23 de Junio de 2665. Sistema Hercolubus. Planeta Alectus. 17: 47.
El miedo podía verse reflejado en sus aterrados ojos. No podía creer que en tres horas hubieran sido capaces de hacer algo tan terrible. Arrodillado, el profesor Schliemann fue testigo directo de las atrocidades que Loki y sus soldados hicieron sobre varias de las personas que había en el hangar junto con él. Todo ello, con el pretexto de saber donde se encontraba el artefacto que habían descubierto.
El profesor miraba con ojos vidriosos los cuerpos de las seis personas que el príncipe Gélido había decapitado. La sangre conjunta, procedente de los cadáveres, ya había formado una enorme charca roja. Un olor ferroso impregnaba el ambiente, haciendo que muchos sintieran unas enormes ganas de vomitar. Delante de ellos, habían sido colocadas las cabezas de cada una de las infortunadas victimas. Todas tenían una expresión de terror dibujadas en sus rostros y no cambiaban. Habían quedado atrapadas en tan horrible momento y jamas se borrarían. Si las habían colocado allí, era para amedrentarlos. Schliemann trató de no mirar a ninguna, pero tal como estaban, arrodillados e inmovilizados, fue inútil no hacerlo.
Claro que no fueron los únicos. A otros los habían torturado los propios Alfars, metiendo las puntas de plasma en las bocas de las infortunadas victimas, dejando que se quemaran por dentro poco a poco. Fue un sádico ejercicio realizado bajo el pretexto de querer información, pero se notaba que estaban disfrutando con la horrible tortura. Los cuerpos de esas otras tres personas yacían detrás, con los rostros quemados. El aroma a carne chasmuscada todavía le llegaba.
Volvió la vista a su derecha. Separado por tres personas, estaban allí Nozomi, Takeshi y Carlos. La chica tenía la cabeza gacha y su liso pelo negro cubría su rostro en dos oscuras cortinas. Pese a no poder verla bien, sabía que estaba llorando en silencio. Su hermano también lloraba, aunque tan solo se limitaba a dejar caer alguna solitaria lágrima de sus ojos de vez en cuando. Mientras, el muchacho alto y robusto permanecía estoico, aunque la expresión pálida de su rostro indicaba con claridad que no estaba disfrutando con esta situación. Schliemann supuso que cada uno tenía su forma de expresar el dolor, pero lo que no podía negar era que se se sentía muy mal por ellos. Esta no era la situación en la que jamás deseaba haberlos visto y se consideraba responsable. Si hubiera puesto en conocimiento a todos de la llegada de las fuerzas de la Confederación, aunque de poco hubiera servido. Todavía no estaban allí para salvarlos y lo más probable, sería que no llegasen a tiempo al final.
Por su lado, vio pasar a Loki, quien farfullaba cosas en su idioma. El Gélido no había parado de moverse en ningún momento. Se le notaba muy inquieto, como si algo lo estuviera volviendo loco, aunque el profesor suponía que así ya estaba desde hacía mucho, sobre todo tras el pantagruélico espectáculo que acababan de presenciar con horror. Su capa azulada se movía de un lado a otro como si tuviera vida propia. Se detuvo un instante, mirando a cada uno de los humanos allí presentes. Schliemann lo observó de refilón. Con ese traje negro y esos cuernos, parecía un demonio recién salido del Averno. De repente, vio como se acercaba.
—¡Malditos seáis! —rugió furioso—. ¡Decidme donde está el condenado artefacto o juro que os haré sufrir de verdad!
Todos se estremecieron, pero ninguno habló. Eso puso mas irritado a Loki.
—¿Que he de hacer para que habléis, sucios humanos? —se preguntó.
Sus ojos no tardaron en fijarse en una pequeña niña que abrazaba desconsolada a su padre. El Gélido avanzó varios pasos hasta colocarse delante de ellos. Los observó detenidamente. La pequeña volvió su asustado rostro hacia él, pero no tardó en rehuirlo, hundiendo su cabeza contra el pecho de su progenitor, rompiendo a llorar de nuevo. Entonces, Loki comenzó a carcajear de forma nefasta. Llamó a dos Alfars, quienes no tardaron en hacer acto de presencia.
—Traedme a la niña —ordenó sin demora.
Ante los horrorizados ojos del resto, vieron como los dos Gélidos arrancaban a la pequeña de su padre. Entre desesperados gritos, uno tiró de ella, atrapándola entre sus brazos, como si fuera de su propiedad ahora. La niña forcejeaba con el Alfar, pero este la sostuvo con firmeza. El hombre trató de confrontarse con los alienígenas, pero recibió un fuerte golpe en el rostro con una lanza, haciéndolo caer hacia atrás. Su pareja, otro hombre, fue a socorrerlo mientras no dejaba de gritar, pidiendo ayuda desesperado.
Schliemann vio la escena, lleno de horror, incapaz de creer lo que Loki tenía entre manos. Contempló como su subordinado le traía a la pequeña, obligando a colocarla delante de él, dándole la espalda. Tras eso, desenvainó su espada, emitiendo un suave chirrido y la colocó contra el cuello del infante. Los dos hombres, sus padres, gritaron con horror, adelantándose un poco. Tres Alfars se interpusieron entre ellos y el príncipe, apuntándoles con sus lanzas, de cuyas puntas manaba el plasma bien caliente. La pareja retrocedió, aunque no apartaban sus miradas de su hija, ahora en manos del Aesir.
Todo quedó en silencio de forma momentánea. Más Alfars se colocaron delante de los humanos, vigilantes por si trataban de hacer algún movimiento en falso para masacrarlos. Schliemann miraba muy tenso la escena. Las cosas se estaban poniendo peor de lo que imaginaba y tenían pinta de que iban a empeorar.
—Muy bien, como veo que matar y torturar adultos no surte efecto, he decidido bajar la edad —comentó Loki muy despreocupado—. Asi que os propongo lo siguiente, decidme donde está el maldito artefacto o le corto el cuello a esta pequeña.
La afilada hoja de la espada se acercó más al cuello de la pequeña. Ella comenzó a sollozar mientras no dejaba de mirar a sus padres. Ellos estaban encolerizados, con lágrimas brotando de sus ojos y uno apretaba con fuerza sus dientes. El resto de humanos contemplaban impasivos la escena, sin saber que hacer.
—Esto es un ultimátum, creo que así es como se dice —habló el Gélido, algo dubitativo por como pronunciaba las palabras—. O habláis o ella muere —La niña comenzó a gemir desesperada—. Y no es la única cría humano que veo por aquí. Hay varias. Es posible que les ordene a mis soldados que las ejecuten para que acabéis diciéndolo todo.
La desesperación era palpable en el ambiente. Todos los humanos estaban en guardia, casi listos para lanzarse, aunque ninguno se atrevía a dar el paso. Entonces, uno de ellos se adelantó.
—Ya te lo hemos dicho antes —replicó el hombre mientras miraba asustado a Loki—. No tenemos ni idea de donde se encuentra ese objeto. Por favor, basta ya.
La desesperanza se notaba en su voz. El hombre trataba de convencer al Gélido de que los dejaran, que ellos no tenían que ver con aquello. Sin embargo, no pareció surtir efecto. Loki aferró con fuerza a la pequeña y llamó a uno de los Alfars:
—Si no tienes nada útil que decir, entonces, muere.
El hombre recibió un disparo de ardiente plasma en su pecho, cayendo hacia atrás. Todo el mundo grito, petrificado ante la escena.
—¿Alguien mas quiere decir algo inútil? —preguntó Loki de forma dantesca.
Schliemann no aguantaba más. Sabía que de poco iba a servir, pero debía hacer algo. Quizás podía engañarlo para llevarlo al laboratorio, haciéndole creer que allí se encontraba el artefacto. Sabía que no era buena idea y estaría poniendo en peligro su vida, además del plan de Barr, pero no podía soportar el horroroso espectáculo que estaba ocurriendo. Todo era culpa suya y debía solucionarlo como fuese. Estaba a punto de levantarse cuando se escuchó entrar a varios en el hangar.
—Vaya, Dronan, ¿que traes ahí? —dijo sorprendido Loki.
Al volverse, todos pudieron ver como el Huskarl entraba. Detrás, iban dos Alfars, llevando a rastras a un hombre visiblemente herido. Tenía cortes por todo el cuerpo y la sangre no dejaba de manar, dejando caer un sinfín de gotas en el suelo que dejaba una rojiza estela a su paso. Llegaron hasta el príncipe Gélido y dejaron caer al hombre, retorciéndose en su dolor. Desde ahí, Schliemann se percató de quien se trataba. No era otro que su ingeniero, Simon Barr.
—¿Para que me has traído esto? —preguntó contrariado a su guardia.
Barr levantó un momento su cabeza y vio al profesor y a sus ayudantes. Schliemann clavó sus ojos en él, notando su derrotada mirada. En ese mismo instante, el xenoarqueologo lo comprendió y no pudo sentirse mas abatido.
—Resulta que esto de aquí sabe donde se encuentra el artefacto —le explicó Dronan—. Varios de nuestros soldados les vieron salir de un lugar mas apartado llevando algo consigo.
Loki miró muy interesado a Barr. Luego, se volvió al Huskarl y le hizo una seña. Este comprendió al instante. Soltó a la niña, quien corrió de vuelta a los brazos de sus padres, se acercó al maltrecho hombre y el Huskarl levantó al humano con un pulso impresionante, colocándolo justo delante de su jefe. El Aesir se acercó al agonizante, viendo como un hilillo de sangre escurría de su boca.
—¿Donde está? —preguntó en un leve susurro.
Al principio, Barr tan solo se limitaba a balbucear cosas sin sentido. La tortura a la que le había sometido Dronan, a base de producirle terribles cortes por todo su cuerpo, lo había dejado desorientado y confuso por el dolor, además de débil a causa de la pérdida de sangre. Pese a todo, logró tomar suficientes fuerzas para terminar contándole al Gélido lo que tanto deseaba saber.
—Aquí.
Tras decir eso, los ojos de Barr se volvieron hacia el profesor Schliemann, quien comprendió lo que su mirada le decía:
"Lo siento".
—¿En que parte exactamente? —especificó Loki.
Con la poca vitalidad que le quedaba, el ingeniero levantó su mano y señaló hacia una compuerta que estaba justo al lado de las naves. De ella, salía una cinta transportadora por la que se llevaban los objetos que iban a ser embarcados.
—Gracias, eso era todo lo que necesitaba —dijo satisfecho el Gelido.
Una vez escuchado todo, se alejó un poco e hizo una seña a Dronan, quien asintió con claridad. Sin perder tiempo, el Huskarl colocó sus manos sobre el cuello del humano y se lo rompió sin ningún miramiento. El fuerte crujido resonó en todo el hangar. El recién fallecido precipitó contra el suelo, emitiendo un sonoro golpe.
Schliemann reprimió un gemido de dolor, pero no pudo evitar que las lágrimas brotasen de sus ojos. Volvió a mirar a sus ayudantes, quienes permanecían de igual forma. Takeshi lloraba desconsolado y Nozomi estaba destrozada. Carlos, todavía impasible, la sostenía con sus fuertes brazos, tratando de que no se escapase. Todo aquello estaba resultando dantesco y lo peor, era que no parecía terminar.
—Muy bien —se dirigió Loki hacia sus soldados—. Que un grupo vaya hacia esa compuerta y saque el artefacto de dentro. Quiero un Hraesvelrg en esta entrada. Lo sacaremos de aquí lo más rápido posible.
Las señas del Gélido le indicaron a Schliemann que iban a extraer el objeto. No era algo que le agradase, aunque tenía cosas más importantes de las que preocuparse, como por ejemplo, que iba a ser de todos ellos.
—¿Que hacemos con los prisioneros? —preguntó en ese instante Dronan a su superior.
Loki miró a los humanos por un momento y profirió un pequeño gruñido.
—Cargáoslos, no se para que los necesitamos ya —espetó—. Ya tenemos lo que andábamos buscando.
El Huskarl volvió a asentir y sin pensárselo, se volvió hacia los Alfars, dando la orden. Estos, apuntaron sus lanzas hacia los humanos, quienes se pusieron tensos al ver lo que hacían. Para Schliemann estaba claro, este era el fin. Miró una última vez a sus ayudantes, tragó saliva y luego, se volvió hacia sus captores. Estaba listo. Cerró los ojos, listo para la ejecución.
Cuando creyó escuchar el sonido de las descargas de plasma impactando contra su cuerpo y el ardor penetrando en él, lo que sonó fue otra cosa. Una fuerte explosión retumbó en todo el lugar y a este, no tardaron en unirse un soliloquio de disparo, tanto de balas como de bolas de plasma. Enseguida, todo comenzó a alborotarse.
—¿Que es lo que ocurre? —preguntó Loki, quien estaba en ese momento supervisando la extracción y transporte del artefacto.
—Sumo príncipe, ¡nos atacan! —avisó uno de los soldados—. Han asaltado dos puntos al norte y sur.
El Aesir suspiró nervioso. Se acercó hasta Dronan y le habló bien claro:
—Ocúpate de esto. —Los dos Gélidos se miraron con severidad—. Necesitamos sacar ese artefacto de aquí.
—Por supuesto —habló dispuesto el Huskarl, sin mostrar ninguna duda.
Mientras ellos dos estaban ocupados en sus cosas, Schliemann los miraba en silencio. De momento, no parecía que fuesen a morir, aunque los Alfars todavía los estaban apuntando. De repente, se escucharon gritos. Varios de los prisioneros se levantaron y atacaron a los soldados, forcejeando con sus armas.
—Rapido, ¡escapad! —gritó uno de ellos.
Confusos ante lo que veían, varios se incorporaron y empezaron a correr. Schliemann seguía indeciso, pero cuando vio a sus ayudantes, no lo dudó. Se incorporó y fue hacia ellos. Los tres jóvenes lo miraban expectantes y muy inquietos
—Marchémonos —les dijo e iniciaron la huida.
—¡No dejéis que escapen! —aulló furioso Loki.
Los Alfars abrieron fuego. Varios acertaron a algunos humanos, entre ellos, uno de los padres de la niña cautiva.
—¡Papi! —gritaba desesperada la pequeña mientras su otro progenitor tiraba para llevársela de allí.
El hombre alzó su mano, pero lo único que recibió fue otro certero disparo, esta vez en la cabeza. Schliemann contempló la escena, dolido, pero sabía que no podían hacer nada. Viendo como lo esperaban sus ayudantes, no dudó en ir tras ellos.
Loki presenció impertérrito como se suceía todo y se volvió hacia el Huskarl.
—Ve tras ellos y elimínalos —le dejó bien claro.
—¿Y el resto? —preguntó Dronan.
—Pues también te ocupas de ellos —explicó errático el príncipe—, pero no quiero que ninguno ponga un pie aquí hasta que no nos hayamos marchado, ¿entendido?
Lo único que hizo el guardia fue asentir con claridad. Llamó a varios Alfars y pusieron rumbo hacia donde tenían lugar los disparos. Allí era donde también irían los humanos recién escapados. Era una mera suposición, pero el Huskarl intuía demasiado bien las cosas para poder dudar.
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23 de Junio de 2665. Sistema Hercolubus. Planeta Alectus. 17: 58.
Las cargas explosivas abrieron un buen boquete en la entrada. Tuvieron que esperar un poco para poder entrar, pues la presión del aire dentro era mayor y eso podría dificultar la entrada. Tras unos segundos de tensa espera, Walker dio la orden y entraron.
Empezaron a correr, listos para enfrentarse a los enemigos. Sonya lo necesitaba, pues sentía la rabia recorriendo su ser, tenía que liberar todo lo que llevaba por dentro y este era el mejor lugar posible para hacerlo.
—¡Vamos, no os quedéis atrás! —grito con agresividad a sus soldados.
Harkness y su unidad ya habían entrado en la colonia y habían entablado combate con los Gélidos. Por lo que le contaba por el comunicador, parecía haber muchos y bien armados, así que supo que tendría que estar bien alerta. Esto no iba a ser un paseo después de todo.
La unidad de ocho se desplazó por los pasillos y no tardaron en ser atacados por el enemigo. Se cubrieron en los pasillos colindantes, bien posicionados.
—¡Su puta madre! —espetó Sonya—. Se ve que nos esperaban.
Asomó un instante, suficiente para que una bola de plasma casi le impactara en toda la cabeza. La mujer retrocedió un poco, asustada. Pese a llevar todavía el casco, no se fiaba de que este lograra protegerla. El traje tan solo llevaba protecciones de metal internas en algunas partes, el resto era material plástico resistente, aunque podía derretirse con demasiada exposición al calor. No eran tan eficientes como los trajes exoesqueletos acorazados que portaba la Vanguardia. Se preguntaba porqué no podrían producir mas para todos.
—¿Cual es el plan? —preguntó Habib, situado detrás de ella.
Walker se volvió en ese momento.
—¡Vamos a sacarlos de ahí! –dijo con fuerza—. Les tiraremos unas granadas y, en cuanto salgan, los acribillamos.
Habib asintió e hizo una seña al resto para decirles que lanzasen un par de granadas. Dos soldados no tardaron en asomarse y arrojar los explosivos. Entonces, tuvo lugar una fuerte explosión más adelante que hizo retumbar todo. Un poco de humo se levantó y pudieron escuchar varios pasos.
—Ahora —gritó Walker.
Ella y otros tres tiradores surgieron de sus coberturas y abrieron fuego contra los enemigos que habían surgido del pasillo. Cuatro Alfars acabaron recibiendo sendos disparos en sus cabezas, pechos y brazos, cayendo fulminado ante el imparable poder de las armas humanas. Sonya se sintió eufórica al apuntar su fusil de asalto y apretar el gatillo. Lo mantuvo presionado por un pequeño rato, hasta que los Gélidos cayeron.
La calma se apoderó de todo y la sargento mayor respiró sofocada. Aún se sentía muy inquieta. Miró a sus soldados, quienes surgían de detrás de los muros. Los veía sofocados, a la espera de que dijese que continuaban el avance, aunque se les notaba un poco nerviosos. Walker tenía claro que ellos dependían de su liderazgo y haría lo posible por evitar perdidas, aunque esto, era más complicado de lo que creía. Más cuando el enemigo les atacó por sorpresa.
—¡Cuidado! —dijo uno de los soldados cuando los Alfars volvieron a abrir fuego.
Un hombre recibió un disparo en el hombro. Se agacharon y Habib disparó al atacante. No llegó a darle, pero le hizo retroceder.
—Kingston, Allen, con él —ordenó Walker, al ver como el sargento avanzaba directo a por el enemigo.
Ella, mientras tanto, ayudó a colocar al hombre en una de las paredes contiguas, donde Estrada pudo atenderle.
—Por suerte, solo ha penetrado un poco la armadura —puntualizó el medico al analizar la herida—. Le echaré un poco de gel curativo y luego sellaré el hueco. Volverá a estar listo para el combate en poco tiempo.
Asintiendo con claridad ante lo que le decía, lo dejó allí y se fue con Carter y la otra mujer, quienes seguían a los otros.
Habib mató al último Alfar y continuaron su camino.
—Los refuerzos están de camino, ¿no, sargento? —preguntó Kingston.
Sonya se sorprendió de la cuestión. Estaba abstraída en sus pensamientos sobre lo que ocurría que ni se percató de que le estaban preguntando. Sin demasiada demora, respondió:
—Claro, pero primero, debemos encontrar el artefacto y al equipo de científicos. Es lo prioritario.
La chica entendió con claridad y se le adelantó para ir a la par de Habib. Walker se la quedó mirando. Todavía no llegaba a comprender porque esa muchacha se había decidido a unirse a esta misión. Lo poco que sabía era que su hermano era uno de los desaparecidos de la compañía Lobo, la unidad que habían enviado para confrontar a los Gélidos y de los cuales, Harkness y su equipo habían descubierto algunos cuerpos. Ahora, se encontraba con que la tal Veronica parecía querer encontrarlo, aunque las posibilidades de que estuviera vivo eran bajas. Como fuere, eso no le importaba ahora, tenían que ocuparse de cosas más importantes.
El grupo continuó su avance hasta llegar a un amplio pasillo, donde hallaron un gran número de cadáveres. Casi todos eran personal de seguridad de la colonia, quienes habían llegado incluso a levantar barricadas para frenar al enemigo. Walker se fijó en un montón de cajas que parecían haber obstaculizado el paso, pero que ahora se hallaban volcadas. También se notaban rastros de explosiones y disparos de plasma marcados en las paredes. Una brutal batalla había tenido lugar mucho antes de que ellos apareciesen. Paseando por el desolador panorama, Sonya sabía que el terreno estaba muy peligroso.
—Muy atentos —avisó a sus soldados.
Mientras avanzaban, Harkness se puso en contacto a través del comunicador de la sargento:
—¿Como va todo por ahi? —preguntó.
—Ya estamos dentro —le informó ella—. Nos hemos encontrado un poco de resistencia, pero la hemos neutralizado. Vamos hacia la zona de los hangares. ¿Como va todo por ahí? ¿Habéis llegado a la sala de control?
—Si, tanto el capataz como el jefe de seguridad están muertos, así como el resto del personal —respondió el francotirador—. No hemos hallado ni rastro del artefacto ni del equipo científico, pero revisaremos las grabaciones de las cámaras para saber donde podrían hallarse.
—Bien, de todos modos. Mi equipo y yo nos vamos a desplazar a los hangares por si están allí.
—Es posible. Según informaron desde la estación espacial Najima, ninguna nave ha llegado —comentaba Harkness mientras continuaba caminando—. Eso significa que nadie salió de aquí.
Esa última información puso muy tensa a Sonya. No quería presagiar lo peor, pero quizás estaban llegando tarde.
—Te llamaré cuando lleguemos a los hangares.
—Perfecto, nosotros no tardaremos en movernos hasta allí.
Con las comunicaciones cortadas, Walker y el resto continuaron su camino. Miró un momento atrás y vio siguiéndoles ante al medico Estrada como al soldado herido. Verlos allí le reconfortó un poco. Eso significaba que, de momento, no había dejado a nadie atrás. Eso hizo que un profundo malestar volviera a tomar su ser. En realidad, si había dejado a alguien atrás....
Sonya miraba fijamente al enfermero, sin saber que decir. No entendía para que la habría llamado y eso la estaba alterando mucho. Mas le valía que lo que le dijese fuera importante o le caería una buena.
—¿Que es lo que pasa? —preguntó.
El hombre permanecía callado, como si no tuviera la suficiente voluntad para hablar. Sonya podía percibir lo nervioso que estaba. Era como si ocultase una noticia que fuera a resultar terrible.
—Verá, nos han pedido que preparemos a la paciente para algo importante —le informó— Ha sido su familia quien lo ha solicitado.
—¿Su familia? —Walker quedó muy extrañada.
—Asi es —le aseguró el hombre—. Han sido, de hecho, muy insistentes tras conocer el estado de la joven.
Sonya volvió su mirada hacia Tina, quien permanecía en su cama, tan tranquila mientras dormía. Había algo en esa calma que la comenzó a inquietar y un funesto presentimiento se afianzó en ella. Era como si hubiera estado esperando ese peligro desde hacía tiempo y eso hizo que no dudase en algo: la protegería costase lo que costase.
—¿Qué diablos quiere su familia? —dijo la mujer mientras se aproximaba al enfermero.
El hombre retrocedió atemorizado al notar como la sargento mayor se aproximaba con una psoe amenazante.
—Yo...yo solo hago caso a lo que me han solicitado —trató de explicarse, aunque la mirada llena de furia de Sonya lo tenía bien intimidado.
—¿Que es lo que han pedido? —exigió saber ya encolerizada la mujer.
Respirando de forma profunda y con enormes dudas, el hombre decidió darle la aciaga respuesta.
—Verá, la familia ha solicitado que desconetemos a la chica del soporte vital.
Cuando escuchó aquellas palabras, sintió como si una enorme maza aplastase todas sus esperanzas. No, aquello no podía estar pasando, tenía que ser una maldita pesadilla. Eso era lo que su cabeza pensaba, pero la realidad era mas terrible de lo que pudiera desear.
—¿No...no irán a hacerlo? —preguntó descorazonada, incapaz de creer lo que le decían.
—Me temo que no —le contestó el enfermero—. Su familia es quien paga el seguro y son ellos los que han solicitado que hagamos esto. De hecho, han sido muy inmediatos con su petición.
A esas alturas, Walker ya no estaba para más juegos. Sin pensárselo, agarró al tipo del cuello de su uniforme y lo acercó a ella quedando sus rostros a pocos centímetros del otro. El enfermero casi emitió un grito de miedo al ver la ira que embargaba a la sargento. Sus marrones ojos parecían centellear con una afilada mirada que estuviera atravesándolo. A esas alturas, lo único que deseaba el pobre era morirse.
—Dime que hay una forma de parar esto —dijo furiosa—. ¡Dímelo!
Sus cerrados puños apretaron la prenda que el enfermero llevaba y este pudo sentirla presión que la mujer ejercía. Walker era bastante fuerte.
—Lo siento, pero no hay nada que podamos hacer —habló ya desesperado el enfermo—. Por favor, suélteme.
Sin embargo, Walker no lo hizo. Consumida por el dolor de lo que acababan de decirle, la mujer comenzó a gritar con mayor fuerza, desesperada porque la ayudasen con este gran problema. No podía creer lo que estaba pasando y sus alaridos desesperados atrajeron a un buen puñado de gente. Todos la rodearon y, pese a pedirles auxilio, ninguno estaba allí para ella. Se sentía sola, al igual que Tina.
Al final, hizo falta que entre cuatro soldados sostuviesen a la sargento para soltarla del maltrecho enfermero, quien desde luego, no estaba muy contento tras lo ocurrido. El hombre quedó petrificado al notar la mirada de odio que las argento le lanzaba. Entre los soldados, lograron sacarla a rastras de la sala mientras ella no dejaba de forcejear, mientras trataba de no abandonar a la persona que mas había amado en toda su vida.
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Ya tenéis la siguiente parte. De nuevo, disculpas por la tardanza, pero entre unas cosas y otras, apenas tengo tiempo y con lo largo que es cada texto, me demoro mucho. Eso si, estamos terminando la historia. Ya solo quedan dos capítulos, mas la tercera parte de este. No queda mucho, así que iros preparando. Un saludo!!!
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