Capitulo 25- Rebeldes (Parte 2)
El camino hasta allí estuvo plagado de nervios e inseguridad. El Gélido no dejaba de pensar en que ocurriría después de que encontrasen al líder de los rebeldes y lo matasen. ¿Todo volvería a la normalidad? Esperaba que así fuera. Tenían capturado Njoror y sin un instigador fuera, los Vanir se rendirían. Gracias a esto, se pondría paz en el planeta y entonces, podría viajar a Midgard para rescatar a su querida hermana. Lo deseaba con todas sus fuerzas.
Siguieron al Alfar hasta llegar a una gran tienda de forma rectangular, con el techo en forma de pirámide. Se encontraba intacta, para sorpresa del guerrero. Con el violento ataque, esperaría encontrar aunque fuera algún corte o rasguño, pero se encontraba en perfecto estado. Los dos Gélidos se detuvieron cuando el soldado apartó la tela de la entrada para dejarlos pasar. Un poco nerviosos, Thor y Orkot accedieron al interior.
Allí, se encontraron con dos Cresner que realizaban guardia, vigilando a tres prisioneros. Estaban de rodillas y las manos atadas por detrás con esposas metálicas que impedían que se escapasen. Un Huskarl, uno de los que protegía al rey y que acompañó a Thor junto con otros cuatro, permanecía frente a ellos. No les quitaba el ojo de encima, con sus brazos cruzados en una pose que lo hacía ver como alguien temible. Notando lo bien vigilado que se encontraba el lugar, Thor volvió la vista hacia los cautivos.
Dos de ellos, uno a cada extremo, eran simples soldados. Los reconoció por sus ropajes verdes y el casco negro que recubría la cabeza de uno. Ambos iban desprovistos de los petos de piel de Butragus. No les debió dar tiempo de ponérselos. El que tenía la cara descubierta, presentaba un estado lamentable. De su nariz se derramaba sangre púrpura y presentaba un par de cortes, uno en la mejilla y otro bastante largo en la frente, aparte de varios moretones, signos inequívocos de fuertes golpes que había recibido. Además, su corta melena blanca aparecía revuelta y sucia. Sin embargo, el que llamó su atención fue el que se encontraba en medio.
Aquel Gélido portaba un casco negro que ocultaba su rostro por completo, a diferencia del de los soldados, que dejaba al descubierto la parte de los ojos, nariz y boca. Una armadura de cuero gris clara recubría su cuerpo. Aunque no llevaba encima sus armas, supo que estas debían de ser dos hachas medianas. Lo adivinó porque el guerrero era idéntico al que confrontó en el ataque a la fortaleza. A ese tipo lo encerraron en las prisiones de la fortaleza junto con otros rebeldes supervivientes. Fueron torturados para sacarles información y tras estos, se les ejecutó por traidores. No llegó a contemplar la escena, pero imaginó que los decapitarían, para quizás, después colocar sus cabezas en picas sobre las murallas. Una advertencia de lo que les ocurriría a aquellos que osasen sublevarse contra el gran monarca de Asgard.
Thor observó con detenimiento al segundo prisionero y concluyó que debía de tratarse de alguna suerte de oficial o jefe de tropas. Si era así, tal vez tuviese mayor información sobre el paradero del misterioso hombre de falso rostro.
—El de en medio —señaló el vástago mediano de Odín—, traedlo frente a mí.
Los dos Cresner hicieron caso al instante. Agarraron al Vanir de los hombros y, con algo de brusquedad, le hicieron levantarse. Se revolvió un poco, dando la clara muestra de que no le agradaba estar así. Los guardias lo empujaron, colocándolo delante de Thor, quien se lo quedó mirando fijamente.
—Quitadle el casco —fue su siguiente orden.
Ya despojado de su protección, pudieron ver mejor el aspecto del guerrero. Tenía las facciones duras y sus ojos eran de un color amarillento muy oscuro. En verdad, parecían muy apagados. Además de eso, su cara aparecía surcada con varias cicatrices. La mayoría eran pequeños cortes, aunque tenía un par de tajadas en la zona del mentón y la mejilla derecha bastante desagradables. Lo peor, era que le faltaba la parte izquierda de su nariz. Parecía ir en consonancia con la cicatriz de la mejilla. A pesar de darle una desagradable apariencia, el Aesir percibió que aquel Gélido debía de llevar a sus espaldas muchos años de guerra. Esas marcas eran mudos testigos de ello.
—¿Cómo te llamas? —preguntó sin más preámbulos Thor.
El Vanir se lo quedó mirando con poca paciencia. Parecía dispuesto a lanzarse por él y todos lo notaban. Por ello, lo Cresner rodearon cada flanco y el Huskarl se aproximó con porte amenazante. Notando esto, el rebelde se retrajo un poco, pero no abandonó su mirada llena de odio.
—Mi nombre es Kivar —dijo con profunda y desgastada voz—. Combatí en la primera Pugna Tribal junto nuestro gran rey Rokar, quien cayó valientemente en el campo de batalla en Eksaria. Yo estuve allí y lo vi todo con mis propios ojos. —Agachó la cabeza, como si estuviera desistiendo de proseguir con su gran relato, pero no tardó en volver a alzarla y continuar—. Derramé mucha sangre enemiga, pero eso no que suficiente y derrotado, regresé a mi hogar, junto a mi familia, para protegerlos de la amenaza que representáis los Aesir.
—¿Y qué haces aquí ahora? —Esta vez fue el comandante Orkot quien preguntó.
Kivar giró su cabeza hacia su nuevo interrogador y no dudó en seguir mostrándose enfurecido con todos ellos. Parecía algo en lo que estuviera más que empeñado.
—Lucho en la segunda Pugna Tribal junto a mis hermanos para acabar con los malditos traidores que sois los Aesir.
La última parte la dijo mirando a Thor con turbiedad. Tras esto, varios de los allí presentes comenzaron a carcajear. Tan solo el príncipe se mantuvo en silencio.
—¡La segunda Pugna Tribal! —exclamó uno de los Cresner— ¡De verdad creéis que estáis en esa guerra aun!
—Que panda de estúpidos —espetó con desprecio Orkot.
Siguieron burlándose por un tiempo más. Kivar se mantenía callado, al igual que Thor. Lo único que aquellos dos Gélidos hicieron fue mirarse con determinación, como si estuvieran evaluándose el uno al otro.
—Tu eres el segundo hijo de Ulthar —soltó sin más el rebelde Vanir—. Ese a quien todos ven como un gran guerrero, al que tanto respetan. Bravo, poderoso y altivo. —Sus palabras parecían sonar con admiración—. Sabes, me encantaría poder meterte ese cañón por el culo y freírte de dentro hacia fuera.
Todos enmudecieron al escuchar aquello. Kivar los miró desafiante y muy orgulloso de lo que acababa de decir. Nadie habló, pues estaban procesando lo que ese ser les había soltado. Y fue él, en ese entonces, quien empezó a reír de forma histriónica. Su voz sonaba grotesca, como el chillido horroroso de un morador de las nieves, herido de muerte por un Kronur, que no dejaba de perseguirlo. Escucharon aquel soliloquio de burla sardónica, hasta que el Huskarl le asestó un fuerte puñetazo en la cara.
—¡Bastardo Vanir! —le espetó el guardia.
Pese al fuerte golpe, Kivar no cayó noqueado. Se volvió a Thor, quien vio como de la desfigurada nariz de su enemigo cautivo caían varios hilos de sangre violácea. Entonces, una hórrida sonrisa se dibujó en su rostro. Sus achaparrados dientes también estaban llenos de sangre y sin dudarlo, el rebelde escupió en la cara al príncipe Gélido.
—¡Parece que no aprendes! —le gritó ahora uno de los Cresner.
Primero, le golpeó con el mango del hacha en la cabeza, haciendo que se desorientase. Tras eso, el Cresner clavó su rodilla en el vientre del Vanir. Este vomitó más sangre y acabó de nuevo de rodillas en el suelo, llevando sus manos a la zona golpeada por el terrible dolor padecido. Luego, entre los dos guerreros, lo volvieron a retener.
Thor retrocedió un poco impresionado ante la acción llevada a cabo por el prisionero. Su osadía y locura le resultaban inquietantes. Estaba claro que no le importaba morir, pero no lo iba a hacer. No de momento.
—¡Sois escoria traidora! —les gritó—. ¡Todos los Aesir moriréis! ¡Juro que pagareis por todo esto con la muerte! ¡El Gran Dios nunca os aceptará y protegerá!
—¡Cállate, imbécil! —le dijo enfurecido el Huskarl, quien se disponía a desenvainar su espada.
No llegaría a hacerlo. Thor le detuvo y ordenó que lo pusieran en pie. A pesar de su terrible aspecto, el Aesir seguía dispuesto a interrogarlo. Se limpió un poco de su rostro con su propia capa e hizo que limpiasen el de Kivar.
—Veo que tu odio hacia mi familia es enorme —comentó con cierto asombro—. Pero ahora, vamos a hablar en serio.
—¿Y qué quieres contarme, despojo traidor? —le preguntó algo débil el Vanir.
Notó que el prisionero estaba un poco desorientado. Los Cresner tuvieron que sostenerlo para que no se cayese. Thor respiró un poco para calmarse. La situación se estaba recrudeciendo por momentos.
—Veo, por tu indumentaria, que pareces ser el líder de todos estos soldados —expresó con certero convencimiento el hijo de Odín.
Kivar carraspeó un poco. Algo de sangre salía por su boca. Lo habían dejado en un estado terrible tras la tremenda paliza. Mirándolo de forma lastimosa, el Vanir no dudó en responder, aunque su voz denotaba lo destrozado que se encontraba.
—Yo no soy el líder de nadie —comenzó a decir—. Todos somos hermanos que luchan contra vosotros, sucios traidores. No hay uno por encima del resto, excepto nuestro gran líder, el Espectro Helado.
Ya los soldados Aesir iban a echarse a reír cuando Thor les lanzó una severa mirada que los hizo callarse al instante.
—Muy bien —expresó con conformidad el príncipe—. ¿Y dónde se encuentra ese Espectro?
La fuerte risa que emitió Kivar fue tan ruidosa que todos mostraron un gesto de desagrado al escucharlo. Thor no estaba muy a gusto con este interrogatorio, pero necesitaba toda la información necesaria.
—Te lo preguntaré de nuevo, ¿dónde se encuentra el Espectro Helado?
El prisionero lo observó con fijeza obsesiva con sus apagados ojos. El silencio se hizo en el lugar de forma repentina. Los otros Vanir cautivos respiraban con intranquilidad. El vástago de Odín no estaba para esperas largas y cuando vio una malévola sonrisa dibujada en el interrogado, supo que a cosa estaba lejos de terminar.
—Él está en todas partes —dijo con su agrietada voz—. En el viento que sopla fuera, en el hielo que nos rodea, en la blanca nieve que pisamos, en el mar que baña nuestro mundo —Se mantuvo un momento en silencio, como si pretendiese mantener la mayor expectación posible sobre lo último que iba a decir—. Está en nuestros corazones de bravos guerreros Vanir. Y ninguno de vosotros, sucios traidores Aesir, ¡podréis detenerlo!
Aquello fue suficiente para su paciencia. Orkot se adelantó y le dio un fuerte puñetazo, rompiendo su ya de por si deformada nariz. El Vanir quedó momentáneamente noqueado y Thor tuvo que ordenar a los Cresner que lo espabilasen, inyectándole un estimulante en el cuello que la Estirpe Cambiante les entregó. Kivar no tardó en recuperar el conocimiento y para ese entonces, Thor tenía claro que iba a tener que usar métodos más extremos para poder sacarles la información a estos seres.
Caminó un poco de un lado a otro. Observó a los dos soldados arrodillados y luego, volvió su vista al guerrero, quien no cesaba de mirarlo de forma burlona y provocadora. Se detuvo frente a él y luego, señaló al preso que tenía a la derecha.
—Traédmelo —pidió a sus subordinados.
El Vanir desprovisto de casco comenzó a gritar nada más el Huskarl lo agarró. Forcejeaba con fuerza y pese a tenerlo bien cogido, se le iba a escapar. El comandante tuvo que intervenir y le asestó una fuerte patada en un costado, haciendo que se tambalease. Luego, desenvaino la espada, lo cual hizo que el prisionero se asustase. Pero en vez de córtale con uno de los filos, o clavarle la punta, le dio la vuelta al arma y golpeó con el pomo en su cabeza, dejándolo aturdido. Entre los dos, arrastraron al interfecto frente a Thor, quien estaba cargando su arma. El Aesir aumentó Mjolnir hasta media potencia, con intención de que se calentase, pero sin generar energía que lanzar. Se empezó a escuchar un áspero zumbido que indicaba que el arma estaba en funcionamiento.
—Ponedlo de rodillas.
Orkot y el Huskarl lo colocaron en el suelo tal como su jefe les había ordenado. El rebelde temblaba lleno de horror y miraba desesperado al otro soldado, quien lo contemplaba con los ojos bañados en lágrimas. Quien permanecía en su sitio, sin decir nada, era Kivar. Aquel joven Vanir volvió su rostro hacia Thor, pidiendo con su mirada clemencia, algo que el Aesir no iba a tener.
—Os guste o no, me diréis donde está vuestro jefe —expresó con un sombrío tono de voz el príncipe Gélido—. Tengo mucha ira que gastar con vosotros.
Mjolnir emitió un súbito chasquido. Entonces, ordenó al Huskarl que sujetase bien al rebelde y que bajo ningún concepto le permitiera moverse. Tras esto, el guerrero se puso frente al indefenso cautivo y lo miró de nuevo. Volvió a encontrarse con esos suplicantes ojos amarillos que titilaban de terror puro. Los observó, sintiendo por un momento una inesperada sensación de desasosiego. Por dentro, algo le pedía que no siguiese, que parara todo esto. Sin embargo, las ansias de venganza, le consumían. Sabía que esto no era correcto, pero no le quedaba otra alternativa.
—Esto es lo que les pasa a quienes se rebelan contra mi familia —dijo.
Acercó el cañón a la cara del Vanir y nada más la superficie metálica entró en contacto con la piel de la mejilla derecha, comenzó a quemarse. Se escuchó un pequeño chirrido, como si algo estuviera deshaciéndose. Enseguida, la expresión en el rostro del rebelde se endureció y no tardó en comenzar a gritar.
—Que no se despegue —le avisó Thor al Huskarl.
El guardián lo cogió firme de la cabeza y lo apretó más contra Mjolnir. El prisionero temblaba mientras no cesaba de emitir fuertes alaridos. Su otro compañero miraba con lágrimas cayendo de sus ojos sin cesar. Kivar permanecía imperturbable frente a la tortura ejercida a su compañero. El resto observaba con detenimiento, sin perder detalle de lo que ocurría.
La cabeza del Vanir siguió pegada al arma por un minuto. En todo ese tiempo, su agónico gemido retumbó en la tienda con estridencia. Thor endureció las facciones de su rostro mientras pegaba más el cañón de energía, como si pretendiera que sintiese más el calor en su rostro. Al final, le hizo una seña al Huskarl para que separase al maltrecho y herido cautivo. El aroma a carne chamuscada impregnaba el ambiente, lo cual no agradó demasiado a los allí presentes.
Con sumo cuidado, el rostro del soldado rebelde fue despegado de Mjolnir. Tiras de piel quedaron adheridas al metal y al tirar, fueron arrancadas de la mejilla, causando mayor dolor al Vanir, quien gritó con horror. Thor pudo ver la gran quemadura que le había dejado en el rostro. Se veía toda la purpurea carne calcinada y regueros de líquido más oscuro discurrían desde ahí. Era una mezcla entre sangre y piel derretida. Lastimado, el soldado cayó de lado, perdiendo el conocimiento al no poder soportar tanto dolor. El príncipe Aesir sopesó en la posibilidad de inyectarle otro estimulante, pero concluyó que no merecía la pena. A fin de cuentas, esto era más que una demostración para quebrar la resistencia de los otros dos. Hacer que se derrumbasen viendo el cruel destino que les podía deparar el no confesar. Esperaba que funcionase, aunque no se sentía demasiado feliz de haberlo hecho. En parte.
El prisionero Vanir fue puesto en un lado por el Huskarl. Thor dirigió su mirada a Kivar, quien seguía igual. Ninguna reacción por su parte indicaba que se sintiera asustado y con ganas de confesar, lo cual enfureció al Aesir. Observaba esos ojos oscuros y perdidos, que parecían burlarse de él por todo lo que estaba haciendo. Sin dudarlo, supo que les iba a hacer pasar el mayor calvario posible. Los ojos del príncipe siguieron su camino hasta acabar sobre el otro soldado. Al verse observado, comenzó a temblar histriónico. Enseguida, uno de los Cresner se le acercó y le asestó un golpe en el rostro con el mango del hacha.
—No, ¡por favor! —gritaba desesperado—. Yo no sé nada. ¡Lo juro!
Sus suplicas de poco le servirían. Las lágrimas que derramaba no aplacarían el corazón furioso de Thor. Le hicieron poner de rodillas frente al Gélido, quien blandía a Mjolnir con orgullo. El Vanir pedía piedad por su vida, pero jamás se la darían.
Thor miraba a su indefensa víctima, llorando como un niño pequeño. En el fondo, le daba lastima y de verdad, desearía no tener que hacer nada de esto, pero tal como le dijo su padre en más de una ocasión "en la guerra, todo vale para conseguir la victoria". Y si él tenía que hacerlo, no dudaría.
Fuera de la tienda, horribles gritos resonaron en mitad de la noche. Gritos, que se unirían a los ya cantados por las víctimas de este conflicto. Y más vendrían detrás.
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Siento estar tardando tanto en terminar el capitulo, pero se me está haciendo cuesta arriba completarlo. La semana que viene publicaré la ultima parte.
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