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Capitulo 17- Ya no queda paz (Parte 1)

11 de Junio. Sistema Krebain. Planeta Midgard. 16:31.  


Sonya Walker yacía boca arriba sobre la cama del pabellon médico que se había establecido en el campamento Infierno. Ya llevaba 12 días en aquel sitio, reponiéndose de sus heridas e iniciando la rehabilitación para poder andar de nuevo, pues la cadera izquierda aun le dolía por la herida que le produjo la dichosa Valquiria contra la que se enfrentó. También le habían quitado los vendajes del rostro, brazo y pierna que cubrían sus quemaduras. Habían sido superficiales, así que no habría que realizar ningún trasplante de piel artificial. Solo le habían quedado unas cicatrices blanquecinas que con un poco de cirugía se podrían eliminar. Quizás la que menos le gustaba era la de la cara, pues resultaba algo grotesca ya que tenía la piel morena y ahora, medio rostro era más claro. Un contraste raro. Por otro lado, varios de sus tirabuzones se habían echado a perder. Ahora el pelo lo tenía recogido en una coleta. Había tardado mucho en dejarlo crecer de esa manera y en un solo segundo, lo perdió entero. Aunque en el fondo, eso era lo de menos.

Para ella, lo peor de todo era el haber puesto en peligro a todo su escuadrón. Kruschev, el aguerrido sargento ruso, murió ante sus ojos sin que pudiera hacer nada por él. Y eso que sus palabras fueron más que ciertas. Tenía que matarlos a todos. Y lo intentó, para poder poner a salvo al resto. Pero no lo había conseguido y como consecuencia, ahora todos estaban mal. Kruschev muerto, Habib herido de un terrible disparo en la espalda, Estrada había perdido su ojo derecho y Tina....

Cada vez que pensaba en la cabo, un fuerte nudo se apretaba en su estómago. Pasó varios días llorando en silencio, incapaz de poder creer que a esa joven chica pudiera haberle ocurrido algo así. No, era algo que no podía concebir. Pese a todo, por mucho que intentase remediarlo, había pasado. Ese sentimiento la atormentaba mucho y la estaba destrozando por dentro.

Posada como estaba, decidió alzarse un poco para ver a su alrededor. El lugar se hallaba envuelto en el caos. Muchos soldados, heridos por la última misión emprendida hace tan solo un día, yacían en camillas, sufriendo por cortes, quemaduras o fracturas ocasionados en el enfrentamiento. Pese a haberla apartado a una zona más tranquila, tanto para dejar espacio como para no perturbar su recuperación, el turbio ambiente que se respiraba allí le llegaba de todas maneras. Escuchaba los alaridos y lamentos de dolor, los gritos que se daban entre enfermeros y médicos, desesperados por atender a todos los convalecientes hombres y mujeres que allí se encontraban. Era un escenario con una pinta tan dantesca y terrible, que solo podía empeorar la situación de los que incluso se hallaban mejor.

Según lo que le habían contado, al parecer, los Gélidos emboscaron al grupo durante el asalto a un puesto avanzando, y una vez allí, llevaron a cabo una autentica masacre. Decían que de treinta y cinco soldados, tan solo 11 habían regresado con vida. Y tan solo 2 o 3, de una pieza. También le habían dicho, que el Linaje Congelado había utilizado una nueva arma. Su descripción aun le causaba escalofríos. Era un ser que se desplazaba a cuatro patas, de piel muy blanca y dura, resistente a las balas. Su boa se abría en cuatro partes, revelando unas mandíbulas repletas de dientes afilados. Atacaban en manada y su poderoso aullido atemorizaba hasta los más valientes. Entre los soldados, lo habían comenzado a llamar Fenrir, en honor a una bestia de la mitología nordica que recordaba a estos seres. Una oscura coincidencia, se mirase como se mirase. Desde luego, la sargento mayor no deseaba cruzarse con un monstruo como ese.

Sonya intentó relajarse pero le costaba con todo aquel murmullo. Estaba harta de encontrarse allí encerrada y por eso, decidió ponerse en pie. Cuando se movió un poco para quedarse sentada sobre la camilla, sintió una pequeña punzada en su cadera izquierda. Pese a dolerle, enseguida notó como la molestia se disipaba. Ya no estaba tan grave. Sin dudarlo, cogió un bastón acabado en una base de trípode, con ventosas al final del trio de barras, y se apoyó en ella para incorporarse. Al apoyar sus pies en el suelo, tembló un poco y creyó que iba a caer pero por fortuna, aferrándose al bastón, logró mantener su equilibrio. Tambaleante, comenzó a moverse. Su pierna derecha no le causaba inconveniente alguno pero al mover la izquierda, el dolor regresaba a su cadera pero ya lo soportaba con mejor holgura. Desplazándose con sumo cuidado, fue abandonando la pequeña estancia en la que se hallaba junto con otros tres soldados que como ella, también estaban en un periodo prolongado de recuperación. Fue a descorrer las cortinas que los aislaban cuando de repente, una enfermera la interrumpió, bloqueando su camino.

— ¿Dónde cree que va?— preguntó la chica con semblante serio, como si se tratase de una madre regañando a su travieso hijo.

Algo sorprendida, Walker no supo en un principio que responder. Tan solo quería salir de allí, sentir el exterior y respirar un poco de aire fresco que la liberase del agobio del interior. Pese a todo, sabía que eso no era lo que debía responder a aquella mujer de mirada escrutadora.

— Es que la terapeuta me ha recomendado que de paseos diarios para ir fortaleciendo mis piernas— dijo tratando de sonar lo más convincente que podía—. Dice que si sigo aquí sin ejercitar mi cuerpo, me va a pasar factura cuando regrese al combate activo.

La enfermera se la quedó mirando con extrañeza, como si estuviese evaluando la veracidad de las palabras que Sonya acababa de decirle. No muy convencida, esta decidió responderle.

— La terapeuta nos suele pasar los informes de cada análisis y no recuerdo que mencionase nada de que tú misma dieses paseos.

Sonaba dudosa y poco conforme con lo que Walker acababa de decirle. La sargento comenzaba a creer que no podría salir de allí.

— Fue una recomendación particular— se apresuró a contestarle—. Fue un consejo desinteresado, una cosilla comentada aparte.

Su interlocutora arqueó una ceja, extrañada ante semejante explicación. Sonya la miró impaciente, deseando que su comentario lograse convencerla.

— Vale, puedes salir— dijo finalmente la mujer—. Pero antes de eso, abrígate un poco. Hace bastante frio ahí fuera.

Ella le hizo caso y se puso una chaqueta de color gris gruesa, compuesta de fibra sintética y de una capa externa de plástico aislante. También se puso unas sandalias azules de goma aislante.

— Ven por aquí— le señaló la enfermera. Ella le siguió.

Juntas fueron hasta la entrada trasera del pabellón, unas puertas metálicas que se abrieron de forma automática al pulsar la enfermera un botón que había justo al lado.

— Sal por aquí— le indicó—. Así te ahorras tener que pasar por el pabellón entero. Es muy molesto.

— Gracias— exclamó Sonya con una leve sonrisa.

Comenzó a andar y a la altura de la puerta, la enfermera volvió a hablarle.

— ¡No te retrases y vuelve pronto!

Sonrió de nuevo. Al final, era como una madre que se preocupaba por su hijo.

Afuera, el atardecer caía sobre el campamento. Parecía increíble que no demasiadas semanas atrás, aquel lugar era un violento campo de batalla donde solo había más que explosiones y horribles muertes. Pero ahora, todo se veía calmado y sereno, como si nunca hubiese tenido lugar una cruenta lucha en este sitio.

Sonya comenzó a avanzar y enseguida, sus pies se hundieron un poco en la nieve. El viento soplaba suave pero trajo consigo el gélido aliento de aquel mundo que caló hasta los huesos a la sargento. Siguió caminando pese a esto, yendo en pequeños pasos cortos y apoyándose en el bastón, dejando que este soportase una parte de su peso para que así su cadera izquierda no se resintiese. Miró hacia la derecha, fijándose en las barricas de metal allí alineadas. Eran las murallas que les separaban del peligro que acechaba ahí fuera. Tenían unos cuatro metros de altura y unas amplias rendijas rectangulares donde se habían posicionado ametralladoras para protegerles. Observaba muchos soldados de un lado para otro. Sospechaba, que en los últimos días, el número de guardias había sido aumentado. Caminando mientras miraba todo aquel dispositivo de seguridad, vio como uno de los robots transportadores de patas parecidas a las de una araña, ahora portaba en la zona de carga un gran cañón de energía laser. Cualquier cosa para protegerse era buena en aquellas condiciones.

Siguió caminando hasta llegar a una entrada que acababan de abrir. Se trataba de una gran compuerta metálica que se abría para dejar entrar a soldados, vehículos y robots de transporte. Sonya avanzó un poco y pudo ver una fila completa de tanques Búfalo en el exterior, rodeando las murallas, colocados meticulosamente con la intención de servir como defensa frente a un posible ataque enemigo. Y no muy lejos de donde estaba ella, pudo verlos a los dos.

Eran dos hombres, uno de piel blanca, pelo rubio corto y ojos azules y el otro de piel negra y ojos profundamente oscuros que llevaba un abombado casco verde. A Sonya no le hizo falta demasiado tiempo para descubrir que se trataban del sargento mayor Dave Strickland y del capitán de la división acorazada Austin Sternberg. Pensó en acercarse para saludarles.

Mientras se acercaban, podía escuchar como conversaban entre ellos.

— ¿Está seguro que es una buena idea dejar los tanques en esta zona?— preguntaba lleno de dudas el capitán.

— Necesitamos la mejor línea de defensa posible en caso de un posible contraataque enemigo— le aseguraba con vehemencia el sargento. Sonaba muy rudo mientras hablaba—. Después de lo de la otra noche, los Gélidos nos van a ver como objetivos vulnerables y no van a dudar en lanzar otra ofensiva para hacernos retroceder más. No podemos permitírselos.

Sonya se detuvo a medio camino, viendo que la discusión se estaba poniendo algo más encendida. Notaba al capitán Sternberg algo molesto.

— Ya, pero son mis muchachos y mis tanques los que se van a exponer. Ya perdimos muchos durante la reconquista del campamento para ahora perder más— Se notaba al hombre enfadado, pese a que la expresión de su rostro parecía calmada—. ¿Son órdenes de Carville?

— Sabes tan bien como yo que sí.

Ambos hombres guardaron silencio y viendo que esto solo se podría solucionar de una manera, Sternberg se mostró de acuerdo.

— En ese caso, nos quedaremos aquí pero espero noticias de movimiento pronto.

— Lo tendrás, te lo aseguro.

El capitán comenzó a alejarse en dirección hacia los tanques. Sonya no le quitó la vista de encima, se le veía tan imponente y amenazador, pese a que en el fondo resultaba ser una persona agradable. Al menos, eso era lo que ella entrevió en su breve encuentro con él. Tras ver como Sternberg se alejaba, se fijó que el sargento Strickland estaba solo, así que decidió acercarse para saludarlo.

— ¡Sargento Strickland!— le llamó a viva voz.

El hombre miró confuso de un lado a otro. Eso divirtió a Walker. El pobre estaba tan liado con muchas cosas que parecía a punto de perder la cabeza. Cuando la vio, un gesto de sorpresa se mostró en su rostro.

— Walker, ¿qué hace aquí?— dijo el hombre extrañado.

Ella se le acercó con una amplia sonrisa llena de alegría en su rostro pero él parecía confuso. Eso le sorprendió.

— Estoy dando un pequeño paseo— se explicó la chica—. La terapeuta me lo recomendó para ayudar a recuperar más rápido.

— Eso suena bien— le dijo Dave mientras la observaba con sus brillantes ojos—. Ahora más que nunca necesitamos a soldados disponibles para luchar.

Continuó acercándose hasta quedar al lado justo del hombre. Tras esto, dirigió la mirada hacia donde se hallaba la gran compuerta, la cual aún seguía abierta, revelando el vasto escenario ante ellos. Todo eran tanques de color gris metálico, provistos de un doble cañón. Recordaba como en la misión de asalto, ella montó en el lateral de uno de ellos. Eran maquinas realmente portentosas e increíbles.

— La verdad es que si, necesitáis mucha ayuda. — Cuando dijo esto, Strickland se la quedó mirando—. Por lo que oí, lo de anoche fue una autentica carnicería.

— No te haces a la idea— masculló el sargento.

Un rápido vistazo a su rostro indicaba lo mal que se sentía por todo aquello. Lo que vivieron él y muchos otros soldados aquella noche fue algo aterrador y horripilante, digno de una película de miedo.

— ¿Dónde está el capitán Carville?

Cuando hizo esta pregunta, Strickland se mostró algo distante, como si aquello no fuera con él. Parecía como si el sargento no desease estar allí, como si deseara abandonar aquel planeta helado y estar en otro sitio. No le culpaba. Ella también deseaba en muchos momentos dejar todo aquello atrás. Incluso, muchas noches deseaba dormirse para a la mañana siguiente despertar y descubrir que toda su vida no era más que un simple espejismo, que nunca fue soldado sino una mujer normal y que todas esas personas a las que perdió seguían vivas. Sus padres, el sargento Hopper, Zanahoria, Stalios, Sakura, Gómez, Hollander. Incluso Tina. Pensar en todo eso, la hizo sentir muy mal.

— Jason está en reuniones con los altos mandos. El coronel Maddox. El general Coriolis. — Parecía distante mientras hablaba—. No lo he visto desde esta mañana.

— Debe estar muy ocupado con todo este lio. — Strickland asintió como si afirmase lo que ella decía—. Ha sido bastante terrible y supongo que deberá explicaciones a todos.

El hombre simplemente permaneció en silencio. Jason. Así le había llamado. Sabía que ambos eran muy buenos amigos. Se conocían desde que se alistaron en Infantería Básica tiempo atrás y desde entonces, habían estado juntos en cada batalla en la que habían participado. No recordó haberlo visto en Koris II, cuando la rescataron del ataque Gélido, pero seguramente estuvo. Como fuere, se le notaba muy preocupado por su compañero y por las grandes responsabilidades que tenía encima. Era algo que llevaba en silencio, lo fingía muy bien pero en el fondo, se le notaba. Le rompía el corazón verlo así.

— Oye, te importa si te pido que me indiques donde se encuentra un sitio— dijo ella de forma repentina.

Strickland, que parecía hallarse concentrado en una suerte de trance espiritual, reaccionó algo desorientado ante lo que le acababa de pedir.

— ¿Qué quieres saber?— preguntó.

— Me gustaría que me dijeses donde se encuentra el pabellón medico de herido especiales.

El hombre se la quedó mirando con sorpresa, como si no se creyese la pregunta que le estaba haciendo pero no tardó en responder.

— El tercer pabellón, te refieres— dijo pensativo. Luego, alzó un brazo y apuntó a la derecha—. Al fondo, detrás de la base central. Es un edificio pequeño. No está muy lejos.

— Gracias— exclamó ella muy contenta—. ¿Me acompañas?

Estuvo parado por un instante, como si estuviese evaluando la proposición pero enseguida, negó con la cabeza.

— No puedo, tengo que terminar de montar todo esto— respondió mientras miraba hacia todo el lugar—. Ve tu sola. Pero eso sí, no te hagas daño mientras te dirijas, ya tenemos suficientes heridos.

— Lo tendré, no te preocupes— Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Sonya al notar el conato de preocupación en el hombre.

Él también sonrió, un poco, pero lo hizo. Siempre tuvo a Strickland por un tiempo serio, más que Carville, pero al verlo sonreír, vio que también podía ser divertido. Pocas veces, pero lo era. Se despidieron y la sargento mayor reinició su marcha, rumbo hacia su nuevo destino. Mientras, Dave seguía supervisando el establecimiento de nuevas defensas. A fin de cuentas, alguien debía hacerlo.

Mientras caminaba en dirección al tercer apbellon, no pudo evitar la sensación de angustia recorriendo su cuerpo. Era peor que el dolor de la cadera, mucho peor que el escozor de las quemaduras. Aquellas heridas se curaban con el tiempo y podían mitigarse sus efectos con medicamentos pero lo que ella sentía, no podía aliviarse tan fácilmente. Iba al encuentro con Tina. Habían pasado casi dos semanas desde todo aquello y el miedo a volver a encontrársela de nuevo la ponía muy nerviosa. Seguía sintiéndose responsable de lo que le ocurrió a la cabo y eso, la destrozaba. Quería hacer caso a Jason y no pensar en que fue culpa suya pero era tan difícil, costaba tanto. No se trataba de algo de lo que se pudiera desprender uno tan fácilmente. Llegó frente a la puerta del pabellón. Al principio, sentía claras reticencias de entrar y hasta pensaba en darse la vuelta. Pero no podía seguir teniendo dudas. Tenía que enfrentar a los hechos tal como eran. Reprimiendo sus ganas de llorar y fustigarse, dio un paso que le hizo entrar dentro.

Ya dentro, vio un lugar más pequeño que el pabellón donde se hallaba. Pese al tamaño, era igual al otro donde ella estaba. Había dos filas de camas, cuatro en cada pared. Enfermeros y médicos deambulaban de un lado a otro. Oteó con la vista y entonces, halló la cama que le interesaba. Su pelo se erizó al verla y tembló al hallarla en ese estado. Comenzó a caminar, abriéndose camino para llegar hasta donde debía. Algún enfermero se la quedó mirando pero teniendo que atender a pacientes más graves, la ignoró. El sonido de las máquinas de soporte vital a las que estaban conectados los heridos sonaba como un estridente pitido que la acompañaba n su viaje. Al fin, llegó hasta el lugar donde estaba ella.

Tina se encontraba acostada sobre la cama con una manta tapándola hasta el epcho. Sus brazos sobresalían por encima. Llevaba una amscara de oxigeno transparente sobre su rostro y varios cables obre su piel y que por unos cables estaban conectados a la maquina de soporte vital. Su piel estaba más palida que de costumbre, dándole uan apariencia inerte, casi muerta. Asi no era como recordaba a la cabo Hughes.

No pudo contenerse. Verla en ese estado la hizo derrumbarse.

— Tina— dijo con floja y lastimosa voz.

Se aproximó hasta quedar muy cerca de la cama y sin poder evitarlo, rompió a llorar, derrumbándose sobre la chica.

Ya no podía contenerse por más tiempo. Simplemente, era incapaz de aguantar. Había acumulado todo aquel dolor por demasiados días y simplemente, tan solo deseaba liberarlo, era lo único que quería. Se inclinó un poco mientras hundía su cabeza en la manta que ocultaba el cuerpo de la chica y cogió su mano, sintiendo su tibio contacto. Su rostro estaba anegado de lágrimas y sollozaba desconsolada, como si con cada lamento fuera un puñal clavándose en su corazón. Sentía el lacerante dolor de su cadera pero era menos que el que tenía en su interior. Alzó su vista para mirar el rostro sereno y adormecido de Tina. Con sus ojos cerrados y su preciosa melena rubia, aparentaba ser un ángel venido desde el cielo cristiano. Tan preciosa y en paz. Respiró con dificultad mientras seguía llorando.

— Lo siento tanto, Tina— dijo angustiada la sargento, como si tratara de disculparse—. ¡Es mi culpa, es mi jodida culpa que tu estés aquí!— Estalló, incapaz de poder controlarse—. Yo debía protegerte, ¡debí hacerlo!— El dolor la consumía—. Tenía que haberte protegido y no lo hice. ¡Soy solo una maldita cobarde! ¡Yo debería estar ahí y no tú!

Cada palabra sonaba llena de rabia y dolor. Hacia intentado hacer caso al capitán Carville en lo que le dijo, en que no se inculpase por lo ocurrido. Era su responsabilidad proteger a sus soldados pero a veces, las cosas se descontrolaban. Sin embargo, ella sentía en el fondo que fue culpa suya que Tina acabase de ese modo y por mucho que otros se lo quisieran hacer ver, ella seguiría así. Porque odiaba que la persona más inocente y adorable del mundo estuviera de esa manera. Porque, en el fondo, la amaba más que a cualquier otra cosa en este universo.

— Si yo hubiera sido más valiente y aguerrida, ninguno de ellos estaría muerto— siguió lamentándose—. Ni Gómez, ni Hollander, ni Tanaka u Ortega habrían muerto. Tampoco el sargento Kruschev, quien no me consideraba como alguien digna para ser una líder. Tampoco Estrada y Habib estarían gravemente heridos. Y tu...— se quedó en silencio por un leve instante, mirando a la inerte cabo— tu no estarías así.

Hundió de nuevo su cabeza contra la manta, ya húmeda por las copiosas lagrimas que había derramado y siguió llorando. Entonces, mientras estaba allí recostada, pudo sentir un frio tacto en su hombro izquierdo. Alguien la acariciaba pero no con una mano humana. Nerviosa, se volvió para ver detrás al capitán Carville.

Este se hallaba de pie, a su derecha y justo detrás. Tenía su brazo izquierdo de metal colocado en su hombro, acariciándoselo con suavidad. La miraba con sus sombríos ojos, con una clara expresión de lastima y entendimiento aunque también percibió algo más. Parecía alicaído, cansado, triste. El capitán tampoco estaba pasando por un buen momento precisamente.

— Venga, levántate de ahí— le dijo el hombre con calmada voz.

Sintiéndose un poco más aliviada por verlo allí, Sonya le hizo caso. Jason le ofreció una silla, algo que la sargento agradeció, pues al levantarse, el dolor de la cadera le hizo estremecerse un poco.

— Gracias capitán— dijo ella, reconfortada por la atención que este ponía en ella.

Tras sentarse, observó al hombre, quien se hallaba de pie con los brazos cruzados y en una pose regia y conminatoria. Sabía que por dentro, el hombre debía de estar pasando un auténtico proceso de reflexión constante por todo lo que había estado pasando y por lo que iba a pasar. Estaba en el peor lugar como líder de aquella operación y se preguntaba si eso le pasaría factura.

— ¿Qué haces aquí?— preguntó de forma repentina Jason, sin siquiera mirarla.

Walker quedó algo sorprendida al inicio pero no tardó en responderle.

— Vine a verla. — Su voz se quebró a medida que hablaba. El dolor aun hacía mella—. No puedo seguir más tiempo evitando esto. Tengo que enfrentarlo.

Mientras otro par de lágrimas caían por sus ojos, Carville se limitó a guardar silencio. Observaba a Tina, como descansaba tan placida, mientras el pitido de la máquina de soporte vital a la que se encontraba conectada y sus profundas respiraciones eran los únicos sonidos que se podían apreciar en aquel sitio. Tratando de aparentar mayor calma, Sonya secó su rostro e intentó contenerse, pese a que le costaba. Prosiguieron mirando a la moribunda cabo, sin decirse nada. Aquel silencio estaba incomodando un poco a la sargento, así que decidió ser quien hablase de nuevo.

— Y usted, ¿a qué ha venido?

Carville giró su cabeza hacia ella, como si acabase de recordar que estaba en la misma habitación que la sargento. Aquella indiferencia que el hombre mostraba hacia ella comenzaba a exasperar. Deseaba que hablase. Necesitaba conversar con alguien, aunque fuera un poco.

— Hacer lo que tú me pediste que hiciera— habló de forma súbita—. Protegerla. Eso intento.

La respuesta la dejó sorprendida. Recordó la conversación que tuvieron luego de que ella despertase. La forma en la que la trató, tan cálida y atenta, cuando que estuviera cómoda y bien. Le impresionaba que pudiera ser así. Luego en el campo de batalla, se comportaba de forma violenta y espiada, matando a sus enemigos sin piedad pero aquí, era una persona completamente diferente. Era un increíble contraste entre un soldado asesino y un humano cordial.

Siguieron mirando a Tina. Sonya apreciaba lo serena que se la veía. Era increíble la calma y paz bajo la que se hallaba pese a al aparatoso incidente que sufrió y a lo mas probable, es que todavía siguiera sufriendo. Carville le contó que varios de sus órganos quedaron dañados por la caída y era probable que se hubiera partido la columna. De ahí que estuviera en coma y necesitase de máquinas artificiales para poder realizar todas sus funciones vitales. Estaba en un estado horrible y lo peor, es que fue por su culpa. Al menos, eso era lo que ella se decía, por más que supiera que no era lo correcto.

— La quieres, ¿verdad?

Volvió la vista a Carville, quien ahora la miraba mientras estaba hablando. Sonya no supo en un principio que decirle, pues todo le pillaba un poco por sorpresa.

— La forma en que la miras, tu reacción cuando te conté que aún seguía viva, la urgencia por venir a verla en ese entonces— sonrió mientras enumeraba cada cosa—. No sé, son elementos que me hacen sospechar que estás enamorada de ella, ¿o me equivoco?

Guardó silencio de nuevo. Lo de que Tina y ella estaban enamoradas era algo más que evidente, no eran pocos quienes se lo habían dicho, pero no esperaba que su superior se percatase. Lo que más temía es que no le gustara. Era muy común que en la Infantería Básica se dieran relaciones entre soldados, ya fueran como desahogo o simplemente por amor. Estaban bien vistos, siempre y cuando no interfiriesen en la labor profesional de estos pero la Vanguardia era otra historia. Las misiones tan comprometidas hacían que las relaciones estuvieran prohibidas, ya fueran entre soldados de la misma unidad o distinta. Todos los operativos tenían que estar en su lugar y no verse comprometidos por otras circunstancias, entre ellas, asuntos románticos. Por ello, temía que Carville tomase alguna represalia.

— Si, la quiero— le confesó. Ya no podía seguir ocultándolo.

La expresión en el rostro del capitán ni se inmutó. No estaba sorprendido, algo que puso nerviosa a Sonya, pues sospechaba que realmente, pudiera estar cabreado.

— Curioso cuanto menos— comentó de forma sorpresiva—. No sabía que hubieras tornado tu interés en las mujeres.

Cuando dijo esto, Walker se mostró algo incomoda. No es que le disgustase hablar de ello pero se trataba de algo muy personal que jamás le había revelado a alguien. Aunque quizás, era momento de hacerlo.

— No es porque sea una chica— contestó en ese momento—, realmente no creo que el sexo tenga algo que ver. Es más bien como es ella, tan alegre y espontánea. Su personalidad me atrae. No niego que sea bonita pero para mí, es algo secundario su aspecto físico. Lo que me atrae e ella es como es, no su apariencia física.

El hombre se limitó a asentir. Esperaba que dijese algo pero en vez de eso, siguió en silencio. Notó como la miraba, como si deseara que siguiese contándole más cosas. Decidió hacerlo.

— Verá, durante la misión en Karnak, yo estaba al límite. Ocurrieron tantas cosas que honestamente, habría tirado la toalla sin dudarlo. — Esto último lo dijo con mucha decepción—. Pero ella estaba allí. Su mirada llena de vitalidad hacía que quisiera continuar, que si no quería luchar por la Tierra o la humanidad, al menos lo hiciese por ella y por los soldados que me seguían en esa misión. Para mí, Tina era como una hermana pequeña pero cuando me besó en una ocasión, supongo que porque no deseaba perder la oportunidad de hacerlo, me di cuenta de que despertaba en mí más cosas de las que creía. Me costó aceptarlo pero al final, concluí que yo también estaba enamorada de ella.

Al terminar de hablar, percibió que la voz se le quebraba otra vez. Contar aquella historia le estaba volviendo a poner triste. Respiró hondo al tiempo que sus ojos volvían a humedecer. Movió su cabeza de un lado a otro sin saber qué hacer.

— Todos necesitamos gente que nos importe en nuestras vidas— comentó en ese instante Carville—. Yo tengo hermanos, tíos, primos, una madre convaleciente y como no, a mi amigo Strickland. — El capitán sonrió al mencionar al sargento—. Creo que todos ellos son los que dan sentido a nuestras vidas. Si no los tuviésemos, entonces no valdría la pena seguir luchando por esto. Y créeme Sonya, hay mucho por lo que luchar.

— Al menos, usted tiene algo— dijo dolida Walker—. Yo no tengo nada y lo poco que consigo, siempre lo pierdo.

Rompió a llorar de nuevo. El capitán creyó que sus palabras la animarían pero olvidaba que ella nunca tuvo una familia, que los que eran sus amigos habían muerto tiempo atrás y peor, aquel a quien amaba, tuvo que matarlo.

Se acercó a ella y acarició su brazo. Ella se volteó, con los ojos llenos de lágrimas.

— Lo siento, señor— se disculpó llena de dolor y vergüenza—. No hago más que derrumbarme cuando debería de ser más fuerte.

— Sonya, primero, aquí deja de dirigirte a mi como tu capitán. Solo llámame Jason. — La mirada del hombre irradiaba comprensión hacia ella—. Segundo, no tengas miedo en derrumbarte, siempre estaré yo o alguien más para recogerte.

La abrazó. Sonya desahogó su tristeza de ese modo. Lo necesitaba. Todo resultaba tan complicado y terrible. Las muertes, la destrucción, el horror que la guerra les engendraba. Fue calmándose poco a poco, dejando que todo ese agobio se marchase de su cuerpo a través de las lágrimas que derramaba.

Jason también quería llorar. Ya lo hizo varias veces frente a Tina. Aquella chica había sido su secreta confidente durante todos aquellos días. Debía mostrarse fuerte ante el resto pero como todos, también se derrumbaba a veces. Y ahora, quería hacerlo pero no por él, sino por Sonya. Él sabía mejor que nadie la clase de mierda por la que llevaba pasando desde que solo fue una niña. Y en el amor, la cosa no le fue mejor. Tan solo tuvo una pareja y esta, ya le hizo suficiente daño para el resto de su vida. Estaba allí, delante después de que todo ocurriese. Ese cabrón yacía en el suelo, con una bala metida en su cabeza y la sangre manchando todo. Fue de hecho, quien recogió la pistola que Walker usó para matarlo. Ahora esto, la pérdida de un segundo amor de una manera más atroz, si cabía. Realmente, admiraba a la sargento mayor por su increíble aguante.

— Ya está, ¿te encuentras mejor?— preguntó el hombre de forma atenta.

Sonya asintió y se secó las lágrimas con la manga de su chaqueta. Más tranquila, la sargento volvió su mirada a Tina. Entonces, sin pensarlo, se levantó del asiento y fue hacia ella. Una vez cerca de la chica, se inclinó y besó su frente. Al hacerlo, la joven e revolvió un poco. En un principio, creyó que iba a despertar pero luego, vio que no era más que una leve reacción, nada importante.

Jason fue testigo de todo aquello en solemne quietud. No dijo nada, tan solo contempló el doloroso encuentro de dos amantes marcadas por el conflicto en el que estaban envueltos. Apretó su puño de metal, canalizando de ese modo su rabia. Entonces, miró a Sonya, que estaba de espaldas a él.

— ¿Sabes quién le hizo esto?— preguntó.

La chica se volvió confusa, negando con su cabeza.

— Fue una Valquiria— exclamó ella—. No creo que haya muerto.

— No lo está— dijo Jason—. De hecho, te enfrentaste con la mismísima líder de las fuerzas Gélidas. Aquella a la que llamamos Sif.

Cuando escuchó esto, se quedó sin habla. No podía creer lo que Carville le estaba diciendo. ¿Uno de los importantes líderes militares de los Gélidos se vio las caras con ella y fue responsable de la situación actual de Tina? Era imposible de imaginar.

— Si te preguntas como sé todo esto, te diré que es más complicado de lo que aparenta— le dijo el hombre mientras se acercaba a ella—. Lo único que puedo decirte de momento, es que vamos a ir a por ellos con todo lo que tenemos.

Quedó atónita cuando el capitán le reveló aquella información. Iban dispuestos a seguir con aquella campaña a pesar de la terrible derrota que acababan de sufrir.

— ¿Y cómo pretenden ir por ellos?— le preguntó la chica.

— Con todo— respondió el capitán—. Me he reunido tanto con el general Coriolis como con el coronel Maddox para solicitarles el envío de vehículos voladores, sobre todo, Buitres y helicópteros Albatros. Vamos a bombardearlos desde el aire y les perseguiremos hasta esos túneles donde se ocultan. Así, recuperaremos lo que vinimos a buscar y vengaremos a todos.

Sonya se lo quedó mirando en silencio, incapaz de poder creer lo que el capitán Carville le decía. Parecía haberse vuelto loco pero, ¿acaso no lo estaba tras todo lo vivido? Al final, se dio cuenta de que la guerra podía consumirte de dos formas: bien a través del dolor o de la locura. Tras decir esto, Jason le puso una mano en el hombro y le preguntó:

— ¿Vendrás conmigo?

Ella guardó silencio por un instante aunque no tardó en responderle.

— Por supuesto. Quiero meterle un buen balazo en la cabeza a esa zorra alada por lo que no está haciendo pasar a todos.

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Siento muchisimo la tardanza para publicar pero estas dos ultimas semanas he estado muy liado. El comienzo de la universidad, el trabajo y un par de días con dolor de cabeza, me impidieron seguir escribiendo. Pero aquí tenéis el capitulo. Intentaré tener el siguiente lo mas pronto posible. Para dentro de unos días.

Y os recuerdo que os quedan tan solo 6 días para participar en el concurso de personajes inventados. Una vez acabe, ya no podréis presentar ninguno mas. Así que os animo a participar.

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