Capitulo 29- Crimen y castigo (Parte 2)
24 de Junio de 2665. Sistema Krebain. Planeta Midgard. 14:04.
Su respiración sonaba reverberando con intensidad dentro de la pequeña habitación. Afuera, podía escuchar el sonido de gente yendo y viniendo. Algunos de sus gritos sonaban estridentes y la alteraban más de lo deseado. Miraba a un lado y a otro. Pese a que la estancia se hallaba iluminaba con una fuerte luz, ella se sentía envuelta en tinieblas. No era para menos. Sif era ahora prisionera de los seres que tenía que haber destruido.
Sentada en el suelo y con la espalda apoyada contra la pared del fondo de la habitación, la Gélida se hallaba desolada. Juró a su padre y a su querido reino que defendería hasta su último aliento Midgard de los invasores humanos. Fue un gran ímpetu que ella misma se estableció. Les demostraría a todos que era una gran guerrera y líder, que no tenía nada que perder y que algún día, podría llevar el peso de ser la futura monarca del Linaje Congelado. Era algo que deseaba demostrar con toda su alma. Sin embargo, aquí estaba ahora, prisionera y a la espera de que fatal destino le esperaba.
Le arrancaron sus esplendidas alas, curaron sus heridas de forma torpe y la tenían esposada. De vez en cambio, le cambiaban las bombonas de gas nitrógeno que llevaba en su espalda para que no muriera por asfixia y le daban de comer una extraña sustancia que sabía fatal. En todo momento en el que se hallaba en contacto con los humanos, se encontraba siempre bajo la vigilancia de un grupo de soldados bien armados. Por lo visto, no se fiaban demasiado de ella y hacían bien, pues la Valquiria era una consumada guerrera que podría acabar con ellos en un solo pestañeo. No obstante, las heridas por curar y su baja moral hacían que no mostrase apenas agresividad alguna. Toda ella, había sido sustituida por triste apatía.
Sollozó un poco. Tenía ganas de llorar, como cuando era solo una niña, pero intentaba no hacerlo. Se decía que eso era cosa de débiles y ella no era así. Fue algo que se impuso con férrea voluntad, creyendo de ese modo que así se sentiría mas fuerte y se mostraría mas imponentes frente al resto, aunque, en el fondo, sabía que solo era un espejismo. Deseaba con todas sus fuerzas derrumbarse.
—Galvar... —susurró.
El recuerdo de su querido hermano Thor era lo único que le acompañaba. Lo echaba tanto de menos. De toda su familia, junto con su madre, fue el único que alguna vez mostró algo de cariño por ella. De hecho, él fue algo así como su protector, siempre atento de que no le ocurriera nada malo, de socorrerla en los peores momentos. Entre ellos se formó una estrecha relación que para la joven Gélida suponía algo más. Pero todo aquello se acabó cuando su querido hermano marchó a Myrkvior. A ella le rompió el corazón su partida junto a su padre y otros hermanos. Cuando regresó, ya no quedaba rastro del apuesto muchacho que la cuidaba, solo un fuerte y portentoso hombre que la dejó inquietada por su porte y belleza.
—Galvar... —volvió a decir, esta vez al borde del llanto.
Siempre supo que había una tensión evidente entre ambos. Cada vez que estaban cerca, notaba como su cuerpo vibraba a causa de esa corriente eléctrica que la recorría de arriba a abajo. Si se tocaban, esa sensación se hacía más intensa y abrumadora. Su respiración se intensificaba y sus dos corazones latían de forma potente. Al inicio, no entendía porque le pasaba esto, pero no tardó en darse cuenta y eso, la hizo sentir horrible. No solo por su propia familia, sino por su propio pueblo. Eso que sentía estaba mal visto entre familiares. Era una asquerosa herejía que su mismísimo padre prohibió con terribles castigos para quien lo practicase. Eso era solo cosa de los asquerosos Vanir, no de los altivos Aesir.
Una solitaria lágrima cayó de su ojo. Si por ella fuera, se lo secaría, pero la mascara de su traje le impedía poder usar su mano. Notó como caía por su mejilla hasta llegar a su boca, donde degustó el amargo sabor de esta. Sola y desamparada, no dejaba de recordar como su vida cambió al decidir unirse a las Valquirias, el cuerpo de élite del ejercito Gelido. Entrenó con fiereza, luchó con encarnizamiento y trató de llegar a lo más alto. Sus ansias por ser la mejor la llevaron a terminar por convertirse en la líder del grupo, algo que ostentó con ejemplar actitud y recto criterio. Su padre y el resto se sintieron orgullosos de ella. Sif, por su parte, se sentía pletórica. Ahora, encerrada en aquel oscuro lugar, notaba que todo había sido un fracaso.
Siguió vaciando su dolor a través de incómodos recuerdos cuando la puerta de la celda se abrió. Algo temerosa, alzó la vista y se cruzó con un humano que acababa de entrar. Era de estatura media, su cabeza estaba desprovista de pelo, aunque poseía barba. Sus ojos centelleaban como dos relámpagos y tenía alguna cicatriz surcando su rostro, lo cual denotaba que era un consumado soldado. Ademas, tenía un brillante brazo metálico, claro testimonio de su paso por la guerra. El hombre se acercó con paso firme hasta quedar a no menos de un metro de Sif.
—Saludos, Esura —dijo con ronca voz—. Soy Jason Carville, comandante de las fuerzas humanas instaladas en Midgard. ¿Como te encuentras?
Sif guardó silencio, sin poder creer que aquella despreciable criatura se atreviera a preguntar por su estado. ¿Qué le importaba a él como se encontrara? ¿Acaso la ayudaría o algo así? Siendo el líder del ejército enemigo, estaba claro que era responsable directo de su desgracia. Carville, por su parte, al no notar intención alguna en la prisionera de hablar, prefirió seguir con la improvisada conversación.
—No estás en la mejor situación ahora mismo —continuó hablando el capitán—. Eres nuestra prisionera y tus fuerzas se encuentran mermadas y dispersas. Ademas, no parece que de momento los de tu especie tengan mucha intención en enviar ayuda.
La Gélida se limitó a mirarlo de una forma indiferente. No sabía si estaba tratando de provocarla, pero no lo conseguiría. Pasaba de sus lacónicos comentarios. Para ella, solo era otra sucia alimaña más que ignorar.
—Como puedes fijarte, tu destino está sellado —comentó Jason mientras se apoyaba de lado en la pared izquierda, cruzando los brazo contra su vientre—. Cuando la campaña termine, es probable que te llevemos a alguno de nuestros mundos principales. Una vez allí, serás exhibida como un trofeo. A nuestra gente le encantará ver a una de las horribles criaturas contra las que combatimos. Luego, es probable que te sometamos a un intenso interrogatorio para sacar toda la información posible sobre tu especie y la Xeno-Alianza. Si te resistes, por supuesto, serás torturada.
Carville se calló tras terminar la frase. Sif lo siguió mirando, aunque no mostró ninguna reacción ante lo que decía. Era evidente que el humano pretendía provocarla y, aunque sus palabras sonaban despreciables, prefirió aplacar su ira. Contestarle era la peor opción posible. Tenía que resistir y no mostrar debilidad. El capitán la siguió observando con paciencia, como si esperara el mejor momento para atacar.
—Después, por supuesto, serás ejecutada —dijo sin apenas inmutarse—. Será en público. Toda la población será testigo de tu muerte. Siendo una gran autoridad dentro del bando enemigo, verte caer traerá grandes esperanzas a nuestra gente. Lo necesitan y tú serás quien se las de pereciendo.
Se guardó la rabia en su interior mientras lo escuchaba. Si no estuviera esposada, se abalanzaría sobre el despreciable humano y lo mataría a golpes con sus propias manos. Poco le importaba que luego la matasen de forma horrible, al menos, se sentiría satisfecha de quitarle la vida a ese monstruo. Jason continuó observándola con calma, como si estuviera estudiando cada movimiento que hiciese.
—Claro que ese no tendría por qué ser tu destino.
Aquel comentario le resultó raro. ¿Cómo que no sería su destino la muerte? ¿Qué otra cosa podría esperarle? Sif se hallaba algo desconcertada. Aunque sabía que el humano tan solo pretendía jugar con ella, se sentía intrigada por esa frase. ¿Estaría planeando otra cosa? Se impacientó un poco y, por un momento, estuvo tentada de preguntarle, pero prefirió seguir callada y no mostrarse débil. Eso era lo que pretendía, dejarla vulnerable para aprovecharse y se lo iba a permitir. Siguió a la defensiva, sin decir palabra alguna.
—Créeme, tu silencio no te va a ayudar —expresó hierático Carville.
Una leve sonrisa se dibujó en su cara. A Sif le resultó siniestra. Seguía sin entender que pretendía ese humano, pero estaba claro que jugaba con ella. Continuó atenta, lista para cualquier ataque.
—Bueno, como veo que no estás dispuesta a hablar, te lo contaré de todos modos.
No entendió eso. ¿Para que pretendía contarle sus planes? ¿Qué sacaba con ello? Aunque reacia a escucharlo, sintió curiosidad. Tal vez podría extraer algo interesante. Ademas, no tenía mucho mas que hacer. Estaba allí atrapada y no tenía a donde ir.
—Vamos a contactar con tu padre, el gran rey de los Gélidos —dijo con cierta grandilocuencia—. Queremos proponerle un trato.
Aquella revelación la dejó muy extrañada. ¿Cómo que le iban a proponer un trato? Su padre jamas aceptaría algo así. Él nunca negociaba con nadie, sino que derrotaba a todo el que se ponía por delante. El plan del humano resultaba ridículo. Iba a contestarle de forma burlona, pero decidió seguir en silencio. Al no ver reacción en ella, Carville siguió.
—Tenemos pensado hacer un intercambio —habló el capitán. Tu vida a cambio de un artefacto de la Primera Raza que se encuentra en poder de los tuyos. ¿Qué te parece?
¿Un artefacto? No tenía conocimiento de que su padre o alguno de su especie hubiera logrado recuperar vieja tecnología de esa civilización que tanto obsesionaba a las Quimeras, pero estaba claro que así debía ser. Y pretendían hacerse con él cambiándolo por ella. ¿En serio creía que era un buen plan? Quiso reír, pero optó por seguir callada.
Jason la miraba entre fascinado y paciente. Para el capitán, Sif era una forma de vida exótica y misteriosa que lo llenaba de excesiva curiosidad. La Gélida llegaba a intuir que incluso percibía cierta excitación en él. Era consciente de la atracción que generaba en los humanos, algo que no podría asquearla más. No eran más que unos salvajes, como los Inmortales.
—Veo que no quieres hablar —señaló Jason—. Bueno, solo pasaba para informarte. Dejaré que te lo pienses con detenimiento porque creo que es la única opción buena que tienes. En fin, te dejo.
Se dio la vuelta, listo para marcharse. Fue dar un par de pasos, cuando Sif habló.
—Si crees que mi padre entregará el artefacto para negociar mi vida, es que no le conoces para nada —dijo la Gélida con seguridad.
Carville se volvió un poco tenso al escucharla.
—Él es un gran guerrero y un consumado líder —comentó con reverberante voz—. Si quiere verme de vuelta, vendrá hasta aquí con sus ejércitos y os destruirá a todos, pero jamás se sentará a dialogar con vosotros, malditos idiotas. Para él no sois mas que escoria muerta.
Por un momento, mas que haber allí una indefensa prisionera, había más bien una encolerizada bestia.
—Haced lo que queráis conmigo. —Parecía estar amenazándole—. Solo conseguiréis enfurecerlo más.
Jason no dijo nada. Tan solo se limitó a salir de allí y cuando la puerta se cerró, Sif respiró aliviada. Aunque seguía algo entristecida, se notaba más eufórica y alegre. Amenazar a ese patético humano le encantó. Fue algo increíble y, pese a seguir siendo prisionera de su enemigo, no pudo sentirse más feliz.
La tristeza regresaría, pero de momento, disfrutaría de su pequeña victoria.
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En unos días tendréis la tercera parte. Ya estamos terminando esta historia, aunque todavía nos quedan un par de sorpresas mas.
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