Capitulo 28- Dolor (Parte 3)
Los recuerdos pesaban en su conciencia. Cada vez que alguno de esos momentos afloraba de nuevo, se ponía mas tensa. Tenía que calmarse. Por ella, por todos.
El grupo siguió recorriendo el pasillo, atentos ante cualquier posible presencia enemiga. De hecho, más de uno ya tenía su dedo apoyado en el gatillo, listos para tan solo apuntar y disparar. En aquellas circunstancias, mas valía ser rápida si no se quería acabar muerta.
Walker sentía los nervios aflorar de manera continua. No deseaba perder el control, pero el agobio de la misión la estaba matando y los recuerdos no hacían más que darle el remate. Pegada contra una pared metálica, avanzaba con cuidado, muy atenta e cualquier movimiento enemigo. De repente, escuchó unos pasos.
—Atentos, se acercan enemigos —dijo a los soldados.
Todo el grupo se replegó un poco mas atrás para estar más cubierto. Sonya concluyó que lo mejor sería pillarles desprevenidos en una buena emboscada, lo cual les daría ventaja para eliminarlos. Cubierta tras unas cajas, la sargento mayor apuntó con su rifle hacia donde venían los enemigos.
—Preparados —habló mientras el ruido de los pasos se hacía más cercano.
El resto del pelotón estaba muy tenso. Habib temblaba, Estrada apenas podía contener la respiración, a Carter se le iba a salir el corazón por la boca. Tan solo Kingston aparentaba algo de normalidad. A pesar de lo desesperados que pudieran estar, el grupo estaba más que listo para luchar.
Escucharon los pasos ya redoblar a unos metros de ellos. Entonces, Walker lo tuvo claro: había que atacar.
—¡Fuego! —gritó con todas sus fuerzas.
Ella se disponía a apretar el gatillo, pero cuando vio quien entraba, apenas lo movió.
—¡Esperad! —gritó, pero ya era tarde.
Nada mas aparecer el primer enemigo, lo acribillaron a tiros. Otro que vino detrás también fue masacrado sin piedad. El resto del grupo retrocedió despavorido ante el repentino ataque. Sonya no daba crédito ante lo que acababa de pasar y sus soldados dejaron de disparar cuando vieron caer a los abatidos. Entonces, el horror no tardó en hacer acto de presencia. El problema no era que hubiesen acabado con ellos, eso en realidad, era algo bueno. Lo terrible era que no se trataban de Gélidos, sino de humanos. Cuando todos los soldados vieron lo que acababan de hacer, sentían como si sus almas murieran en ese mismo instante.
—¡No! —gritó una chica muy dolida.
23 de Junio de 2665. Sistema Hercolubus. Planeta Alectus. 18:07.
Schliemann era incapaz de poder creer lo que veía cuando asomó por el pasillo tras haber cesado los disparos. Delante de ellos, tenía los cuerpos del padre y la hija con los que habían escapado. El hombre sostenía a la pobre niña entre sus brazos, acurrucándola contra él para protegerla, aunque de poco sirvió. Estaban llenos de agujeros, inflingidos por los disparos que habían recibido por parte de los soldados. La sangre roja ya manchaba el suelo, formando inmensas charcas. Sin embargo, lo que lo dejó petrificado por completo fue contemplar el cuerpo de Takeshi Tsujihara justo detrás de los otros dos y como su hermana se arrodillaba a su lado.
—Takeshi, no —musitaba la joven mientras acariciaba el pelo de su ya difunto hermano.
El resto de los supervivientes vino detrás del científico y quedó horrorizado ante la estampa. Carlos, que venía el último, no pudo creer lo que veía.
Walker y el resto de su pelotón salieron de la cobertura, incapaces de creer lo que acababa de ocurrir. Se retiró la parte delantera del casco para ver mejor lo ocurrido y no daba crédito. Algo en su interior se resquebrajaba conforme mas miraba. Los otros soldados apenas podían articular palabra al ver lo que acababan de hacer. Alguno ya lloraba en silencio, al darse cuenta del atroz crimen que acababa de cometer.
La sargento miró al resto de civiles y no tardó en atisbar a alguien que le resultaba conocido, el profesor Ernest Schliemann. Avanzó un par de pasos y se acercó a él.
—¿Usted es el profesor Schliemann? —preguntó mientras pasaba por el lado del cuerpo de Ryo.
El hombre, que todavía se hallaba en estado catatónico, no tardó en mirar a la mujer enfundada en una armadura negra y respiró intranquilo.
—Él mismo —contestó muy tenso—. ¿Por?
—Hemos venido para sacarlo de este lugar —contestó Sonya.
Los ojos del xenoarqueólogo se volvieron hacia su ayudante muerto y las dudas no tardaron en asaltarle. La sargento no tardó en percatarse de ello.
—Siento lo ocurrido —se disculpó—. Pensábamos que eran enemigos y en medio del fragor del combate...
—¡Malditos asesinos! —empezó a gritar Nozomi.
Walker se dio la vuelta y vio como la chica japonesa se acercaba. Una cinta de su largo pelo negro ocultaba medio rostro y sus verdosos ojos estaban cuajados de lágrimas. Se colocó frente a ella y comenzó a golpearla en el pecho.
—¡Sois unos monstruos! —gritaba desesperada—. ¡Lo habéis matado! ¡Lo habéis matado!
Habib ya se adelantó para frenar a la muchacha, pero Sonya la dejó hacer. No era la única persona que había dejado morir en esos días y lo cierto era que merecía semejante reprimenda. Las dudas la empezaron a asaltar cuando miró el cuerpo del joven que yacía inerte en el suelo.
Schliemann seguía incapaz de saber que decisión tomar. Estaba claro que ellos eran la ayuda que acababan de enviar, pero tras lo ocurrido con su ayudante, no tenía claro que fuera ya una buena idea ir con ellos. Observó el cuerpo del joven y cada vez, tenía más claro que la situación se estaba volviendo más y más difícil.
—Señor, tiene que venir con nosotros —le decía Walker, pero cada vez, notaba a la mujer y todo lo que le rodeaba como algo muy distante.
De repente, un chasquido inundó sus oídos. Más no tardaron en hacerlo. Los gritos no tardaron en llegar.
—¡Vienen tras nosotros! —dijo uno de los supervivientes que lo acompañaba.
Walker y varios de sus soldados se adelantaron para enfrentar al recién llegado enemigo. Schliemann se volvió y se encontró con el confuso rostro de su otro ayudante, Carlos. Ambos se miraron. El chico, alto y fornido, lo miraba confuso, con una expresión de miedo en su cara. Pese a todo, una leve sonrisa de confianza surgió, diciéndole que todo saldría bien. Y esa sonrisa fue lo último que quedaría dibujado en su rostro, pues una bola de plasma azulada impactó justo en la parte trasera de su cabeza. Más disparos llegaron hacia ellos, hiriendo a varios.
—¡Llevároslos de aquí! —gritaba la sargento.
Alguien tiró de Schliemann y lo fue alejando del ya probablemente muerto Carlos. Vio como Habib agarraba a Nozomi y la sacaba a rastras de allí, dejando a su hermano atrás. Se escucharon disparos y los gritos de Walker mientras peleaba contra los Gélidos. Los soldados los sacaron de allí, poniéndolos en rumbo hacia un lugar donde estarían a salvo, pero el profesor hacía mucho tiempo que había llegado a una gran conclusión: no estarían a salvo en ningún lugar. Ya no.
Walker disparaba sin cesar contra los atacantes. Su mente ya tan solo estaba llena más que de rabia y dolor. Lo que acababa de ocurrir, lo que días atrás presenció. Todo eso era un peligroso cóctel que había detonado, desatando el lado más salvaje y despiadado de la sargento. Ya todo le daba lo mismo, lo único que deseaba era ver morir a sus enemigos, costara lo que costase.
Más soldados se unieron a su lucha. Vio que se trataban de Allen, Carter y Kingston. Juntos, avanzaron por los pasillos. Pese a que los Alfars les atacaban con fiereza, lograban evitar los disparos y eliminarlos con rapidez. Por lo visto, estaban ante un grupo fragmentado y des-coordinado al que habían pillado desprevenido, así que no les estaba resultando tan difícil acabar con ellos.
—Allen, Kingston, id por el flanco izquierdo para pillar desprevenido a este grupo —ordenó la mujer enérgica—. Carter, tu vienes conmigo.
La chica asintió con claridad. Mientras que la otra pareja tomaba un pasillo por la izquierda. Walker y Carter avanzaron por el otro. Recibieron varios disparos, pero usaron una estantería para cubrirse. La sargento sintió chispas del impacto de las bolas de plasma contra el metal rozando su armadura, pero no le dio importancia. Esperó a que cesase el fuego y dio señal a su acompañante para que avanzase.
No tardaron en cruzar el pasillo y vieron a sus enemigos. Tres Alfars retrocedían, apuntando con sus lanzas para abrir fuego. Sin dudarlo, Walker disparó. Apoyada por Carter, diezmaron al trío enemigo, quien cayó fulminado ante el imparable ataque de las dos mujeres. Se miraron por un instante, muy satisfechas al ver como los habían eliminado con rapidez. Sin embargo, no había momento para las celebraciones. Mas Gelidos no tardaron en aparecer por su izquierda y, además, disparándoles.
—¡Corre hacia el otro pasillo! —le dijo a Carter.
Ella abrió fuego contra los Alfars, cuatro en total. Logró herir a uno, pero eso no los detuvo mientras iban tras ellas. Al final, consiguieron acertarle en el hombro. Sonya saltó hasta cubrirse en una pared, sintiendo como la piel le ardía un poco. Sin embargo, no se preocupó demasiado por ello.
Asomándose un poco, vio como los Alfars se posicionaban para atacarlas y no tardaron en abrir fuego. Sonya se echó hacia un lado para evitar el fuego enemigo.
—¿Tienes granadas? —preguntó a Carter.
La chica negó con su cabeza. Walker maldijo por lo bajo. A ella ya no le quedaban. Lo único que podían hacer era esperar a que Allen y Kingston apareciesen. A quemarropa, disparó para evitar que los Alfars se acercaran. Estos no se movieron de sus posiciones, lo cual le dio más seguridad a la sargento. Esperaron pacientes, pero alguien les encontró antes.
—¡Malditas humanas! —masculló enfurecido una grave voz.
Carter acabó estampada contra la pared de enfrente. Walker se preocupó, aunque cayó en al cuenta de que el traje armadura amortiguaría el golpe. Ella, sin embargo, no iba a tener tanta suerte.
Nada mas volverse, el enemigo le dio un fuerte puñetazo en al cara. Notó la parte delantera de la mascara desacoplarse y notaba que se movía un poco, aunque lo peor fue que el feo golpe la dejó desorientada y dolorida. Con todo, logró alzar su rifle para abrir fuego, pero su contrincante la agarró con fuera y la golpeó en el rostro con su propia arma, haciendo que la mujer cayera para atrás. En ese mismo instante, la mascara se le terminó de separar. Sin ella, pudo ver mejor a su atacante.
—Eres patética —le espetó Dronan.
Desde su posición, Sonya podía observar en toda su ominosa forma al Huskarl, con su negra armadura brillando de forma siniestra. Tenía sus espadas envainas a la espalda y, pese a que parecía posible que las usase, no parecía tener mucha intención. Walker parecía dispuesta para luchar, pro cuando vio su arma en manos de Dronan, supo que las cosas iban a ser más complicadas.
—Ja —carcajeó un poco—. Me voy a divertir mucho contigo.
La sargento se llevó la mano a la cadera, donde tenía su pistola, pero cuando el Gelido le pegó una fuerte patada en el costado, tuvo claro que las cosas no iban a ser fáciles.
De repente, Carter abrió fuego contra el Gélido. Fue lago inesperado. Ni Walker ni su enemigo la vieron. Tan solo el sordo ruido de los disparos y el tintineo de los casquillos al caer sobre el suelo fue lo que llegaron a percibir. La joven se movió con rapidez alrededor del Huskarl, quien se retorcía en dolor al sentir las balas impactando contra su cuerpo. Continuó así hasta que la munición se agotó y entonces, se vio completamente indefensa.
—¡Maldita seas! —aulló furioso Dronan.
Pese a haberlo cosido a tiros, tan solo dos balas penetraron en la armadura. Jadeante, el Gelido fue directo a por la soldado. Antes que ella pudiera siquiera recargar, le dio un fuerte puñetazo en la cara, tirándola al suelo. Agarró el rifle y tras mirarla por un momento, tratando de incorporarse, el Huskarl comenzó a golpearla con este.
Sonya, todavía desorientada, escuchaba los gritos de ayuda de Carter y los secos impactos que Dronan le infligía. Escuchar esto, le hizo recordar un dolor inmenso que ya nunca podría abandonarla.
El pitido de la maquina no cesaba. En otras circunstancias, podría parecerle algo terrible, pero ahora, le resultaba el sonido más reconfortante de todos los que había escuchado jamás. Sonya respiraba intranquila mientras sus ojos no se despegaban de la chica rubia que dormía sobre la cama. No quería pensar en lo que iba a suceder, no deseaba que ese pensamiento cruzase por su mente. Intentaba apartarlo lo más rápido posible. Tan solo quería contemplarla, aunque fuera por una ultima vez.
Tina descansaba placida, como si nada de lo que la rodease pudiera perturbarla. Sus ojos permanecían cerrados y su pecho no dejaba de subir y bajar con cada una de sus profundas respiraciones. Walker la tenía cogida bien fuerte de la mano, como si no pretendiera dejarla escapar. Sentía la suavidad de su piel y la calidez que emanaba. Seguía viva, mas que nunca si uno lo pensaba. Por eso, estaba aterrorizada ante lo que iba a suceder.
Dos enfermeros aparecieron y comenzaron a prepararlo todo. Esto inquietó a la sargento, quien como reacción instantánea, apretó la mano de la cabo. Miró a como aquellos dos hombres comenzaban a llevar cosas de un lado a otro y no podía evitar imaginar que se lanzaba sobre ellos para noquearlos y llevarse a Tina de allí, huir con ella lo mas lejos posible, pese a que la Confederación las perseguiría por desertoras, pero no le importaba. Estando con ella a su lado, podrían huir a los confines de las estrellas si hacía falta. No la perdería. De repente, el medico entró.
—¿Está listo todo? —preguntó.
Ambos enfermeros asintieron de manera afirmativa. El doctor parecía satisfecho con la respuesta, cosa que atemorizó a Walker. De hecho, la mujer se puso muy tensa al ver como el hombre miraba a Tina. Algo en su ser le hacía ver que no estaba preparada par afrontar este momento, por mas que se hubiera dicho que lo estaría.
—Perfecto, podemos empezar —concluyó el hombre.
La respiración de Sonya se atropelló al oir eso. Miró a Tina y algo dentro de ella se revolvió No podía, no estaba preparada para algo así. Un poco de sudor caía por su frente mientras en su cabeza se agolpaban miles de sensaciones, todas desagradables.
—Disculpe —le dijo de repente el medico— ¿se encuentra ahora mejor o tendremos que sacarla de aquí de nuevo?
Aquella pregunta le pareció de lo mas impertinente que jamas había escuchado. Por poco y no se abalanzaba sobre el hombre para estrangularlo hasta que se le salieran los ojos de sus cuencas.
—No se preocupe —contestó seca—. Esta vez estaré mejor.
Había hecho falta que el mismísimo capitán de Vanguardia, Jason Carville, viniera para tranquilizarla. Ella, al verlo, creyó vislumbrar algo de esperazna y trató de convencerlo para que parase aquello. Sin embargo, Carville no haría nada. Era petición de la familia de Tina y él no podía intervenir en algo así. Walker le suplicó, llegando a decirle que haría o que fuese, pero al final, fue inútil. No tuvo mas remedio que hacerse a tan terrible idea, cosa que la frustró y enfureció mucho más. Tan solo le pidió al capitán estar presente cuando desconectasen a Tina. Deseaba aprovechar su último momento con ella. Reticente, el hombre aceptó.
Permaneció allí, sosteniendo la mano de la persona que mas había amado y sentía una enorme pena por dentro. ¿Por qué no podía ser feliz, aunque solo fuera por una maldita vez? ¿Acaso su vida estaba condenada a perder a toda persona que amase? ¿Esa sería su maldición? Aquellas preguntas le resultaban terribles e injustas. Era como si una entidad desconocida se hubiera encaprichado con ella y hubiese decidido que su vida sería lo mas desgraciada posible.
Vio como los enfermeros comenzaban a retirar cables de la maquina de soporte vital y un súbito escalofrío recorrió su cuerpo. Miró a Tina, luego hacia la maquina. Las constantes vitales parecían estables, pero solo era cuestión de tiempo que aquello desapareciese.
—Muy bien, vamos a ello —dijo el medico.
Hizo una seña y uno de los enfermeros comenzó a desactivar botones. Sonya sentía un pálpito en su interior, como al bajar cada botón, algo quebraba en su interior. En la pantalla, el nivel de pulsaciones del corazón se ralentizaba y la frecuencia de respiraciones disminuía. Apretó la mano de la cabo. El enfermero siguió desconectando botones hasta que llegó al último cable. La sargento miró a la chica. Una solitaria lágrima cayó por su rostro. El enfermero lo retiró. Se escuchó un fuerte pitido.
Tina respiró una vez mas, solo una. A Walker le temblaba el lado izquierdo de la cara y más lagrimas fueron derramadas. Siguió apretando la mano de Tina y, aunque seguía tibia, ya empezó a notarla inerte. Bajó la cabeza un poco y sollozó. El medico la miraba impasible.
—Lo siento mucho —se limitó a decir.
Permaneció con los ojos cerrados, atrapada en una impostada oscuridad de la que no deseaba salir. No quería abrirlos, no podía. Aquello no estaba pasando, era solo una maldita pesadilla. Imaginaba que si los abría, Tina estaría en la cama, herida, pero viva. Mirandola con sus hermosos ojos azules, la sonreiría con dulzura, pero sabía que no sería así. Cuando levantó sus parpados, lo único que encontró fue el cuerpo sin vida de la cabo.
Permaneció en ese estado, tratando de aceptar la realidad que tenía delante. Fue en ese momento, cuando sintió una fría mano acariciar su hombro. Fue como si la mismísima Muerte hubiera decidido personarse para hacerle uan visita. Por un momento, creyó que vendría por ella y en cierta manera, deseaba que se la llevara. Al volverse, no obstante, se dio cuenta de que no era ninguna deidad sobrenatural, sino tan solo del capitán Carville.
—Es hora de partir —le dijo con sombría voz.
En la guerra, nunca había descanso, ni siquiera para llorar por los muertos. Ahora debía prepararse para la misión hacia Hercolobus y su equipo ya la esperaba. Era la hora.
Se levantó y, antes de marcharse con Carville, se acercó al cuerpo de Tina para darle un último beso en la frente. Era momento de decir adiós, aunque ella no deseaba despedirse.
Walker veía con horror como Dronana se ensañaba con la pobre Carter. El Gélido disfrutaba de la tremenda paliza que le estaba dando a la indefensa chica. En ese momento, un odio irredento comenzó a crecer en ella. No solo por lo que contemplaba en ese momento, sino por todo lo demás. Por Tina, por todos los otros caídos, por ese horror en el que vivía atrapada. "Tu nunca lo harías". Ya lo hizo una vez y podía hacerlo muchas mas.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, se levantó y, pese al dolor de los golpes recibidos, consiguió llegar hasta el Gélido. Este seguía empeñado en destrozar a la patética humana que tenía delante, así que ni se percató de lo que estaba a punto de ocurrir. Walker sacó su pistola, apunto a la cabeza y apretó el gatillo.
El silbido del tiro resonó por todo el pasillo, continuado de un fuerte grito. Sonya creyó que el Huskarl moriría de un disparo tan cercano, pero para su sorpresa, no fue así. Le había acertado en la mandíbula. Una gran hendidura se había abierto en el casco y le había rasgado media boca. La sangre se escapaba por el hueco abierto y una pequeña cascada purpura se derramaba por todo el suelo. Dronan jadeaba desesperado mientras notaba, además de la terrible herida, el toxico oxigeno a punto de asfixiarlo. Miró a la sargento por un momento. Ella creyó percibir furia en ese inexpresivo rostro y recibió un fuerte golpe en el vientre que la lanzó contra la pared de detrás. Justo en ese mismo instante, Kingston y Allen aparecieron.
—¡Sargento! —gritó enérgica la muchacha.
Los Alfars, hasta ahora resguardados en el otro pasillo, no tardaron en aparecer y entablar combate con la pareja. Dronan aprovechó para escapar.
—¡Morid, bastardos! —aullaba la hermana de Eph Kingston mientras disparaba a sus enemigos.
Mientras tanto, Walker logró recuperar algo de aire y se arrastró hasta Carter. La encontró tendida de lado en el suelo y un enorme pánico la inundó. De repente, sentía la necesidad de saber que esa chica al a que apenas conocía estuviera bien y la desesperación no tardó en hacer acto de presencia cuando al moverla, no vio reacción por su parte.
—No, no, no —comenzó a decir muy nerviosa.
—Sargento, tenemos que largarnos —le decía alterada Kingston, quien no dejaba de disparar.
Allen recibió un disparo en el hombro y casi perdía el equilibrio. Por suerte, su compañera lo sostuvo a tiempo. Al inspeccionarlo un poco y ver que no tenía ninguna herida, siguieron luchando contra los Alfars, quienes no parecían desistir en su ataque. Sin embargo, Walker no estaba para eso. Siguió moviendo a Carter, desesperada porque a ella no le hubiera ocurrido lo mismo. Entonces, la vio moverse.
—Kingston, ayúdame —le pidió a la soldado—. Carter está grave y necesito que me ayudes a moverla.
Kingston obedeció sin rechistar y cogió a Carter por un brazo. Sonya lo hizo del otro y, juntas, la llevaron en peso para sacarla de allí. Allen las cubrió mientras escapaban.
Volvieron sobre sus pasos hasta llegar a un amplio hangar donde se hallaba un Buitre listo para evacuar a todos los supervivientes. Una vez allí, vio a todos los soldados sanos y salvos, algo que la reconfortó un poco, aunque al ver a los civiles, supo que aquella sensación era más intermitente de lo que creía. Walker llamó a Estrada para que se ocupase de Carter, la cual parecía herida, pero sabía que estaría bien. Después de dejarla con él, fue a ver al sargento Habib.
De camino, se fijó que en la nave estaban tanto el profesro Schliemann como su ayudante Nozomi. La chica japonesa estaba abrazada al alemán. Ella sollozaba desconsolada mientras que él permanecía con la mirada vacía. Por lo visto, aún era incapaz de poder asimilar lo ocurrido. Ella también estaba pasando por lo mismo, pero prefirió que ese malestar no la atormentase por el bien de la misión. Llegó hasta Habib, el cual estaba tapando los cuerpos de los tres fallecidos que ellos habían matado. Por lo visto, habían logrado llevárselo durante el ataque
—¿Cómo está todo, sargento? —preguntó algo tensa.
El hombre le devolvió la mirada y pudo notar mucha tristeza en ellos. Estaba claro que se hallaba muy afectado por lo ocurrido. De hecho, ni siquiera la prestó algo de atención a la sargento mayor. En vez de eso miraba el cuerpo sin vida de la niña, oculto bajo una manta. Walker se colocó justo a su lado. Se quedó a la espera de que le dijese algo y no tardó en hacerlo.
—Tengo una hija de la misma edad. —La voz del hombre sonaba quebrada y angustiosa.
Sonya, al darse cuenta de como estaba, decidió hablarle.
—No lo vimos venir, Habib —se dejó de formalidades. Hablaba con un hombre destrozado, no con un soldado—. En todo caso, yo tengo la responsabilidad en todo esto.
—¿De qué? ¿De no ver por las paredes? —dijo el hombre mientras la miraba. Notaba lagrimas ya brotando de sus ojos— Usted fue la única que no abrió fuego. Fuimos nosotros quienes disparamos sin cesar. Somos unos asesinos, usted no.
—¡Yo di la maldita orden! —habló con disgusto Walker—. Si alguien responderá por esto, seré yo, no vosotros.
—Todos los haremos —comentó Habib fatalista.
Lo dejó allí. Volvió sobre sus pasos hasta donde se hallaba Carter, que estaba siendo atendida por Estrada. Se había quitado el casco y podía ver su pelo negro algo revuelto. Además, tenía el rostro algo colorado y una expresión de fatiga dibujaba su rostro. Le recordaba a Tina, tan joven y, en apariencia, vulnerable. Se preguntó si serían similares, aunque por el tatuaje tribal que llevaba Wynona en su rostro, supo que Hughes jamás se haría algo así. Se dirigió a ella para ver como se encontraba.
—¿Que tal está todo? —preguntó.
El medico se volvió mientras revisaba cosas en una pantalla dgitlal que tenía en su brazo. Se volvió hacia Walker al escucharla y la mirada del hombre la sorprendió. Tenía unos ojos azules claros muy bonitos. Se sintió deslumbrada por esa brillo tan intenso que tenían. Le parecía muy atractivo, aunque ese no era el momento para despistarse con algo así.
—Todo bien —comentó—, pero creo que deberíamos largarnos.
—Si, esa es una buena idea —coincidió con su idea—. Que todos recojan y marchémonos.
Se acercó a Carter. Notaba a la chica un poco conmocionada, sentada sobre una caja de metal. Se colocó frente a ella y analizó su estado. La muchacha se mostró un poco cohibida, pero se dejó hacer cuando la miró por la cara, brazos y torso.
—Te duele mucho? —preguntó Walker.
Wynona se quedó algo callada. Le recordaba tanto a tina que un nudo se le estaba formando en el estomago. De hecho, tras toda la adrenalina descargada, se volvía a notar vulnerable ante ella. Y ese malestar crecía al recordar lo ocurrido antes con los tres civiles. Intentó controlarse. En eso, Carter respondió.
—No demasiado —dijo en un fino hilillo de voz.
—Perfecto —comentó la sargento.
Tras acariciar un poco su pelo, se volvió al resto de su unidad para hablarles.
—Muy bien, es hora marcharse. Recogedlo todo.
Así hicieron. Mientras Habib y otros dos soldados metían los cuerpos de los civiles fallecidos, todo ello bajo la impasible mirada de los supervivientes. Ya con todos arriba, Walker decidió informar a Harkness.
—Chicos, ¿cómo ha ido todo? —preguntó algo impaciente— ¿Habéis conseguido el artefacto?
—Negativo —respondió enseguida el capitán— ¿Cómo os ha ido a vosotros?
La pregunta no podría ser mas inoportuna, pero sabía que no le quedaba mas remedio que responder.
—Hemos rescatado al profesor Schliemann, pero hemos perdido a parte de su equipo. —Se sintió fatal al decir esto—. Cometí un grave error y...
—Muy bien, ahora salid de ahí y regresad a la nave —la interrumpió sin mas—. Nosotros vamos de camino.
—Recibido —dijo antes de que la comunicación se cortase.
La nave despegó y no tardó en marcharse de la colonia. Walker miró a cada uno de los que había allí. Notaba sus miradas perdidas, llenas de miedo y tristeza. Así se sentía ella ahora. Al igual que todos, había perdido alguien a quien amaba. Se preguntaba si de verdad merecía la pena tanto sacrificio tantas vidas dadas a cambio de nada. Siguió haciéndose esa pregunta mientras sentía un profundo dolor que sabía, ya nunca la iba a abandonar.
23 de Junio de 2665. Sistema Hercolubus. Planeta Alectus. 18:16.
El artefacto ya estaba en el Hraesvelrg. Loki miraba con orgullo como todos embarcaban. Había oído que los humanos habían enviado a un par de equipos y que sus soldados habían entablado combate con ellos. Gracias a su resistencia, habían logrado mantener a esos sucios simios a ralla el tiempo suficiente para lograr transportar la reliquia, alejándola de sus sucias manos. Satisfecho por todo ello, decidió que era el momento de marcharse.
Se dirigió hacia la nave, pero antes de llegar, escuchó unos pasos detrás. Al volverse, se encontró con alguien a quien no esperaba, al menos, en las condiciones que venía.
—Vaya, Dronan —expresó algo sorprendido.
El Huskarl apareció tambaleandose. Una de sus manos, taponaba la terrible herida producto del disparo de Walker. La sangre salía de la hendidura abierta. Toda la mano y el brazo estaban manchados, igual que su torso y algo de las piernas. Era una imagen dantesca y el príncipe Gelido no quedó indiferente ante ello.
—No te veo muy bien —dijo con cierto tono de disgusto.
Dronan no apreció impresionado por sus palabras y se arrastró hacia él. Cada paso que daba parecía amenazar con hacer que cayera. Loki retrocedió asqueado. No podía creer que su guardia hubiera terminado en ese estado, moviéndose como si tuviera alguna clase de enfermedad mental, aunque viendo el gran hueco abierto en su casco, imaginaba que el oxigeno ya habría afectado su mente. El Huskarl siguió con su penoso andar hasta que precipitó contra el suelo, ya incapaz de continuar su avance.
Lo observó pro un momento. Escuchaba el jadeante sonido de su respiración, señal inequívoca de lo mucho que luchaba por sobrevivir, pese a que ya no le quedaban muchas oportunidades. Dio un par de pasos hasta quedar cerca de él. Entonces, Dronan alzó su cabeza. Intentó hablar, pero entre la terrible herida y la asfixia, era incapaz de articular palabra. Loki continuó mirándolo indiferente, sin mostrar emoción alguna. Entonces, se inclinó y, con un suave timbre de voz, le dijo:
—Tranquilo, yo te ayudaré.
Se alzó de nuevo, desenvainó su espada y la clavó por la punta en el cuello del Huskarl. Este emitió un súbito bufido y se retorció con horror. Apenas pudo hacer nada por frenar a su jefe, más allá de mirarlo con desesperación. Loki apretó con ganas y escuchó el crujido de las cervicales al romperse. Giró la espada, asegurándose de que el hueso quedase bien quebrado. Droana levantó su cabeza una última vez y luego, acabó de lado sobre el suelo. El gran guerrero yacía ahora muerto.
Loki sacó su espada, la limpió con la capa que lo recubría y la guardó. Observó el cadáver de su subalterno sin mucho interés y se dio la vuelta, regresando a la nave. Ya dentro, se dirigió a la cabina y habló con los pilotos:
—Contactad con la Niddhogg —ordenó—. Que comiencen a cargar los cañones de energía. Cuando llegue al puente, que abran fuego y revienten esta colonia con todo lo que hay dentro, ¿entendido?
Los pilotos le entendieron a la perfección y tras contactar, despegaron de allí. Loki sonrió, no solo satisfecho de la misión cumplida, sino de todo el derramamiento de sangre que dejaba atrás.
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Uno de los capítulos mas duros y tristes que he escrito en mucho tiempo, esa es la sensación que me deja todo esto. He tardado en volver, pero entre las oposiciones y otros asuntos, he estado desconectado. Ahora vuelvo con mas ganas y en nada, terminamos esto. Solo quedan dos capítulos y el epilogo.
Me gustaría comentar una cosilla y me encantaría saber vuestra opinión. Si sois seguidores habituales, habréis visto que ahora hay un muro de pago en Dioses del espacio. Es después del capitulo 10 y forma parte de un programa beta para el que Wattpad me ha seleccionado. La intención es recompensar a los escritores tras tantos años de duro trabajo a través de los lectores. Sé que habrá mas de uno que no le guste esta idea, pero entended que para nosotros es una gran oportunidad de abrirnos paso por el mundo del a escritura y ganar algo de dinero. No está por cierto, implementado en todos los países de habla hispana, tan solo en Mexico. Aquellos que sois de otros países, podéis decirme como está la novela en estos momentos? Lo agradecería.
Por otra parte, os querría hacer una pregunta. A pesar de que no ha concluido el libro, cual es hasta ahora vuestro capitulo favorito? Me encantaría saberlo.
Un saludo y gracias por leer.
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