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Capitulo 16- Ataque nocturno (Parte 2)


La base se dividía en cinco partes. Una zona central conectada por dos corredores y varios túneles a los puestos de defensa, unas edificaciones circulares hundidas en el suelo. Varios soldados, incluyendo Ward, Takahashi y Kingston, se colocaron en el primer corredor. En el segundo, se posicionaron Button y varios de los soldados bajo su mando. Otros, se internaron en los puestos defensivos y colocaron las ametralladoras MX-27. E trataban de armas montables de cañón fino pero gran potencia de fuego que podían disparar una gran cantidad de balas por segundo, causando un gran daño en el enemigo. Carville vio como Otunga, Strickland y el cabo Mercer se cubrían tras los muros de la base. Dudoso, pensó en quedarse junto a sus compañeros pero entonces, decidió cambiar de opinión.

— Jason, ¿dónde coño vas?— le llamó su amigo.

— Voy con los soldados de la primera línea de defensa— le informó.

— ¿¡Estás loco?!— exclamó Dave estupefacto—. ¡Te van a matar!

— Pues que así sea— afirmaba el hombre mientras comenzaba a alejarse de él—, pero al menos mis soldados sabrán que su capitán va a pelear con ellos y no piensa abandonarlos.

Strickland lo vio marcharse, incapaz de saber cómo detenerle. Tan solo pudo contemplar como su amigo se marchaba. Esperaba que tuviese cuidado. Carville era uno de los pocos soldados conscientes de todo el peligro que se cernía sobre ellos y su perdida, supondría un verdadero revés para todos.

— ¡Ten cuidado!— le gritó con toda la fuerza que pudo, aunque era consciente de que lo más probable era de que ni lo hubiera escuchado.

Carville corrió a gran velocidad hasta el primer corredor y saltó dentro de este. Los soldados que había allí se asustaron al verlo.

— Capitán, que hace aquí— preguntó uno de ellos.

— He venido a combatir a vuestro lado, soldados—dijo el hombre con decisión y animo—. Si hay que luchar contra el enemigo, lo hare el primero.

Todos se lo quedaron mirando impactados pero enseguida, el ánimo se instauró en sus rostros. El ataque enemigo estaba a punto de suceder y ver a su líder al frente del grupo, les dio a todos las suficientes fuerzas para querer luchar.

Rachel se fijó en la presencia del capitán Carville y le dio un codazo a Takahashi para que se fijase en él.

— Parece que es cierto lo de que es un hombre valiente— exclamó el joven asiático.

Miró a Rachel, quien estaba algo más animada. Quizás ver a Carville le estaba ayudando, y no solo a ella. El resto de soldados también estaban contentos de tener al capitán con ellos para luchar. Era lo que necesitaban para superar sus miedos y hacer frente al peligro que se les acercaba.

Mientras, Carville ya estaba posicionado, apuntando con su fusil Víbora a los enemigos que se aproximaban. Pese a todo, aun no podía verlos. Las linternas no llegaban tan lejos y la mira del fusil no contaba con visión nocturna. Quería lanzar bengalas pero los atacantes no estaban lo bastante cerca. Tan solo podían esperar y confiar en que se acercasen lo suficiente para masacrarlos con las ametralladoras. Debía de creer en esa estrategia.

De repente, Harkness le llamó por el comunicador. El capitán contestó.

— ¿Qué ocurre?

— Jason, no vas a creer lo que estoy viendo.

Que lo llamara por su nombre y que lo hiciera con atemorizada voz, no le gustaba ni un pelo.

— ¿Qué pasa?— preguntó con cierta indecisión.

Por un instante, tan solo encontró silencio pero tras un poco de tos, el francotirador decidió hablarle.

— Son una manada— hablaba el hombre—. Debe haber como unos 20 o 30 de esos bastardos y están dirigiéndose a gran velocidad hacia vosotros.

Jason no respondía. Contenía la respiración mientras esperaba a que Harkness continuase.

— Parecen lobos. Van a cuatro patas, tienen la piel blanca como la jodida nieve que pisamos y sus bocas...— Interrumpió su narración para tomar algo de aire. Se le notaba muy alterado—. Tío, eso no son bocas. Esos son cepos repletos de pinchos afilados recubiertos de alambre de espino. Estáis bien jodidos.

— Tú procura cubrirnos— le dijo el capitán lo más calmado que podía mantenerse, aunque le costase.

— Haré lo que pueda.

Volvió su rostro hacia los soldados tras dejar de hablar con el capitán de los francotiradores. Vio a los soldados que tenía a su lado. La mayoría eran jóvenes apenas entrando en la veintena. Le recordaban a él, recién alistado en la Infantería Básica y dispuesto a luchar contra los malvados extraterrestres que amenazaban a la humanidad. Esa era la máxima en la que creía, hasta que entró en combate. Y cuando vio a sus amigos arder por el plasma arrojado por los Gélidos o despedazados por las afiladas cuchillas de los Inmortales, supo que la guerra no era ninguna broma. Ni algo bonito. Era, en el fondo, una puta mierda. Al final, poco importaba quien vencía o perdía. Solo importaban los muertos que se habían dejado por el camino. Porque esos, si habían visto el auténtico fin de la guerra. Los vivos, aún seguían cegados por su ambición.

— ¡Ya vienen!— gritó Ryo Takahashi, quien decidió poner en alerta a sus compañeros.

Tensos, podían sentir el coro de pasos generado por los misteriosos enemigos que se acercaban. También escuchaban jadeos y aullidos, señal de que estaban ansiosos por atacarles. Carville ya sabía a qué se enfrentaban, por lo que le había descrito Harkness, pero se imaginaba la reacción de los soldados al ver a aquellas famélicas bestias. De puro terror y pánico. Esperaba que eso no hiciera romper filas y que la defensa se desbaratase.

— ¡Lanzad las bengalas!— ordenó el capitán.

Los soldados ya se preparaban para ello, cuando de repente, una serie de explosiones tuvo lugar.

— ¡A cubierto!— gritaba uno de los soldados con horror mientras potentes flashes de luz azul iluminaban el lugar.

Todo temblaba alrededor de ellos. La nieve era levantada, cayendo sobre ellos al tiempo que el estruendoso sonido de los impactos los desorientaba. Carville se pegó contra la pared, al igual que hicieron muchos de los hombres y mujeres que combatían a su lado. Tenían que aguantar lo que pudiesen pero el bombardeo estaba amedrentándolos a todos. Aquello no estaba previsto. Que les atacasen con artillería pesada era lo último que esperaba, pero tenía todo su sentido. Pensó en esas misteriosas armas que Harkness le mostró durante la reunión previa a los ataques. Eran parecidas a los Lindworms pero con una potencia de fuego menor y seguramente las estaban usando para impedirles que pudieran iniciar la defensa. Lo cual, significaba que los misteriosos atacantes ya estaban allí.

Cuando el fuego por fin cesó, uno de los soldados decidió asomar su cabeza. Fue el primero en morir. Una criatura del tamaño de un pastor alemán se abalanzó sobre él y comenzó morderle el cuello. Más de esos seres irrumpieron en el corredor, atacando a todo el que estuviera dentro. Había sido todo una maldita encerrona. Los gritos no se hicieron esperar y los humanos luchaban contra aquellas criaturas. El sonido de las ametralladoras no tardó en amartillar el ambiente y los potentes rugidos de aquellas bestias se unían a este crepitar, generando una banda sonora de horror y muerte.

Jason era testigo indemne de aquella pesadilla. Podía ver como el primero de aquellos monstruos trituraba el cuello del indefenso soldado al que había atacado. Podía escuchar el crujir de las vértebras cervicales al partirse y contempló como la sangre caía en copiosos regueros escarlatas, dejando el suelo con un intenso brillo rojizo. También pudo fijarse en la boca de aquella criatura. Estaba dividida en cuatro secciones que al abrirse, conformaban una gran boca en forma de estrella de cuatro puntas. Filas de dientes largos y puntiagudos habían a cada lado de aquella pantagruélica mandíbula, dándole un aspecto aún más monstruoso a este ser. Podría parecer un lobo pero era mucho peor que uno de esos desaparecidos animales.

La visión de esta horrida criatura parecía haber nublado el sentido de Carville, pero el capitán se incorporó con rapidez y sin dudarlo, abrió fuego contra esta. Sintió el arma temblar en sus manos al tiempo que esta escupía varias balas que impactaron en la cabeza y el cuello del ser. Este, se volvió furioso y al mirarlo, Carville se dio cuenta de que eran máquinas de matar imparables. Y entonces, fue tarde.

La criatura se abalanzó sobre él y trató de morderle en el rostro. Jason logró interponer su brazo metálico izquierdo, consiguiendo bloquear el ataque. La bestia gruñó con furia y golpeó con sus zarpas a Carville. Este sintió algo de dolor en su torso y vientre pero las placas metálicas que cubrían esa parte de su cuerpo le protegieron. Forcejeó con la criatura, quien apretaba entre sus mandíbulas su brazo. Se agitó tratando de hacer que lo soltase para golpearla pero lo tenía bien agarrando. Respirando desacompasado y viendo que no podía recuperar su fusil, pues estaba lejos, Jason logró sacar su pistola y la apuntó al cuello del enloquecido animal. Le miró a sus inmisericordes ojos negros y apretó el gatillo. 4 disparos resonaron en ese lugar y las balas atravesaron a la criatura quien emitió un fuerte chillido de dolor. Para su sorpresa, no la había matado pero al verla revolviéndose, supo que le había hecho mucho daño. Copiosa sangre negruzca surgía de los agujeros que le habían dejado los proyectiles. Carville se levantó con rapidez y recuperó su rifle de asalto.

A su alrededor, la muerte campaba a sus anchas. Muchos soldados habían caído ante el ataque de aquellas bestias y bastantes otros estaban heridos. Jadeando, Carville corrió por el lado izquierdo del corredor y abrió fuego contra otras dos bestias que se hallaban en la parte final, devorando las entrañas de una joven chica. Los disparos atrajeron la atención de ambos seres, que se volvieron emitiendo fuertes siseos. Entonces, el capitán disparó una granada de su fusil y causó una gran explosión que pareció matar a ambas bestias, aunque sabía que no era así.

— Soldados, ¡todos fuera de aquí!— ordenó con desesperación—. ¡Rápido!

Los que aún quedaban con vida le hicieron caso y salieron de ahí. Al mismo tiempo, Jason también subió, agarró un par de granadas y las arrojó al interior del corredor. Algunos más le imitaron y lanzaron más explosivos. De repente, Jasón saltó hacia delante y una cadena de devastadoras explosiones tuvo lugar. Carville tenía su rostro hundido contra el frio suelo y algo de nieve le caía por encima. Logró incorporarse a duras penas, sintiendo todo su cuerpo temblar y su mente confusa por todo lo ocurrido. Había muchas cosas, demasiadas en tan poco tiempo, que el hombre se sentía sobrepasado. Sin embargo, esto aún no había terminado.

Se puso de pie y buscó al resto de soldados. De 15 que había en el corredor, tan solo siete lograron escapar con vida.

— Retirada, ¡nos vamos de aquí!— les gritó con desesperación.

No había otra alternativa que abandonar aquel lugar. Era una trampa mortal y cuanto más tiempo pasasen, más muertos habrían.

Mientras el capitán guiaba la retirada, Takahashi cogía a una herida Rachel Ward, quien había recibido una fea mordida en el brazo. La chica se notaba algo débil y el hombre tiraba de ella desesperado. Al lado de ellos, Veronica Kingston luchaba por mantener a raya a los enemigos con granadas. Pero todos querían escapar de ese lugar. No deseaban estar allí por más tiempo.

Cuando Strickland se fijó en que Jason estaba ordenando la retirada, intentó ponerse en contacto con él a través del comunicador pero veía que nadie contestaba. Quizás se le había roto durante el enfrentamiento y por ello, no podía ponerse en contacto ni con él ni con otro de los oficiales. Eso era malo pero viendo como los soldados se replegaban y aquellas horribles criaturas les perseguían, era claro lo que estaba pasando. Él no tenía ni idea de que hacer, si retirarse con el resto de efectivos o permanecer en su posición. Esas criaturas nunca antes las había visto y parecían aguantar los disparos que les propinaban.

— ¡Abrid fuego!— dijo con decisión la capitana Button.

Todos los fusiles dispararon ante la orden dada, tratando de acabar con los temidos atacantes, pero la manada, aun numerosa, precipitó sobre Button y el resto de su pelotón. Strickland lo vio con horror.

— Señor, ¿qué hacemos nosotros?— le preguntó en ese mismo instante el cabo Mercer.

Su cabeza era un hervidero repleto de decisiones, sin saber cuál tomar. Estaba volviéndose presa del pánico que les rodeaba. Volvió su vista al cabo, pudiendo notar en su mirada el miedo que lo devoraba por dentro. No sabía qué hacer y lo peor, es que no les transmitía confianza a sus soldados.

— ¡Nos atacan!— profirió el sargento Otunga cerca de ellos.

— Eso ya lo sabemos— le espetó Strickland.

— ¡No, digo que nos atacan por el este!

Cuando alzó su vista, Strickland quedo sin habla. Por la zona derecha del boque, estaban comenzando a surgir tropas Gélidas. Comenzó a temblar cuando vio con horror como un gran número de Alfar, junto con varios Jotuns, se aproximaban a ellos.

— Joder, ¡son un montón!— estalló en pánico uno de los soldados, justo antes de que una caliente bola de plasma impactase en su rostro, haciéndolo caer entre trémulos gritos.

Ahora, la emboscada era también un tiroteo. Cubiertos tras los muros de la base, Otunga y sus soldados respondían con fiereza a los atacantes pero les superaban en número. Los nidos de ametralladora no abrían fuego, pues varias de las criaturas se habían colado dentro y masacraban a los indefensos soldados. Strickland y Mercer, viendo que no contaban con ese apoyo, se adelantaron para abrir fuego pero enseguida, se vieron sobrepasados. Una lluvia de plasma ardiente cayó sobre ellos y solo bajo la cobertura metálica, lograron evitarla.

— Señor, no soy quien para rendirse bajo ninguna circunstancia, pero le sugiero que nos retiremos de aquí. — La voz de Otunga, un hombre fuerte y aguerrido, sonaba llena de terror—. ¡Van a masacrarnos!

No había nada más que decir, estaba todo bien claro. El sargento mayor llevó una mano al comunicador para activarlo y se puso en contacto con Harkness.

— Capitán, vamos a retirarnos de la base. ¡Nos superan en número!— le informó con urgencia—. Cubridnos mientras nos alejamos.

— ¿Pero y el capitán Carville?— preguntó Harkness estupefacto.

— No puedo contactar con él pero creo que se ha replegado al otro corredor con el resto— dijo mientras se agachaba para evitar el fuego enemigo—. Tenemos que marcharnos de aquí.

— Recibido, os cubriremos las espaldas.

Tras finalizar la conversación, Strickland se disponía a dar la orden cuando vio como una chica caía hacia atrás. En su pecho, tenía clavada un brillante proyectil.

— ¡A cubierto!— gritó en ese instante.

Corrió hacia atrás, pero la explosión le dio de lleno y lo estampó contra la metálica pared de la base enemiga. Su cuerpo entero vibraba con el devastador impacto y sentía que le faltaba el aire. Se revolvió un poco y al abrir los ojos, vio como todo le daba vueltas. Una distorsionada sombra apareció ante él y se agachaba para hablarle. Dave no pudo resistirlo por más tiempo y acabó vomitando a un lado. Su estómago se revolvía y tras expulsarlo todo, el hombre comenzó a jadear. El intenso pitido fue disipándose y poco a poco, fue recuperando la vista.

— Señor, ¿está bien?— le preguntó preocupado el cabo Mercer.

Strickland asintió y trató de levantarse pero al hacerlo, se sintió tambalear.

— Sargento, debe permanecer sentado. Está grave por la explosión ocurrida.

Pero un potente estallido de intenso candor azulado les hizo ver que no había tiempo para eso. Mientras un hombre corría gritando desesperado, envuelto en llamas azules que lo devoraban sin piedad, Otunga y los pocos soldados que aún quedaban en pie retrocedían masacrando todo lo que hallaban. Strickland concluyó que la batalla estaba perdida y que lo prioritario ahora era poner a todos a salvo.

— Vamos Mercer, ¡no hay tiempo que perder!

Se incorporó, seguido por el cabo y gritó a los soldados que había en el corredor. Estos vieron como el sargento hacía una seña con su mano, apuntando al bosque y los pocos que aún quedaban en pie, comenzaron a correr. Pero a Strickland le extrañó no ver entre esos soldados a la capitana Button. Nervioso por no verla, corrió hacia el corredor para ver si la encontraba.

Dentro, varios de los seres que les habían atacado devoraban los cuerpos sin vida de soldados ya muertos. Serían las armas letales de los Gélidos pero seguían siendo animales. Desesperado, el sargento rastreó cada palmo de la zona, atento ante cualquier sonido o movimiento bajo la tenue oscuridad. Mientras, el cabo Mercer observaba todo nervioso, viendo la proximidad del peligro tan cerca. Finalmente, Strickland la halló.

— Menos mal— dijo el hombre reconfortado.

Button estaba apoyada contra una pared. Su pierna tenía una gran mordida y había algo de sangre derramándose. La mujer logró colocarse de forma algo tosca un apósito curativo que consiguió parar la hemorragia pero eso no significaba que se hubiera curado. Strickland bajó, con cuidado de no hacer demasiado ruido. Se agachó para atenderla aunque cuando ella le vio con esa intención, se mostró algo ruda.

— No te preocupes, estoy bien.

Le sorprendió la actitud tan graciosa de la mujer. Eso demostraba que incluso en el peor momento, no parecía abandonar su entusiasmo.

— No podía dejarte aquí atrás— le dijo el hombre—. Además, te debía una por salvarme a mí en el campamento Infierno.

La capitana parecía sorprendida por esto pero no dudó en mostrarse cooperativa cuando Strickland buscó levantarla. Pese a la herida, la mujer parecía poder incorporarse. Quedó cara a cara frente al sargento y este la miró. Tenía el pelo largo y un poco de este ocultaba su rostro. Además, sus ojos verdes brillaban con intensidad bajo la negrura de la noche. Poseía una belleza irresistible pero no era momento para centrarse en eso.

— Mercer, ven aquí y ayúdame.

El cabo, más preocupado por lo que estaba ocurriendo a su alrededor que por otra cosa, no se enteró de lo que Strickland le decía. Eso exasperó al hombre quien tuvo que gritar para que el cabo se enterase. Al hacerlo, llamó la atención de esos lobos alienígenas. Cuando vio como alzaban sus cabezas y miraron hacia ellos, Dave supo que debían salir de ahí lo más rápido posible.

— Mercer, ¡tenemos que salir de aquí!— gritó el sargento nervioso.

Con cuidado, ayudó a Button a escalar por encima del muro y Mercer la cogió. Dos de los monstruos fueron por Strickland pero este logró escalar justo a tiempo para evitar sus grandes fauces. Uno de ellos, casi le mordía en la bota pero gracias a que el cabo lo agarró a tiempo, evitó que lo pillase. Las criaturas gruñeron furiosas al ver que no podían atraparle. Strickland sonrió un poco aunque su euforia se desvaneció al volver la vista. Casi todos los soldados ya se habían alejado de la base y las fuerzas de Gélidos estaban muy cerca.

— ¡Vamos!— dijo con presteza el hombre.

Agarró a Button y comenzaron a andar. Pese al dolor que sentía en la espalda por el golpe recibido a cuasa de la explosión, podía sostener bien a la capitana y aunque esta cojeaba por culpa de la heria en su pierna, lograba moverse con rapidez. Avanzaron hasta llegar cerca del bosque, cuando oyeron un gran rugido. Al volverse, vieron como tres de esas horribles fieras corrían directas por ellos. Strickland trato de agarrar con más firmeza a Button y juntos corrieron lo más rápido que sus piernas les permitían. Mercer, presa del pánico, desapareció hacia el interior del bosque. Dave, pese a esforzarse lo máximo que podía para ir más rápido no podía dejar a sus atacantes atrás. Esas cosas ya estaban dándoles alcance. Miró a Button, quien ya sabía lo que les iba a pasar.

— Déjame aquí— exclamó la mujer en un fino hilo de voz—. Que me devoren. Eso te dará más tiempo para huir.

Strickland quedó paralizado ante lo que ella acababa de decirle. Era una idea horrenda. Solo de pensarlo, le generaba repulsa. Pero era lo más inteligente si es que quería sobrevivir. Aun así, no pensaba hacerlo. No era capaz. Escuchó a esas criaturas más cerca, sabedor de que el destino de ambos estaba escrito cuando un grito hizo tornar las cosas.

Tantos los humanos como las criaturas se volvieron para ver como el sargento David Otunga comenzaba a disparar contra las segundas sin piedad. Estas, al verse atacadas, fueron a por el hombre.

— ¡Huyan!— les dijo mientras disparaba embravecido contra los monstruos, logrando lastimar a no, ralentizando así su avance.

Strickland arrastró a Button para ir hacia el bosque. Pensaba en dejarla en uno de los arboles e ir a ayudar a Otunga. Pero no serviría de nada.

Escuchó otro desgarrador grito y al volverse, vio como las dos criaturas mordían lo brazos del sargento. Este aullaba como una bestia enfurecida y se revolvía, buscando que esas cosas le soltasen, pero no lo iban a hacer. En vez de eso, lo tiraron contra el suelo y uno de esos seres le arrancó su brazo. El hombre, pese a esto, se revolvió y sacó su cuchillo de combate, apuñalando a uno de sus atacantes en el cuello. La criatura gimió de dolor y aunque no la mato, se notaba que le había infligido gran daño. Pese a todo, la suerte de Otunga ya estaba echada. Los Gélidos ya estaban muy cerca y más de esas macabras bestias se abalanzaban sobre él, dispuestas a devorarlo. No podía ver aquello.

Se adentraron en el bosque, dispuestos a desaparecer sin que los enemigos les viesen pero antes de eso, Strickland se detuvo y contactó con Harkness.

— ¿Qué quieres?— preguntó el capitán.

— ¿Seguís en vuestras posiciones?— preguntó el sargento mientras los gritos de Otunga taladraban su cerebro.

— Si— le respondió Harkness.

— Al sur de la base, en el cuadrante 6, está Otunga— informó Dave—. ¿Te ocupas?

No escuchó respuesta. Tan solo silencio, por un instante, hasta que un disparo lo interrumpió todo. Los gritos de Otunga quedaron silenciados para siempre.

— Listo— contestó Harkness.

Con esto hecho, el sargento agarró a la capitana y continuaron su camino por el bosque, deseando dejar atrás el horror que habían presenciado.

El cabo Joseph Mercer corría desesperado sin aun haberse detenido. Ya le faltaba el aire pero el hombre no deseaba detenerse. No hasta ponerse a salvo. Solo de pensar en lo poco que había faltado para morir, no era algo que quisiera permitir.

Había dejado atrás al sargento mayor Strickland y a la capitana Button nada más ver a los lobos extraterrestres yendo por ellos. No debió hacer eso pero ese ataque fue la puntilla. Solo quería huir, salvar su vida y aunque le pesaba el hecho de haber dejado atrás a sus dos superiores, no había otra cosa que pudiera hacer. Quería seguir vivo. ¿Acaso era un pecado desear algo así?

Se detuvo en un pequeño claro para descansar un poco. Respiró jadeante, sintiendo su cuerpo fatigado por la gran carrera que había pegado. Pese al frio, se sentía arder por dentro y notaba gotas de sudor recorriendo su piel. Un gran agobio aun le seguía pese a haberse alejado del peligro. Tomó algo del congelado aire, ansiando que este llenase sus pulmones y le diera fuerzas para recuperarse y proseguir su huida. Pero no iba a ir a ninguna parte.

De repente, de entre la espesura, tres figuras surgieron hasta quedar frente al cabo. Este, al verlas, se puso nervioso y llevó su fusil hacia ellas, con clara intención de disparar. El misterioso trio avanzó un poco más, revelando así su aspecto. Eran tres Gélidos femeninas, provistas de armaduras blancas recorridas por finas líneas doradas. Al menos, ese era el atuendo de dos de ellas. La del centro, poseían una armadura blanca con líneas negras. A Mercer no le hizo falta excesiva deducción para saber de qué se trataban pero las recién desplegadas alas doradas de la segunda le permitieron cerciorarse. Eran Valquirias.

El miedo se apoderó del hombre, quien temblaba como un niño al que su padre acaba de pillar cometiendo una travesura. Quiso retroceder pero al volverse, vio que detrás tenía otra Valquiria bloqueándole el camino. Aterrorizado, no sabía que hacer. Miró de nuevo a las tres que tenía justo delante y tragó saliva.

— Por favor...— dijo con voz quebradiza.

Sin mediar palabra, la Valquiria del centro desplegó un bastón provisto de curvadas cuchillas a cada extremo e impulsada por sus alas, se colocó justo frente al hombre. En un rápido movimiento, le cortó el cuello, haciendo que un gran reguero de sangre surgiera del recién hecho corte. A Mercer no le dio tiempo de hacer nada. Solo de sentir como le faltaba el aire, como su mente se nublaba y como caía de bocabajo contra la espesa nieve, hundiendo su rostro en esta al tiempo que la sangre se derramaba en un amplio charco.

Las Valquirias observaron como la fútil vida del humano se desvanecía y sin decir nada, se retiraron de allí tan rápido como aparecieron.

Takahashi llevaba a Rachel Ward lo más rápido que podía pero el cansancio hacía mella en el joven. Mantenía bien agarrado a la chica, quien se esforzaba por andar pero la herida en su brazo la estaba dejando débil. Decidió detenerse, pues la fatiga era muy grande y quería ver esa herida más de cerca, para ver lo grave que podía llegar a ser.

— ¿Por qué nos paramos?— preguntó alarmada Rachel.

— Voy a mirarte la herida, tranquila.

La hizo sentar en el suelo, haciendo que se apoyase contra un árbol. Takahashi apuntó la linterna  y vio la fea mordida que tenía en el antebrazo. Había bastante sangre pero por lo que veía, no parecía más que algo superficial. Derramó algo de agua de su cantimplora para limpiarla y sacó un apósito curativo y se lo colocó en esa parte. Al ser la membrana elástica, la extendió para abarcar toda la herida. Rachel gimió un poco pero no le dolía tanto como antes. Al mirarlo a su rostro, vio una amplia sonrisa en el ingeniero japonés.

Tenerlo a su lado la calmaba. Le recordaba mucho a su hermano Kevin. Él también cuidaba de ella y la protegía de todo mal. Sabía que no podía depender constantemente de otras personas y que tenía que aprender a cuidar de ella misma pero también entendía que, a veces, la ayuda de otros no venía mal. Por ello, agradecía tanto tener cerca a Takahashi.

— ¿Te encuentras mejor?— le preguntó.

— Si— respondió ella con timidez. Se sentía algo sonrojada pro tanta atención.

— Me alegro— contestó el japonés—. Ahora, debemos ponernos en marcha y salir de aquí. ¿Podrás andar tu sola?

— Lo intentaré.

Se puso en pie pero al final, necesitó la ayuda de Ryo para moverse. Aun notaba debilidad en su cuerpo y por tanto, tenía que dejar que el hombre la llevase. Tampoco le importaba. Él se preocupaba por su bienestar aunque no le gustaba tener que estar retrasándolo. Podría haberla dejado atrás pero en vez de eso, decidió ayudarla. Y aunque la pudiera hacer sentir mal, sabía que ella haría lo mismo por él. Pese a que le costase, no dudaría en hacerlo.

— ¿Sabes dónde puede encontrarse Kingston?— le preguntó la chica mientras se movía con cierta prisa.

— Ni idea— le respondió Takahashi—, pero tiene pinta de que abe cuidarse ella solita.

Los dos siguieron con su avance sin mayores complicaciones hasta que un fuerte grito, les hizo volverse.

Un hombre surgió por el lado izquierdo, de entre dos árboles. Se hallaba a unos diez metros y se le notaba aterrorizado. De repente, algo irrumpió de entre la espesura y se estrelló contra el tipo. Este emitió un grito ahogado mientras la criatura mordía su cintura, haciéndole caer al suelo. La bestia comenzó a destrozar su vientre, abriéndolo y tirando de sus intestinos para sacárselos. El hombre emitía alaridos desesperados y pedía ayuda aunque muy pronto, dejó de hacerlo, pues había muerto.

Takahashi y Ward contemplaron con horror la escena y decidieron irse de allí lo más rápido que pudieran. Pero al darse la vuelta, vieron a otras dos de esas criaturas yendo a por ellos.

— ¡Corre!— le gritó Ryo.

Ambos comenzaron a correr con toda las fuerzas que sus cuerpos les permitían. Rachel sentía el lacerante dolor de su brazo, que aunque atenuado por el apósito, se notaba de forma sensible debido al esfuerzo que llevaba a cabo para correr. Pese a esto, siguió corriendo, no deseando mirar atrás. Entonces, se percató de que Takahashi se había detenido.

— ¿Que haces?— preguntó horrorizada.

— Sigue corriendo— fue lo único que le respondió el hombre.

Vio la granada en su mano. Sin pensarlo, comenzó a correr, alejándose una veintena de metros del ingeniero. Se colocó tras un árbol y al volverse, vio varios cuerpos de soldados caídos. Eso la paralizó, aunque no tardó en volver la vista hacia Ryo. Este corría con velocidad y arrojó la granada a los depredadores que le perseguían. Estos aún se hallaban lejos pero no tardaron en acercársele. Lo peor, es que uno de ellos se había llevado a la boca la granada, quizás pensando que sería comida. Estaban a tan solo 5 metros cuando esta explotó, arrojando a Takahashi por los aires.

Rachel se quedó horrorizada al ver la fuerte explosión y se preguntó si el japonés estaría bien. Se fue acercando con paso lento pero al no ver movimiento, se empezó a preocupar.

— Takahashi, ¿estás bien?— gritó desesperada.

Enseguida, recibió una respuesta. El chico alzó su brazo y pese a hallarse bajo la oscuridad, se le podía notar en buen estado. Este le sonrió, aunque ella no pudiera verlo.

— Tranquila, estoy perfect....

Uno de los monstruos logró sobrevivir. Saltó sobre Takahashi, quien logró darse la vuelta y le golpeó pero la fiera contraatacó con dureza, abalanzándose sobre el muchacho. Este sacó su pistola y comenzó a disparar.

Rachel, horrorizada ante esto, se puso a buscar algo con lo que enfrentar a la criatura. Finalmente, entre los cadáveres horriblemente mutilados de los soldados, encontró lo que buscaba. Un fusil de asalto Víbora, ese tipo de arma usada por los oficiales y que contaba con disparo secundario. Miró como se activaba y volvió a rescatar a Takahashi, quien gritaba de dolor. Le estaba haciendo daño.

Corrió desesperada, viendo como el japonés luchaba por su vida y le gritó a la bestia.

— Eh, ¡cabron! ¡Ven a por mí!

La criatura se volvió a ella, mirándola de un modo que le heló la sangre. Rachel se puso algo tensa y cuando vio a la criatura corriendo hacia ella, notó como el miedo la invadía. Sin perder tiempo, apuntó el arma hacia su atacante y disparó. El ser abrió sus fauces, tan solo para acabar recibiendo un proyectil ovoide que al entrar, estalló, expulsando decenas de varillas metálicas que se clavaron en su interior, causándole una enorme cantidad de hemorragias internas. Se revolvió un poco y acabó precipitando al suelo tras dar varias vueltas. Cuando dejó de respirar, Rachel se sintió aliviada.

Tiró el arma y respiró más tranquila. Sin dudarlo, corrió al lado de Takahashi, quien seguramente estaba herido. Se acercó hasta él pero la oscuridad no le permitía ver bien como se hallaba.

— Ryo, ¿cómo estás?— preguntó pero no obtuvo respuesta.

Eso la preocupó.

Sin dudarlo, se colocó detrás del chico y lo agarró por los hombros, tirando para que se levantase.

— Vamos, tienes que ponerte en pie— le dijo.

Ella hacía esfuerzos para incorporarlo pero el dolor en su brazo apenas le permitía elevarlo más que un poco.

— Venga, levántate.

No pudo más. El dolor era insoportable y se dejó caer de culo sobre la nieve. Jadeó un poco mientras se preguntaba porque Takahashi estaba así. Igual se había desmayado tras el ataque. Como fuere, no podía dejarlo allí. Él la había ayudado cuando más lo necesitaba. Ahora, era su turno.

Se volvió a poner de nuevo en pie y lo agarró de nuevo por los hombros. Consiguió elevarlo un poco y entonces, comenzó a arrastrarlo. Aunque pesaba bastante y el dolor del brazo resultaba insoportable, fue capaz de avanzar unos metros pero al final acabó exhausta. Tuvo que detenerse para descansar un poco.

— No te preocupes, te sacaré de aquí— le dijo en ese pequeño intervalo de tiempo—. Igual que tú has hecho conmigo, yo te ayudaré a ti. Te lo debo y es mi obligación.

Volvió a cogerlo y tiró. Siguió hablándole pero no recibía respuesta por su parte. Seguramente se dio algún golpe o el shock del ataque lo habían dejado así.

— Te vas a poner bien, ya verás— le habló la chica con voz calmada—. Juntos buscaremos a tus amigos y juntos venceremos a estos monstruos. Así, vengaremos la muerte de mi hermano y la de los soldados que han caído esta noche.

Una bengala roja fue lanzada hacia el cielo. Rachel miró hacia esta, contemplando como su potente brillo rojizo todo el lugar. Alguien debía haberla lanzado, quizás con intención de iniciar su posición o tal vez para llamar la atención del enemigo y fuese hasta ese punto. Para ella, era una señal de que todavía quedaba esperanza. Se volvió para mirar de nuevo a Takahashi y ahí, fue cuando todo dejó de importar.

La chica se apartó, dejando caer el cuerpo del hombre. Su rostro mostraba una expresión de terror indescriptible. El resplandor rojo iluminó a Ryo y mostraba su vientre y torso completamente abiertos. De dentro, surgían los intestinos, colgando de forma grotesca mientras que hilos de sangre y bilis se escurrían entre estos. Mirando más atrás, una gran estela de color rojo marcaba el camino que Rachel había dejado al arrastrar el cadáver. Por eso Takahashi no le contestaba. Por eso, ni le notaba respirar.

Se hincó de rodillas sobre el suelo y varias lágrimas fuero derramándose por su cara. La desolación la envolvía, incapaz de poder creer que eso hubiera pasado. Miraba el rostro de aquel hombre la había protegido y llenado de nuevo de alegría y confianza. Ahora estaba vacío, sin vida. Todos los que le rodeaban morían y solo era cuestión de tiempo que ella también. Tan solo, quedaba esperar.

De repente, sintió una mano tocando su hombro derecho. La chica, creyendo que alguien la había encontrado para matarla, se volvió para verlo. Al menos, contemplaría el rostro de su verdugo antes de que la asesinase. Pero a quien vio, fue al capitán Carville.

— ¿Estás bien?— le preguntó el hombre.

Rachel, como única respuesta, se abrazó contra Jason. Este la estrechó entre sus brazos, dejando que hundiese su cabeza en su pecho mientras lloraba desconsolado. Él miró hacia el cuerpo de Takahashi. El poco brillo de la bengala le permitió darse cuenta de que se trataba del ingeniero japonés que le pidió participar en esta dura misión. Verlo muerto le terminó de resquebrajar lo poco que quedaba de su fortaleza. Aun así, se repuso. No podía desfallecer ahora.

Separó un poco a la chica de su lado y la miró. Sus ojos verdes tenían un intenso brillo, causa de la humedad que les envolvían. Jason la observó con expresión seria y acto seguido, le habló.

— Tenemos que movernos— le dijo el hombre—. Esas criaturas nos pueden encontrar y matarnos.

— ¿Pero y el?— preguntó la chica, señalando el cadáver.

Carville agachó su cabeza. Le dolía tener que hacer aquello pero no quedaba más remedio.

— Déjalo ahí, tenemos que largarnos ya.

La chica lo miraba completamente desolada, como si no pudiese creer lo que oía por parte del capitán. Pero él no estaba para desconfianzas ahora. Le hizo recoger a la soldado el fusil que había usado antes contra el monstruo que la había atacado y juntos, partieron con rapidez hacia terreno seguro.

Mientras avanzaban, Rachel se volvió un momento para ver el cadáver de Takahashi. Jason la miró a ella y un gran malestar le invadió.

— Vamos— llamó.

Ella se giró de nuevo hacia el capitán y fue hasta su lado.

— ¿Cómo te llamas soldado?— le preguntó mientras se movían de nuevo.

— Soldado Rachel Ward— respondió ella.

— Bien Ward— dijo Carville—. Esta noche aún no ha terminado. Si queremos salir de aquí con vida, deberás hacer caso a todo lo que te diga, ¿entendido?

Tan solo asintió pero para Jason fue más que suficiente.

Los dos siguieron avanzando y fueron poco a poco dejando atrás todo aquel horror. Como si este nunca hubiera sucedido, como si nunca hubiera pasado. Pero si había tenido lugar y las perdidas incontables pesarían sobre todos. Pero la guerra, aún no había terminado.

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Listo. Espero que lo disfrutéis.

Y dado que en este capitulo ha habido algunas muertes, tengo curiosidad: cuales son las muertes de los dos libros que mas os han impactado?? Como escritor me interesa saberlo para así ir creando muertes mas terribles y traumaticas, jejejje!!!

Y os sigo recordando que hasta el 7 de Octubre, tenéis para enviarme vuestro personaje, si es que queréis participar en el concurso. Un salido a todos.

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