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Capitulo 20- Una señal (Parte 2)

Advertencia: Esta parte contiene material muy desagradable. Está indicado en que parte comienza, por si alguno no desea leerla.


El Centurión agarró a la humana del brazo y tiró de ella en dirección a la central de comunicación. Aun desconocía que era lo que los Inmortales querrían de ese lugar, pero lo único que esperaba es que con lo que les desvelase, pudieran perdonarle su vida. Lo dudaba, conociendo la fama de temibles asesinos que portaban los Inmortales, pero aunque remota, era una posibilidad en la que creía con todas sus fuerzas. Llegaron a la entrada, cerrada con una puerta metálica que necesitaba de una tarjeta de seguridad para poder abrirla. Xorges miró a la humana, esperando a que ella accionase algún sistema de apertura, pero ella no podía hacer nada.

—Ábrela —le ordenó.

Ella lo único a lo que se limitó fue a mirarlo con incomprensión.

— ¿¡Que pasa?! —preguntó ya molesto el Inmortal.

—No tengo la tarjeta para poder abrir la puerta —le respondió Aaliyah, temerosa de la reacción que el Centurión pudiera tener.

La miró con poca paciencia y aunque la mujer creyó que le iba a arrancar la cabeza llena de mucha ira, lo único que se limitó a hacer, fue volverse por un instante. La chica presenció extrañada como el ser llamaba a sus soldados. De entre ellos, vio venir a uno en particular que le llamó poderosamente la atención. Se trataba de una criatura de complexión algo más delgada que los Legionarios, pero aun así, se la notaba fuerte y robusta. Portaba una armadura de color roja con bandas negras circunscribiendo los laterales. Un casco esférico recubría su cabeza, dejando tan solo al descubierto sus ojos por un pequeño hueco. Eran amarillentos, sin iris, y refulgían tan intensos como los de sus compañeros. Se trataba de una Sirena, hembras de la especie que se usaban como artillería. El ser llegó justo al lado de Aaliyah la observó por un mero instante justo antes de que su superior le señalase a la puerta. Vio esta como si la estuviese analizando. La soldado se fijó que en los sus extremidades, la Inmortal portaba unos cañones cilíndricos de cuyas aberturas emanaban un intenso brillo azulado. Volvió de nuevo a mirarla y entonces, apuntó uno de sus cañones contra el panel, destrozándolo con una sola descarga de energía azul. La puerta se abrió de repente. Seguramente aun le quedaba algo de energía de reserva a la central y por ello, se mantendría con el cierre de emergencia.

Una vez hecho esto, la criatura pasó por el lado de Aaliyah, mirándola como si se creyese superior a ella y continuó su camino de vuelta con el resto. La chica estaba impresionada de ver como estos seres actuaban de forma tan presumida. A lo mejor era cierto lo que se decía sobre que eran dioses, al menos, este Inmortal parecía creérselo. Solucionado el problema de la puerta, fue empujada dentro por el Centurión. Nada de esto le gustaba.

Escuchó varios pasos detrás que la hicieron volverse con rapidez. Allí, estaba otra vez Ares, cuya cabeza rozaba por muy poco el techo. Se preguntaba si llegaría a caber en alguna de las habitaciones por las que irían.

— ¿Dónde se captan las señales que os mandan otras colonias? —preguntó de forma sorpresiva el Inmortal.

Aaliyah quedó en un principio en silencio, incapaz de creer que eso fuese lo que buscaba con tanto interés Ares, los mensajes que se estarían enviando entre ellos. No podía ser otra cosa. La chica concluyó que quizás, había cometido un grave error al aceptar la propuesta de este ser. Iba a condenar a personas inocentes, pero, ¿qué otra cosa podía hacer? ¿Ser violada, torturada y asesinada por un grupo de soldados extraterrestres brutos y excitados?

—Hay una sala no muy lejos de aquí, donde monitorizamos todas las señales que se reciben y mandan —señaló—. De hecho, es por este pasillo.

Le sorprendía lo tranquilo y civilizado que resultaba el Inmortal. Horas atrás, mientras luchaba contra ellos, pudo ver lo crueles y despiadados que resultaban. Masacraban a cada humano encontrado con una crueldad inigualable y la forma tan horrible de hacer sufrir a algunos quitaba el sueño solo de recordarlo. Y sin embargo, ahora este asesino, que ella misma vio dando muerte a muchos de sus compañeros de una manera que solo se podría describir como sanguinario, le hablaba con total normalidad. Resultaba un contraste inquietante. Tampoco es que Aaliyah pudiera decir lo contrario de ella. Hace un rato, era una soldado que ansiaba acabar con todos ellos, disparando su fusil con agresividad, lanzando granadas a la espera de verlos volar a todos por los aires y profiriendo gritos de odio que harían escandalizarse al más pudiente. Ahora, en cambio, era una persona que cooperaba con total calma con sus mayores enemigos.

Llegaron al lugar al que hizo referencia, llamado sala de comunicación. Un nombre simple, pero claro. Dentro, encontraron un amplio espacio rectangular. En todas las paredes había monitores que aún seguían activos pese al devastador ataque, lo cual tranquilizó bastante a Aaliyah. En el centro, había una gran mesa para desplegar información importante que seguramente el director de la central quería analizar con su personal más significativo. Había a la derecha una habitación contigua, de paredes de cristal, en el que estaban los técnicos de comunicación controlando el sistema para que funcionase bien. A la derecha, otra mesa de metal donde los trabajadores descansaban un poco, tomando café y contándose chascarrillos del día a día. Ella había visto este lugar desde que fue enviada como parte de una dotación de reserva de las Brigadas hacía ya cuatro años. Lo recordaba repleto de gente que iba de un lado a otro y no paraba de hablar. Pero en estos momentos, permanecía vacío.

— ¿Sabes lo que tienes que hacer? —preguntó Ares con una voz que le resultó escalofriante.

Miró el teclado que tenía justo delante. Entendía como navegar por los distintos menús de los ordenadores, así como donde estaba el directorio de señales almacenadas, pero seguía sin comprender que es lo que había en este sitio que pudiera generar tanto interés a los Inmortales. Notando la afilada mirada de su captor, la chica decidió preguntarle para salir de dudas.

— ¿Qué es lo que buscamos aquí?

El ser quedó callado por un leve instante y ante esto, Aaliyah creyó que no debió e hacerle esa pregunta, pero no tardó en responderle.

—Una señal que fue captada hace poco aquí —le explicó con su pérfida voz—. Debe haber un registro o algo así aquí, ¿no?

Asintió como respuesta y se puso a teclear para ir hasta el registro de captación de señales. En ese momento, Xorges, el Centurión que la había traído hasta allí, entró en la estancia y se puso a hablar con su señor. Tener allí a ese insidioso ente la puso de los nervios pero prefirió clamarse y seguir con su trabajo. A fin de cuentas, su vida dependía de ello. Buscó las que se habían recibido en las últimas horas y halló una que le llamó especial atención.

— ¡Qué raro! —exclamó mientras ojeaba los datos correspondientes al misterioso mensaje.

— ¿Ocurre algo? —Ares sonaba, para su sorpresa, bastante preocupado.

—No, es solo que esta señal no se corresponde con nada que haya visto hasta ahora.

Inspeccionó cada dato con sumo cuidado, tratando de verificar que no se tratase de una anomalía, pero estaba claro que aquella señal, no se parecía a nada que hubiese visto hasta ahora. Se trataba de algo completamente desconocido tanto para ella como para cualquiera que la estudiase. Sonoros pasos se escucharon a su espalda y para cuando quiso darse cuenta, ya tenía al alto Inmortal a su lado, acercando su reptiliano rostro hasta la pantalla y fijando sus anaranjados ojos sobre todos los datos allí mostrados.

— ¿Que insinúas con eso? —dijo volviéndose a ella. Su vista estaba posada en la mujer, quien dejó de respirar por un segundo, sintiendo como aquel ser la sondeaba de manera minuciosa y fastidiosa.

Inspirando aire para tratar de serenarse, Aaliyah respondió.

—Lo que digo es que la señal no es de origen humano —se detuvo para buscar las palabras exactas para continuar, aunque en realidad, lo hacía para ver la reacción de Ares. Viendo que no le decía nada, siguió—. Tampoco es de los Gélidos, las Quimeras ni siquiera de vuestra especie.

La reacción del Inmortal no fue de sorpresa, más bien, seguía indiferente, como si esta revelación no le sorprendiese en absoluto. Aaliyah no supo que decirle.

—Interesante —se limitó a afirmar Ares—. ¿Y de dónde procede esta señal tan misteriosa?

Tecleó para sacar las coordenadas de origen y no tardó en verlas. Entonces, un enorme dilema se formó cuando vio de donde venía la señal. En un principio, se mostraba reticente, incapaz de hacerlo. El miedo y la culpabilidad la corroían, pero cuando notó la profunda respiración del Inmortal, supo que no le quedaba más remedio.

—La señal procede de cuadrante 4X. El sistema se llama Hercolubus y el planeta es el tercero, llamado Alectus —informó con cierto afligimiento—. Todos los datos se recopilaron con éxito justo antes de que vosotros atacaseis.

Eso último se lo dijo como un reproche, pero para su sorpresa, Ares lo ignoró por completo.

—Perfecto, entonces, ya es hora de salir de aquí —Se volvió al Centurión—. Xorges, ¿has tomado las coordenadas?

El oficial asintió y de una pequeña pantalla desplegada en su brazo, comenzó a revisar que todo estuviera en orden. Mientras, Ares agarró a Aaliyah y se fueron de allí.

De vuelta en la calle, la joven soldado fue llevada de nuevo a las pilas de cadáveres, donde también se encontraban reunidos los Legionarios, Sirenas y Sátiros. Estos no tardaron en volver a mirarla con renovado interés, lo cual hizo que Aaliyah volviera a ponerse nerviosa. Inquieta, recorrió con su mirada a todos los allí presentes, quienes no quitaban ojo de la pobre muchacha, quien ya se estaba temiendo lo peor. De repente, notó como las manos de Ares se posaban sobre sus hombros. Notaba contra su cabeza y cuello el gran torso de aquella bestia, recubierto por su impenetrable armadura. Contuvo la respiración cuando vio como sus subordinados se acercaban para rodearla. Su respiración se paralizó al tiempo que temblaba sintiendo el miedo penetrando su cuerpo. Era obvio, no iba a cumplir con su palabra.

—Bueno, como sabes, yo siempre cumplo con mi palabra —exclamó Ares en un leve susurro que se mecía entre sus negros cabellos.

Fue en ese mismo instante, cuando se escucharon fuertes disparos. Desde el otro lado, un hombre apareció disparando contra todos. Aaliyah fue tirada al suelo de forma repentina mientras todos los Inmortales se movían. El tipo gritó varias veces pero apenas podía escucharle con el alboroto causado. Ares no se movía de su posición aunque no le hacía falta. Sus Legionarios lo hacían por él. Y justo cuando iban a lanzarse sobre el incauto soldado que había osado atacarles, este le arrojó un par de granadas de granadas que levantaron una espesa cortina de humo. Los enemigos quedaron bloqueados al tener la visión obstruida por el gas y pese a contar con visores caloríficos, se los habían quitado para no molestarles en su estancia en aquel lugar.

Ares emitió un gruñido de claro enojo que se transformó en un sonoro rugido cuando vio la incompetencia de sus soldados. Se movió con rapidez al tiempo que la cortina de humo se extendía cada vez más. Aaliyah seguía en el suelo sin poder moverse, mirando a un lado y a otro mientras notaba el cargado gas entrando por sus pulmones. Se sentía muy agobiada y espantada ante todo lo que sucedía y lo peor, es que no sabía cómo reaccionar. De repente, notó como alguien tiraba de sus hombros y la levantaba con fuerza. Creyendo que sería un Inmortal, ya se puso a la defensiva, pero su sorpresa fue grande al ver que se trataba del misterioso atacante.

— ¡Ponte esto, rápido! —le dijo mientras le entregaba una máscara con respirador, idéntica a la que ocultaba su rostro.

Se la colocó y miró al hombre, a quien no podía reconocer entre la neblina que se había formado. Le hizo una seña para que lo siguiese y los dos salieron de allí rápido.

Corrieron hasta las residencias de la zona este. Una vez a salvo, Aaliyah se pudo quitar la máscara y pudo ver mejor a su salvador. Se trataba del sargento Rubén Castro, de piel morena y peculiar bigote marrón oscuro, al cual no había visto durante el ataque. Ahora, el hombre estaba allí, desprovisto de su casco y armado con un fusil Sable. Se le notaba algo falto de respiración, pues jadeaba bastante.

— ¿Estas bien? —le preguntó.

Ella asintió, aun sin capaz de saber que decir. Había estado a punto de ser violada por un montón de monstruosas criaturas que la habrían destrozado sin piedad, haciéndola sufrir un dolor inimaginable, convirtiéndose en la peor pesadilla que pudiera imaginar. Por ello, estaba en fuerte deuda con el sargento.

—Te vi siendo arrastrada al centro de comunicación —le dijo en ese mismo instante—. ¿Qué demonios querían?

Aun no sabía que decirle al hombre, pero sintió que debía contarle todo lo que había pasado. Quizás pudieran informar al Mando Militar y que este buscase el modo de solucionar lo que había provocado.

—Les desvelé la última señal que la central recogió antes de que se produjese el ataque —explicó la chica—. Era de origen desconocido. No se parece a nada que yo haya visto antes. Desde luego, es realmente espeluznante.

— ¡Mierda, la procedente de Alectus! —Maldijo Castro—. Sabía que esa transmisión nos iba a traer problemas.

Aaliyah lo miró con sorpresa al decir esto.

— ¿Que sabe?

—Nada bueno —respondió el sargento—. En Alectus hay una excavación desenterrando ruinas de la Primera Raza. Cuando ayer se captó la señal, el encargado Nygaard dijo que mantuviésemos el mensaje aquí hasta que gente de la Vanguardia viniese por ella. Yo y otros jefes e seguridad argumentamos que había que informarles, que esto podría atraer atención, pero se negó a hacernos caso.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó la cabo llena de mucho miedo.

—De momento, escapar de aquí —le explicó el hombre—. Hay una nave en el helipuerto. Está en perfecto estado y podremos salir de este sitio. De momento, es importante ponernos a salvo. De lo otro, nos ocuparemos después.

Ante esta información, la chica solo se limitó a asentir, entendiendo todo. Un poco de esperanza se recobró en su maltrecha mente. Parecía que había salvación después de todo.

Juntos, los dos se dirigieron al helipuerto. Allí, había varias naves, pero a la que se refería Castro, era una nave de siete metros de eslora, punta pentagonal y largas alas acabadas en punta. Era un caza de exploración modelo Ibis de color verde oscuro. Tenía una puerta trasera para poder entrar, aunque contaba con otras laterales para ir a la cabina de pilotaje.

—No aguantará la presión de la salida de atmósfera por mucho pero creo que yo con ella, podremos llegar a alguna estación cercana —comentó con renovado optimismo el sargento Castro.

Todo parecía estar saliendo mejor de lo esperada. Entrarían en la Ibis, saldrían de la devastada colonia y pondrían rumbo a algún punto seguro, desde donde informarían a sus líderes del peligro que se acaecía sobre Alectus. No todo estaba perdido. Aaliyah fue a la puerta de la nave y Castro desactivó el cierre de seguridad con el que contaba. Una vez hecho esto, la chica abrió la puerta y se metió, colocándose en el lugar del copiloto. Castro dio la vuelta y fue a la otra para colocarse en la posición del piloto.

— ¿Sabrás llevar este cacharro? —preguntó algo preocupada.

—Ser de las Brigadas te da tiempo libre para dedicarlo a muchas cosas — contestó el hombre con cierto humor mientras abría la compuerta y se disponía a entrar—. Entre ellas, el saber pilotar una nav....

Justo antes de terminar la frase, alguien tiró del hombre hacia atrás. Aaliyah iba a llamar a Castro, pero de repente, sobre el cristal apareció tendido un Sátiro. Su delgada armadura de color amarillenta le confería un aspecto de entidad deifica, pero sus ojos rojos y esa complexión ligera lo hacían parecer una presencia fantasmagórica. Escuchó varios golpes y al girar a su izquierda, vio como afuera Castro forcejeaba con otro Sátiro. Asustada, se volvió al escuchar un fuerte golpe al otro lado de la puerta. Cuando vio que Xorges, el Centurión de Ares, la estaba esperando, supo que todo había acabado.

Se bajó de la nave y el Inmortal la agarró con violencia, separándola del vehículo en el que iba a escapar y luego, empujadora hasta llevarla a una pequeña explanada no muy lejos de allí. Una vez en el sitio, la obligó a arrodillarse. Agachó la cabeza en clara señal de miedo, pero no tardó en elevarla al escuchar a Castro siendo llevando hasta donde estaba ella.

—Suéltame, ¡estúpida sabandija! —le gritaba el hombre furioso.

Peleó con el Sátiro un poco más, hasta que este le dio un fuerte golpe en la barriga y lo empujó contra el suelo. El sargento se arrastró hasta donde se hallaba Aaliyah y el otro Sátiro que se encontraba situado a espaldas de la chica, lo forzó a ponerse de rodillas justo a su lado. Ambos respiraron incomodos y permanecieron allí, sin hacer nada.

—Teníamos que habernos dado prisa y no habernos detenido a hablar —masculló muy molesto Castro.

No comprendía si aquello era un reproche que el sargento le estaba lanzado a ella, pero prefirió ignorarlo. En cierto modo, tampoco es que tuviera demasiados ánimos. Todo estaba a punto de terminar. Su intento de escape había fracasado y ahora, lo único que les esperaba era la muerte. Por supuesto, de la forma más horrible que jamás podrían concebir. En eso, los Inmortales eran todos unos artistas.

Alzó su cabeza por un momento y vio como Xorges permanecía estático justo frente a ellos, con las cuchillas de sus brazos desplegadas. Eran largas, rectas y acabadas en punta. Tragó saliva, con un mal presentimiento recorriendo su cabeza. Era evidente que su hora les iba a llegar a los dos. Se empezó a hacer a la idea, así, luego todo sería más fácil de aceptar. De repente, pudo observar como el Centurion se movía, dirigiéndose a alguien que se aporximaba hacia ellos.

Al girar su cabeza, Aaliyah pudo ver venir a Ares, escotado por dos Legionarios. Caminaba tranquilo, sin ninguna prisa, como si todo estuviese bien. Le sorprendía, tras todo lo que había pasado. El Inmortal llegó hasta su posición y miró tanto a la cabo como al sargento con cierta alevosía.

—Vaya, vaya, ¿así que os habéis intentado escapar? —dijo de una forma que sonaba divertido, pero que en realidad, resultaba escalofriante. Luego, miró la nave que tenía justo en frente y se carcajeó—. ¿Ibais a huir en esto?, que curioso.

Parecía estar tomándoselo con humor, aunque Aaliyah no se confiaba. Estaba claro que todo aquel esperpéntico número no era más que una mera fachada. Seguramente, por entro, Ares estaba lleno de rabia. Había sido estúpida al confiar en ellos antes. Ya sabía desde tiempo atrás lo crueles y horribles que se comportaban los Inmortales, así que no entendía como pudo llegar a tomarle la palabra a ese ser. Ahora, iba a descubrir lo que era haber confiado en ellos.

—Puede reírte cuanto quieras de nosotros, maldito bastardo —espetó con enorme desprecio Castro en ese mismo instante. A la soldado se le erizó la piel al escucharlo—. No sois más que unos despreciables hijos de puta y algún día pagareis por todo esto.

Are se acercó hasta el hombre, pero en sus facciones no se notaba ni rastro de enfado. En cambio, se notaba como se dibujaba una expresión de curiosidad.

—Vaya, así que tú eres el misterioso salvador de nuestra amiga Aaliyah —dijo el ser con inesperada sorpresa—. Es un placer conocerte.

Castro no dudó en lanzarle una mirada llena de odio. El Inmortal ignoraba esto por completo y siguió paseándose con algarabía alrededor de ellos. La joven continuó callada, tan solo esperando a que Ares diese la orden y los sometiera a la esperada tortura que les esperaba a los dos humanos pro haber tratado de escapar.

—Sí, ese eres tú. El gran héroe —Las últimas palabras fueron dichas con gran admiración—. El valiente campeón que viene para socorrer a la indefensa doncella en peligro.

Aun no entendía si se estaba burlando de ellos, pese a que aparentaba ser más que evidente. El Inmortal se detuvo justo frente al sargento y le otorgó una escueta meuca que parecía aparentar una sonrisa, pero a Aaliyah, le pareció una expresión perturbadora y que engendraba más bien pavor.

—No podía permitir que le hicieseis lo mismo que le habéis hecho al resto de los habitantes de esta colonia —sentenció con firmeza el hombre, denotando una seguridad impresionante—. Os divierte hacernos sufrir y sometiéndonos a los actos más crueles que existen. No deseaba el mismo destino para ella.

De nuevo, el Inmortal no mostró ninguna clase de sorpresa o enfado ante lo que el humano le decía. Simplemente, se limitó a sonreír de forma tan extraña y tétrica como estaba haciendo hasta ahora. Se dio la vuelta y caminó un poco, haciendo que los nervios devorasen a la pobre Aaliyah. ¿Por qué no daba la orden? ¿A qué se debía tanta demora? Por lo que veía, Ares estaba regodeándose en el sufrimiento de ambos soldados. Era la única explicación que le quedaba a esa forma de actuar tan rara y tensa. Tras caminar un poco más, se volvió a los humanos, con clara intención de volver a hablar.

—Sabes, en vuestra cultura hay muchas leyendas sobre grandes hombres que combaten contra horribles y gigantescas fieras a las que derrotan para poder rescatar a la cautiva mujer que este retenía —hizo una pequeña pausa y acto seguido, reanudó su peculiar discurso, mostrando con ello una elocuencia más que inesperado para un ser tan bárbaro como era—. Se ve que en vuestras tradiciones, las hembras de vuestra especie son débiles y miedosas criaturas que necesitan de un aguerrido macho para que las salve. Y luego, ellas los recompensan con apareamientos continuos a lo largo de sus vidas, extrema fidelidad y la decisión de cuidar de la prole que engendran. —Se pausó de nuevo, como si tuviera que tomar aire, aunque no lo necesitaba—. En nuestra especie, eso no es así. Ellas resultan ser tan fuertes y poderosas como nosotros que incluso se han independizado y viven en otro lugar, bajo su propio gobierno. No solo nos parece algo tolerable, sino incluso digno de admiración. Vosotros tratáis a vuestras hembras como seres inferiores que tienen que ser rescatados por sus machos ya que suponéis que solas no pueden. Es una visión bastante atrasada y excluyente.

— ¡Eso no justifica una mierda de lo que ibais a hacer! —le gritó furioso Castro. Se llegó incluso a levantar para confrontar al Inmortal, pero el Centurión lo retuvo—. ¡Estabais a punto de violarla y matarla!

Ares quedó un momento en silencio. Solo un momento.

— ¿Eso crees? ¿Pensaste que la íbamos a ultrajar, golpear y dañar sin piedad? —Aquella pregunta sonaba estúpida, tanto, que ni el propio Inmortal parecía creerla.

— ¡Hacéis lo mismo con todo el mundo!

Xorges agarró con fuerza al humano, quien se incorporó de nuevo desafiante, dispuesto a luchar con el extraterrestre que lo cuestionaba de forma constante. El Centurión lo tiró al suelo y le dio un fuerte golpe en la cabeza, dejándolo aturdido. Su líder se acercó al maltrecho Castro y se agachó para quedar próximo al humano y entonces, le habló con la voz más espeluznante que jamás se hubiera escuchado.

—No puedo controlar tanto a mis hombres en cuestiones tan precarias como sus necesidades carnales —esgrimió el miembro de la Casta Eterna—. Los viajes por el espacio son largos y cuando entras en combate, uno acaba frenético, con ganas de vaciar esa ansiedad donde sea. No se cómo lo haréis vosotros, los humanos, pero en mi especie es inevitable esa clase de actos. Yo no suelo ser partícipe de ellos pero si mis soldados se sienten más relajados tras violar a alguien, no voy a ser yo quien no se lo permita.

Rubén Castro se revolvió un poco y lanzó una mirada llena de odio al ser extraterrestre que tenía justo delante. Apretó sus sientes en una clara mueca de ira y gimió un poco mientras trataba de incorporarse.

—Por otro lado, no íbamos a violar a tu amiga —soltó el Inmortal—. Hicimos un trato y como ella me ayudó, la iba a dejar con vida. Y si no me crees, pregúntale.

Ambos se volvieron a Aaliyah, quien seguía callada. La chica notó los ojos del sargento sobre ella, percibiendo en ellos como si le exigiese una respuesta. Respirando intranquila, no tuvo más remedio que responder.

—Sí, hice un trato —confesó avergonzada—. Si les ayudaba, ellos me perdonarían la vida.

Luego, Ares encaró de nuevo al humano.

—Solo quería asustarla cuando la llevé junto a mis soldados, para que así le enviase un mensaje a los de tu especie— le dijo—. ¡Pero tú tuviste que aparecer para estropearlo todo!

Sonaba con dureza y de hecho, se notaba que estaba empezando a cabrearse. Se levantó tras estar tanto rato agachado y anduvo un poco, como si estuviera estirando sus extremidades.

—En fin, como veo que estas tan ilusionado por ver una violación, la tendrás.

Cuando dijo esto, la piel de Aaliyah se erizó. Escuchó unos pasos detrás, clara señal de que iba a pasar. Tomó una fuerte bocanada de aire y dejó su mente en blanco, lista para lo que tuviese que ocurrir. Pero entonces, escuchó un fuerte grito que no era de ella. Al volverse, vio con horror lo que estaba pasando.

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El Centurión Xorges había tendido bocabajo al sargento Castro y se había puesto encima. Con una frialdad bien calculada, desplegó una de sus cuchillas y rompió el pantalón del soldado de las Brigadas, después abriéndolo con ambas, dejándolo así desnudo de cintura para abajo. El hombre gritaba pidiendo ayuda y forcejeaba por liberarse, pero el Inmortal lo tenía bien agarrado, impidiendo que pudiera liberarse. Aaliyah contemplaba impertérrita la escena, incapaz de poder creer que algo así estuviera sucediendo. Así, no se dio cuenta de cómo Ares la obligaba a levantarse.

El Inmortal la colocó justo frente a Castro y la aferró con firmeza con su brazo derecho, dejándola atrapada en un fuerte abrazo. Su otra mano agarró su cabeza y la obligó a mirar al hombre que había salvado su vida y que estaba a punto de sufrir el destino más horrible que nadie pudiera concebir.

—Sabes, nuestro órgano sexual consiste en dos largas extensiones carnosas muy anchas cuya punta tiene unos garfios curvados hacia delante —le contó al oído—. Te preguntaras, ¿para qué sirven? Bueno, las Quimeras nos han explicado, tras larga observación, que sirve para ferrarse mejor al conducto de nuestras hembras, el cual es duro y cuenta con hendiduras especialmente colocadas para que el acoplamiento sea mejor. Es una pena que vuestro interior no sea tan sólido y resistente, de ahí que muchos acabéis con graves heridas y muráis por ellas.

Ares hizo una seña a Xorges y el Centurión, cuyos ojos contaban con un brillo de ilusión que no había visto hasta ahora, desacopló el compartimento situado en la entrepierna de su armadura mientras se situaba sobre la pelvis del sargento. El hombre gimoteaba desesperado y se movió tanto, que casi estuvo a punto de liberarse. Un Sátiro asistió al subordinado del general y gracias a ello, pudo acoplarse por el ano del humano.

Castro emitió un fuerte grito cuando el Inmortal lo penetró. Todo su cuerpo tembló con violencia y la piel se le puso blanca como la nieve. El monstruoso ser empujó con algo de dificultad y se escuchó como si la carne dentro se estuviese abriendo. Los ojos del hombre titilaban llenos de horror y emitió un fuerte quejido cuando el Centurión comenzó a empujar. Lo aferro de un brazo con solidez mientras meneaba sus caderas. El sargento aullaba como si le faltase el aire y sus ojos quedaron en blanco cuando el Inmortal le dio una fuerte estocada.

Aaliyah no podía hacer otra cosa que no fuese mirar y ya las lágrimas recorrían sus ojos, viendo el terrible infortunio que había acaecido sobre el hombre. Quiso suplicar que parasen, que ya había sido suficiente, pero sabía que de nada serviría. Tan solo, podía contemplar tan repulsiva escena. De forma repentina, Ares alzó sus brazos y dos dedos se vieron en su mano. Xorges asintió con claridad.

— ¡Aghhhhhhhhh! —Gritaba con horror Castro—. ¡Parad, por favor!..... ¡Parad!

Sus desgarradoras palabras no surtían efecto en los horribles seres. El Centurión gimió un poco mientras hacía algo más de fuerza y, cogiéndolo de su cintura, empujó con mayor vigor. Con cada embestida, los gritos de Castro eran aún más fuertes y ya prácticamente, su lastimosa voz resonaba por toda la devastada colonia. Saliva transparente salía de su boca y sus ojos estaban por salírsele desencajados de sus cuencas. Los golpes del Inmortal eran tan potentes que en una ocasión, estrelló la frente del hombre contra el duro pavimento, abriéndole una brecha de la que empezó a manar un rio de sangre, empapando su rostro de rojo escarlata. El ser siguió ultrajando el interior del humano, ya inconsciente por el golpe, hasta que llegó al ansiado éxtasis que tanto buscaba.

Una vez terminado, Xorges se levantó, ocultando sus genitales en la armadura y miró a su líder con bastante satisfacción.

¿Mejor, querido amigo? —le preguntó Ares.

No podría haber disfrutado más en mi vida. Gracias señor por darme el gusto de disfrutar de algo así —le dijo con orgullo y se inclinó para mostrar su gratitud.

Aaliyah observó el cuerpo inconsciente de Castro. Su cara estaba llena de sangre y por sus piernas, veía fluyendo más. Quiso acercarse para socorrerlo, pero entonces, Ares se situó al lado del maltrecho humano. El inmortal lo observó con detenimiento, como si estuviera analizando su estado y justo antes de que la chica llegara a pestañear, el ser pisoteó su cabeza.

El primer golpe quebró el cráneo del hombre, pero a primera vista no se percibía nada. Si se percibió, un fuerte crujido de huesos rompiéndose, como el que emitiría la carne quemada en una barbacoa. El segundo ya abrió brechas por toda la testa, haciendo que la sangre se derramase de estas y que trozos rosados del cerebro asomasen. El tercero, la terminó de romperla, abriéndola por completo y haciendo que todos los fluidos quedasen esturreados por el suelo. Are siguió pateando el ya inerte cuerpo de Castro hasta que su cabeza no era más que una masa sanguino de sesos aplastados. A la chica, ya no le quedaba más que hacer tras eso. Luego, el Inmortal la miró de forma penetrante y por un momento, creyó que era su turno.

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—Este es el mensaje que quiero que le mandes a tu especie —señaló el ser con autoridad—. Todos vosotros sois criaturas inferiores y os aplastaremos sin piedad. No nos importa lo que representéis o cuantos mundos habitéis, los arrasaremos y exterminaremos a cada uno de los que encontremos. No habrá piedad, ¿entendido?

Aaliyah asintió con mucho miedo y después de esto, vio como Ares y el resto de Inmortales iniciaban su retirada. En apenas unos minutos, todos ellos ya habían abordado en las nave de transporte Pegaso y puesto rumbo a la gran Perses, desde donde se dirigirían a su hogar natal, Olimpo. Todo ello, con valiosa información que pondría las cosas más arriesgadas a los humanos.

Seis horas más tarde, un escuadrón de Infantería Básica desembarcó en el planeta. Para cuando llegaron a la colonia, hacía mucho que las llamas habían consumido el lugar. Tan solo un puñado de edificios, entre ellos, la central de comunicación, seguían en pie. Cuando entraron dentro de esta estructura, hallaron en la sala principal a la cabo de las Brigadas Aaliyah Hussain tirada en el suelo, apuntándose con una pistola en la cabeza y grandes lágrimas surgiendo de sus ojos. Era incapaz de apretar el gatillo. Uno de los soldados logró desarmarla y entre dos, la sacaron de aquel infernal sitio. Dentro del Buitre, mientras se alejaba de la devastada colonia que juró proteger, la chica no dejaba de murmurar las mismas inquietantes palabras:

—He condenado a la humanidad. Todos van a morir por mi culpa.

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Bueno, pues este ha sido el capitulo. ¿Opiniones, quejas? Ha sido mas gráfico de lo que esperaba, o al menos, creo que es bastante desagradable. Solo advertiros que escenas así se verán en esta y otras novelas, por lo que mucho ojo con lo que leéis. lo digo porque se que muchos, sois menores.

Comentaros que para la semana que viene, publicaré los resultados del concurso y os diré que personajes he seleccionado para la historia. Y si, tendréis otro capitulo. Saludos!!!

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