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Capitulo 19- Juego de niños (Parte 2)

17 de Junio de 2665. Sistema Aciansi. Asgard. 12:01.  

Permanecieron encerrados en las mazmorras por muchos días, más de los que pudieran imaginar. Probablemente ya habría pasado una semana desde el ataque a la fortaleza Fyrkat, o puede que dos. No lo tenían muy caro. Encerrados en aquellas mazmorras, lo cierto es que la noción del tiempo se había vuelto confusa. Sabían que la gran estrella blanca que iluminaba Asgard se ponía y salía en un ciclo similar al de la Tierra pero aquel aislamiento al que estaban sometidos, estaba confundiendo sus mentes.

Todos permanecían allí, sin mucho que hacer, tan solo sentados sobre el frio suelo y con las espaldas pegadas contra las paredes de piedra calcárea oscura. Notaban sus cuerpos agarrotados y débiles. Pese a que los trajes les proporcionaban una cálida temperatura para soportar el frio ambiente del mundo Gélido, el poco ejercicio y el estar siempre allí sentados estaban perjudicando su forma física. Tan solo salían en un par de ocasiones para ser limpiados. Ese era todo el ejercicio que tenían. El único que si salía más diariamente era Eph. Al estar herido, tenían que curarle la herida y por eso, entraba y salía con mayor regularidad. Siempre que regresaba, era interrogado por el capitán Oliveira.

El superior brasileño llevaba inquieto desde hacía varios días. Siempre estaba de pie, recorriendo la sala de un lado a otro, asomándose por la minúscula ventana para ver el exterior, vigilando a los guardias que entraban y salían. Incluso, contando los pasos que daban. Sus interrogatorios hacia Kingston eran minuciosos. Le preguntaba cuántos guardias había visto, el camino que había tomado para llegar a la sala de curación, la clase de obstáculos que podían interponerse en su paso. Todo esto, lo hacía con una única intención: escapar de allí.

No se lo había dicho a ninguno de los soldados pero eran más que evidente por si actitud que era lo que tenía en mente. No era para menos. Desde el ataque de los rebeldes Vanir, la situación había empeorado. Pese a no ser testigos directos, veían mucho movimiento. En sus pocas salidas, vieron que el número de guardias había aumentado y que la mayoría se encontraban vigilando los aposentos de Odín, quien parecía seguir herido. Además, escuchaban el sonido de la marcha de tropas alrededor del palacio, lo cual sugería que un gran ejército rodeaba el lugar para protegerlo en caso de ataque enemigo. Todo ello evidenciaba el miedo y la paranoia del Linaje Congelado pero vaticinaba algo mucho peor, un posible inicio de guerra civil en el planeta. Y ellos no deseaban encontrarse en medio.

Oliveira seguía moviéndose de un lado a otro. Kington permanecía sentado con la cabeza mirando hacia el techo mientras que Burrows intentaba dormir recostada sobre el frio suelo. Zeke estaba sentado con su espalda apoyada en la pared de al lado. Cruz estaba a su lado, apoyada su cabeza en el hombro del muchacho. Tenerla cerca le tranquilizaba bastante, pues así podía sentir alguien cerca que lo ayudase a mantenerse en el borde de la cordura de donde no deseaba separarse, por miedo a sucumbir a esa paranoia engendrada gracias al espectro de su difunto amigo. Ya no lo veía tan a menudo pero aun así, seguía acechando, esperando el momento oportuno para asaltarlo cuando menos lo esperase con su tormentosa presencia. Pero si sucedía, tener cerca a su compañera le ayudaba a despejar su mente de ese temor, aunque solo era algo fugaz. De momento, estaba a salvo.

Mientras todo permanecía en silencio, meramente alterado por los erráticos pasos del capitán Oliveira, se escuchó como las puertas de entrada a las mazmorras se abrían. Varios pasos resonaron por el lugar y en nada, vieron venir a uno de los Huskarl flanqueado por dos Alfar, uno a cada lado. El ser de negra armadura se puso delante de la puerta compuesta de barrotes metálicos y miró con desprecio a los humanos, como si estos no fuesen más que meras criaturas inferiores. Así eran. En aquel sombrío lugar, ellos estaban en el último escalo. Incluso los Vanir recibían mayor respeto y eso que eran los enemigos naturales de los Aesir. Cruzado de brazos, observaba a los humanos con sus brillantes ojos amarillos, como si estuviese estudiándolos con detenimiento, evaluando su comportamiento y si trataban de hacer algo. El capitán, de pie y colocado frente al Gélido, permaneció estático como si su presencia no le afectase.

Despues de estar observándolos por lo que pudo ser un buen rato, el Huskarl se movió y señaló hacia Zeke y Miranda. Ambos se asustaron al ver como el Gélido los miraba con acuciante interés. Era evidente que deseaba algo de ellos pero de que se tratase, era lago que desconocían. Y preferían que así fuese.

— Tú, el tal Ezekiel, levántate— dijo el Huskarl de forma tosca, aunque no a Zeke, sino a Cruz.

Cuando la cabo escuchó esto, se levantó y de forma desafiante le dijo:

— Yo no soy un hombre, ¡sino una mujer!

El Gélido retrocedió un poco al ver como la chica se había levantado. Parecía intimidado por ella y no era para menos. Miranda podía resultar ser una guerrera implacable y temible, capaz de engendrar miedo en sus enemigos. Aquel Huskarl, seguramente uno de los responsables de la muerte de Kyle, notaba todo aquello de forma más que evidente.

— Me refería a tu compañero.

Cruz le sonrió con burla y se volvió hacia Zeke. Ella le miró con ciertas dudas pero el chico no supo que decirle. Simplemente, se limitó a ponerse en pie y acercarse hacia el ser. Mientras sus compañeros lo contemplaban alicaídos, sin saber que hacer al ver a su compañero reclamado por uno de sus captores. Ralston siguió avanzando hasta quedar muy cerca del Huskarl. Tan solo les separaban las rejas de aquella mazmorra.

— ¿Qué quieres?— preguntó con un agudo tono de voz que denotaba la desconfianza que tenía hacia aquel extraterrestre.

El Gélido permaneció en silencio por un instante, suficiente para alterar al joven, quien creía que le ser metería su brazo por entre los barrotes para agarrarlo y matarlo. Sabía que era capaz de hacerlo con total facilidad.

— Alguien quiere verte— fue lo que se limitó a decirle.

De repente, la puerta se abrió y el Huskarl le señaló a Zeke que saliese de su prisión. Miró a sus compañeros, quienes seguían en vilo sin saber que hacer o decirle. El muchacho no dijo nada y cruzó la puerta. Miranda, que se encontraba más atrás, quiso frenarlo pero los dos Alfar apuntaron sus lanzas de energía contra ella, lo cual la obligó a retroceder.

Ya fuera, Zeke siguió al Huskarl mientras los Alfar se colocaban detrás. No tardó en salir de las mazmorras y al volver la vista, además de ver a sus compañeros, también vio al fantasmagórico Kyle despidiéndole para que tuviera un buen viaje. Esta vez, no se asustó o inquietó con su presencia. Ya era lo más normal del mundo a este paso.

Avanzó por los pasillos de Valaskjalf escoltado por los Gélidos. Miraba al Huskarl al que estaba siguiendo, preguntándose si este sería el responsable, junto a Loki, de la muerte de Kyle. De serlo, no dudaría en matarlo, aunque era consciente del gran riesgo que conllevaría hacerlo. Se contuvo un poco mientras avanzaba y llegó a una amplia sala donde varios siervos se dedicaban a transportar todo tipo de cosas de un lado a otro. Fue ignorando a estos Gélidos en sus quehaceres pero al llegar a mitad de la sala, algo le hizo detenerse. Allí, vio al otro Huskarl, ese que siempre acompañaba a Loki junto con el que estaba siguiendo ahora. Se encontraba agachado, al lado de un niño de piel gris clara, casi azul. Parecía estar jugando con él, al menos, eso deducía por lo que estaba viendo. El joven tenía entre sus manos un pequeño juguete, una especie de muñeco de color marrón oscuro que parecía hecho en piedra y que representaba una figura humanoide. Le llamó bastante la atención y veía como el niño lo cogía entre sus manos, mostrando su increíble entusiasmo ante esta, aunque no entendía nada de lo que decía. El Huskarl, al verlos llegar, se volvió un instante para mirarlos y saludó a su compañero antes de seguir jugando con su hijo. Esto sorprendió a Zeke. Incluso sus peores enemigos, tenían una familia.

El recorrido continuó por serpenteantes pasillos hasta que llegaron a su destino, una puerta de piedra rosácea que parecía muy pulida. Zeke quedó allí parado y no dudó en mirar al Huskarl, quien simplemente se limitó a abrirle la puerta y hacerle una seña para que entrase. Reticente, decidió hacerle caso. Una vez dentro, la puerta fue cerrada de golpe a su espalda. Un súbito escalofrío, señal del peligro por haber entrado allí, recorrió su espalda al tiempo que notaba las fuertes vibraciones emitidas por la puerta. Pero en ese mismo instante, todas esas sensaciones se esfumaron cuando vio a quien tenía delante.

— Freyja— suspiró el joven Ralston.

No era la primera vez que la veía sin el traje, de hecho, esta era la tercera pero en sus previos encuentros, la vio desde la distancia, sin poder decirle algo. Ahora, en cambio, estaban a solas en aquella habitación, sin nadie cerca que pudiera impedirle hablar o tan siquiera mirarla. Eso, le puso bastante más nervioso de lo normal. Notó su corazón latiendo con fuerza y comenzó a tomar bocanadas del oxígeno procedente de los tanques de su traje con mayor celeridad.

La princesa Gélido estaba de espaldas al humano y eso le permitió a Zeke fijarse en su larga melena blanca, la cual caía como una cascada de agua cristalina. Era un cabello bonito y reluciente que estaba completamente suelto, sin formar una enredada coleta o algún complicado peinado. Era libre, como ella, al menos en espíritu. Él dio un par de toscos pasos y eso hizo que la alienígena se girase nada más escucharlo. Además, se levantó, pues estaba sentada en el suelo, sobre una alfombra parecida a la que poseía Thor en sus aposentos. Al volverse, Ralston quedó paralizado ante lo que vio.

Desde que llegó a Asgard, Freyja había pasado a un segundo plano. La había visto un par de veces, pero fueron eventos tan lejanos que para él, la Gélida no representaba más que eso, un distanciado recuerdo. El deterioro sufrido por la muerte de Kyle, unido a las terribles experiencias vividas en este mundo, hicieron que su añoranza por Freyja pareciese ya algo inexistente. Pero ahora, ese sentimiento regresó con mucha fuerza. Pareció haberlo enterrado pero no hasta el fondo. Cuando pudo contemplarla de frente, fue como si redescubriese una joya que hubiera guardado en algún remoto lugar. Su piel gris, sus amarillentos ojos, su fino talle, su delicada presencia. Todo en la princesa resultaba hermoso y elegante.

Llevaba el mismo vestido verdoso que portó la primera vez que la vio en aquel patio. Se fijó en que llevaba una larga cadena al cuello que parecía hecho de algún material metálico brillante. Era de color azul oscuro y su candor bajo la luz era increíble. También portaba una diadema de color azul con una piedra de color verde claro en el centro justo. Desconocía de donde procederían semejantes piedras preciosas o de que materia estarían compuestas pero lo que le quedaba claro es que hacían ver a Freyja muy hermosa. ¿Las llevaría puestas por él?

La Gélida se quedó mirando fijamente al humano sin saber muy bien que decir. Agachó un poco su cabeza y ahora que la veía sin ninguna mascara, podía adivinar sus gestos, notando lo tímida que era. Ya lo percibía antes pero es que ahora resultaba como leer un libro abierto. Cada expresión, cada leve movimiento, cada fugaz mirada. La encontraba esquiva pero a la vez, fascinante y atrayente. Todo ese tiempo de olvido en el que ella estuvo varada para Zeke, pasó totalmente rápido. Allí estaba, de nuevo.

— Ho..la— dijo con temblorosa voz la princesa.

No podía creer que la tuviera allí delante y cuando escuchó su delicada voz saludándole, se estremeció.

— ¿Qué hay? — fue lo único que se limitó a responderle el humano.

Ella se quedó callada al inicio, sin saber que decirle a Zeke. Pese a todo, no tardó en hablarle.

— Llevas un traje— exclamó con sorpresa—. Igual que cuando yo estuve en Midgard.

El joven se miró a sí mismo, percatándose de las palabras de Freyja. Era cierto, ahora estaba en una situación totalmente distinta a su primer encuentro, aunque en el fondo, no dejaba de ser la misma. Solo que en este caso, era él quien portaba un traje que lo aislaba del mundo. Una carcasa que de nuevo, le impedía tocar a esa hermosa criatura que tenía justo delante.

— Si no la llevo, puedo morir en tu mundo. Ya sabes, las bajas temperaturas y los gases de las atmosfera son perjudiciales para mi especie— le contestó algo inseguro—. No me queda otra alternativa.

— Pues si— agregó ella.

De repente, vio como la Gélida llevaba su mano hasta el brazo de Zeke y la pasaba sobre la dura y áspera superficie del traje, a medio camino de una armadura e indumentaria de protección espacial, haciendo así notar la gran barrera que continuaba separándolos.

— Se nota tan extraño— expresó con lastima Freyja—. Poder estar cerca de ti y no poder sentirte.

Ambos se miraron tras decir ella esto. En sus amarillentos ojos, brillantes y hermosos, podían notarse la enrome frustración y dolor que le provocaba todo esto. De forma repentina, Freyja le abrazó. Fue una sacudida intensa, no se lo esperaba. Pese a no poder percibir su cuerpo, sí que podía notar la presión que ejercía en él. Estaba, aunque no lo pareciese. Escuchaba como murmuraba coas en su idioma y pese a no entenderlas, debían ser muy tristes. Estuvieron así por un rato más hasta que la Gélida decidió separarse.

— Ven, siéntate por aquí— le comentó, señalando a la alfombra que tenían cerca.

Zeke se sentó cruzando sus piernas y observó la estancia. Había una cama ovalada de piedra pulida negra cuyo interior estaba rellena de material esponjosa. Era idéntica a la de Thor. Vio en las paredes varias estanterías repletas de estatuas, muñecos y juguetes que seguramente le servirían de entretenimiento. También vio en una de las paredes un gran lienzo en el que se veía una figura de color rojo romboidal atravesada por dos lanzas blancas. Se preguntó ese era el símbolo de los Vanir.

— ¿Te gusta la habitación?— preguntó de forma repentina Freyja.

Zeke se volvió ante tan inesperada cuestión pero no tardó en asentir de forma afirmativa. Eso alegró bastante a la Gélida, pues una bella sonrisa enmarcó su cara, dándole un toque más animado.

— ¡A mí también!— dijo con mucho entusiasmo—. Llevo aquí muchos años pero al menos me dejan decorarla como quiero. Tengo ese lienzo bordado por mí y esas vitrinas con juguetes que mi padre trae con cada visita. Eso le da un toque de más hogar y menos de prisión a este sitio.

Eso último lo soltó con un dejo de voz alicaído. Zeke no podía saber con certeza cuanto tiempo llevaría Freyja allí atrapada junto a su hermano. Eran los prisioneros de los Aesir, sus rehenes para mantener a los Vanir controlados. Debía ser horrible no haber podido ver ni a su padre ni a su madre por mucho tiempo, no poder criarse con ellos. Ahora él estaba pasando por lo mismo pero no se imaginaba como Freyja pudo soportar semejante calvario.

— He oído que salvaste la vida de uno de los hijos de Ulthar— comentó de forma inesperada la princesa.

Al oírla, Zeke no supo que responderle. Sabía a quién se refería. Era Heimdall. Recordaba que acabó muy mal en el enfrentamiento, gravemente herido de una pierna y perdiendo mucha. Aun no podía llegar a creer que arriesgase su vida por ese ser. Era su enemigo y podía haberlo dejado morir allí o incluso haberlo matado el mismo. Pero en vez de eso, decidió defenderlo de los rebeldes. No entendía a que vino semejante acto. ¿Acaso esperaba que los Aesir fueran benevolentes con ellos por salvar la vida de uno de sus iguales? Él y sus amigos seguían pudriéndose en las mazmorras como siempre.

— Me sorprende que alguien tan fuerte como Xiler acabara cayendo frente a unos enemigos— exclamó con tono sombrío la Gélida—. Siempre creí que era invencible, que nadie podría derrotarle.

Lo dijo como si pareciese decepcionada, aunque también deducía algo, como una especie de reverberante sentimiento de gusto, como si disfrutase escuchando que uno de los Aesir había acabado mal. ¿Era posible que Freyja estuviera disfrutando al saber que Heimdall estaba al borde la muerte? No creía que algo así fuera posible pero todos tenían su lado oscuro. Incluso él.

— Todos morimos. Es ley de vida— le contó Zeke—. Da igual que seas el guerrero más poderoso del universo, cuando llega tu hora, ha llegado y no hay forma de escapar.

Lo dijo de un modo escalofriante pero Freyja se lo quedó mirando con fascinación. De hecho, le observaba como si quisiera que le contara más cosas. Esto le sorprendía aunque tampoco tenía porque. Era una niña atrapada entre las paredes de un palacio del que acababa de salir hacia poco. Era normal que se sintiera tan impresionada con el mundo que le rodeaba.

— A mí y a mi hermano Rut, nuestra comadrona nos contaba que al morir uno de los nuestros, venía un misterioso siervo de el Dios del hielo perpetuo llamado el Recolector de Almas— Se percibía cierta añoranza en todo lo que explicaba Freyja—. Decía que cuando moríamos, el Recolector venia y se llevaba nuestro espíritu aun atrapado en el cuerpo para llevarlo al Cementerio Helado, donde son colocados dentro grandes témpanos en el que se hallan los espíritus de sus seres queridos. Allí, viven por toda la eternidad, acompañados siempre del aliento de nuestro Dios, velando por protegernos y evitar que no nos pase nada malo.

Escuchó con entera fascinación el bello relato que la Gélida exponía apasionada. Realmente le llamaban la atención las distintas culturas que poseían cada civilización de la Xeno-Alianza. Quería saber más sobre ellos, sus costumbres, religiones, arte y ciencias pero la guerra había empañado cualquier cosa. Para ellos, solo representaban a un malvado enemigo al que debían exterminar sin piedad. Mientras pensaba en estas cosas, vio como una solitaria lágrima era derramada de uno de los ojos de Freyja.

— Oye, ¿estás bien?— dijo preocupado mientras colocaba una mano sobre la de la Gélida.

Ese inesperado gesto hizo que la princesa lo mirase sorprendida. Fue una acción involuntaria, no esperaba hacer algo así pero verla de ese modo le hizo actuar como tal.

— Tranquilo, no es nada— respondió ella quitándole hierro al asunto—. Es solo que cuando me pongo a rememorar hechos del pasado me pongo así.

— Es terrible lo que te ha pasado estando aquí, sin poder ver a tus padres y a merced de tus enemigos.

— Creo que ya te estás haciendo a la idea.

Vaya si se lo estaba haciendo. Ya había soportado cosas fuertes de los Aesir y esperaba que aún peores les estarían esperando. Sobre todo, de parte de Loki, ese vanidoso bastardo.

— Cuando te atraparon, creí que habías muerto— dijo preocupada Freyja—. Pensé que Turak os mataría. Es tan desalmado.

— Lo hizo, mató a varios de los nuestros.

La respuesta tan inesperada pillo desprevenida a la Gélida. Zeke rememoraba el horrible momento como si lo estuviera viendo por primera vez. Esa espada, al sangre, la cabeza rodando. Una sardónica risa recorrió su consciencia cuando volvía en sí.

— ¡Oh, Zeke!— expresó afligida Freyja—. ¡Cuanto lo siento!

— No tienes que disculparte— le dijo en ese instante—. No es culpa tuya, sino de ese monstruoso hijo de Odín. O Ulthar, como le llamáis vosotros.

— Ya, Turak es horrible— asintió Freyja—. A mí y a Rut nos ha humillado y molestado por mucho tiempo. Siempre hemos sido el blanco de su ira.

Bajó la mirada al decir esto. Zeke percibía algo raro en todo aquello y desde luego, sabía que a la Gélida le había tenido que pasar cosas horribles. Recordó, en un breve flash, como Loki golpeaba en su estómago a la princesa. Fue en el momento en el que fueron capturados. Le pareció un acto dantesco.

— ¿Os pegaba?

La pregunta hizo que Freyja alzase su cabeza para mirarlo. A través de sus ojos amarillos, adivinó la verdad.

— Sí, pero eso no era lo peor— comentó ella de forma inquietante—. Cosas mucho mas horribles nos obligó a hacer.

— ¿Cuáles?— preguntó ansioso.

La Gélida guardó silencio, como si no desease contárselo. De hecho, rehuía su mirada. Zeke se acercó y la cogió e las manos, lo cual hizo que ella volviese su cara hacia la de él. Sabía que lo que viviese fue algo terrible, pero debía de saberlo. Tenía que saber la clase de actos barbaros que ese maldito Loki les hizo pasar.

— Freyja, tu no tengas ningún miedo— le susurró con calma. Ella lo miraba con miedo—. Sea lo que fuese, ya no volverá a hacerlo, porque estoy aquí y haré que pague por lo que hizo. Te lo prometo.

Se preguntó si de verdad era buena idea hacerle semejante promesa, teniendo en cuenta que era un prisionero en el mundo del Linaje congelado. ¿Cómo demonios la iba a proteger si pasaba todo el tiempo encerrado sin poder verla? Al menos, esperaba con esto darle algo más de confianza.

— Vale, te lo contaré. Pero muy terrible.

Zeke asintió de manera afirmativa tras oír esto y le hizo una seña para que continuase. Tomando fuerzas, Freyja lo hizo.

— Verás, mis padres son primos. Bueno, mi madre es más bien prima segunda....da igual, son familiares pero lejanos. — Era evidente que le estaba costando contarle todo aquello—. El caso es que, a raíz de esto, los Aesir comenzaron a decir que los Vanir practicábamos el incesto, es decir, que nos acostábamos entre miembros de nuestra propia familia. — Se quedó callada tras decir esto. Parecía no querer continuar con lo relatado pero al final, continuó—. El caso es que Turak comenzó a insinuar que Rut y yo éramos productos degenerados de esos actos endogámicos y lo que es peor, nos acusaba de estar teniendo sexo entre nosotros.

Eso último hizo que se le erizasen los pelos a Zeke. Incapaz de creer lo que escuchaba, decidió dejar a Freyja continuar con su historia.

— Un día hizo algo que jamás olvidaré. — La joven princesa reprimió un gemido. Era evidente que no tardaría en romper a llorar—. Rut y yo estábamos jugando en uno de los patios cuando de repente, Turak y sus guardias aparecieron. Nos miró a ambos con una de esas horribles sonrisas que nunca anuncian nada bueno. Quisimos huir pero sus guardias nos atraparon antes de que pudiéramos cruzar las puertas. Nos arrastró hasta su presencia y nos dijo que quería jugar a un juego. — Volvió a callarse, como si quisiera crear grandes expectativas en lo que iba a contar. Pero por las lágrimas que caían de sus ojos, era evidente que no iba a ser algo emocionante—. Nos obligó a Rut y a mi....a acostarnos entre nosotros.

Freyja se derrumbó tras contar esto. Zeke quedó petrificado al escucharlo pero no dudó en abrazarla cuando la vio así. Era incapaz de creer lo sumamente retorcidos que eran lo Gélidos incluso con miembros de su propia especie. No quería ni imaginarse lo que les iba a esperar a ellos.

Siguió abrazado a la Gélida hasta que una voz les interrumpió.

¿Qué es lo que ocurre aquí?

Al volverse, pudieron ver a Frey, el hermano gemelo de Freyja y a Skaoi, la madre de ambos, observándolos desde la entrada.

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Aquí tenéis la segunda parte. La tercera llegará la semana que viene. Espero que hayáis tenido una buena Nochevieja y solo deciros que espero que este año 2017 os venga mejor. Tengo curiosidad, que deseáis hacer o que os pase este año? De forma positiva, claro. Yo, desde luego, mi único deseo es encontrar trabajo. Eso es todo.

Bueno, eso es todo por hoy. La semana siguiente, veremos que sorpresas nos traerá la historia. Eso si, decir que se avecina otra gran batalla en Midgard, aunque primero, volveremos con las Quimeras, donde van a ocurrir cosas imprevistas.

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