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Capitulo 25- Rebeldes (Parte 3)


23 de Junio de 2665. Sistema Aciansi. Asgard. 09:23.

Odín permanecía en la sala circular, esperando a que su hijo le contactase con la última información de los rebeldes. Se suponía que iban a asaltar un campamento al noroeste que habían descubierto tras seguir a los soldados en el último ataque. Era el tercero que capturaban en la semana y de momento, no tenían nada de información sobre el guerrero enmascarado. A Thor le acompañaba el comandante Orkot, quien les había salvado la vida a todos ellos. Esperaba que juntos, pudieran averiguar el paradero del líder de esta revuelta Vanir y atraparlo para evitar otra guerra como la Pugna Tribal. Solo de pensar en una confrontación como aquella, perturbaba demasiado al monarca.

No estaban solos. Además de Thor y Orkot, otros también se ocupaban de luchar contra el enemigo. Dos primos suyos, Mimir y Hoenir, le estaban apoyando dirigiendo otras tropas que vigilaban las fronteras cercanas a Noatun, las tierras pertenecientes a los Vanir. Esperaban que si las fuerzas rebeldes venían de esa parte, pudieran interceptarlas allí mismo. Era la mejor estrategia, pues sospechaban que se estaban ocultando en ese territorio y aunque podrían invadir el reino de Njoror, no deseaban provocar a la población, cuyo líder ya era prisionero de ellos.

Pero eso no era lo único que tenía su mente atribulada. También estaba la misión a la que había mandado a su hijo Loki. Este, junto al Huskarl Dronan y un regimiento de Alfar y Jotuns, partió hacia el lugar donde los humanos ocultaban un artefacto de la Primera Raza que las Quimeras deseaban por encima de todo. Sería una misión arriesgada y temía por su hijo. No sabía si estaría capacitado para dirigir el ataque, ya que lo único para lo que parecía estar preparado no era más que para sacar su lado sádico con el enemigo. Él no lo crio para que se comportase de esa manera. Se suponía que todos ellos eran guerreros honorables y justos, que nunca se ensañaban con nadie, aunque ciertos recuerdos de su pasado, le hacían ver lo contrario, pero prefirió ignorarlos. Por lo menos, esperaba que Loki no cometiera errores demasiado graves. Quizás con esto, lograrían posicionarse mejor dentro de la Xeno-alianza mejor de lo que ya estaban y se ganaban el respeto de los malditos Inmortales.

El monarca siguió allí en silencio, inmerso en sus pensamientos, cuando su mujer, Frigg, entró. Al ver a la dama, de piel azulada y blanco pelo, adentrándose en la estancia, Odín se sorprendió bastante.

Querida, ¿qué haces aquí?

La Gélida pareció ignorar su pregunta, pues siguió caminando hasta colocarse delante de su esposo. Sus ambarinos ojos, idénticos a los de Thor, le sorprendieron. Estaban algo inquietos.

¿Cómo está la situación con los rebeldes?

Frigg no solía inmiscuirse en los asuntos de guerra de su esposo. Ella llevaba una labor más administrativa, centrada en controlar la economía y la vida de sus súbditos. No era una parte inactiva de esa monarquía, desde luego, y siempre se hallaba trabajando para que el Linaje Congelado se sostuviese y funcionara. Eso hacía que su involucración en las batallas que libraban fuera mínima. Sin embargo, esta vez el conflicto era más cercano y tras haber sobrevivido a la primera Pugna Tribal, la idea de hacer frente a una nueva no le gustaba demasiado.

Nuestro hijo está tratando de darles caza —le informó Odín—. Pero de momento, no han encontrado a su líder.

La Gélida asintió ante sus palabras, pero eso no hizo que la preocupación se alejase. Todos sabían que se hallaban en una situación precaria. Perdiendo frente a los humanos en Midgard y amenazados por los rebeldes en Asgard, su especie mostraba una clara debilidad que la Xeno-Alianza podría percibir como una poco fiable señal de su posición en esta. Era algo que no deseaban.

¿Crees que lo conseguirá? —preguntó ella.

Odín suspiró.

¿Acaso crees que no podrá? —dijo mientras observaba el gran tablero circular donde se veía un gran mapa de los territorios Vanir y Aesir.

Nunca he dudado de nuestro hijo, querido Ulthar —contestó al tiempo que se colocaba a su lado. Ella también miró el amplio mapa, oteando con sus anaranjados ojos cada campamento que Thor había atacado—, pero no podemos negar que esta rebelión es peor que lo que vivimos tiempo atrás.

El monarca Gélido quedó un tanto impactado ante las palabras de su amada esposa. Siempre la tuvo por alguien muy despierta y perspicaz, así que lo que decía le inquietaba bastante. No porque estuviese equivocada, al contrario, sino porque tal vez tuviera razón.

No temas, ha sido entrenado para ser un gran guerrero y un consumado líder —la calmó—. No desfallecerá en su misión.

¿Y si ocurre? —se percibía una enorme preocupación en su voz.

Respiró intranquilo. Con un solo ojo y sintiendo que su cuerpo ya no poseía la fortaleza de su juventud, Odín supo que no todo se arreglaría con tanta facilidad. Comenzó a pensar en Njoror y en como lo había dejado encerrado en la fortaleza Fyrkat, lejos de su familia y pueblo. ¿Era ese encierro una posible incitación al levantamiento? Resultaba firme en sus creencias y consideraba que debía ser necesario mantenerlo preso, pero dudaba de que el Vanir estuviera detrás de los rebeldes. Quizás liberarlo lograse atenuar las tensiones, aunque dudaba de que fuera a ser así.

No te preocupes —fue lo único capaz de decirle a Frigg—. Tenemos mayor ventaja, tanto en número de fuerzas como en armas. Les venceremos.

No se mostró complacida ante sus palabras. Tan solo se limitó a mirarlo. No le dijo nada, pero Odín pudo entender en esa mirada tan penetrante que poseía. Con ella, le dejaba bien claro que así esperaba.

¿Y nuestra hija? —preguntó la Gélida de forma brusca—. ¿Qué tienes pensado hacer con ella?

Oír aquello le hizo sentir un gran malestar. Sif, atrapada por los humanos, prisionera en el mundo que él le ordenó que protegiese. Una gran presión comenzó a oprimir su doble corazón. Como líder su especie, tal vez notase mal por todo lo que estaba sucediendo con los rebeldes, pero como padre, el sentimiento de culpabilidad era aún mayor.

De momento, está sola —fue lo único capaz de decir.

Frigg, al escuchar lo que su esposo acababa de decirle, se mostró muy enfada. Su mirada de ojos amarillentos reflejaba ese sentimiento con fuerza. Odín lo percibió de manera evidente y no pudo evitar sentirse muy mal por ello.

¿Crees que yo no querría ir por ella? —contestó al notar el acusador silencio que su amada le lanzaba—. Mira como estamos. Es imposible que pudiera ir con un ejército y naves a su rescate. No, en las condiciones en las que nos hallamos aquí, sería una locura.

Ella no dijo nada. Tan solo se limitó a darle la espalda y caminar con paso solemne por toda la sala. El monarca podía escuchar como daba cada pisada de forma estruendosa, haciéndose notar su esposa con ello. Lo sentía como un penitente castigo por cómo estaban yendo las cosas. La Gélida siguió recorriendo la estancia. Odín se mantenía callado, a la espera de ver cuál sería su respuesta, aunque nada salía de su boca. Siguió mirándola hasta que se colocó de nuevo delante de él.

Las miradas que se lanzaba la pareja no podrían ser más duras. Claramente, los dos estaban muy enfadados, sobre todo Frigg. Permanecieron así por un pequeño momento hasta que una transmisión entrante desde el redondo tablero les interrumpió.

Odín no tuvo más remedio que dejar aquella tensa escena y atender a la llamada. Al activar los comandos de la mesa, el mapa de Asgard desapareció y de forma repentina, se formó la imagen azulada de un Gélido sobre la pantalla. Era su hijo Thor.

Padre —le saludó con solemnidad.

Galvar —dijo él muy serio.

Ambos se miraron. La situación no estaba nada bien y Thor tenía una enorme responsabilidad en todo esto, teniendo que perseguir a los rebeldes y encontrar a su maldito líder. Hacía tiempo que no se hallaban ante un problema tan grande y difícil de abordar. Odín sentía que el peso de su legado podría aplastar a sus hijos. De hecho, ya lo estaba haciendo con Heimdall y Sif.

Miró al joven guerrero, el cual le recordaba bastante a él. Mismo pelo largo de color blanco y piel grisácea con un leve tono azulado. Tan solo sus ojos eran algo más claros que los suyos. Eran iguales a los de su madre. Su aspecto no podía evitar remitirlo a su época de juventud, cuando no había viajes por el espacio ni otras razas. Solo estaba el Linaje Congelado y dos clanes, Aesir y Vanir. Habían vivido en paz por siglos, pero la inesperada llegada de la Xeno-Alianza, la muerte de Gulveig y el osado levantamiento de Rokar destruyeron todo. Tenía su hermana Hela razón: "Al final, todo muere. Incluso este hermoso mundo". La primera capitana de las Valquirias siempre la tuvo.

¿Cómo ha ido? —preguntó de forma repentina, pese a no querer saber la respuesta—. ¿Habéis descubierto algo sobre el maldito líder de esos rebeldes?

¿Te refieres al Espectro Helado? —se refirió su hijo. Era la primera vez que escuchaba ese nombre y notó la sangre fluir de más por su cuerpo—. No, me temo que no tenemos nada.

¡Maldita sea! —gimió el monarca—. Pero, ¿has interrogado a todos los prisioneros, incluyendo los soldados de más bajo rango?

Thor negó con la cabeza. Furioso, el rey de Asgard golpeó el tablero con sus puños, haciendo que la imagen de su hijo temblase un poco. Sintió algo de dolor, pero le dio poa importancia. Frigg, en el otro lado de la sala, observaba en silencio.

Respirando con ganas, para intentar buscar alivio a su beligerante alma, Odín se fue clamando. Necesitaba tiempo para atenuar su dolor y furia ante todo lo que ocurría. Esta no era la situación en la que pretendía dejar Asgard y estaba dispuesto a hacer lo necesario para luchar. Por eso, se volvió de nuevo a su hijo, quien continuaba mirándolo con paciencia.

¿Saben si Njoror está conectado con las revueltas? —fue la siguiente pregunta que hizo a su vástago.

Todos lo han negado —contestó el dueño de Mjolnir—. Lo tildan de cobarde y sumiso. Apuntan que ni él ni ningún miembro de su familia están detrás del levantamiento. Apuntan a que ha sido cosa del pueblo Vanir.

Aquellas palabras le hicieron sentirse, en cierto modo, aliviado. Nunca consideró a Njoror como un enemigo. En el fondo, le tenía cierto respeto. También se lo tuvo a su hermano Rokar, quien murió defendiendo a su clan. Siempre deseó que nunca hubiera sucedido aquello. Todavía recordaba el cuerpo de Gulveig, destrozado y mancillado de forma tan horrible. Ojalá lo hubiera impedido.

Bien sigue adelante con la búsqueda —le dejó claro a su hijo—. Por cierto, ¿sabes algo de tus dos primos?

Llevo sin hablar con ellos desde esta mañana —respondió Thor—. Me pondré en contacto con ellos muy pronto.

Mimir y Hoenir eran los hijos de su hermano Balder. Se habían ofrecido para apoyarlos con sus propias fuerzas en la búsqueda y captura de los rebeldes. No llegaban al nivel de experiencia de su difunto hermano, pero desde luego, poseían su misma valentía y arrojo.

¿Hacia dónde iban?

Se hallaban en el nordeste, en una zona montañosa. Perseguían a una pequeña dotación –informó el guerrero a su padre—. Creen que les podría llevar hasta una base importante o algo así.

Esperemos que así sea —comentó el monarca con cierta esperanza—. Los rastreos con naves no han arrojado nada.

Se quedaron callados por un momento. Odín reflexionaba sobre el transcurso de este nuevo conflicto y en que podría desembocar si no lo detenían a tiempo. Thor parecía desear decirle algo a su padre. Él sabía bien de que se trataba, pero no era el momento indicado para hablarlo.

Muy bien, continuaremos con la búsqueda —comentó el príncipe.

Luego, se volvió a la izquierda y miró a Frigg, quien los había contemplado a ambos hablar sin interrumpir nada.

Madre, me alegro de verte —expresó algo apagado.

Lo mismo yo —contestó ella—. Ten cuidado.

No te preocupes, lo tendré.

Tras esto, la comunicación se cortó.

El silencio volvió a reinar en la sala. Odín continuó observando el mapa, que reapareció sobre el tablero una vez su hijo se marchó. Entonces, comenzó a escuchar pasos por detrás, los cuales indicaban que alguien se alejaba de la habitación, en dirección a la puerta.

Ojalá nunca hubieran aterrizado aquí —dijo con evidente tono disgustado Frigg.

Tras decir esto, se marchó.

Una vez concluido todo, Odín activó el sistema de comunicación del tablero y se puso en contacto con la fortaleza Fyrkat.

Monarca Ulthar, ¿que desea? –preguntó una voz desde el otro lado.

General Riorkan, tengo nuevas órdenes para usted —dijo el Gélido.

¿De qué se trata?

Quiero que sueltes a Barden.

Por un momento, Riorkan no dijo nada. Odín quedó a la espera, aunque comenzaba a sospechar que el general estaba tratando de asimilar su orden. Debía verlo como algo ilógico, así que no le culpaba.

Sumo jerarca, ¿de verdad quiere que liberemos al líder Vanir? —era evidente que el general no se hallaba muy conforme con esta decisión.

Sí, quizás de ese modo, logremos calmar esta situación.

Siento contradecirle, señor, pero considero que no es una buena idea.

El monarca sintió una leve punzada en su sien. Cerró los ojos y respiró profundo, tratando de contener su incontrolable furia. Deseaba explotar, mandar todo a la angosta Garganta del Fin y quedar en paz de una vez. Sin embargo, no podía hacerlo. Colocó sus manos sobre el tablero e inclinó su cabeza un poco, meditando profundamente sobre esta arriesgada decisión. Entendía que el jefe militar no se mostrara de acuerdo, pero era la única alternativa que veía.

Le acabo de dar una orden, general —le dijo de forma autoritaria.

Y así se hará —respondió Riorkan. No sonaba muy convencido.

La comunicación se cortó. Odín se quedó en la sala, meditando sobre qué hacer. De momento, seguían a ciegas, pero sabía que todavía contaba un as bajo la manga.

23 de Junio de 2665. Sistema Aciansi. Asgard. 10:17.  

El santuario seguía tranquilo. Sentado con las piernas cruzadas, Kvasir meditaba relajado. Por una vez, las voces no hablaban, al menos, no tan fuerte. Con sus ojos cerrados, tan solo escuchaba un leve susurro.

El contacto con ese misterioso humano llamado Ezekiel Ralston fue más satisfactorio de lo esperado. El intercambio de información entre los dos fue mejor de lo esperado. Zeke fue señalándole los lugares que vio en el mapa estelar que recordaba de su encuentro con Estilvius, la I.A. creada por la Primera Raza y que se encontraba oculta en el Conducto. No es que fuera lo mejor, pero hubo una localización que le llamó especialmente la atención. Coincidía con ciertas coordenadas que se hallaban en la mente de Osiris y que le fueron traspasadas tras su asesinato. Aunque era una sensación vaga, tenía la certeza de que debía partir a ese sitio para descubrir de una vez por todas que o quien era Horus. Ese nombre no cesaba de repetirse ahora, en la quieta calma.

Su mente siguió centrada en ese nombre hasta que el fuerte sonido de las puertas abriéndose le interrumpió. Un cabreo instantáneo no tardó en irrumpir en su ser, suficiente para darse la vuelta y llevarse una mano a una de su cuchillas, que llevaba en el cinturón de su cadera. También preparó la que se desplegaba de su traje en la zona de la muñeca. Delante, Odín, junto a varios Alfar y el Huskarl Vintras, se presentó sin ceremonia alguna.

¿Qué quieres? —preguntó el asesino mientras observaba a todos con cierta cautela.

¿Te importa si hablamos un momento? —Odín se notaba más calmado que de costumbre.

Miró tanto al monarca como al resto de su séquito con detenimiento. Esta repentina aparición no le gustaba nada, más teniendo en cuenta como se hallaban las cosas con las continuas revueltas de su pueblo. El Vanir sabía con total exactitud que le tenían preparado una tarea arriesgada o peor aún, sospechaban algo de él.

¿Es necesario que traigas toda una escolta para ello?

¡Deja de hacer preguntas y haz lo que se te ordene, escoria Vanir! —rugió lleno de ira Vintras, quien se adelantó un poco en clara pose amenazante.

¡Silencio! —fulminó Odín a su guardia. Luego, se volvió a Kvasir—. Me temo que es necesario, dadas las circunstancias.

El asesino quedó un poco perplejo, aunque tampoco se extrañaba. Poniendo una pose más desgarbada frente a la tensa que había tenido en todo ese tiempo, caminó hasta llegar al centro de la habitación. Odín entendió esto como una invitación y lo siguió hasta allí. Su escolta no se despegó de él ni un solo segundo.

Kvasir observó el abovedado techo sobre su cabeza y luego, cerró sus ojos. Respiró hondo y se preparó para la enésima conversación con el sumo rey de los Gélidos.

¿De que quieres hablar? —preguntó con evidente tono de fastidio.

Odín permaneció callado un momento, tan solo observándole, pero no tardó en responderle.

He liberado a tu tío de su cautiverio —dijo con una voz seca y cortante—. En nada lo traerán de vuelta de la fortaleza Fyrkat y luego podrá volver a Noatun junto a tu tía.

Al oír estas palabras, Kvasir quedó sorprendido.

Vaya, un gesto muy amable por tu parte —comentó asombrado—. Es la primera vez que te muestras amable para variar con mi clan.

Como osas ofender al...—saltó Vintras, pero Odín le interrumpió de nuevo.

Déjalo, está en su derecho de recrearse un poco —Parecía no darle demasiada importancia a la burla del asesino—. De todos modos, que no se aproveche tanto. Tengo poca paciencia.

Las cosas parecían ponerse algo tensas, pero el Aesir no aparentaba tener intención de iniciar ninguna hostilidad. El Vanir decidió aprovechar el momento para sonsacarle algo más, aunque sabía que no iba a tardar en encomendarle algo nuevo.

¿Eso es todo lo que tienes que decirme? —le dijo con poca confianza—. Me resulta extraño. Siempre que hablas conmigo es para mandarme en otra arriesgada misión. O para culparme de algo.

Odín torció la expresión de su rostro. Era evidente que entre los dos no había especial simpatía y el asesino siempre supuso que, de no haber sido por sus contribuciones a través de asesinatos, no había prosperado demasiado, mucho menos, en el palacio donde residía su enemigo. Siempre vio absurdo vivir junto a los encargados de matar a su tío y humillar a su pueblo, pero el principio de conservación resultaba claro: sobrevivir era lo esencial. Daba igual con quien te aliases, si al menos, seguías con vida.

Nunca hemos tenido una buena relación —habló el Aesir—. Y no creas que vaya a mejorar, pero te necesito para un asunto muy importante.

Que el gran monarca de los Gélidos solicitase su ayuda le resultaba más que divertido. No podía negar un hecho evidente, él había sido quien le había ayudado a cimentar su posición como líder de su especie. En el fondo, se había convertido en una pieza fundamental de su plan y el asesinato de Osiris ahora lo colocaba en una posición demasiado importante como para descuidarla. Como fuere, lo necesitaba.

¿Y para qué asunto me necesitas? —preguntó Kvasir interesado.

Odín vaciló un poco en responder. O bien andaba buscando las palabras adecuadas para decirle de que se trataba o todavía dudaba de contárselo. Como fuere, el monarca no tardó en hablar, pues no le quedaba más remedio.

Quiero que encuentres a ese bastardo que dirige a las tropas rebeldes Vanir y te lo cargues —dijo el Aesir con furia contenida.

Cuando escuchó la petición de Odín, supo que el momento había llegado. Lo peor, era que él sabía de quien se trataba el líder los rebeldes: su primo Lytir. Algo intranquilo, agradeció al Dios del Hielo Perpetuo que el monarca no sospechara del asesino, aunque si había acudido para que se ocupara del asunto, solo podía significar que aún así, lo relacionaba.

No sé dónde puede estar —le dijo a Odín, algo que no le gustó demasiado al Aesir.

Pues lo encuentras —le replicó—. Es algo que se te da muy bien.

Apretó el puño, pero prefirió contenerse. Había cosas más importantes en juego que matar al gran rey de los Gélidos. Podría hacerlo en ese mismo instante, incluso atraparlo y usarlo como rehén para chantajear al resto de sus súbditos. Sin embargo, sería un suicidio y una estupidez. De nuevo, había asuntos mayores que tratar.

Bien, lo haré —concluyó el Vanir.

Más te vale —le dejó bien claro Odín—. Lo único que quiero es acabar con todo esto lo más rápido posible.

Así haré.

Una vez hablado todo, Odín y su sequito e retiraron. Kvasir volvió a quedar de nuevo solo. Cerró sus ojos por un momento, notando el nerviosismo que recorría su cuerpo. Daba gracias de llevar puesto la máscara de su traje, pues así podía ocultar las exageradas expresiones que ponía delante de los Aesir. Ese era uno de los motivos para ir siempre así.

Tras un rato dando vueltas sin saber qué hacer, Kvasir decidió que la hora había llegado. Salió fuera de palacio y contactó de nuevo con su primo. Se cercioró de que nadie le observaba y accionó el comunicador, haciendo que su primo apareciese en una pequeña imagen holográfica.

Kaldren, ¿qué sucede? —preguntó extrañado el Espectro Helado.

Primo, tenemos que hablar.

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Estoy de vuelta. Siento haberme demorado tanto. Espero compensaros. Mas capítulos están por venir. Saludos y nos vemos la semana que viene!!!

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