitía un fuerte brillo rojo que se reflejaba de forma opaca sobre la oscura superficie de roca. De aquella luz emanaban distintas formas de radiación. De la gamma a la beta, aquella radiación era letal para cualquier organismo que se expusiera a ella. De contactar con la piel de Kvasir, esta empezaría a arder y a sufrir horribles hemorragias en su tejido celular. Dada la naturaleza química del silicio, podría absorber la radiación pero los procesos químicos que se llevarían a cabo para el mantenimiento de su cuerpo se destruirían por la intrusión radioactiva, impidiendo la dispersión de nutrientes y del gas nitrogenado que necesita para respirar. Afortunadamente, la impenetrable armadura impedía el paso de lso rayos.
Anduvo por un pequeño rato, tambaleándose de un lado a otro. Su cabeza parecía despejarse pero al instante volvía a verse inundada por un súbito torrente de imágenes que no podía comprender con exactitud. Apenas le daba tiempo a visualizar alguna pues pasaba a otra de forma rápida. Todo aquello le generaba aun más confusión e incertidumbre. Cerraba sus ojos intentando clamarse con la oscuridad pero ni en ella el asesino hallaba consuelo. Al no ver bien, su pie tropezó con una piedra y cayo contra el suelo. El golpe apenas llego a sentirlo pero su cuerpo entero retumbo dentro del pesado traje. Se trato de incorporar a duras penas. Logro encontrar algo de apoyo en una roca contigua. Exhalo algo de aire a través del respirador conectado con el tanque de nitrógeno que llevaba justo detrás. Apoyo su espalda contra esa roca y siguió respirando de manera profunda, tratando de clamar su tenso cuerpo.
Las imágenes seguían retumbando en su mente pero ya no de manera tan estridente. De hecho, empezaba a notarlo todo con mejor nitidez. Aquellas instantáneas aun las notaba algo distantes pero ahora todo parecía estar más claro. Era como si cada idea y pensamiento transmitido por Osiris estuviera organizándose en su cerebro, ubicándose en un lugar exacto de este. Aun no tenía una clara comprensión de lo que entendía pero era evidente que empezaba a tener un cierto sentido. De hecho, pese a que los conceptos no estaban aun definidos, la idea general estaba establecida.
"Tú eres mi verdugo pero seguirás con la tarea encomendada. En ti, ahora recae el destino de una galaxia".
Aquella voz que acababa de retumbar en su mente como un intenso eco era la del líder de la doctrina Aton. Osiris.
Recordaba verlo morir en el suelo de sus aposentos, justo al lado de la capsula de hibernación a la que pretendía entrar. Le administro un letal veneno de rápida letalidad que procedía de una especie acuática llamada Biarmanjina. Procedía de los fríos mares de Asgard y sus espinas contenían el peligroso líquido que añadió al brebaje vitamínico que la Quimera tomaba antes de su letargo. Tan solo dos gotas fueron suficientes para darle muerte. Y vio como moría desde ese escondrijo. Observo como su vida se desvanecía de su cuerpo de manera lenta pero segura. Retorciéndose sin parar, moviendo brazos y piernas de manera histriónica, como si deseara huir del cruel destino al cual había sido condenado. Y aun así, le vio.
Pese a estar bien oculto en la habitación contigua. Pese a llevar el camuflaje óptico activado. La Quimera se percato de su presencia y le transmitió toda la información que llevaba dentro. Todos sus pensamientos, inquietudes y miedos. Todos sus sentimientos y emociones. Un influjo de mental que su cerebro tuvo que procesar a gran velocidad, amenazando con destruir su cordura. Y ahora lo comprendía todo.
La guerra contra la raza humana. La ambición expansionista del Linaje congelado. El deseo de destrucción de los Inmortales. La inquieta búsqueda de conocimientos de las Quimeras. Nada de aquello tenía ya sentido. Fue sentado sobre aquel duro suelo. En aquel minúsculo planetoide donde Kvasir se dio cuenta de que todo por lo que luchaba, todo por lo que juro sacrificarse, no era más que un vano espejismo. Pues por mucho que peleara, todo seria barrido. Y si intentaba defenderlo, seria destruido. Incluso si huyese, no podría escapar de tan horrible evento.
El Gran Colapso.
Aun no entendía parte de la naturaleza de tan tamaña amenaza. En realidad, Osiris tampoco. Pero la Quimera entendía la peligrosidad que entrañaba y que por ello, había que actuar. Y Kvasir sabía por dónde empezar. Tenía que buscarlo. Poseía todas las respuestas y era el único capaz de evitarlo. Y debía protegerlo. Eso era algo que ya había asumido desde un principio. Aunque le costase.
Tardaría algo de tiempo en comprenderlo. Resistiría un poco ante la idea. Pero ya estaba decidido. Y le daba igual lo que Odín, Zeus o las Quimeras dijesen. Ya tenía una nueva misión asignada. La más difícil de su vida. Pero la acataría, costase lo que costase.
Pero antes de todo eso, debía dejar los cabos bien atados. Regresaría a Asgard e informaría a Odín y Zeus del asesinato de Osiris. Complacería sus jefes. Y una vez hecho esto, partiría en busca de su siguiente objetivo. Un objetivo de vital importancia que no era más que le inicio de algo mucho mayor.
Así, con su mente despejada y con una clara decisión, subió a su nave y puso rumbo a su mundo natal. La nave empezó a ascender con gracilidad y en apenas unos segundos ya había salido de allí, con rumbo hacia Asgard. Y mientras viajaba, un nombre resonaba en sus pensamientos más recónditos.
Horus. Horus. Un nombre que no olvidaría jamás.
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