Capitulo 30- Intrusos.
24 de Junio. Sistema Hercolubus. Planeta Majiani. 19:39.
Ivarok miraba el yermo paisaje a su alrededor o, al menos, lo que sus ojos le permitían ver. Una espesa niebla se había posado en el lugar no hacía demasiado tiempo y ocultaba todo el lugar bajo su tétrico manto. Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver el aspecto fantasmagórico en el que había quedado todo. Realmente, daba mucho miedo.
El Gélido continuó observando todo a su alrededor hasta que una voz no tardó en llamarlo.
—Ivarok —llamó alguien desde la tienda que había justo detrás de él—. Ivarok, ¿donde estás?
Al volverse, pudo ver como de la tienda salía otro Gélido, provisto de un traje armadura purpura azulado que denotaba su categoría como Alfar. Portaba un arco fotovoltaico que llevaba colgando de la espalda con unos amarres. Caminó hasta colocarse a su lado.
—Brenar —dijo sin mucha sorpresa—. Estaba aquí, tan solo observando el horizonte, aunque poco se puede ver justo ahora con esta maldita niebla.
El tal Brenar no se mostró muy emocionado con sus palabras. Miró a su alrededor, aunque no se denotaba demasiado interés en lo que veía. Su compañero percibía con total claridad la indiferencia.
—Ya veo que no te importa demasiado lo que hacemos aquí —le comentó.
Esa frase pareció molestar al Alfar, quien no dudó en ofrecer su disgusto con mucha beligerancia.
—Estamos perdidos en mitad de la nada, obligados a permanecer en este sitio hasta que nos den órdenes y tú te preocupas por el paisaje. ¿No crees que resulta algo estúpida esa actitud?
El comportamiento impertinente de Brenar molestó bastante a Ivarok. Siempre había sido alguien fastidioso, pero no esperaba que su fatalismo llegara a a ser tan insoportable. Los deseos de dejarlo tirado en ese planetoide solo se hacían mas evidentes conforme mas hablaba.
—Entiendo que nuestra situación no es nada buena por aquí, pero no nos queda otra —le dejó bien claro—. Las órdenes de nuestro sumo príncipe fueron claras, permanecer aquí hasta que se nos dieran nuevas directrices.
—Yo escupo sobre sus directrices —blasfemó furioso Brenar—. Ese Turak no es más que un niñito consentido. Ha conseguido lo que buscaba y nos ha dejado abandonados aquí. Por su culpa, muy pronto todos moriremos.
Prefirió ignorar las palabras de su compañero. Aquel Alfar tan solo estaba mostrando su asqueroso rechazo hacia los Aesir. No era para menos, sus abuelos fueron seguidores de los Vanir. Cuando la Pugna Tribal concluyó con la aplastante victoria de Odín, no dudaron en postrarse ante su nuevo líder, pero por detrás, siguieron profesándole un odio visceral. Brenar continuó la tradición y, pese a servir en su ejército, no dudaba en meterse con el monarca gélido e insultarlo de todas las formas imaginables. Ivarok prefería ignorarlo. Cuanto menos se metiera en sus asuntos, mejor.
—Lo que tú digas —se limitó a expresar.
Brenar se metió en la tienda de nuevo, farfullando cosas a disgusto mientras que él prefirió dar un pequeño paseo por el campamento que habían montado.
En total, había unas siete tiendas de campaña, donde se hallaban refugiados unos veinte soldados del ejército Gélido. Casi todos eran Alfars, pero también había dos Cresners, cuya función era liderar al grupo y dar las instrucciones necesarias para que actuaran bien.
En esos momentos, se hallaban sentados en el centro del campamento, dedicándose a afilar sus hachas, con cuidado de no romper las cargas de plasma colocadas en la parte trasera de las hojas. Con ellas, lanzaban potentes descargas de energía que quemaban a sus enemigos, causándoles heridas mas terribles.
A su alrededor, otros soldados se dedicaban a llevar provisiones y utensilios. Todavía estaban terminando de preparar las últimas tiendas. Hechas de un material sintético parecido a la piel, con forma triangular y muy resistentes, proporcionaban una buena protección frente a las inclemencias del tiempo y los cambios de temperatura. Aunque por fuera parecían pequeñas, por dentro tenían sitio de sobra para albergar a cuatro individuos. Ivarok siguió su camino, pendiente de todo y atento a cualquier cosa.
No muy lejos del campamento, dos Alfars montaban guardia. Habían colocado un dispositivo cilíndrico de comunicación y cada uno portaba una esfera de llamada, por si un mensaje era mandado con nuevas ordenes. El Gélido decidió acercarse para comprobar como iba todo y si hacía falta algo más. Cuando se acercó a ellos, ambos guardias se volvieron un poco sorprendidos.
—Ivarok, ¿que quieres? —preguntó uno, que se hallaba sentado sobre una roca mientras observaba el nublado horizonte.
El Gélido lo miró con cierta sorpresa. No se esperaba una pregunta tan hostil. Parecía como si los estuviera molestando.
—Tranquilo, tan solo venía a ver como os iba —respondió, tratando de sonar calmado.
Sus dos compañeros lo miraron en silencio. Pese a llevar mascaras, Ivarok sabía que no debían estar muy conformes con su presencia. Se les notaba cansados y, además, muy disgustados con la decisión de acabar en aquel mísero mundo. Lo único que deseaban era regresar a su hogar junto a sus familias.
—Volveremos muy pronto, ya lo veréis —dijo Ivarok, en un intento de sonar optimista.
Uno de los Gélidos, el que se hallaba sentado, lo miró meditabundo. No pareció muy convencido con sus palabras.
—¿En serio? —Se notaba muy disgustado—. Nos encontramos atrapados en este condenado planetucho, supuestamente para vigilar posible movimiento de humanos en la zona y, de momento, no hemos hallado nada. Más allá de señales estacionarias que podrían ser simples anomalías, no es que escuchemos mucho más.
—¿Señales estacionarias? —preguntó el Alfar con sorpresa.
—Si, llevamos recibiéndolas desde hace unas horas —intervino su otro compañero, el cual parecía menos malhumorado—. No parecen ser más que un par de ondas sin importancia. Creemos que puede ser meros impulsos de energía que emanan de la estrella cercana.
Ivarok no entendía mucho de aquellas cosas. Pese a que los Gélidos recibieron buenas instrucciones de las Quimeras para comprender bien como usar todos los vehículos y tecnología que les proporcionaban, además de conocimientos básicos sobre el espacio, el viaje a través de él y los distintos fenómenos que podían darse, no podía negar que aún había mucho que no comprendían. Y el Alfar se temía que así iba a ser por bastante tiempo.
—Es curioso que captemos esas señales —comentó, tratando de mostrar su interés por el misterioso fenómeno.
—Si, pero nos está fastidiando el poder captar señales de los humanos —dijo el experto en comunicaciones, el cual también se notaba muy frustrado—. Si esto sigue así, creo que me volveré loco.
—No serás el único —añadió el que continuaba sentado—. A este paso, todo el campamento acabará perdiendo la cordura. No os extrañe que para cuando lleguen en nuestra búsqueda, lo encuentren todo arrasado y a todos muertos.
Aquel fatalismo que se denotaba de las palabras de su compañero no hizo mucha gracia a Ivarok. Por lo que se veía, él era el único optimista en aquel lugar. No podía culpar al resto por ser tan pesimistas. Tras un duro combate en Alectus, se suponía que volverían a casa y, en vez de eso, estaban aquí, en una misión que hasta al Gélido le resultaba ridícula. Sin embargo, se decía que las órdenes eran las órdenes y no les quedaba otra que permanecer en el planetoide por el tiempo necesario.
Continuó observando el paisaje, o al menos, lo que podía vislumbrar. La niebla no dejaba ver mucho y apenas se podía atisbar nada a mas de tres metros de distancia. A Ivarok le fastidiaba esto, pues el aspecto del planeta, tan arido como desolador, le fascinaba mucho, pero por como estaba el panorama, poco iba a vislumbrar. Siguió asi, hasta que en un momento dado, avistó algo.
Entre la espesa neblina, pudo ver una esfera de resplandeciente luz azul clara flotando. Lo veía en la lejanía, moviéndose arriba y abajo de una manera que le parecía extraña y elegante a la vez. Por un momento, pensó que podría tratarse de un reflejo del visor o, quizás, alguna luz estridente lanzada por la estrella que iluminaba el planetoide, pero, verlo con movilidad propia, hizo darse cuenta de que aquello era algo totalmente diferente.
—Hey, mirad en la lejanía —llamó a sus compañeros.
Estos alzaron sus cabezas, sin entender que era lo que Ivarok quería que mirasen. Estuvieron oteando la distancia, sin saber que buscar.
—Ivarok, ¿de qué hablas? —preguntó el que seguía sentado.
—Serje, allí —le señaló.
—Ah, si —habló el que se ocupaba de las comunicaciones—. Está por allí, a la derecha.
Eso que indicó el otro le pareció raro. La luz la tenía justo enfrente y la había visto hacía tan solo un instante. No podía haberse desplazado tanto a la derecha.
—¿Qué dices? —expresó sorprendido—. Si estaba delante de nosotros.
Volvió a buscar la luz original y la halló no muy lejos de donde la dejó. Sin embargo, al mirar a la derecha, también encontró la otra. Aquello le resultó extraño, aunque el asunto se iba a poner peor.
Entre la densa niebla comenzaron a aparecer más esferas, brillando con la misma intensidad titilante con la que lo hicieran las lejanas estrellas en el firmamento. Sus colores variaban desde el resplandeciente azul al más brillante amarillo. Era un espectáculo hermoso, pero para los tres Gélidos también resultaba inquietante.
—¿Qué está ocurriendo? —preguntó Serje, ya levantándose, al fin, de la piedra.
De repente, una de las esferas de llamada comenzó a emitir fuertes chirridos, al igual que una parpadeante luz azul de su superficie. Uno de ellos lo recogió, pensando que podrían ser sus líderes mandándoles nuevas ordenes, pero lo que sonó, los dejó sobrecogidos.
Un murmullo de voces distorsionadas comenzó a sonar en un lúgubre coro que parecía tornarse más siniestro conforme se desarrollaba. Ivarok se volvió a su compañero petrificado, incapaz de creer lo que escuchaba. La otra esfera no tardó también en parpadear y Serje la recogió. Al activarla, el mismo sonido comenzó a emitirse, solapándose con el primero y aumentando su volumen, haciéndolo ya inaguantable.
—Es imposible —dijo el experto en comunicaciones, llamado Tirdar—. Se supone que las esferas son para que nos llamen nuestros congéneres.
Su voz sonaba desoladora. El sonido de aquellas hórridas voces estaba entrando en sus cabezas y se hacía asfixiante. Ivarok sintió todo su cuerpo tenso y respiró muy intranquilo. Notaba como su armadura parecía oprimirlo más de lo normal y percibía como la desesperación se hacía cada vez mas presente. Y cuando ya volvió a mirar hacia delante, todo se vino abajo.
Las esferas y, ahora, otras multiples luces, avanzaban hacia ellos. Ademas, parpadeaban de manera extraña, cambiando la luminosidad e incluso el color. Había hileras de bandas rectas, una sobre otra, que fluctuaban entre el rojo escarlata al verde añil. Otras eran triángulos de líneas rectas anaranajadas que cambiaban rápidamente al azul oscuro. Algunas parecían repetirse en secuencias bien calculadas en el tiempo. Otras permanecían durante un largo rato antes de ser sustituidas por nuevas. No tenían ni idea de que eran, pero lo que estaba claro era que se acercaban a ellos.
—Ivarok, llama al resto, rápido —dijo Serje mientras recogía su lanza del suelo.
—Si, date prisa —le habló muy inquieto Tirdar, quien aún sostenía la azulada esfera de llamada entre sus manos.
Fijándose en aquellas estridentes luces, el Gélido supo que tenía que hacer. Se volvió y fue corriendo lo más rápido que podía hasta el campamento.
Una vez allí, llamó a todos, quienes se reunieron extrañados ante su insistencia. Una vez informados, los Cresners ordenaron que se hicieran con todas las armas de que disponían y fueron hasta donde Tirdar y Serje seguían. Estos, no se habían movido del lugar, paralizados ante el terror que provocaban todas aquellas luces. Cuando los otros las vieron, no podían salir de su asombro.
—Pero, ¿¡qué es esto?! —preguntó perplejo Brenar.
Nadie supo que respuesta dar, tan solo podían mirar llenos de horror ante lo que tenían delante. Esas luces seguían avanzando y no solo no sabían que eran, sino que además, se acercaban a ellos.
—Muy bien, no perdamos más tiempo —dijo uno de los Cresners—. Montad una línea de fuego aquí delante y que otros se encarguen de preparar los cañones de energía.
—Ya habéis oído, ¡moveos ya! —exclamó el otro.
Ivarok se colocó junto con su amigo Brenar justo delante, apuntando él con su lanza de energía mientras que su amigo lo hacía con su arco fotovoltaico. Dos Alfars, a cada lado, se ocuparon de colocar los cañones de energía, listos para abrir fuego. Todos ya estaban preparados, aunque los Cresners decidieron contenerse.
—¡Dejad que se acerquen! —ordenó uno de ellos.
Así hicieron. Quietos, pero no muy calmados, los Gélidos dejaron que las luces se aproximasen. No tenían ni idea de si serían o no peligrosas, aunque en aquellos momentos, preferían no arriesgarse. Quizás, pensaba Ivarok, no se trataban más que de un simple fenómeno natural, algo inofensivo, claro que eso solo era una suposición. Ninguno de ellos deseaba arriesgarse y la mejor opción era plantarles cara, gustase o no. Aferrando su lanza con ambas manos, contempló como aquellas luminosas figuras avanzaban. Continuaron, hasta que al final, revelaron sus autenticas identidades.
—¡Por el Dios del Hielo perpetuo! —exclamó lleno de horror uno de los Cresners.
—¿¡Qué....qué son...esas cosas?! —dijo muy perturbado Serje.
—Es...es imposible —habló petrificado Brenar.
Ante ellos, vieron aparecer a un nutrido grupo de criaturas bípedas y con un vago aspecto humanoide. Todas tenían cuatro brazos, aunque en alguna se podían llegar a contar hasta seis. Las luminiscencias que habían entre la niebla procedían de sus propios cuerpos. Algunas colgaban de pendulantes tentáculos, otras se hallaban recorriendo sus torsos y la mayoría eran sus propios ojos. Aquellos seres presentaban un aspecto entre horrible y misterioso. No se asemejaban a nada que los soldados del Linaje Congelado hubieran visto antes.
—Se...señor, ¿qué hacemos? —preguntó un Alfar al Cresner que tenía a su lado.
Su líder, todavía conmocionado ante la abominable visión, reaccionó a su respuesta con rapidez.
—¡Abrid fuego! —ordenó desesperado.
Nada más recibir la orden, todos comenzaron a disparar sin piedad.
Bolas de caliente plasma salieron disparadas de las lanzas de los Alfars, impactando contra las criaturas que venían hacia ellos. Estas emitieron intensos rugidos al sentir como la ardiente energía penetraba en sus cuerpos, quemándolas y haciéndoles daño. Pese a todo, eso nos las frenaba.
—¿Se puede saber donde están esos malditos cañones de energía? —gritó uno de los Cresners, al tiempo que lanzaba ráfagas de plasma verde contra sus enemigos—. ¡Disparad ya!
—Estamos cargando las baterías —le informó uno de los Alfars al cargo del arma.
—¡Las necesitamos ya! —dijo el otro Cresner—. Necesitamos mas apoyo.
Ivarok escuchaba todo aquello y se sentía muy temeroso. Si la idea de quedar atrapados en el planetoide no le preocupaba demasiado, el enfrentamiento contra estas criaturas resultaba muy diferente. Veía a sus compañeros luchando con fiereza, mostrándose arrojadizos y valientes, nada que ver con los apagados Gélidos con los que habló antes. Parecían estar mas que convencidos de que conseguirían detener a estas misteriosas bestias, aunque él no estaba muy seguro de que lo consiguiesen. Tenía esa sensación muy metida dentro, desde el momento en el que vio esa esférica luz. Sin embargo, no había mucho que pudiera hacer, excepto luchar.
—Ya está listo —anunció uno de los Alfars encargado del cañón de energía.
De repente, una ráfaga de pequeñas bolas de plasma azules claras fue disparada contra los misteriosos atacantes. A esta, le siguió otra que se sumó a las esferas disparadas por las lanzas de los Alfars. Ivarok acertó en el ojo de una de las criaturas, haciendo que esta emitiese un ensordecedor rugido de dolor.
—Bien hecho, ¡los estamos destrozando! —le dijo muy contento y henchido de orgullo Brenar.
Todo parecía indicar que estaban logrando frenarlos, pero nada mas lejos de la realidad. Esos seres seguían avanzando y, pese a estar hiriéndolos, eso no los estaba amedrentando. Ivarok notaba la ansiedad en los Cresners. Era evidente que la estrategia de ataque no estaba siendo tan exitosa como suponían.
—¡Atención todos! —avisó uno de ellos—. ¡Hay que retroceder o nos atraparán! Vamos.
Hicieron caso a la orden. Sin dejar de dispararles, todos los Gélidos fueron retrocediendo, casi llegando hasta donde se hallaba el campamento.
Una vez allí, los cañones de energía fueron posicionados en zona elevada, para estar mejor protegidos y tener mayor rango de fuego. Los Cresners y casi todos los Alfars mantuvieron la misma línea de ataque, aunque algunos optaron por cubrirse tras cajas de metal, ofreciéndoles mayor cobertura.
—¡Seguid atacando! —gritó uno de los Cresners.
El fuego no cesó. El plasma, tanto de las lanzas como de los cañones, siguió impactando contra las criaturas. Algunas habían recibido ya mucho daño y, por sus lentos andares, se notaban más débiles. Eso insufló algo de esperanza a los Gélidos, que no cesaron en continuar disparando. Sin embargo, no estaban haciendo ningún progreso por más que se esforzasen.
El ataque continuó de forma indiscriminada, aunque no se notaba que esto estuviera acabando con sus enemigos. Cada vez estaban mas cerca y, a cada paso que daban, los Gélidos retrocedían. Nada estaba deteniéndolos y la esperanza inicial se fue desvaneciendo poco a poco. Ivarok ya empezaba a percibirlo en sus compañeros. Tirdar, quien llevaba colgando la esfera de comunicaciones con la que había mandado un mensaje de ayuda, estaba muy nerviosos y, de hecho, se hallaba mas atrás que el resto. Serje, por su parte, se mostraba mas arrojado y se quedaba mas delante que ellos, como si pretendiera enfrentarse a los enemigos.
—Serje, ¡idiota! —lo llamó Tirdar—. ¡Vuelve aquí! ¿Es que pretendes que te maten?
—No, deja que se acerquen —gritaba su amigo—. ¡Pienso acabar con todos ellos!
El Gélido se notaba muy temerario en su actitud y comenzó a disparar a una de las criaturas, la cual se hallaba a tan solo tres metros de él. Serje disparó contra uno de sus cuatro ojos rasgados, los cuales recubrían la parte superior de su triangular y alargada cabeza. Se rió cuando el ser emitió un fuerte quejido de dolor. Disfrutaba viéndolo así, degustando el sabor del sufrimiento ajeno. Parecía que estas bestias no eran tan invencibles después de todo, como tampoco, menos ágiles. Antes de que el Alfar pudiera percatarse, el monstruo dio un gran salto colocándose justo delante de él. Se quedó petrificado al verlo tan cerca.
—¡Serje! —bramó Tirdar. Quiso ir hasta él para ayudarle, pero entre dos compañeros, lograron retenerlo para que no lo hiciese.
Su amigo se quedó mirando a esos cuatro ojos triangulares, los cuales no tardaron en cambiar de amarillo apagado a rojo intenso. Esa criatura aparentaba estar diciéndole algo y, tal vez, asi fuera. Quizás, le estaba diciendo que su final estaba cerca.
En un abrir y cerrar de ojos, los cuatro recios brazos del ser apresaron a Serje. El Gélido intentó reaccionar, pero ya era tarde. Lo tenía bien atrapado. Sentía como presionaban con fuerza su cuerpo, como si quisieran aplastarlo por los lados. Se puso muy nervioso y notó como empezaba a faltarle la respiración, además de notar su interior cada vez mas estrecho. Dentro de él, sus organos se acoplaban unos contra otros y percibía la sangre pasando a gran velocidad por sus venas. A lo lejos, sus compañeros miraban llenos de horror, sin saber que hacer.
—¡Salvadlo! ¡Por lo que más querías! —pedía desesperado Tirdar. Sin embargo, de nada servía. Ya era tarde para su amigo.
Dos de los brazos de la criatura agarraron los dos de Serje. Los pusieron bien rectos y tensos. El Alfar gruñó, lleno de dolor, al sentir como tiraba tan fuerte, pero muy pronto, fue sustituido por un desgarrador grito cuando la bestia le arrancó ambos miembros con una facilidad inusitada. Chorros de sangre púrpura y trozos grisáceos de hueso salieron despedidos por los lados. El cuerpo del Gélido temblaba y gritó como nunca antes hizo. Los demás, tan solo miraban, inconscientes de la cercanía del enemigo.
—Por favor, ayudadle —decía un cada vez mas desfallecido Tirdar.
No contento con arrancarle los brazos, la criatura arrojó cada uno a un lado y con sus manos, atrapó la cabeza del Alfar. No tardó en escucharse como algo se resquebrajaba y Serje emitió varios agónicos murmullos hasta que finalmente, el ser le arrancó la testa, tirándola justo frente a sus compañeros. Tirdar miró lleno de impotencia y terminó por hincarse de rodillas en el suelo, horrorizado al ver morir a su amigo de tan terrible forma.
—Retroceded, vamos —repetía desesperado uno de los Cresners—. ¡Están demasiado cerca!
Todos se retiraron, excepto Tirdar, quien seguía allí parado de rodillas en el suelo. Ivarok se lo quedó mirando con pena. Serje y él eran muy buenos amigos y verlo morir fue algo terrible. Ahora, estaba derrotado, sin más ganas de vivir, aunque el Gélido sospechaba que tal vez, también sería consciente de que ya no había escapatoria. Estaban perdidos.
—Tirdar, vamos —lo llamó uno de sus compañeros—. Vuelve con nosotros.
No hizo caso. Permaneció en su sitio hasta que una de las criaturas se colocó delante. Alzó su cabeza y miró al ser, el cual le parecía ahora inmenso, observándolo con impasibilidad. Se quedó asi hasta que, de repente, la criatura extendió sus ondulantes tentáculos, acabados al final en unos triangulo de brillante resplandor verdoso. Nadie sabía a que venía eso, hasta que, de los triángulos, surgieron unos haces de luz que no tardaron en quemar al Gélido. Todos los allí presentes fueron testigos de como Tirdar comenzó a arder. Las llamas verdes consumieron su armadura, piel y carne. él no se movió del sitio. Eso reforzó la idea de Ivarok de que simplemente se había dejado matar.
—Vamos, no podemos rendirnos ahora —los animó uno de sus lideres—. Saldremos de esta.
Aquellas palabras le resultaron a Ivarok un mero engaño. No iban a salir de allí. Ya estaban en medio del campamento y veían como las criaturas los acorralaban por cada flanco. Los Gélidos los apuntaban con sus armas, indecisos de seguir abriendo fuego contra ellos, pues no parecían matarlos. Fue entonces, cuando uno de los Cresners decidió tomar medidas drásticas para acabar con esos seres.
—¡Lanzad esferas explosivas! —gritó con ronca voz—. Los haremos volar en mil pedazos.
No dudaron en hacerle caso e hicieron rodar varias de estas esferas. Al llegar a los pies de sus enemigos, estallaron en una violenta explosión de azulado plasma, tan potente, que llegaron a notar la poderosa onda expansiva casi derribarlos. Ivarok sintió un pequeño regusto a optimismo al ver la bruma azulada levantada. Tal vez, después de todo, podrían salvarse. No fue así.
Al disiparse la neblina azul, las figuras de los misteriosos atacantes volvieron a surgir. Antes de que pudieran volver a dispararles, varios saltaron sobre los Gélidos. Estos se tuvieron que apartar rápido, aunque dos, acabaron siendo aplastados. Ivarok y su compañero Brenar lograron evitar a tiempo que les cayesen encima, pero el ataque no había hecho más que comenzar.
El Alfar fue a disparar a uno de los seres con su lanza, pero otro no tardó en golpearlo, lanzándolo varios metros por el suelo. Aturdido, escuchaba los gritos de los Gélidos y los rugidos de las criaturas mientras luchaban. Intentó levantarse, pero algo lo cogió de la pierna, comenzando a arrastrarlo. Ivarok se revolvió desesperado, aunque lo único que consiguió fue que lo alzasen en el aire.
Colgado de una pierna, vio como la criatura lo observaba con sus ojos redondos de un intenso brillo blanquecino. Fijándose bien, notó como su piel conformaba un duro caparazón, segmentado en varias partes. Las mayores recubrían el torso y la espalda mientras que las cortas se segmentaban en los miembros del ser y la cabeza aparecía recubierta de varias hileras.
—¡Sueltalo! —gritó alguien al lado de ellos dos.
Brenar apareció de repente y disparó contra el ser. Dos proyectiles se clavaron en su cabeza y cuello, estallando en una explosión azulada. Pese a causarle unas quemaduras sobre el armazón que lo recubría, no lo lastimó demasiado. El Gélido se detuvo al ver esto y su amigo lo miró muy preocupado.
—Hu...huye —le dijo.
Su compañero intentó hacerle caso, pero no llegó demasiado lejos.
La criatura dejó caer a Ivarok y fue por el otro Alfar. Lo agarró con ambos brazos y sin pensárselo demasiado, lo comenzó a estrellar contra una roca que tenía delante.
—¡Brenar! —gritó Ivarok.
Trató de enfrentar al monstruo, pero este le dio un fuerte empujón, haciéndole caer para atrás y dejándolo aturdido.
En el suelo de nuevo, escuchó el sordo sonido del cuerpo de su amigo recibiendo golpes contra la roca. Al abrir sus ojos, vio horrorizado el pedrusco lleno de sangre púrpura y el cadáver de Brenar destrozado. No podía caber en su espanto de las cosas terribles que estaban pasando, aunque apenas tuvo tiempo para asimilarlo, pues algo comenzó a arrastrarlo por una pierna. Avanzó varios metros hasta que volvieron a alzarlo en el aire y arrojarlo contra una de las tiendas.
Su cuerpo entero se convulsionó ante el violento golpe. Sintió como la estructura entera caía sobre él y quedó cubierto por la tela. Confuso, Ivarok se deslizó por el suelo, sintiendo como la oscuridad lo envolvía. Escuchaba los sonidos de la lucha a su alrededor y sentía la desesperación en su cuerpo. Para cuando logró salir de la tienda, pudo ver como la batalla entera se había recrudecido hasta límites inhumanos.
Los Gélidos luchaban con todas sus fuerzas, pero sus enemigos eran mucho más poderosos de lo que esperaban. Ivarok veía como sus compañeros luchaban con sus lanzas, tratando de herir a esos seres, aunque se veían incapaces. Algunos eran atrapados por estas bestias, golpeándolos contra el suelo o rocas, destrozando sus cuerpos en el proceso. A otros, les arrancaban brazos y piernas. A unos pocos, los quemaban vivos del mismo modo que le pasó a Tirdar. Todo era un campo lleno de horror y muerte. El Alfar podía escuchar los gritos impotentes de quienes eran sus hermanos de armas. No daba crédito a la masacre que estaba teniendo lugar.
No muy lejos de él, uno de los Cresners aún plantaba batalla. Dos de esos monstruos lo flanquearon por cada lado y el Gélido se puso en guardia para atacar. Cuando uno de los seres se lanzó a por él, se movió con rapidez, esquivando su brazo y lo golpeó con una de las hachas en la pierna. Moviéndose con agilidad, siguió atacándolo con sus armas y esquivando sus embistes. En un momento dado, accionó las cargas de plasma y con ellas, quemó la carne del ser. Pareció hacerle daño, pero de nuevo, no fue así.
Sin dudarlo, la criatura golpeó al Cresner y lo arrojó contra el suelo. Lo agarró por una pierna y la otra bestia de un brazo. Comenzaron a tirar con fuerza mientras el maltrecho Gélido emitía un desgarrador grito de sufrimiento. Finalmente, el de la pierna se la arrancó de cuajo y se la tiró encima. El Cresner quedó agonizante mientras que el otro ser aún lo tenía agarrado por el brazo, como si no supiera que hacer con él, aunque no tardó en encontrar una solución. Puso su pie sobre el miembro de su herido enemigo, pisó con fuerza y luego, tiró, arrancándoselo al final. Luego, lo usó para golpearlo con fuerza contra su cabeza. Para esas alturas, el Cresner ya se hallaba inconsciente, así que ya no sentía los impactos. No tardaría demasiado en morir.
Ivarok miraba todo con impotencia. Cualquier esperanza que quedara en él hacía tiempo que lo había abandonado. Su optimismo inicial fue desapareciendo en cuanto aquellos seres entraron en escena y masacraron a todos sus compañeros. Ahora, tan solo podía esperar a que llegara su turno para partir. Quizás, el Dios del Hielo Perpetuo le habría preparado un sitio a su lado.
Una sombra se cernió sobre él. Al verlo, supo que los dioses nunca lo salvarían. Un zumbido recorrió su mente y voces como las que sonaron a través de aquella esfera de llamada volvieron a hacerlo en su cabeza. Miraba aquel gran disco de cristal enmarcado en su rostro, el cual aumentaba la pupila dilatada del ser, una esfera roja con un punto negro minúsculo flotando en medio. Centró su atención en este, perdiéndose en su inmensidad.
"Nos abandonaron, nos repudiaron", dijo la criatura.
La pupila se contrajo un poco.
"Viajamos por mucho tiempo entre las estrellas", continuó de forma extraña, "y hemos visto la verdad".
Unas garras largas y afiladas se clavaron en el vientre de Ivarok y lo abrieron. La sangre manaba como una gran fuente de agua que acabara de ser encendida. Pegajosa y caliente, de color purpura, impregnaba todo, incluyendo esas garras, que empezaron a revolver su interior. El Gélido no dejaba de mirar ese ojo. Había quedado atrapado en él y, aunque notaba como estaban destripándolo, parecía como si no estuviera pasando en realidad. Como si pareciera no estar allí.
"Ellos nos repudiaron", se lamentaba el ser. "No fuimos lo bastante buenos para ellos y por eso, os eligieron a vosotros".
Comenzó a sentir como tiraban de sus intestinos, como se los arrancaban trozo a trozo, notando como se desenrollaban como un nudo deshecho. Vomitó sangre de su boca, llenando el interior de su casco y más salió, inundándolo poco a poco. Moriría ahogado, estaba seguro de ello.
"Hemos visto la verdad y os la vamos a mostrar, os guste o no", le habló el ser.
Ivarok fue partido en dos mitades. Una estela de sangre purpura siguió a la mitad del torso a la cabeza, que fueron lanzados a un par de metros de distancia. Sus piernas, unidas al montón de intestinos, acabaron en las manos de la criatura.
Para cuando había terminado de arrancarlas, el ser miró a su alrededor. Todos sus demás hermanos habían aniquilado a los Gélidos. No quedaba ninguno vivo. De repente, el ojo de su rostro se contrajo, volviéndose más negro, surcado por un mero disco rojo alrededor. Los seres cesaron su ataque y quedaron en trance.
"Es hora de volver", se limitó a decirles.
Vishnu comenzó a andar y, detrás de él, el resto de Olvidados lo siguieron de forma solemne. En silencio, dejaban tras de si un reguero de cadáveres y destrucción. Ninguno volvió la vista atrás, no había necesidad. Ahora, aquel mundo estaba en paz como muy pronto estaría el resto de la galaxia.
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