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Capitulo 26- Dios del caos (Parte 2)

23 de Junio de 2665. Sistema Hercolubus. Planeta Alectus. 14:21.


Las naves de los Gélidos no tardaron más que un cuarto de hora en llegar a la colonia. Una vez allí, fueron recibidos por los cañones antiaéreos. Se trataban de viejos modelos basados en armas usadas durante el Conflicto Colonial. Eran de gran calibre y disparaban proyectiles explosivos a altas revoluciones, perfectos para derribar vehículos voladores que transportasen tropas o cazas de tamaño medio, aunque no resultaban muy efectivos contra objetivos de gran tamaño. En realidad, ya estaban en desuso, pero para muchas compañías y colonias resultaban más económicas que las baterías de misiles teledirigidos o los cañones de riel que disparaban munición explosiva.

En cuanto vieron aproximarse los Hraesvelgr, los cañones abrieron fuego. El grupo de seis naves, dispuesto en una formación en V, se dispersó en cuanto las armas antiaéreas comenzaron a atacar. Tres de ellas no tardaron en descender, iniciando así el despliegue de fuerzas. Jotuns armados con cañones energéticos comenzaron a disparar contra las armas antiaereas, buscando dañarlas. Mientras, los otros transportes se fueron aproximando a la colonia.

Las armas antiaéreas disparaban sin tregua. Los Hraesvelgr esquivaban cada proyectil con facilidad, pero a medida que se acercaban, se exponían más. Al final, una de las naves recibió un fuerte impacto en el costado izquierdo. Pese a que el obús no dio de lleno, dañó los motores traseros, lo cual provocó una explosión de plasma que la desestabilizó. El vehículo aéreo no tardó en perder altura y, poco a poco, perdió el control hasta precipitar sobre el pedregoso suelo. Dio varias volteretas de campana en su caída y acabó estrellándose contra un montículo rocoso, causando una devastadora explosión de energía azul muy brillante que acabó matando a todos sus ocupantes.

Pese a la caída de esta nave, las otras dos lograron llegar a la colonia y sus tropas desembarcaron. Una docena de Alfars, acompañados de tres Huskarls, se dirigieron a las puertas de la base. Los guardias de armaduras negras portaban unos cañones de plasma que usarían para abrir los portales, pero antes de eso, abrieron fuego contra las armas antiaéreas de los humanos. Dos de ellos dispararon contra uno de los cañones, destruyendo su blindaje y dejando al descubierto sus componentes electrónicos. Se disponían a disparar de nuevo cuando cuatro humanos les interrumpieron. Enseguida, los Gélidos se agazaparon para evitar a sus atacantes, aunque no tardaron en defenderse.

Una oleada de calientes bolas de plasmas impactaron contra los guardias de seguridad de la colonia. Los que pudieron cubrirse en los salientes de las paredes metálicas se salvaron de milagro. Pero uno, no tuvo tiempo y acabó con su cuerpo ardiendo y tirado en el suelo. Los humanos miraron con horror a su compañero caído, entendiendo que las cosas se iban a poner difíciles de verdad. Los Gélidos se desplegaban por la zona, al tiempo que los Jotuns destruían uno de los cañones antiaéreos, dejando claro que eran ellos quienes estaban ganando terreno. Uno de los guardias chequeó la munición de su arma. Empuñándola con firmeza, se dio cuenta de que estaban solos ante el peligro. Miró a los otros dos y asintiendo, salieron de su cobertura para atacar a los enemigos. Ellos eran los únicos que podían evitar que entrasen, así que lucharían hasta su último aliento. Y este, iba a ser el último que exhalarían.

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Barr y los mineros ya habían entrado en el antiguo complejo de la Primera Raza y habían cruzado el destartalado pasillo que una vez ya había cruzado con el profesor Schliemann. De hecho, ambos hombres fueron los primeros humanos que habían puesto un pie en ese lugar. Eso le dio cierta euforia. De alguna manera, los dos habían participado en un importante hito de la historia, al menos, en la investigación de civilizaciones extraterrestres. Sin embargo, este sentimiento carecía de importancia en esos momentos. Un ejército de Gélidos se cernía sobre sus cabezas y más les valía sacar el artefacto de allí lo antes posible. De lo contrario, estarían perdidos.

Prosiguieron su camino hasta llegar a la sala circular donde se hallaba ese objeto romboidal que tantos problemas estaba dando, la ambicionada pieza que muchas especies deseaban llevarse. El ingeniero concluyó que, de ser por él, se lo entregaría a los malditos "tempanos" esos para que así se largasen de allí y los dejasen en paz. Claro que, a larga, eso no ayudaría. Sea lo que fuera ese artefacto, en manos de la Xeno-Alianza, resultaba peligroso. No podía permitirlo.

Una vez allí, encontraron el objeto tal donde se hallaba, aunque ahora estaba tirado en el suelo. Los días posteriores al catastrófico evento con los seguidores del Legado se limpió toda la estancia, retirando los cadáveres carbonizados de los fanáticos y eliminandolo de restos de plasma y materia orgánica. En un inicio, el profesor no deseó que se alterase el ambiente, pero tras el estallido energético, ya daba igual. Lo que si se dejó bien claro era que no se podía mover el objeto, por miedo a dañarlo más de lo que ya estuviese. Analisis por escáner parecieron indicar que este seguía en buen estado, aunque solo era algo preliminar, asi que la evidencia resultaba dudosa. Por ello, actuarían con mucha precaución.

El robot de transporte fue colocado de lado justo en el lado derecho de donde se hallaba el objeto y, con sumo cuidado, uno de los operarios comenzó a controlar las pinzas de la maquina para cogerlo.

—Con delicadeza —dijo Barr, temiendo de que pudiera dañarlo.

Las pinzas descendieron y atraparon el artefacto. El ingeniero obervaba con detenimiento como se desarrollaba todo el proceso, pendiente de que no se lastimara tan preciado hallazgo. Como solo hubiera un mero rasguño, el profesor Schliemann podría montar en cólera.

—Lo tengo —anunció el minero algo alborotado mientras usaba los controles para moverlo.

Los brazos robóticos comenzaron a subir con el artefacto romboidal entre sus pinzas. Barr contemplaba en silencio como era colocado en un recipiente rectangular que se hallaba sobre la amplia bandeja del robot, eso si, con mucho cuidado. Ya una vez estaba depositado, el ingeniero pudo respirar con alivio.

—Muy bien, saquémoslo de aquí —le dijo al minero.

Los otros dos vigilaban la amplia estancia. Iban armados con grandes rifles de color naranja que disparaban clavos enormes. No se podía decir que fueran armas eficientes, pero si hacían daño, eran mas que útiles. Una vez estaba todo listo, Barr se dirigió a ellos.

—Vale, nos largamos de aquí.

El hombre y la mujer asintieron con claridad y se adelantaron para escoltarlos a la salida. Si eran rapidos, llegarían a los hangares, donde les esperaría una nave para sacarlos de ese infierno. De no llegar a tiempo, estarían bien jodidos.

Avanzaban por el pasillo de vuelta al exterior cuando el transmisor de Barr comenzó a sonar.

—Simon, ¿como va todo? —preguntaba el profesor desde el otro lado.

—Estamos a punto de salir de las ruinas —le informó—. Llevamos el artefacto con nosotros.

—Bien, entonces volved a la base y coged una de las naves para escapar —dijo Schliemann con energía—. Nosotros ya nos dirigimos hacia....

La comunicación se cortó de repente. Barr trató de contactar de nuevo con el xeno-arqueólogo, pero fue inútil. Entonces, fuertes explosiones se escucharon en el exterior y todo comenzó a temblar. El ingeniero concluyó que el ataque se recrudecía.

—Vamos, salgamos de este sitio antes de que nos entierren —gritó al resto.

Todos se pusieron en marcha nada mas escucharle.

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Todos los cañones antiaéreos habían sido destruidos y los guardias que les esperaban en la puerta del hangar eliminados. El camino estaba despejado. Los Hraesvelgr desplegaron al resto de tropas. Jotuns, Alfars y Cresners se desplegaron por el área, cubriendo cada flanco y alertas antes cualquier presencia enemiga. Preparados, esperaban la llegada de su líder, quien no tardó en aparecer cuando su nave personal lo llevó hasta ellos.

Loki descendió del Hraesvelgr acompañado del Huskarl Dronan y de un par de Cresner bien armados con sus hachas y listos para matar. El Gelido paseó por entre sus soldados, observando a cada uno. Fuertes, bien armados y provistos de unos trajes que los hacían ver temibles, eran lo mejor de aquellas tropas y estaban dispuestos a morir tanto por su padre como por él. Eso les hacía dignos de su admiración, aunque también el joven pensaba en lo penosos que llegaban a ser por sacrificarse por unos ideales tan absurdos. Si fuera por su supervivencia lo entendería, pero por otras personas, le resultaba ridículo. Miró a todos ellos y no tardó en hablarles:

Muy bien, el plan es bien simple —comenzó—, entraremos, mataremos a todos los humanos y nos haremos con ese maldito artefacto. Otro grupo está a punto de asaltar la base por el otro lado, asi que tenemos al enemigo bien acorralado. ¿Estais listos?

Los soldados parecían estar en posición y muchos asintieron para dejar claro que lo entendían. Satisfecho, Loki desenvainó su espada y apuntó con ella hacia la entrada. Acto seguido, todos los guerreros Gélidos iniciaron el ataque a la base. Dejó que toda aquella estampida entrase mientras se desplegaban por el interior, listos para encontrar y eliminar a cualquier humano con el que se topasen. Él los siguió hacia el interior.

Quizás entrar de esa manera no era lo más apropiado, pero a Loki le gustaba la idea de arengar a sus tropas. Darles esa inspiración para luchar le hacía ver como alguien importante, ser el centro de atención por unos momentos resultaba algo único. El Gélido vio como sus soldados se abrían paso a través de los pasillos de la colonia, registrando cada centímetro de lugar en busca de enemigos. Pese a que la prioridad era el artefacto de la Primera Raza, no podía negar que eliminar a todos los humanos también era parte de la misión. Al menos, así lo pensaba él.

Un grupo de Alfars, cubiertos por un Jotun desde atrás, avanzaron por una amplia galería, topándose con varias cajas y estanterías obstruyendo el paso. Loki, a unos metros de distancia, quedó extrañado ante tan inesperada barricada. Parecía claro que aquellas criaturas estaban dispuestas a lo que fuera por luchar, lo cual le resultaba ridículo, pues iban a caer por mucho que intentaran resistir. Pensaba que lo mas lógico sería que se rindiesen, aunque por otra parte, no resultaría tan divertido. Seguía en sus pesquisas cuando escuchó un fuerte grito

—¡Ahora!

Desde el otro lado de la barricada, una mujer abrió fuego con su pistola sobre el grupo de Alfars. Cuatro tiros fueron efectuados. Dos de ellos no acertaron a ningún enemigo, pero los otros si. Uno de los Gélidos resultó herido en la pierna y el otro recibió el disparo en la cabeza, muriendo en el acto. Un segundo atacante, desde la misma línea de defensa, volvió a disparar, acertando a más miembros del confuso grupo y matando a otro más. El Jotun, armado con su descomunal maza, avanzó dispuesto para derribar la muralla. Entonces, los dos humanos retrocedieron.

El gigante comenzó a golpear la barricada. Hizo caer dos cajas y logró mover una estantería. Estaba abirendo el camino para el resto y Loki quedó encantado, pues eso significaba que las cosas avanzaban mejor de lo esperado. Más de lo que él mismo había supuesto. Siguió observando hasta que una estruendosa explosión pilló desprevenido a todos.

¡Maldita sea! —dijo enfurecido el vástago de Odin al escuchar semejante estallido.

El Jotun, que estaba abriéndose paso a través de los obstáculos, salió impulsado hacia atrás, al igual que varias cajas y pedazos de metal. Una gran humareda cubrió el lugar, añadiendo mayor confusión al momento. A los Gélidos no les preocupaba que el aire estuviera lleno de gas toxico, pues sus cascos provistos de filtros les protegían, pero la visión se volvía peor. Y era algo que los humanos podían aprovechar. Así estaban haciendo.

De forma repentina, por una de las pasarelas superiores que colgaban del techo, apareció un hombre armado con un fusil de asalto con mira telescópica. Sin pensarlo por más tiempo, el tipo comenzó a disparar contra los extraterrestres. Al inicio, fueron ráfagas, pero luego pasó al disparo automatico. Los Gélidos se cubrían donde encontraban y, pese a ser rapidos, algunos cayeron fulminados bajo el fuego enemigo. Loki, como pudo, se colocó tras una pared de metal. El espeso humo le impedía ver lo que ocurría, pero podía escuchar los inmisericordes disparos y el sonido de los cuerpos al caer, además de insultos y maldiciones por parte de sus soldados. Se sentía rabioso por dentro, empuñando su espada con ganas de hacer mucho daño a alguien. Asi no era como debían de estar sucediendo las cosas.

¡Acabad con él! —gritó lleno de ira.

Enseguida, comenzó a escuchar el sonido de las ráfagas de plasma, señal de que sus soldados estaban atacando. Eso le reconfortó un poco. Sentado como estaba allí, dejó pasar algo de tiempo antes de levantarse, esperando que hubieran logrado abatir al tirador.

¿Lo habéis eliminado? —preguntó a un Alfar que tenía cerca al tiempo que se incorporaba.

Me temo que no —respondió frustrado—. Logró escapar.

Al príncipe no le faltó tiempo para sacar su espada y prepararse para despedazar a alguien con ella. Sin embargo, el único quien tenía cerca era ese pobre soldado al que acababa de preguntar. Lo miró por un instante. Parecía temblar, notando su pose retraída. Se dijo que, en este caso, no merecía la pena. Calmándose, decidió guardar su arma y volvió a dirigirse al Alfar.

Seguid adelante —ordenó con firmeza—. Quiero que acabéis con todos.

El Gelido asintió a su orden. Tras eso, se dirigió con un grupo a cubrir el lugar de la explosión. En ese mismo instante, el Huskarl Dronan apareció. No lo miró muy contento.

¿Donde andabas? —preguntó Loki lleno de disgusto.

Los humanos están oponiendo bastante resistencia —le respondió el guerrero—. No deberías subestimarlos. Son capaces de cualquier cosa por sobrevivir.

Pese a llevar razón, no le gustó que le arengase de ese modo. No era quien, tan solo se trataba de un inferior bajo su servicio. No tenía ningun derecho a hablarle de esa manera, sobre todo, sabiendo ante quien se hallaba. No obstante, prefirió callarse. El Huskarl era el único que le protegía de una muerte segura y mas le valía tenerlo de su parte.

Muy bien, continuemos —dijo con cierta renuencia—. Esto no ha hecho más que comenzar.

Caminaron hasta el lugar de la explosión. Ya se hallaba todo despejado y ni rastro del enemigo. Pasaron por el lado del Jotun derribado. La explosión había abierto grandes brechas en su traje y, pese a no atisbarse graves heridas, aquellas fracturas estaban dejando pasar gas toxico que estaba matándolo. Lo veian retorcerse en el suelo, asfixiándose con el oxigeno irrespirable que entraba en su cuerpo. Era una muerte dolorosa y lenta, una forma terrible de perecer.

Loki, sin perder más tiempo, se acercó al Jotun, desenvainó su espada y la clavó en el pecho de este sin pensárselo. El Gelido se tensó por un momento, pero no tardó en relajarse, clara señal de que había muerto. Dronan observó la escena en silencio. El príncipe volvió a envainar su arma y se fijó en él.

—No temas, haría lo mismo por ti —le contestó.

El Huskarl no dijo nada. Cuando vio que el hijo de Odín comenzaba a caminar, adentrándose más en aquel complejo, le siguió.

Mientras los dos se perdían por esos pasillos, el sonido de disparos y gritos comenzó a resonar por ellos. La batalla se recrudecía y solo un bando quedaría victorioso.

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El profesor Schliemann y sus ayudantes corrian desesperados, cargando con todo su equipo y las pruebas de su trabajo. Al principio, no se topaban con ningun otro habitante de la colonia que estuviera huyendo hacia los hangares, pero no tardaron en encontrarse con un nutrido grupo que se dirigía hacia el que ellos iban a tomar. Esperaba que Barr estuviese allí, aunque eso lo consideraba una posibilidad remota. Pese a todo, no prefería perder la esperanza.

Se dirigían hacia allí cuando un equipo de seguridad dirigido por Mcnulty los detuvo. Nada mas verlo, supo que la cosa no andaba bien.

—Me temo que no pueden ir hacia este hangar, el enemigo acaba de tomarlo —informó el hombre algo desesperado.

—Y entonces, ¿hacia donde nos dirigimos? —preguntó asustado uno de los mineros.

—Dirigíos al hangar 3 —explicó Mcnulty—. Esa zona está bien protegida y todavía el enemigo no ha llegado a ella.

Una serie de explosiones fueron más que suficientes para dejar bien claro al grupo de que tenían que moverse hacia allí lo más rápido posible. Sin embargo, el profesor Schliemann se quedó atrás un momento. Tenía que hablar con Mcnulty.

—Oiga, ¿sabe algo de Barr y el artefacto?

El jefe de seguridad se volvió a él, mirándolo de forma poco grata, pero a pesar de su reacción, le contestó.

—Ni idea. No los he visto. —Su voz sonaba descorazonadora—. De todos modos, si son inteligentes, se moverán a otro lugar. El hangar 4 ha sido tomado por completo.

El xeno-arqueólogo quedó pensativo ante que hacer, pero enseguida tiraron de su brazo. Al volverse, pudo ver a Nozomi con cara angustiada. El hombre quedó sobrecogido ante esa mirada de ojos verdes. Tambien se fijó en los rostros de Carlos y Takeshi, en los cuales atisbó mucha preocupación. Los tres jóvenes estaban aterrorizados y querían salir de allí lo más rápido posible. Terminó de ser consciente del peligro cuando escuchó el sonido de disparos resonando desde uno de los pasillos.

—Bien, si llega a verlo, dígale que estamos en el hangar 3 —le pidió a Mcnulty—. Que no se demore demasiado.

Reticente, el hombre le prometió que lo haría. Tras eso, Schliemann decidió marcharse de allí con sus ayudantes. Mientras corrían sin mirar atrás, el jefe de seguridad volvió a llamarlo.

—¡Tengan cuidado!

No llegó a responderle, aunque agradecía la preocupación. Sin embargo, todavía les quedaba un largo trecho hasta el hangar. Más les valía que se dieran prisa. Lo último que deseaba era quedar allí atrapados.

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Barr y el resto del equipo volvieron a la colonia, transportando la reliquia con ellos. Sin embargo, cuando la vieron invadida por los Gelidos, llegaron a la conclusión de que no había sido la mejor idea. El grupo logró cruzar uno de los pasillos hasta llegar a una zona de almacenes. Una vez dentro, bloquearon las puertas y se cubrieron tras unas cajas, esperando que nadie les viese.

—Mierda, ¿que vamos a hacer ahora? —masculló nerviosa la minera que sostenía entre sus manos un rifle con clavos.

El ingeniero no supo que contestar de buenas a primeras. Miró a la fémina y se encontró con alguien de facciones muy duras agachada y sosteniendo su anaranjada arma con agitación. Pudo notar la desesperación en ella, la cual parecía transmitirse al resto. Concluyó que tenían que pensar en algun plan para escapar, pero el problema era y arrastrado con ese romboidal objeto. Era demasiado pesado para llevarlo entre varios y la plataforma robotica muy lenta. Si seguían llevándola encima, se convertirían en un blanco fácil. Tenía que haber otra forma.

—El hangar mas cercano es el numero 4, pero esos malditos Gelidos lo han tomado —comentó otro minero con nerviosismo—. ¡No hay lugar al que escapar!

—¡Quereis callaros! —espetó Barr. Se notaba que el hombre ya empezaba a cansarse de la actitud derrotista del resto—. De esta manera no vamos a salir de aquí.

Todos guardaron silencio nada más escucharle. Comenzó a observar el almacen con detenimiento. Buscaba algo que les permitiese huir, cualquier cosa que pudiera facilitarles el transporte de aquel condenado artefacto. Siguió registrando la estancia hasta que encontró una cosa que podría serles útil. En la pared que había detrás se encontraba una compuerta metalica, delante de esta se hallaba una cinta transportadora.

—Oye, ¿eso de allí es un elevador automatico? —preguntó a uno de los mineros.

El hombre se volvió hacia donde señalaba Barr y asintió con sorpresa.

—Así es, nos permite transportar objetos e instrumentos por toda la colonia. —Enseguida, su gesto anonadado dejó entrever el descubrimiento. Había entendido a la perfección lo que el ingeriero pretendía.

—Joder, ¡cómo no se nos ocurrió antes! —exclamó un poco disgustado Barr.

Reunió al grupo y les explicó el nuevo plan. Meterían el artefacto en el elevador automatico y lo programarían para que lo transportase hasta el hangar 3. No se hallaba muy lejos, asi que confiaban en que llegase antes de que algún Gélido lo encontrase. Ellos, sin embargo, tenían la peor parte. Deberían llegar a pie por los pasillos. Y estaban plagados de enemigos.

—Muy bien, vamos a ello —dijo el hombre con algo de agitamiento.

Colocaron el recipiente donde se hallaba el artefacto sobre la cinta automática y activaron el elevador. La compuerta rectangular se abrió y la cinta comenzó a moverse, introduciendo el objeto dentro. Luego, la compuerta se cerró y el ascensor empezó a subir.

—¿Lo has programado para que se dirija al hangar 3? —preguntó tenso Barr.

—Si —le contestó la otra chica del grupo—. Ya se dirige hacia allí.

—Esperemos que no lo encuentren.

Tras esto, el grupo partió al hangar. Avanzaron por los pasillos con mucho cuidado, tratando de hacer el minimo ruido posible y pendientes de cualquier señal de presencia enemiga. Barr empuñaba una pistola de disparo automatico que le había entregado el jefe de seguridad Mcnulty para que se protegiera. Lo agarraba con fuerza, comprendiendo que esta arma era lo único que podría salvar su vida en caso de encontrarse en peligro. Palpaba su superficie metalica, siendo más que consciente de lo importante que era. Nunca tuvo una entre sus manos. Sin embargo, ahora la sentía como suya propia.

Un ruido se escuchó no muy lejos. Todos se sobresaltaron. Mirándose nerviosos, respiraron tensos, sin saber que era lo que pasaba. Un hombre, al lado de Barr, avanzó un par de pasos, manteniéndose agachado, y llegó hasta la esquina de una pared, asomándose con cuidado. Lo suficiente para que le disparasen. El tipo cayó hacia atrás, gritando con fuerza. Simon lo cogió de un brazo para alejarlo de las bolas de plasma recalentada que le lanzaban. Cuando lo tuvo cerca, pudo fijarse en que le habían quemado medio rostro, la zona de la mejilla derecha y parte de la boca. La carne quemada se exponía de manera desagradable. El ingeniero no pudo evitar una mueca de desagrado al verlo así.

—¡Nos atacan! —gritó una de las mujeres.

Más disparos plasmáticos se escucharon. La minera abrió fuego con su rifle de clavos, pero no parecía acertar a nadie. De hecho, se pegó a la pared para evitar a sus atacantes, que no esaban de disparar con fiereza. Se escucharon pasos y gritos en un idioma desconocido. Sabían que ya les habían encontrado. Barr supo que debían moverse rápido si querían evitar una confrontación directa.

—Vamonos de aquí, rápido —dijo a todos.

Fue girarse cuando vio como un Alfar aparecía por el otro lado del pasillo. El ingeniero aferró su pistola, listo para disparar, pero el Gelido lo hizo antes. Las bolas salieron eyectadas al instante e impactaron contra el hombre que tenía a su lado. Simon logró franquearlo y le disparó varias veces en el torso. El extraterrestre emitió un desgarrador quejido y se tambaleó un poco antes de precipitar contra el suelo. Todavía respiraba cuando su sangre purpúrea comenzó a brotar de las heridas.

El hombre quedó petrificado ante todo lo ocurrido. Miró a su compañero y, al comprobar que estaba muerto, sintió devastado. Desde luego, era lo último que esperaba encontrarse en su viaje a esta colonia. Investigar artefactos extraños si, matar extraterrestres y ver morir a otras personas, no. Mientras tanto, los otros luchaban contra los enemigos que les flanqueaban por la derecha.

La situación se tornaba cada vez peor. La mujer con el rifle de clavos logró mantener a raya a varios Alfar que trataban de atacarles. Los hizo retrocer con varios disparos y uno de los proyectiles de metal se clavó en el cuello de uno de los Gelidos, matándolo en el acto. Otro intentó flanquearla, pero recibió un disparo en el brazo que lo hizo chocar contra la pared de detrás. Cuando iba a revolverse para atacar, recibió otro clavo en la frente, la cual impactó en la superficie de hormigón, dejando al guerrero colgando de esta. La minera se volvió a cubrir tras el muro, en guardia y lista por si había otro ataque. Y lo hubo, aunque no era lo que ella ni ningún otro esperaba.

Cunado la mujer se dispuso a salir de su cobertura para responder con más disparos, un Jotun la golpeó con su pesada maza. El golpe lo recibió en el pecho, impulsándola para atrás varios metros. Barr se asustó mucho. La pobre se revolvía en el suelo al tiempo que vomitaba sangre. El gigante avanzaba con paso firme, agarrando su arma con intención de acabar con ella.

El otro hombre que había con ella, también armado con un rifle de clavos, fue a socorrerla y no dudó en abrir fuego contra este. Varios de los puntiagudos proyectiles se incrustraron en la armadura, pero no llegaron a penetrarla por completo, pues era muy dura. Horrorizado ante esto, el minero trató de defenderse, pero el Jotun lo agarró del cuello y lo arrojó cotra la pared que tenía atrás. El tipo se hallaba aturdido por el fuerte golpe. Tanto lo estaba, que no llegó a ver como la maza iba directa hacia su cabeza. Sus sesos pasaron a decorar la impoluta pared blanca cuando su testa quedó aplastada. A unos metros de distancia, la mujer moría ahogada en su propia sangre.

Barr no pudo creer lo que sus propios ojos contemplaban. Desolado, acababa de ver morir a dos personas sin que pudiera hacer algo. Sus vidas se habían apagado en un suspiro y el hombre no pudo ni tan siquiera ayudarles. En ese mismo instante, escuchó gritos a sus espaldas. Era la otra chica, quien todavía seguía viva y parecía luchar por mantener a raya a los enemigos del flanco izquierdo. En ese momento, se dio cuenta de que aún tenían una oportunidad. No había nada que hacer por los caídos, pero ellos tenían una misión que cumplir, asi que mas les valía hacerlo.

—Vamos, salgamos de aquí —le dijo a su compañera. Ella asintió como respuesta y se dispusieron a marcharse del lugar.

Echaron a correr sin mirar atrás, escuchando los pasos de sus atacantes detrás y el calor de las bolas de plasma rozándoles. A Barr le latía el corazón con intensidad mientras huía de allí. Tenían que llegar al hangar 3. El artefacto ya iba de camino, pero ellos andaban todavía lejos. Se decía que deberían haber huido por ese dichoso conducto en vez de por los pasillos. Estaba pensando en eso, cuando al cruzar otro pasillo, fueron sorprendidos por un nuevo grupo de enemigos. Los dos humanos retrocedieron asustados ante tan repentina aparición. Ya se disponían a huir por atrás, pero quienes les perseguían los acorralaron.

Atrapados, Barr miró preocupado a su compañera. La mujer parecía dispuesta a todo y, con sus miradas, ambos comprendieron que solo quedaba una cosa por hacer. El hombre palpó su arma. Estaba dispuesto a usarla, entendía que era una locura enfrentarse a tantos enemigos, pero no pensaba rendirse. Esa era una opción que no contemplaba. Se disponía a apuntar con ella hacia sus rivales, pero no llegó a hacerlo.

Sintió como su pierna ardía de forma repentina y precipitó al suelo dolorido, hincándose de rodillas. Miró y vio que tenía una gran quemadura en su muslo izquierdo. La minera, a su lado, se dispuso a atacarles y recibió una bola de plasma en la cara. Otras dos impactaron en su pecho y vientre. Cuando el cuerpo se desplomó sobre el suelo, también lo hizo la pistola que el ingeniero portaba. Y con ello, su esperanza de salir de allí. Se dejó caer, ya derrotado e incapaz de seguir luchando.

Los Gélidos lo rodearon. Se imaginaba que ahora le iban a clavar sus lanzas por todo el cuerpo. Lo atravesarían sin piedad, disfrutando del daño que le causasen. No dejaba de pensar en el profesor, en que había fallado. Tal vez el artefacto llegara a su destino, pero si él no estaba allí, nadie podría llevárselo. O quizás si lo viesen. Como fuese, daba igual en esos momentos. Esperó temeroso su cruel destino, pero nadie se movía.

Alzando la cabeza lentamente para no incitar a sus captores, se fijó en que todos ellos permanecían quietos, tan solo limitándose a rodearlo. Nada más que eso. Barr quedó extrañado. No entendía la actitud de los Gelidos. Era una especie de la que desconocía su cultura y tradiciones, pero resultaba incomprensible que no fueran capaces de hacer algo tan simple como acabar con su enemigo. Algo raro había en todo esto y no tardaría en ver por qué.

De repente, el grupo de Alfars se separó y dejaron pasar a alguien nuevo. Era una figura alta y fornida, recubierta con una brillante armadura negra que avanzaba con paso lento y decidido. El ingeniero lo observó incrédulo, incapaz de creer lo que veía. El recien llegado continuó su camino hasta colocarse justo frente a él. Acto seguido, se inclinó, quedando su rostro muy cerca del suyo. No podía verle la cara, pues la ocultaba un casco oscuro, pero se imaginaba una dantesca expresión dibujada en ella. Justo en ese entonces, el misterioso ser habló.

—¿Donde está? —preguntó con resonante voz.

A Barr no le hizo falta demasiado tiempo para comprender a que se refería. Se trataba del artefacto. Sintió una fuerte presión en el pecho. ¿Acaso sabían que él era quien había estado transportándolo? Como fuere, no podían saberlo. Tenía que ser fuerte y no revelar nada.

—No se de qué me hablas —fue su súbita respuesta.

Quedaron en silencio. Tan solo se miraban. No entendía que era lo que podría pasar continuación. Esa incertidumbre lo mataba por dentro. El meido era evidente. Siguieron así, aumentando aun mas la tensión de lo que ya udiera estar. El ingeniero no se atrevía a respirar. Y entonces, ocurrió.

El golpe fue devastador. La mitad de su cara tembló ante tan violenta sacudida. Barr quedó noqueado al instante. Su cabeza terminó dando contra el suelo, emitiendo un sordo tintineo. Todos los allí presentes observaban callados, como si la escena no les perturbase en lo minimo. Dronan, el Huskarl que aompañaba a Loki, se volvió a ellos.

Llevadlo a una habitación —ordenó con agresividad—. Todavía no he terminado con él.

Le hicieron caso al momento. Se acercaron al hombre inconsciente y entre dos, lo llevaron a rastras por uno de los pasillos, en dirección a algun lugar donde lo inmovilizarían a la espera de que el Huskarl se ocupase de él. Mientras, el Gélido se preparó. Aún quedaban muchos humanos por matar en esa colonia.

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Los disparos resonaban desde el otro lado. En la puerta, dos guardias cubrían a los rezagados que intentaban embarcar en las dos naves de transporte que quedaban en el hangar. Las otras ya se habían marchado, repletas de gente muy asustada. Su destino sería una estación espacial que se hallaba en un sistema solar contiguo. Desde allí, se suponía que se iban a comunicar con las autoridades de la Confederación para avisar del ataque, aunque eso ya no tendría ningún sentido. Para cuando llegasen a la colonia, sería tarde.

Schliemann estaba tan desesperado como el resto por escapar de allí, pero su desasosiego era mayor, pues no veía ni a Barr ni al artefacto por ninguna parte. Ya deberían haber aparecido. Miró a cada uno de sus ayudantes. Los jóvenes se encontraban tan agobiados como él y se notaba que lo único que deseaban era escapar de allí. El ruido de batalla tras ellos no ayudaba a mantener la calma.

Volvió la vista hacia las naves, donde las personas entraban de uno en uno. El proceso resultaba muy lento y se percibía una ansiedad tremenda entre todos. Como no se diesen prisa, el pánico podría estallar y entonces, las cosas si que se pondrían feas. Apretó el puño con furza, deseando salir de allí de una vez por todas, aunque no sin el objeto de la Primera Raza. Fue en esos tensos instantes, cuando una gran explosión retumbó en el lugar.

Todas las personas se volvieron asustadas mientras el humo y el polvo cubrían la entrada. Petrificadas, vieron el cuerpo ardiendo de uno de los guardias mintras el otro caminaba a duras penas, recubierto de polvo y sangre. Una ardiente bola de plasma impactó en la nuca del tipo, haciéndolo caer al suelo mientras gritaba lleno de rabioso dolor. Aquello fue suficiente para que todo el mundo comenzase a correr en tropel hacia los transportes.

Tanto sus ayudantes como el propio Schliemann se vieron arrastrados por la recien formada marea humana. El xeno-arqueólogo trató de zafarse de la gente, buscando con desesperación a los jóvenes, pero era inútil. La muchedumbre estaba escontrolada y de poco servía luchar. Muy pronto, todos aquellos pobres se agolparon frente a las naves, luchando por intentar subir a las escaleras y acceder a los vehículos. Hubo forcejeos, disputas, ataques. La gente se luchaba por subir y huir de ese condenado lugar. Se oian gritos, golpes, insultos. El caos reinaba por doquier. Y, como si la mala fortuna lo presagiara, uno de los transportes inició el vuelo.

—No, ¡joder!, ¿¡pero que coño hacen?! —gritó un hombre aterrado.

No había ni tan siquiera cerrado la compuerta ni desenganchado la escalera. Al subir, tiró de esta última, llevandose consigo a la gente que había encima. Se aferraron a las barandas asustadas. Había niños entre ellos. La nave siguió su ascenso hasta golpear contra el techo, haciendo que tambalease de un lado a otro. La estructura acabó colgando del vehiculo. Varios infelices cayeron, emitiendo fuertes chillidos mientras se golpeaban contra el suelo. Los que todavía resistían, permanecían aferrados con fuerza, tratando de aguantar lo posible. Los demás, desde abajo, miraban impertérritos. Los propulsores del trasporte abarruntaban con beligerancia, listos para iniciar la marcha desde ahí. Expulsaron un fuerte chirrido y la nave salió del hangar por una de las puertas selladas recién abiertas para huir, aunque no llegó muy lejos.

Varias bolas de plasma impactaron contra la zona ventral. Procedían de los Jotuns armados con cañones energéticos que habían fuera. Por culpa de esto, la nave se desequilibró e hizo que rozase contra unas rocas salientes de un monticulo que no se hallaba muy lejos del complejo del que huía. Fue suficiente para romper uno de los propulsores y dañar el otro. Para colmo, el impacto hizo que los pilotos perdiesen el control del vehiculo y que terminara por estrellarse contra la montaña que tenían enfrente. Una gran explosión roja e intensa señalaba el cruel destino de sus ocupantes. Para los que aún esperaban en el hangar, aquello era un mal presagio de lo que les esperaría, uno que no tardarían en conocer.

Desde la entrada, los Gelidos comenzaron a entrar y, nada más topar con toda la gente que allí se hallaba, iniciaron una masacre. Muchos trataron de huir por la entrada principal, pero mas fuerzas del Linaje Congelado aparecieron. Schliemann se tiró al suelo al mismo tiempo que lo hacían muchos otros. Colcado bocaabajo, ocultó su cabeza con los brazos, como si creyera que de ese modo estaría protegido. Sin embargo, de poco le serviría.

Los gritos de la gente pidiendo ayuda y los disparos de las armas plasmicas inundaban el lugar. El profesor miró de refilón a un lado y a otro en busca de sus pobres ayudantes, pero no encontraba a ninguno. El corazón le latía con fuerza mientras el caos reinaba a su alrededor. Se sentía muy mal con todo lo que estaba sucediendo. No solo por él mismo, sino por esos pobres chavales a los que había arrastrado a este horrible infierno. Lo único que esperaba era que no les hubiese pasado nada. El ajetreo continuó por un poco mas hasta que poco a poco, se calmó. Le pareció muy raro a Schliemann y no comprendía que sucedía. Cuando alzó su cabeza, pudo ver de qué se trataba.

Todos los Gelidos se habían detenido, limitándose a cubrir cada flanco y rodeando a los humanos para que no pudiesen escapar. Tanto la entrada principal del hangar como las secundarias se hallaban bloqueadas. El xeno-arqueólogo vio que había varios cuerpos tirados en el suelo, pero la mayoría eran guardias que habían tratado de plantar cara a los extraterrestres. Pese a todo, había algún que otro civil. Con sumo cuidado, vio que no muy lejos de él, a unos pocos metros de distancia, se hallaba Nozomi junto a Takeshi. Ver a la pareja de hermanos le tranquilizó un poco, aunque esa calma se iba a disipar muy pronto.

De forma repentina, un Gélido entró en la sala. Su armadura negra, casco acabado en puntiagudos cuernos y porte altanera, denotaban que debía de tratarse de un ser importante. El resto se volvió hacia él, pendientes de su presencia. Los humanos siguieron en silencio, temerosos de qué pudiera pasar. El ser los observó con detenimiento y se acercó a ellos. Cuando ya lo tenían próximo, se detuvo y emitió una leve carcajada que inquietó a todos por igual.

—No tratéis de pensar que el fin está cerca —comentó el Gelido en el idioma humano. Se le entendía muy bien—. Vuestra pesadilla acaba de comenzar. Mis soldados y yo estamos hoy aquí para haceros sufrir con la experiencia más horrible que jamás hayáis podido imaginar.

Escuchar esas palabras generó un terror apremiante en la gente. Algunos se levantaron con intención de huir, pero enseguida se encontraron con los Alfars apuntándoles con sus lanzas, obligándoles a tirarse al suelo con obediencia. El líder observaba encantado la escena. No era para menos, Loki nunca se había hallado ante algo tan maravilloso y placentero. Todos esos humanos estaban a su merced y eso, le encantaba hasta límites que ni podría imaginar.

—Claro, que aún tenéis la oportunidad de salvaros —dijo de forma repentina—. Si estoy aquí es por una razón concreta, busco un artefacto de la Primera Raza que teneis en vuestro poder. Si me decís ahora mismo donde se encuentra, haré que vuestra agonía sea rápida y sin dolor.

Los allí presentes se miraron extrañados. Sabían de qué hablaba esa horrible criatura que tenían delante, pero ninguno de ellos tenía ni idea de donde se encontraba esa dichosa reliquia. Ni siquiera Schliemann. Si por él fuera, no dudaría en decirlo. Sabía que no era lo más adecuado, de hecho, dudaba de que el Gelido cumpliese su palabra, pero por ahorrar sufrimiento a los demás, estaba dispuesto a lo que fuese. El único que sabía de su paradero era Simon y esperaba que lo estuviese protegiendo. En esos momentos, la única esperanza que teníaen era que las fuerzas del capitán Carville estuvieran ya cerca, aunque se preguntaba si para cuando llegasen, alguien quedaría con vida.

Al ver que ninguno de los humanos hablaba, Loki retomó su fatídico discurso.

—Bien, como veo que nadie parece dispuesto, voy a ser yo quien os obligue.

Hizo llamar a dos Alfars, quienes se inclinaron para saludarle. De repente, el vástago de Odin señaló hacia los humanos, en concreto, a una joven chica.

Traedmela —ordenó sin más.

La pareja obró tal como les había dicho. Fueron hasta la humana y, agarrándola con fuerza, la obligaron a levantarse. La chica gritó y pataleó varias veces, tratando de liberarse, pero de poco le sirvió. La colocaron de rodillas frente a Loki. Mirando con impotencia, vieron como el Gélido desenvainaba su espada.

Voy a pasarlo en grande hoy —dijo complacido mientras observaba a la desdichada.

Un desgarrador grito atronó toda la sala. Los humanos no quitaban ojo de la dantesca escena, pese a no querer. Nadie podía podía imaginar que algo tan horrible estuviera sucediendo, ni siquiera Schliemann. Él no creía en dioses, pero ojalá existiera alguno a quien poder rezarle y pedir clemencia. En esos momentos, mientras veía a Loki limpiando su espada, llena de sangre, deseaba que alguno lo escuchase.

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Después de mucho tiempo, aquí tenéis la conclusión del capitulo. La cosa no pinta bien, la verdad.

Antes de que empecéis con las reclamaciones por tardar tanto, os quiero decir que últimamente ando ocupado con trabajo, clases de Oposiciones y el carnet del coche. No me queda demasiado tiempo para escribir y de hecho, este capitulo lo he completado a lo largo de este mes de Enero y Febrero. No es ya solo que tenga que escribir mucho, a veces vengo tan agotado que ni apenas me quedan ganas para pensar en la historia. Se que se está demorando esta novela mas de lo deseado, pero que queréis que os diga, las cosas son así. No es fácil ser escritor. Así que no me vengáis con quejas. Igual que esperamos a la siguiente temporada de nuestra serie favorita o la siguiente entrega de una peli, lo mismo podemos para esto.

Gracias por leer. Nos veremos en el siguiente capi. Empieza lo gordo, eso si.

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