Capitulo 3- Su hogar (Parte 2)
(Recomiendo leercon la musica)
Ya libres de aquellos cascos, los tres Gélidos se voltearon hacia los humanos. Zeke y el resto de supervivientes de la Compañía Lobo los miraban impresionados, como si les estuvieran revelando la visión más increíble que jamás pudieran imaginar. Lo curioso es que era así. Muchos humanos matarían por ver el autentico aspecto de sus enemigos. Era un deseo lleno de curiosidad y morbo.
Heimdal los miró a todos sin mucha calma. El Gélido tenía prisa por llegar al palacio real y no podían perder más tiempo. Así que respiró un poco del cargado aire nitrogenado de Asgard y les habló a los humanos embutidos en trajes.
- Andando humanos. Nos espera un camino no demasiado largo pero nos esperan y no quiero impacientarlos.
El grupo comenzó su marcha tras Heimdal. Detrás de ellos, otros dos Alfar les cubrían las espaldas por si intentaban escaparse. Subieron la rampa, pero costaba un poco pues la superficie era resbaladiza y no había ninguna clase de estrías o puntos anclaje. Para que los iban a necesitar los Gélidos, por otro lado. Sus vehículos flotaban sobre el suelo gracias a impulsores gravitacionales. No les hacían falta. Ascendieron de forma lenta y algo insegura. De hecho, Eph tropezó en un momento dado y de no ser por el capitán Oliveira y Miranda, habría rodado cuesta abajo. Al llegar arriba, quedaron atónitos ante lo que vieron.
Sus ojos contemplaban las inmensas planicies heladas de Asgard. Llanuras recubiertas de nieve se extendían a un lado y a otro. No parecía haber otra cosa que un infinito blanco que recubría aquel lugar. La visión se volvió tan confusa para los humanos que parecían a punto de enloquecer. Zeke, sin embargo, no parecía tan alterado.
Estaba habituado a que Freyja le contase historias de cómo era su mundo. Y tal como ella le había descrito, era exactamente así. Tras los vastos campos recubiertos de nieve podía verse a la izquierda una inmensa masa acuosa que debía de tratarse de alguna clase de lago o pequeño mar. El color era verdoso, seguramente a causa de los casquetes de hielo cercanos que refractaban los rayos del pálido sol que tenían sobre ellos. Viendo que la atmósfera estaba compuesta de nitrógeno, se pregunto si el líquido que bañaba aquel mar no sería amoniaco. En caso de ser así, no se zambulliría nunca en él.
Al otro lado de ese mar, había otra gran zona de tierra desde donde se alzaba una gran montaña. Recubierta por nieve y hielo, algunas partes mostraban las paredes desnudas de color marrón muy oscuro de la formación rocosa. Siguiendo la vista al rio, se podía ver como serpenteaba por detrás de la montaña. Pegando al recodo de esta, se podían atisbar unas extrañas estructuras verticales. Parecidas a columnas, eran de un color blanco claro aunque algo oscurecido. Parecían inactivas o eso aparentaba. Cuando un súbito resplandor azul emano de la base de aquellas columnas, todos quedaron my impresionados.
- ¿Lo has visto?- le señaló Ephraim Kingston a Zeke. Este se percató pero prefería ignorarlo.
- Silencio- gritó en idioma Gélido uno de los Alfar que iba detrás.
Este empujó a Eph, quien estaba a punto de ser tirado al suelo. Zeke se interpuso entre ambos. Podía notar su respiración a través del traje, retumbando en un profundo eco. Aun no se habituaba a aquella indumentaria, pues tenía una visión algo limitada del exterior y oscurecida. Además, la opresión en su cuerpo aun no era capaz de encajarla. Pero tenía que habituarse. Y más si no quería acabar en desventaja frente al Gélido que se hallaba justo delante.
- ¿Qué ocurre ahí atrás?- preguntó Heimdal.
- Nada señor- respondió el Alfar.
- ¡Volved a formar y seguid caminando!- urgió el guardián de Asgard.
Prosiguieron con la marcha como si no hubiese ocurrido nada. Al volver la vista al frente, Zeke si encontró con la increíble imagen de una gran ciudad. Esa era, después de todo Valaskjalf, la capital de Asgard y donde se suponía que vivía el gran rey y líder de los Gélidos Odín. O Ulthar, como lo conocían en su especie.
Desde donde se hallaban no lograba más que atisbar una gran muralla de color marrón oscuro, el mismo color que el de la montaña que tenían al lado, lo cual permitía deducir de donde se extrajo el material para hacerlo. Detrás de ese muro se podían ver varias torres donde seguramente se hallaban centinelas que vigilaban el exterior de la ciudad, por si había algún ataque. Mas allá de todo aquello, no había mucho mas.
El grupo continuó caminando a paso lento pero firme. Quizás no tardarían ni media hora en llegar a las puertas de la gran ciudad y esa gran muralla que la oculta va haciéndose más grande. Zeke estaba tenso. Iban a entrar en los dominios de sus enemigos. Muchos oficiales del ejército, sobre todo de Vanguardia, darían sus vidas y las de muchos otros por ver todo aquello. Ellos iban a ser unos privilegiados pero no en la condición de espías, sino de prisioneros. Mientras se acercaban, Ralston sintió la sensación de adentrarse en las fauces de un monstruoso dragón que los engulliría y no los iba a dejar escapar. Tan solo seguirían internándose más y más en sus oscuras entrañas.
Iba encaminado en aquellos pocos esperanzadores pensamientos, cuando un fuerte rugido le llamó la atención. No solo a él, sino a todos los demás. Humanos y Gélidos viraron su vista hacia la izquierda, donde se podía ver una amplia llanura que apenas estaba recubierta de nieve y en la que se podían ver grandes rocas diseminadas por todo el lugar. Todas estaban allí puestas de forma aleatoria pero el hecho de encontrarse por toda aquella gran explanada denotaba como si alguien hubiera decidido dejarlas allí a posta, en una suerte de geológica y peculiar decoración. Pero eso no era lo inusual de aquel paisaje.
Entre aquellas rocas, moviéndose de un lado para otro, había unas extrañas criaturas cuyo aspecto rebasaba lo visto por cualquiera de los allí presentes no oriundos de Asgard. Una pequeña muestra de la enigmática fauna que habitaba aquel satélite. Las criaturas en cuestión eran unos seres de voluminoso cuerpo, de unos dos metros de altura y con una larga cola al final. Su piel era de color gris claro y estaba totalmente desnuda. Eso sorprendió a los humanos, pues se hallaban en ante un clima frio que les podría ser perjudicial. ¿Cómo harían para resistir las bajas temperaturas?
Viendo con mayor atención, Ezekiel contabilizó en total unas 30 de aquellas criaturas repartidas por aquel prado. Se fijó en cómo estos seres provistos de seis patas, 3 a cada lado, avanzaban con aparente paso lento. Zeke vio que estas formaban un arco y la planta de sus "pies" era redondeada. Quizás así soportaban mejor el peso de sus cuerpos. El grupo quedó atónito ante lo que veían y Heimdal se fue hacia las bestias pero no para centrarse en ellas, sino en el pastor que los dirigía y vigilaba.
- ¡Vantrios, viejo amigo!- saludó alegre el guerrero primogénito de Odín- ¿Cómo te va?
- ¡Xiler!- dijo el otro con voz algo agrietada-. ¿Qué haces tú por aquí?
Se acercaron hasta quedar uno frente al otro. El pastor iba a arrodillarse pero Heimdal lo detuvo.
- De eso nada- le dijo-. Eres más mayor que yo. Si alguien merece más respetos, ese eres tú.
El Gélido no tuvo más remedio que aceptar lo que el hijo de Odín le pedía. Luego, ambos tendieron sus brazos y Heimdal agarró el brazo izquierdo de Vantrios con su mano derecha, apretando con ella y zarandeando. El pastor hizo lo mismo.
- ¿Qué haces por aquí, hijo de Ulthar?- preguntó acto seguido.
- Llevar a estos prisioneros ante mi padre- señaló Heimdal con su arma, una larga y ancha espada recta-. Un pequeño obsequio de mi hermano.
- Ese Turak- murmuró Vantrios-. No me gusta nada. Sé que es hijo de tu padre pero no creo que este al nivel de ti o de Galvar. Aun le falta mucho para ser un guerrero tenaz y honorable.
- Lo sé- respondió Heimdal consternado-, pero como tú has dicho, es hijo de mi padre.
Ambos Gélidos quedaron en silencio. El leve rubor del viento acompañaba aquella tenue calma. Los humanos mientras tanto, miraban a las extrañas criaturas que Vantrios se dedicaba a vigilar. Zeke se quedó muy impresionado al ver como aquellos animales se alimentaban.
En ese lugar no había hierba o alguna clase de vegetación. Solo rocas. Así que Ralston desconocía cuál podría ser el alimento del que se nutrirían. Pero precisamente era el elemento más común de esa llanura el que proporcionaba el sustento de aquellos seres. Estas criaturas tenían una cabeza redondeada y larga provista de una extraña boca abierta en cuatro partes. Al abrirlas, se extendían las mandíbulas mostrando filas de dientes picudos y duros que poseían una mordida poderosa y destructiva. El muchacho vio impactado como el ser abrió sus enormes fauces y engullía una de las rocas, arrancando un buen trozo. Pudo escuchar como masticaba, triturándola en varios pedazos que se tragó sin problema. Quedó impresionado ante lo que contemplaba. ¿Por qué se alimentarían de rocas?
- Caramba- dijo una voz detrás.
Al volverse, Zeke se encontró con Miranda, quien observaba con la misma curiosidad aquella escena.
- Qué cosas más raras, ¿no?- habló la chica con tono curioso.
- Eso parece- terció Ralston.
- Sí que lo son- exclamó ella.
No podía verle su rostro debido a la máscara que se la ocultaba pero notó en ella una sonrisa. Lo que daría por verla. Eso le reconfortaría mucho.
Entonces, uno de los guardias se acercó a ellos y golpeó a Zeke en la espalda. Miranda se volvió hacia este, confrontándolo con su mirada pero Ralston la detuvo. No era plan de meterse en más problemas.
- ¿Y cómo están los Butragus?- preguntó Heimdal, refiriéndose a las criaturas come- piedras.
- Muy bien- le respondió Vantrios-. Poco a poco van desarrollando su dura piel los más jóvenes. Muy pronto los sacrificaremos para hacer mas cotas de protección y escudos.
- No creo que haga más falta, amigo mío- le respondió el hijo de Odín-. Viendo la tecnología que nos están proporcionando las Quimeras, no creo que nos haga falta.
- Pues es una pena- El pastor se mostraba apenado ante aquella noticia-. Pese a todo, su deliciosa carne es insustituible.
- Eso no lo pongo en duda- le dijo con una amplia sonrisa Heimdal mientras posaba su mano en su hombro en señal de complicidad.
El pastor tenía la piel algo más oscurecida que la de Heimdal. De hecho, varios pliegues de su piel se mostraban agrupados en algunas zonas de su cara. Además, sus ojos amarillos tenían un brillo más apagado. Todo ello, era una clara señal de que Vantrios era mucho más mayor que Heimdal. Aun con todo, ese supuesto anciano poseía aun una buena constitución física.
- Por cierto, ¿cómo se encuentra mi hijo Rulen?- preguntó Vantrios.
- No sé nada amigo- contestó Heimdal. Notó cierta decepción en el anciano-. Pero en cuanto sepa algo, te lo hare saber.
Vantrios parecía conforme. Heimdal mostro calma en su brillante mirada de ojos amarillos y se despidió del hombre. Luego, hizo que la peculiar comitiva volviese de nuevo a iniciar su movimiento. Los humanos miraron a Vantrios, quien se quedó observando a estos como si jamás hubiese visto a uno de ellos. Más valía que se acostumbrasen, pues seguramente aquel anciano pastor no sería el único impresionado.
El grupo continuó caminando. Mientras lo hacían, Ezekiel se percató de algo en lo que hasta ahora no habían reparado. Justo a su derecha, un poco al noroeste, pudo ver una gigantesca esfera que le dejo sin habla. ¿Como no pudo ver eso antes?
La esfera era un descomunal planeta que a Ralston le recordaba a Júpiter, el quinto planeta del Sistema Solar. Pero a diferencia del que conocía, este mundo era de color verde oscuro con varias manchas negras recubriendo algunas partes del norte. Era un mundo tenebroso y aterrador pero a la vez, fascinante y atrayente. Contuvo el aliento un poco mientras contemplaba tan inmensa esfera y prosiguió el camino.
Tenía calor. Notaba sudor recorriendo su cuerpo y sentía un fuerte agobio muy asfixiante. Deseaba arrancarse aquel maldito traje. Tan cerrado y hermético, la opresión le destrozaba por dentro. Quería gritar y deshacerse de tan apresadora indumentaria. Aunque tal vez no fuese lo adecuado. El clima de Asgard era frio y si hacia eso, no era solo el peligro de morir asfixiado, sino además, el peligro de congelarse. Así que lo mejor era permanecer con el traje puesto. Pese a lo molesto que era.
Ya estaban cada vez más cerca de la gran muralla y no tardaron en ver las amplias puertas, que para sorpresa de todos, estaban conformadas por varias columnas que bloqueaban el inmenso hueco que ejercía como entrada. Luego, no eran puertas como tal. Ya más cerca, los humanos pudieron contemplar mejor aquel muro tan largo. Conformado por fragmentos gigantescos de roca maciza que habían sido encajadas como si de un puzle se tratase. Algunos eran muy angulosos, otros más redondeados y la mayoría eran rectos. Daba la sensación de que con tan endeble arquitectura, el muro parecía a punto de desmoronarse. Afortunadamente, los pedazos de roca habían sido fijados por una especie de capa de material fijante de color negro que se hallaba en los huecos dejados por las rocas. Parecía que después de todo, los Gélidos entendían mucho de construcción.
Las grandes columnas comenzaron a descender hacia abajo. En total, eran cuatro pilares rectangulares de un oscuro negro azabache que fueron bajando hasta desaparecer bajo tierra. Todos quedaron estupefactos ante lo que veían. La tecnología de los Gélidos seria antigua y rudimentaria pero era muy eficiente. Aquellas columnas habían desaparecido ante sus ojos. Pero no era magia lo que usaban, sino un intrincado complejo de cadenas y poleas que hacían bajar y subir las columnas. Una plataforma justo debajo de las puertas era donde se hallaban las palancas que las hacían bajar.
Cruzaron la entrada sin más problemas y pasaron al otro lado. Una vez allí, vieron el palacio real. El lugar donde se encontraba Odín y su dinastía.
El palacio real se hallaba sobre una pequeña loma. Justo detrás de ella se alzaba una formación rocosa de forma puntiaguda que parecía apuntar al cielo con beligerancia. Era extraño ver edificado allí el hogar de un importante monarca como era Odín, pero tenía su explicación. Para los Gelidos, el Dios del Hielo Perpetuo confecciono su mundo a partir del hielo que emanaba de sus manos. Este hielo recorrió la tierra entera, irrumpiendo en los lugares más recónditos del planeta, cubriendo con casquetes y glaciales toda la superficie. Esos eran los lugares que quedaron marcados como sitios para ser poblados por el Linaje Congelado. Se contaba que uno de los Primeros Guerreros, Kvasir II, entró en contacto con el gran Dios en una formación rocosa puntiaguda que se formó gracias a las fauces afiladas de los glaciares. Por ello, en lugares como este, se decidieron erigir templos y monumentos en honor a esta deidad y el padre de Odín, decidió convertir ese sitio en el hogar de la dinastía Aesir.
Empezaron a caminar directos hacia el palacio. Zeke miró a un lado y a otro, fijándose en los edificios que había rodeándoles. La mayoría tenían forma rectangular y no pasaban de las plantas. Encima de ellas, se podían ver soldados Alfar armados con sus lanzas vigilándolo todo. También había en lo alto de las torres, armados con cañones de plasma de color azul. A pesar de todo, no se notaba demasiado la presencia de alta tecnología en el lugar. Se notaba que los Gélidos habían adquirido parte de ella no hacía mucho. Lo que también se notaba es que no había ni rastro de civiles. Quizás estar demasiado cerca de su líder les había hecho alejarse por seguridad. O simplemente, estaban encerrados en sus hogares.
El camino comenzó a elevarse cuando ya estaban muy cerca del palacio. Allí, cuatro Jotuns custodiaban la entrada, dos apostados a cada lado de la puerta principal y los otros dos subiendo y bajando. Soldados Alfar marchaban alrededor del palacio se apostaban en puntos estratégicos como torreones, terrazas y balcones. El palacio, más que parecer eso, aparentaba ser más una fortaleza. En el centro era una semiesfera que debía de ser el lugar donde se encontraba Odin. A su alrededor, le envolvían toda una serie de edificaciones que parecían ser zonas adicionales. Todas eran rectangulares. Bordeando el edificio principal, había tres torreones.
Zeke se quedó impactado ante la negrura del palacio. Le parecía un lugar majestuoso a la par que inquietante. Miró a sus compañeros pero al llevar los trajes, no pudo ver sus atemorizados rostros. Pero él sentía lo mismo, así que se identificaba con ellos. Heimdal, hasta ahora en cabeza, se volvió hacia ellos, listo para hablar.
- Muy bien humanos- dijo con tono autoritario-, os disponéis a entrar en los aposentos del sumo jerarca del Linaje Congelado, asi que más os vale comportaros y no llevar a cabo ninguna locura. Si no, mi padre se ocupara de daros muerte el mismo.
La advertencia era clara. Acto seguido, se dirigió a la puerta y los Jotuns la abrieron, empujando las pesadas lajas de color negro, aun mas oscuro que el de las paredes. Zeke, al igual que sus compañeros, fueron empujados al interior. Pese a no desear entrar. Querían huir. Pero no había lugar a donde escapar. Ahora estaban en un mundo desconocido. El de los Gélidos. Su hogar.
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Esto es todo. Hasta Julio no habra mas Gelida Frontera. Saludos!!!
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