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Capitulo 14- El Legado del Antiguo Culto (Parte 3)


Por fin llegaron a la sala de reuniones que se encontraba en el piso 24. Esta tenía forma circular y era parte de las 9 que se hallaban en aquella planta. La disposición de habitaciones en aquel edificio era un tanto extraña. Variaban desde las arquitecturas rectangulares de la zona de almacenes del piso 12 a la sala de relajación del piso 30 con una forma triangular pasando por la rara decisión de que las zonas residenciales de los seguidores tuvieran formas hexagonales. Bishop no comprendía a que venía la decisión de disponer las habitaciones en esas formas tan extrañas. Cromwell argumentaba que de ese modo, se establecía un equilibrio entre las fuerzas energéticas que imperaban en este mundo y que fueron establecidas por los grandes dioses. Según él, al tener la disposición de cada habitación de una manera diferente, se podrían canalizar todos los flujos energéticos de tal manera que se establecería un circuito continuo donde esta energía quedaría almacenada, creando un campo de fuerza que atraería a los dioses y protegería a los fieles creyentes del Legado. Eso era lo que al menos el gran profeta le explicaba. Tenía que reconocer que había partes de su religión que no comprendía o le parecían muy poco sostenidas por la evidencia que poseían.

La sala de reuniones destacaba por tener una gran mesa semicircular pegada a la izquierda mientras que en la parte derecha, se hallaba la auditoría donde se desplegaban los hologramas de quienes asistían a aquellas reuniones desde otros puntos de la galaxia. Bishop miró a un lado y a otro y contó a unos cuatro asistentes en la sala. Todos eran altos sacerdotes que se hallaban un escalón por debajo del edecán supremo. Eran quienes se ocupaban de dirigir cada congregación de fieles, de administrar los bienes específicos de cada uno y de organizar los distintos ritos, siendo ellos quienes se ocupaban de presidirlos y dirigirlos. Él ya tenía suficientes asuntos entre manos y prefería delegar todas aquellas responsabilidades a estos sacerdotes. Entre ellos, estaba Talbot, quien les recibió a ambos con una elegante reverencia, cosa que también hicieron los otros tres nada más ver a Bishop y al gran profeta.

— ¿Cómo está la situación?— preguntó el edecán a Talbot.

El alto sacerdote quería ser optimista pero la expresión afligida de su cara reflejaba claramente que no era así. Era evidente que Maddox estaba dando más problemas de los que esperaban.

— El coronel no cesa de reclamar la presencia del gran profeta— informó con gran consternación—. Está empeñado en querer hablar tan solo con su eminencia. Ni siquiera le quiere a usted, edecán supremo.

Cromwell escuchó todo aquello con atención. Por la forma en que miraba, estaba claro que no le gustaba la actitud de Maddox. Y tener que discutir con él los pormenores del trato que hicieron era lo que menos le apetecía.

— Marchaos de aquí todos— dijo con autoridad el profeta. Todos los allí presentes le miraron con sorpresa—. Excepto tú, Bishop. Te necesitaré a mi lado.

— Por supuesto, gran profeta— asintió el hombre.

Los altos sacerdotes se despidieron de su líder y desaparecieron de la sala. Tan solo se quedaron Cromwell y Bishop, quienes guardaban un incómodo silencio. Era hora de hablar con aquel coronel de Infantería Básica, un tipo que les entregaría toda la tecnología que pudieran hallar sobre l Primera Raza. Artefactos y reliquias que les serían de gran ayuda para conectar con los grandes dioses, pues ellos, también las buscaban. No es que Alistair Cromwell pretendiera beneficiarse de aquellos objetos sin más, pretendía usarlos para honrar a las deidades que el Legado adoraba. Demostrarles que eran capaces de usarla tal como hicieron ellos y que por tanto, eran dignos de estar a su lado. Además, estaba esa amenaza, un gran peligro del que tanto habían leído y escuchado. Quizás, la tecnología de la Primera Raza era la clave. Cómo fuere, Maddox era el único que podía proporcionársela de forma directa, sin necesidad de acudir al mercado ilegal ni intermediario que pudieran poner trabas. Pero ahora, el coronel les estaba poniendo a ellos.

— Conecte al coronel Bishop— ordenó al edecán.

Este siguió su orden sin dudar. Pese a no desear tener que ver a Maddox, no quedaba más remedio que solucionar este asunto cuanto antes. Activó el dispositivo de despliegue de hologramas y un haz de luz azul claro centelleó en esa parte de la sala. De repente, varios rayos de luz azules se desplegaron y coincidieron en un punto determinado, comenzando a crear la forma de un hombre de complexión fuerte y estatura media. Era el coronel. Su rostro se notaba poco detallado por la imagen holográfica pero aun así, se podía notar la ansiedad que se enmarcaba en este. Era evidente que el hombre se hallaba desesperado.

— Cromwell, ¡qué alegría verte de nuevo!— exclamó con un claro aire de falsedad.

— Gran profeta— puntualizó Bishop—. Al señor Alistair Crowell te le has de dirigir con su título de profeta.

— Oh, perdón— se disculpó con fingido arrepentimiento Maddox, dando evidente muestra de importarle eso un comino—. No era mi intención ofenderle, gran profeta.

— No importa— dijo en ese momento Cromwell—. Eres un no creyente, así que no estás en obligación de hacerlo. Señor Cromwell no suena peor de como otros me han llamado.

Se notaba claramente que ninguno de los dos hombres se llevaba nada bien. Para Cromwell, el coronel no era más que un mero sicario al servicio de un tiránico gobierno que engañaba a su pueblo sobre las verdaderas intenciones de los grandes dioses y se dedicaba a masacrar a estos, con la única intención de hacerse con los secretos que estos poseían para así usarlos en beneficio propio. Para Maddox, el gran profeta, como quería sus fieles seguidores fanáticos que le llamasen, no era más que un pomposo embustero que se aprovechaba del miedo y la desesperanza de la gente para engañarlas y hacerles creer que si se unían a su secta de tarados mentales, hallarían la salvación, sin ver que solo estaban tirando su dinero en manos de un tipejo que lo invertía en su hedonista forma de vida. Y pese a esas fricciones, ambos se necesitaban más de lo que pudieran creer.

— Bien, creo que deseaba hablar expresamente conmigo, ¿no es así?— comentó de forma clara Cromwell mientras avanzaba hasta quedar justo frente al holograma del coronel.

Este se mantuvo callado pro un instante, como si estuviera pensando con detenimiento lo que le iba a decir.

— En efecto, es con usted con quien quiero hablar— respondió positivamente Maddox.

— ¿Y no puede discutir eso con mi ayudante, el señor Bishop?— El aludido se colocó en posición recta y firme, como si quisiera resaltar su presencia al ser mencionado.

Maddox le dedicó una mirada de evidente molestia. Si no le gustaba Cromwell, ese tipo alto de piel negra mucho menos.

— Creo que es un asunto demasiado importante como para ser discutido con subalternos— indicó el coronel—. Requería de su presencia, señor Cromwell.

El profeta arqueó una ceja en clara señal de extrañeza. Giró a Bishop y este le devolvió la mirada, notando que había comprendido su reacción.

— Creo que estoy más que claramente capacitado para este tipo de situación, coronel Maddox— intervino sin dudarlo el edecán—. De hecho, creo que en futuras reuniones, sería recomendable que fuera yo quien se ocupase de todo. El gran profeta está muy entrado en sus doctrinas y rituales para atender todas sus demandas.

De nuevo, el gesto malhumorado del coronel mostraba con claridad que no estaba conforme con esta nueva decisión pero, ¿qué otra cosa podía hacer a esas alturas? Al menos, había logrado llamar al mismísimo Alistair Cromwell para que se reuniese con él. Ya era más de lo que esperaba, así que estas nuevas condiciones eran soportables.

— Muy bien, ¿qué es lo que desea hablar, coronel?— preguntó a continuación Bishop, quien parecía que iba a llevar la voz cantante en todo este asunto a partir de ese momento.

A Maddox no le estaba gustando que el edecán tomara aquella posición y notando la mira fija y determinada que posaba Cromwell sobre él, estaba claro que lo iban a acorralar para no dejarle maniobrar a su gusto. Tenía que ser ahora cuidadoso. Notando aquellas escrutadoras presencias, el hombre suspiró azorado y luego, tomó algo de aire. Lo que tenía que decir no era algo precisamente fácil de exponer sin que hubiera enfados.

— Vale, vamos allá— exclamó como si estuviera dándose ánimos—. Verán, quería exponerles la actual situación en la que me hallo con respecto al tema de transportar de forma encubierta objetos y artefactos de la Primera Raza desde el planeta Midgard hasta esa instalación que han creado expresamente para almacenarlas e investigarlas. Instalación Arcano-I, creo recordar que la llamaron.

Bishop sabía a qué hacía referencia el coronel. Arcano-I era una estación espacial construida en el cumulo estelar Arches, cerca de la constelación de Sagitario. Se trataban de unas instalaciones creadas para almacenar artefactos y tecnología pertenecientes a la Primera Raza, donde serían estudiadas por científicos y expertos del Legado con la intención de conocer su significado y función. Unas segundas instalaciones estaban siendo construidas en la órbita del planeta Brenner II, uno de los pocos mundos donde la mayor parte de la población era militante del Legado del Antiguo Culto, lo impedía que las autoridades metiesen tanto las narices. Fue el edecán quien se ocupó de supervisar la construcción de la primera estación espacial, pasando allí seis meses para que todo quedara exactamente como él había dispuesto. Fue un proceso exhaustivo, lleno de discusiones y conflictos pero ya estaba acostumbrado a ello. A fin de cuentas, era su trabajo. Como lo era ahora soportar a Maddox.

— Y bien, ¿cuál es el problema?— preguntó al coronel.

Este se puso algo tenso al mencionar Bishop lo del problema. Él no había mencionado nada de problemas pero estaba a claro que lo iba a hacer justo ahora. Reprimiendo sus ansias de estallar en pánico, el militar habló.

— Estoy teniendo dificultades para poder sacar algunos de los artefactos del planeta— confesó apesadumbrado.

La expresión de Cromwell lo decía todo. Aquello no era nada bueno y al profeta no le gustaba que las cosas no fuesen bien. Sin embargo, no dijo nada. Permaneció callado, dejando que fuese su mano derecha quien continuase con la conversación aunque para Maddox, iba a tornarse en un interrogatorio.

— ¿Qué clase de dificultades se tratan?

La indeseable pregunta fue hecha. Mientras el edecán supremo miraba con cierto escepticismo al coronel, el profeta Alistair Cromwell seguía en silencio, prestando mucha atención a la conversación entre los dos hombres. Eso llamó la atención de Maddox, quien notaba al anciano muy concentrado, casi en trance. Se trataba de un tipo muy extraño siniestro.

Viendo que sus espectadores parecían reclamarle una respuesta de forma inmediata, el militar volvió a contestar, no sin cierta reticencia.

— La dificultad es que tengo a los soldados de Vanguardia metiendo las narices en mis asuntos— dijo el hombre con enojo, mostrando que no estaba muy contento con la situación—. De hecho, mi puesto se está viendo cuestionado ante el Mando Central y hay más que evidentes sospechas de posibles actividades ilegales.

— Creí que nos había dejado bien claro que todo estaba bajo control. ¿No es así?— Bishop fue certero con su pregunta. Notaba a Maddox sobrepasado por la situación.

— Y así era, pero ahora el general Coriolis ha enviado a su hombre mayor confianza.

Escuchar esto puso algo tenso a Cromwell. Bishop se fijó en esto y sabía que no era muy bueno que el profeta se enfadase, pues era de mecha muy corta podría mandar al traste toda la operación montada en torno al tráfico y comercio de reliquias y objetos de la Primera Raza. Esa era la razón por la que quería abordar este tema en solitario. Para su suerte, el anciano se mantuvo de momento en su sitio.

— Déjeme adivinar— indicó clarividente el edecán—, ese hombre que han enviado es Jason Carville.

Al ver callar a Maddox tras esta respuesta, Bishop supo que había acertado de pleno. No es que se hablara continuamente de él en lo medio, ni siquiera era visto como un héroe o algo así por la población pero la fama de Jason Carville le precedía. Era toda una leyenda en la Infantería Básica, un hombre que tras innumerables batallas contra los alienígenas de la Xeno-Alianza, ascendió para ser parte del prestigioso cuerpo de Vanguardia y convertirse en uno de los hombres de mayor confianza del general Hank Coriolis. Sabía, por lo que ciertos contactos dentro de los cuerpos militares le contaban, que estaba involucrado en muchas operaciones relacionadas con la Primera Raza y su tecnología. Por ello, su presencia en Midgard no le inspiraba ninguna confianza.

— Y no es bueno que ese hombre ande cerca, he de suponer— dijo resolutivo el edecán.

— Exacto— repuso Maddox—. Me ha desplazado de la dirección de las operaciones, dejándome en un cargo administrativo. Eso le brindará acceso a todos los objetos que encuentre, impidiendo que me haga con ellos.

— ¿Dónde está en estos momentos?— preguntó con interés Bishop.

— Liderando una operación para hacerse con ese objeto del que les hablé desde que inició esta ofensiva militar en Midgard. — El coronel realizó una pequeña pausa, poniendo una pose enigmática—. Ese al que llamamos el Conducto.

El Conducto. Ese era el nombre con el que decidieron bautizar los militares al misterioso artefacto hallado en Midgard. Ahora mismo, estaba en manos de los dioses nórdicos pero sabía que los altos mandos humanos querían hacerse con este artefacto a toda costa. Y ellos también. Nada más ver las primeras imágenes, Cromwell alucinó. Estaba muy ilusionado con este nuevo objeto, casi parecía un niño al que su padre le había prometido regalarle su bicicleta favorita. Él decidió bautizarlo con el nombre la Cámara y teorizó que podría tratarse de una urna o receptáculo donde un individuo recibiría una descarga de energía, otorgándole el poder de los grandes dioses. Eso era lo que al menos el gran profeta creía y todos debían seguir a pies juntillas pero Bishop era escéptico. Aun así, prefería no llevarle la contraria a su líder.

— ¿Ha conseguido llegar hasta el objeto?— volvió a preguntar el edecán, sintiendo la naciente ansiedad de su señor justo a su lado.

Maddox negó con la cabeza. Bishop pudo notar como Cromwell se relajaba poco a poco.

— De momento no lo ha conseguido, pero yo no dudaría en pensar que acabará llegando.

— Es un tipo pernicioso— comentó divertido Bishop.

— Muy cejado en un empeño— expresó frustrado Maddox—. Creí que moriría en el transcurso de la operación, pues la zona a la que fue era blanco de ataque de las fuerzas del Linaje Congelado, pero no solo ha conseguido sobrevivir, sino que ya está planeando su siguiente paso. Es solo cuestión de tiempo que llegue.

Al volverse, Bishop pudo notar en los ojos del profeta una evidente preocupación. Desde que tuvieron noticia del Conducto, habían estado ansiando hacerse con este artefacto en el que Cromwell había depositado todas sus esperanzas de poder contactar con los grandes dioses. Para él, la tecnología de la desparecida Primera Raza era el único modo de acceder a los grandes dioses. Aquellos seres a desaparecidos, les habían dejado un precioso regalo con el cual, podrían llegar hasta sus creadores. Pero si ahora perdían algo tan preciado como el Conducto, toda oportunidad sería perdida y el golpe al Legado, irreparable. Bishop era muy consciente de ello y por eso, debía actuar con suma rapidez y también per también de forma prudente.

— ¿Cuánto tiempo cree que tardará en lanzar el siguiente ataque?

La pregunta pilló de sorpresa a Maddox pero no tardó en responderle.

— Según me informó, ya está planeando el siguiente ataque. Puede que en unos días lo lance. — Quedó pensativo por un poco de tiempo—. Calculo que en unas semanas, podría dar con el Conducto.

Bishop se dispuso a pensar con rapidez. Tenía que tener un plan preventivo en caso de que Carville se hiciese con ese artefacto. Sabía que de estar en poder del soldado, jamás lo verían.

— Está claro que de descubrirlo Carville, no podrías hacerte con él— concluyó pesimista.

— Claro que no— dijo preocupado Maddox—. En cuanto lo encuentre, no permitirá que me acerque.

— ¿Adónde se lo llevará tras encontrarlo?— preguntó Bishop.

— No podría constatar— respondió desolado el coronel—. A Draconis VII, a alguna instalación secreta de la Confederación. Ni idea. El problema es que las actividades de la Vanguardia son alto secreto. Incluso dentro del cuerpo, no todos los cargos tienen acceso a la mayor parte de la información.

— Ya veo— observó el edecán.

Quedaron en silencio. Bishop comenzó a pensar en algún plan para hacerse con el Conducto pero la cosa se les mostraba más complicada de lo que en un principio creía. Miró de soslayo a Cromwell, quien permanecía allí de pues, imperturbable y tranquilo, en apariencia. Le sorprendía verlo tan sereno. Era raro en él y más después de haber escuchado todos los malos presagios de Maddox. A esas alturas, ya habría saltado furioso y profiriendo toda clase de maldiciones contra el coronel pero el anciano se mantenía en su sitio, cosa rara. Mejor, pensaba Bishop, así no habría tantas trabas.

— En caso, creo que el obstáculo en todo este asunto es claramente el capitán Carville.

El holograma de Maddox hizo una mueca de sorpresa al escuchar esto. Fue una expresión extraña, fuertemente etérea, al mostrarse la artificialidad de la imagen tridimensional, dándole un toque siniestro. Esto evidenciaba lo inexpresivos que eran estos hologramas. Aún estaban a años de conseguir mostrar al ser humano de forma tan natural a como estuviera en persona.

— Bien, ¿en que demonio anda pensando?— preguntó muy nervioso Maddox.

La sonrisa que se dibujó en el rostro de Bishop no inspiró mucha confianza en el coronel. Sabía que estos malditos sectarios eran capaces de lo que fuera por hacerse con el Conducto, lo cual significaba, utilizar los métodos menos ortodoxos. Además, sabía de todas esas historias de opositores al Legado que desaparecieron en extrañas circunstancias. Adivinando su preocuapcion, el edecán se adelantó para responderle.

— Descuide, no tenemos intención de asesinarle— le manifestó el edecán como si de una disculpa se tratase—. De momento, es la ultma opción que barajo.

Maddox miró a Cromwell pero no halló ninguna reacción en este. Desde hacía rato, el profeta parecía ausente, como si aquella conversación ya no le vinculase. Esto no le gustaba ni un pelo.

— Y entonces, ¿que está planeando?— preguntó el militar, sintiendo como al ansiedad le devoraba por dentro.

— Aun no se me ha ocurrido nada pero lo que está claro es que debemos de deshacernos de el capitán Carville— resolvió Bishop con mucha habilidad y tino, pues tenía razón—. ¿Como? Je, eso será en lo que me ocupe todo este tiempo.

Dejando escapar aire como si le costase una eternidad, Maddox llego a la conclusión de que las cosas iban a seguir de momento como estaban. Al menos, eso era lo que Bishop parecía dejarle claro con sus palabras y tranquila expresión. Pero esa idea de quitar de en medio a Carville, le perturbaba. No le gustaba tener al capitán husmeando por ahí pero tampoco era su intención que acabara muerto. No solo por parecerle algo horrible, sino que de descubrirse, él sería el principal culpable. Era consciente de que el Legado cubriría bien sus huellas pero el coronel se convertiría en la victima colateral. De hecho, no se extrañaba de que Cromwell y los suyos los usasen como su chivo expiatorio.

— Entonces, ¿eso es todo?— preguntó.

— De momento si— respondió claro Bishop—. ¿Tiene más objetos que nos pueda entrar?

— Sí, tenemos algunos artefactos que le hemos incautado a esos idiotas de Vanguardia y que pretendían llevarse sin mi consentimiento. Pero he logrado retenerlos. Os lo enviaré y en unas semanas los tendréis.

— Perfecto— mostró el edecán conforme. Cromwell también asintió positivamente al oir esto—. Entonces, ya sabe, cuando nos lleguen los objetos, e le ingresará el dinero en la cuenta secreta que le abrimos. Pero si quiere los 50 millones de créditos, debe entregarnos el Conducto, ¿comprendido?

— Si— respondió Maddox.

Todo parecía en orden y el coronel se disponía a desconectarse cuando de repente, notó que Alistair Cromwell le observaba con detenimiento. Este, se acercó un par de pasos y le habló.

— Dígame, coronel— dijo con su desagradable voz—. No le acompaña ese apuesto hombretón suyo. ¿Cómo se llamaba?

— El teniente Kessler— contestó reacio Maddox.

— Eso, Kessler— endureció su voz al decir el nombre, como si lo estuviera saboreando.

Le asqueaba aquel tipo. Si de él dependiera, hacía tiempo que la Confederación habría puesto punto y final a su grotesco carnaval de engaños y depravación. Ese energúmeno no era más que un fraude y todos los altos mandos lo sabían a la perfección. No entendía como no se habían tomado cartas en el asunto. Debía de tener Cromwell buenos aliados entre la clase política para librarse de todo castigo y actuar con completo albedrio.

— ¿Hay algún problema con él?— preguntó, aunque pensó que quizás, no debía hacerlo.

— No, no hay ningún problema con ese oficial— respondió el profeta—. Es solo, que ya sabe, es importante tener a nuestros mejores hombres cerca. Siempre vienen perfectos para los momentos más indispensables. Usted ya me entiende.

Cuando Bishop observó el rostro del coronel, estaba claro que debía dar por finalizada la conversación, pues este miraba enfurecido a Maddox y no le faltaba poco para estallar en ira incontrolada.

— Bien, coronel Maddox— dijo con rapidez para finalizar lo más rápido posible—. Cuando nuestro plan este en marcha, seremos nosotros quienes nos pongamos en contacto.

— Eso espero inquirió muy serio Maddox.

— Hasta pronto, coronel— se despidió de forma insidiosa el profeta—. Mándele un cálido saludo de mi parte al teniente Kessler.

Se desconectó antes de que pudiera terminar Cromwell su frase. Una vez finalizados, el silencio volvió a reinar de nuevo. Bishop aún estaba reordenando cosas en su cabeza.

— ¿Sabe que le odia?— preguntó reticente a su líder.

— Lo sé— respondió orgulloso Cromwell—. Y yo a él. Si por mí fuera, hace tiempo que ese hombre habría muerto y su teniente estaría en mi cama.

Una amplia sonrisa se había dibujado en el rostro del profeta. Esta remarcaba aún más las arrugas en un rostro y le daba al profeta una apariencia de lagarto habitante del desierto más que inesperada. Y eso a Bishop le perturbaba bastante. No por el aspecto, sino por lo que se vislumbraba. Y lo que veía era como Cromwell disfrutaba del sufrimiento y humillación ajenos. Nunca destacó por ser un líder benévolo y justo. En más de una ocasión, se le había revelado como alguien cruel y despiadado, hasta tal punto, que se preguntaba si no estaría al servicio de un completo loco. Si no fuera por las profecías....

— Bien, ¡salgamos de aquí de una vez!— exclamó jovial el profeta.

Juntos, abandonaron la sala de reuniones y pusieron rumbo de vuelta a los aposentos de Cromwell. Por el camino, siguieron hablando.

— Entonces, ¿te vas a ocupar de ese capitán?— preguntó a Bishop, quien ya estaba inmerso en sus cosas.

— Así es— respondió el edecán directo—. De momento, desconozco la manera pero se cuáles serán las repercusiones si lo quitamos de en medio. También tendremos que ver de qué forma sacará Maddox el artefacto sin levantar sospechas pero eso será para más adelante.

— ¿Piensas matarlo?

Aquello hizo temblar a Bishop. Miró por un instante a Cromwell y se cruzó con esos iridiscentes ojos azules que parecían dos esferas de cristal magenta oscura confeccionados en Orturias. Brillantes y a la vez, siniestros.

— No, señor— contestó algo tenso—. Ya tenemos demasiados cadáveres debajo de la alfombra.

— Vale— Cromwell parecía conforme con aquella repuesta—. Sé que actúas con raciocinio Bishop pero recuerda, hacemos lo necesario por el Legado, ¿comprendido?

Esa era una lección que el edecán llevaba bien aprendida desde lo de aquello. Siempre se dijo que nunca volvería a repetirse y de hecho, tras su muerte, llegó a plantearse el abandonar el Legado, pero sus creencias eran demasiado fuertes como para renunciar. Aun así, esos gritos le atormentaban muchas veces. Pero se dijo que fue por el bien de los fieles y de los dioses. No había dejado de repetírselo en un intenso mantra desde que aquello ocurrió 10 años atrás. Pese a todo, aun podía escuchar el crepitar del fuego al devorar la madera del ataúd. Se le ponían los pelos de punta. Tanto, que podría pinchar un globo con un solo cabello como si de un puntiagudo alfiler se tratase.

El sonido de las puertas al abrirse le sacaron de su cruel ensoñación y acompañó al profeta a través de los pasillos en dirección a su dormitorio. Pero justo cuando llegaron, pasaron de largo.

— ¿Pensaba que íbamos a su cuarto?— preguntó confuso.

Cromwell giró la cabeza y una sibilina sonrisa se dibujó en su nonagenario rostro. Luego, se volvió hacia delante y continuó caminando. Bishop no comprendía la tan extraña actitud del profeta. Quizás eran los medicamentos o el dormir más temprano pero era evidente que algo le había afectado pues no estaba normal. No al menos, dentro de su caótica normalidad.

— ¿Sabes Bishop por que hoy estoy más sereno de lo normal?— La pregunta sonaba a retorcida cuestión digna de una monstruosa esfinge.

— Durmió poco— respondió algo temeroso el edecán.

El anciano carcajeó emitiendo un sonido gutural, similar al que emitiese un simio de zoológico. A Bishop, le puso la carne de gallina.

— No exactamente— exclamó críptico Cromwell—. Pero sí que es verdad que me hallo algo cansado. No sabes lo agotador que puede ser follarle el ojete a Dorian. Siempre quiere más.

Ese tipo de detalles era preferible que se los ahorrase pero el profeta los comentaba con total normalidad, acostumbra perfectamente a ello. Bishop no tenía más remedio que hacer de tripas corazón con estas cosas.

Siguieron caminando hasta que terminaron de llegar al final del pasillo. Esto desconcertó al edecán. Ante ellos, tenían unas inmensas pertas de metal de color azul oscuro, bien cerradas. Estas pertenecían a la gran cámara acorazada. Nadie tenía permitido acercarse siquiera a ellas. No tenía ni guardias, tan solo un sofisticado sistema de seguridad por detección laser que accionaba unas potentes redes eléctricas. Todo el que entrase, moría achicharrado en un visto y no visto. Cromwell se colocó justo al lado y metió un código en el monitor que tenía allí. Este código era una cifra numérica de 7 dígitos que solo el profeta conocía. Ni siquiera el propio Bishop tenía acceso a esa información. Y no era para menos. Dentro de esa cámara, se ocultaba el secreto mejor guardado del Legado del Antiguo Culto. La clave que había hecho realidad esta religión y que el edecán supremo creyera en ella.

— Sabes Bishop— le dijo el profeta a su hombre de amor confianza mientras insertaba la contraseña—, ¿sabes por qué razón estoy tan calmado y pensativo hoy?— Giró su cabeza para mirarlo. Bishop se estremeció al ver de nuevo esos ojos— Anoche, tuve otra visión.

Un sonido de apertura sonó con chirriante fuerza y las puertas se retiraron. Cromwell adentró en la estancia con paso tranquilo mientras que Bishop permanecía fuera, incapaz de creer lo último que su líder acababa de decirle.

— ¿Los dioses le han vuelto a hablar?— preguntó, entre el miedo y la excitación—. Hace años que no le hablan.

Mientras hablaba, entró a la estancia. Lo hizo dando pasos entre cautelosos y audaces. Una súbita excitación inundó su cuerpo. Era la segunda vez que estaba dentro de la cámara acorazada y no podía negar que era algo emocionante. Más incluso que ser abrazado por una joven bailarina asiática. Muy pronto, se puso al lado de Cromwell, quien observaba su bien más preciado con orgullo y preocupación a la vez.

— Si, los dioses han vuelto a hablarme Bishop— explicó el anciano con mustia voz—. Y me han dicho, que el fin se acerca.

Al oír esto, se volvió impactado hacia su líder. Este permanecía con el rostro imperturbable, como si nada de lo que le rodease pudiera tener efecto sobre él.

— ¿La tercera profecía?— preguntó con voz agrietada Bishop.

Cromwell asintió con cierta mecanicidad y al edecán la sangre se le heló. Dirigió su vista al frente y ahí las tenía. Eran tres tablillas metálicas de color negro como los ojos de un cuervo muerto. Extrañas inscripciones de complicadas formas tallaban la superficie entera. Y de vez en cuando, un refulgente brillo verdoso claro las resaltaba como si tuvieran una importancia fundamental. Y las tenían.

— El Ocaso Final— susurró con temor el profeta—. La hora de que baje el telón.

Eran tres profecías las que Alistair Cromwell halló en la Esfera Oculta. La primera, hablaba de la llegada de antiguos dioses llenos de ira ante un pueblo que había osado desafiarles. La segunda, hablaba de la llegada de un líder, sabio y bondadoso, que salvaría a todos aquellos que se arrepintiesen de la herejía cometida contra sus creadores. La tercera, hablaba de un caos final en el cual, solo prevalecerían aquellos que se mantuvieron fieles y a los cuales, ese elegido les guiaría. Y Cromwell creía que él era ese elegido.

— Entonces, ¿debemos prepararnos ya?— preguntó e nuevo con temeridad Bishop, pues tenía que temer.

— Así es, amigo mío— dijo con voz siniestra Cromwell, mientras su rostro era iluminado por ese fulgor verde—. Los dioses no están llamando. Es hora de reunirnos con ellos.

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Hola y siento el retraso, pero me ha costado bastante escribir esta parte final. La conversación entre Maddox y Bishop se me atascó un poco y el momento final en la cámara tuve que reescribirlo varias veces. Quería que fuera lo mas misterioso que hubierais leído hasta este momento en la historia y espero que así haya sido.

Para esta semana trataré de tener la primera parte del siguiente. Regresaremos a Asgard con Zeke y cia, para ver que les pasa. Mientras, disfrutad de esta y otras historias que he publicado, como Tiempo de Oscuridad. En mi perfil la hallareis. Saludo  todos!!!

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