Capitulo 14- El Legado del Antiguo Culto (Parte 1)
5 de Junio de 2665. Sistema Solar. Planeta Tierra. 11:44.
La música sonaba suave pero rítmica a la vez. Era una agradable melodía que transmitía tranquilidad al lugar. Se trataba de un amplio hall, una gran habitación rectangular alargada. Tras unas lustrosas puertas de color dorado, se avanzaba por un recto camino de baldosas marrón claro que llevaban hasta una escalinata donde se hallaba un trono de color ambarino. El camino estaba flanqueado por un par de escalones que llevaban hasta un nuevo nivel donde había unas banquetas de tres pisos hechas de mármol ennegrecido, del mismo color del que quedan las cenizas tras un incendio. Esta gran sala era el edificio de bienvenida que el Legado del Antiguo Culto poseía. Era su escaparate al mundo exterior, su lugar donde exhibir su mensaje de adoración y respeto hacia los grandes dioses, aquellos seres que mucho tiempo atrás les dieron la vida a la humanidad y ahora, habían regresado para quitársela por haberles desafiado. Pero también lo era para que el resto de la humanidad fuera testigo de su gran obra.
En el centro de la gran sala, cuatro jóvenes mujeres danzaban al son de la melodía que se podía escuchar. Bailaban con movimientos armoniosos y perfectos, extendiendo sus brazos, dando vueltas sobre sí mismas o inclinándose a un lado u a otro. Danzan de forma lenta calmada, como si quisieran deleitarse y deleitar con cada oscilación realizada.
Todas se parecían un poco. Bajas, de cuerpo delgado y esbelto, iban vestidas con ropajes transparentes que dejaban entrever sus sensuales figuras. Una mera camiseta corta de color blanco y una larga falda del mismo color, ambas de cristalina tela, componían tan fugaz vestimenta. Las chicas, sin embargo, tenían claras diferencias. Había dos de piel morena y dos de piel clara. Las morenas, eran una con la piel negra y la otra tostada. Las de piel clara eran una caucásica y la otra de rasgos asiáticos. Las mujeres se movían con inusitada elegancia. Eran bailarinas que formaban parte de una danza ritual que se celebraba cada año y cuya función era evocar a una gran deidad del inmenso panteón conformado por las religiones egipcias, griegas y nórdicas. Era la forma de la que el Legado tenía para honrarles, para demostrar que al menos, una parte de la humanidad seguía venerándolos, pese a que la mayor parte los había olvidado e incluso, ridiculizado, al convertirlos en no meras representaciones ficticias para divertirse, ya fuera en el cine, los comics o los videojuegos. Con este baile, aplacarían su ira y serían salvados, llevados por sus creadores hasta la cima del Monte Olimpo, hasta las gélidas tierras del Valhalla o más allá de la muerte, hasta Duat, el reino de los muertos.
Desde la escalinata que conducía al trono dorado, él observaba aquel elegante y esplendido baile. Era el cuarto día de prácticas y las bailarinas habían demostrado una coordinación perfecta a la hora de sincronizarse en cada movimiento, coincidiendo a la perfección en cada paso. Atrás, quedaron las broncas de la sacerdotisa superior con ella, llamándolas inútiles. No es solo que aquella mujer minase la integridad de las jóvenes, además, resultaba muy molesta con esos insoportables chillidos. Ante esto, se tomó la salomónica decisión de cortarle la lengua. Ahora, todo estaba mejor. Las chicas dieron otra vuelta sobre sí misma, balanceando los brazos hasta que decidieron alzarlos hacia el cielo. La gran claraboya de cristal del techo dejaba pasar la luz y parecía que estas mujeres estuvieran pidiendo clemencia a los grandes dioses. En verdad, esa era la intención.
El hombre que estaba pendiente de todo lo que ellas hacían era de piel negra, con el pelo y barba canosos, además de ser bastante alto. Sus refulgentes ojos azul oscuro no se despegaban de las danzantes féminas, ahora elevando un brazo para acto seguido levantar otro. Una larga túnica de color verde oscuro, con rebordes dorados recorriendo el dorso de las muñecas, el cuello y los pies, tapaba todo su cuerpo. Una larga línea dorada recorría el centro justo de esta vestimenta, como si estuviera seccionando al hombre por la mitad. Llevaba puesta unas simples sandalias y permanecía allí en perfecta postura erecta, contemplando el armonioso espectáculo que las hermosas chicas le brindaban. Lo hacía mientras no dejaba de pensar en lo afortunadas que eran. No ya solo por ser parte de la religión que los salvaría de la ira de sus dioses, sino por el hecho de haber sido elegidas para realizar la danza anual. Todas eran las esplendidas ofrendas vírgenes que se les ofrecían a sus todopoderosos creadores y por ello, no tendrían que yacer con el gran líder, sino que serían reservadas para cuando los granes dioses descendiesen a la Tierra. Entonces, serían entregadas a estos para satisfacerles. Por ello, hasta ese momento, serían tratadas con distinción, sin que nadie pudiera tocarlas. De hacerlo, el castigo era la muerte inminente.
Ellas continuaron su etéreo baile sin ningún problema, repitiendo los pasos anteriores, pero para él, ya había sido suficiente por hoy. Jonathan Bishop descendió de la escalinata mientras comenzaba a aplaudir, haciendo que las bailarinas parasen. Estas le miraron algo preocupadas, pues aunque viesen al supremo edecán de Alistair Cromwell aplaudiendo, eso no tenía que significar que estuviera contento. El hombre se les acercó hasta quedar a apenas unos metros y ellas se inquietaron bastante más. Era tan alto y de expresión tan exánime que llegaba a resultar intimidante. Él sonrió divertido al notar las sensaciones que provocaba en ellas. No era su intención, en verdad, pero resultaba hilarante.
— Tranquilas, no estoy enfadado con vosotras— exclamó más que complacido. Pudo notar como los rostros femeninos se relajaban al decir esto—. Lo habéis hecho muy bien. Perfecto creo que sería el veredicto idóneo para definirlo mejor. — Colocó sus manos detrás de su cuerpo para mostrar una pose más distendida— Por hoy, ya ha sido suficiente. Podéis retiraros.
Todas las mujeres se inclinaron para saludar al supremo edecán y se marcharon de la gran sala. Todas, excepto la chica de rasgos asiáticos, quien se acercó a Bishop.
— Supremo edecán, ¿puedo hablar con usted?— preguntó la chica con cierta reserva.
Este la miró fijamente por un instante, la chica se retrajo un poco. No es que Bishop pareciera malvado o peligroso pero tenía ese aire tan misterioso que lo hacía algo inquietante. Sin embargo, una sonrisa en sus labios logró que la chica disipara sus temores.
— ¿De qué se trata, Mei?— preguntó el hombre con curiosidad.
Mei Ling era como se llamaba. Tenía tan solo 19 años y poseía un aura exótica que la hacía muy atrayente. Tenía el pelo negro recogido en una coleta y sus ojos rasgados dejaban entrever que sus irises eran verdes claro. A Bishop le parecía muy atractiva. Tanto, que desde que la vio cuatro meses atrás, tras el ingreso en el Legado, no le había quitado el ojo de encima.
— Verá— dijo la chica cabizbaja, como si le costase hablar del tema—, me preguntaba, ¿por qué hacemos esta danza? ¿Qué sacamos de todo esto?
La pregunta dejó sorprendido al propio Bishop. Llevaban meses ensayando y aun no sabía cuál era el propósito de aquel baile. Le parecía que aquello debía de tratarse de una broma.
— ¿Por qué dices eso?
La chica asiática notaba a voz molesta del edecán y se contrajo un poco, con la mirada hacia el suelo. Se la notaba algo incomoda con todo aquello. Quizás no debió de hacer esa pregunta. Algo compungida, decidió responder a la cuestión.
— Es que no sé, pero dudo de que con esta danza logremos aplacar la ira de los dioses. — Se mantuvo un instante en silencio mientras Bishop la observaba calmado— Quiero decir, ni siquiera sabemos si ellos nos están observando. Pienso que esto podría no ser más que una pérdida de tiempo.
Cuando alzó su vista y se halló ante los escrutadores ojos del gran hombre, su cuerpo entero tembló como si fuera arcilla derritiéndose. Mei retrocedió un poco, creyendo que había ofendido tanto al edecán como al Legado. Y si hacía algo así, no podía evitar temer por su vida, pues no había nada peor que insultar o dudar de la religión creada por el gran Alistair Cromwell.
— No digo que dude de nuestra fe ni nada por el estilo pero me cuesta entender como un simple baile podría ayudar a nuestra salvación.
Sus ojos verde claro tenían un brillo cristalino. Iba a llorar. Bishop sabía cómo era Cromwell con los que dudaban. Cruel y despiadado, los humillaba y les hacía pasar las peores calamidades imaginadas. Dependiendo del día, podía rebajarlos al puesto más bajo o enviarles a las peores labores. Eso, si no decidía ejecutarlos de manera inmisericorde. De todas maneras, Mei podía respirar aliviada. Bishop no era tan cruel.
Se acercó a ella con suma delicadeza y posó su brazo en el hombro de la muchacha. Ella se inquietó un poco pero al ver la agradable sonrisa en el rostro del hombre, la calma volvió a su cuerpo. El edecán la cogió de la barbilla, haciendo que le mirase.
— ¿Así que tienes dudas respecto a la danza anual?— preguntó el hombre con su ronca y profunda voz.
— Si— respondió a duras penas Mei.
Bishop soltó la barbilla de la chica y ella ladeó su cabeza, avergonzada al reconocer su incertidumbre ante todo aquello. Pese a que el hombre le inspirase confianza, tenía cierto miedo a que pudiera reaccionar de mala manera y quisiera tomar represalias por ello. Mientras, él la observaba con detenimiento.
— ¿Tienes miedo ante lo que te pueda ocurrir?— La pregunta sonaba más informativa que interrogativa.
Mei miró al edecán con sorpresa al oír esto.
— Yo...— contestó la chica alborotada.
— No digas nada— le interrumpió Bishop de forma repentina—. Primero, deja que te explique porque la danza es tan importante.
Llena de dudas, accedió a la petición del hombre. Al notar que iba cediendo, él decidió comenzar a hablar.
— Verás, la danza es un importante rito que lleva celebrándose cada año desde hace más de 35. Su principal función es honrar a un dios determinado del amplio panteón que adoramos— Lo explicaba todo con sencillez y elocuencia para que ella lo comprendiese—. Puede que a ti te parezca que ellos no ven lo que hacemos pero no es así. — Señaló a la gran claraboya de cristal que tenían justo encima y por la que entraban los rayos de luz del Sol—. ¿Por qué crees que os colocamos aquí debajo? Nos están observando, justo ahora mismo. Saben lo que hacemos, como nos comportamos y e que forma les adoramos. Tú puedes creer que no vienen, pero se acercan. Y cuando lleguen aquí, nos juzgarán. ¿Te gustaría que supieran que dudas de ellos? ¿Qué crees que pensarían si llegaran a enterarse?
Toda aquella parte final la dijo de forma sombría, tenebrosa. La chica tembló al escuchar cada palabra y una expresión de miedo se reflejaba en su rostro. Cromwell dice que el miedo es el néctar perfecto para controlar al ser humano. Cuando el terror a lo desconocido y peligroso les infecta, los convierte en criaturas controlables y mansas, listas para seguir al líder que proclama la verdad auténtica y reveladora. Ese líder que los llevará hasta la brillante luz donde hallarán el paraíso prometido. Bishop no disfrutaba tanto con esto pero sabía que era el único modo de mantener a los seguidores a su lado como devotos que eran.
— Ya veo— dijo al final Mei Ling—. Y, ¿le dirá todo esto al gran profeta? ¿Le contará que una de las bailarinas que realizará la danza de este año ha tenido dudas respecto a su palabra y a los grandes dioses?
— ¿Debería?— dijo el hombre de forma interrogativa.
Mei lo observó. Era evidente que la chica estaba aterrorizada. No quería recordar lo que le ocurrió a la última que intentó ir en contra de la fe. Aun recordaba sus gritos dentro de la urna de madera, mientras las llamas devoraban sin piedad todo y el humo envolvía aquel cruel espectáculo. Esperaba no tener que revivirlo este año también.
— No te preocupes— respondió el hombre al final—. Cromwell no sabrá nada de esto pero si no quieres meterte en más problemas, no vuelvas a dudar de tu fe hacia los grandes dioses. ¿Sabes para quien será dedicada la danza este año?
— Claro, el gran dios Horus— respondió la chica asiática con entereza.
— Pero, ¿sabes por qué es tan importante?
La chica lo miró confusa. El hombre no pudo evitar sonreír al ver como la pobre Mei se quedaba en blanco, incapaz de saber que contestarle. Ante esto, Bishop decidió ser quien hablase.
— Horus es hijo de Osiris e Isis, principales dioses de la mitología egipcia. Cuando Set traicionó a su hermano, este lo cortó en varios pedazos, 14 en total y los repartió por todos los rincones de Egipto. — Mei estaba atenta a todo lo que el edecán le explicaba—. Isis buscó los restos de su hermano y marido durante muchos días y noches. Tras reunirlos, usó sus poderes divinos para resucitarlo y una vez hecho esto, Osiris viajó a Duat, el reino de los muertos. Pero Isis guardó el pene de su hermano y con él, engendró un hijo. Lo llamó Horus. — Su voz se tornó más profunda a medida que hablaba, como si quisiera darle una atmosfera mística al relato—. Este hijo creció hasta convertirse en un excepcional guerrero se enfrentó su tío, al cual venció, coronándose rey de todo Egipto. Además, es el Dios del Sol, como Apolo lo es en la mitología griega. Es una divinidad de gran importancia en la religión egipcia como lo es para nosotros. Es nuestro guía y líder en esta nueva era. El gran salvador.
Ella le observaba maravillada. No era para menos, acababa de escuchar la historia más fascinante e increíble que hubiera podido imaginar. Absorta como estaba, a Bishop le hizo gracia ver como Mei quedaba tan encandilada ante su relato. Era el mismo rostro que podía observar en todos los seguidores cuando el gran profeta Cromwell iniciaba sus grandes narraciones de épicas leyendas de los dioses y héroes antiguos. Esas expresiones llenas de ilusión y deslumbramiento ante cada batalla, cada horrida bestia, cada acto valeroso en sacrificio de los humanos. O castigo por su vanidad. El edecán comprendía el poder que la persuasión y la magnificencia tienen sobre las personas. Y como Alistair las utilizaba en beneficio propio.
— Entonces, por eso el baile de este año es tan importante—afirmó con claridad Mei.
— Chica lista— respondió alegre Bishop—. Así es. Y por eso, debes de hacer que salga bien, ¿entendido?
Le sonrió muy contenta. Él se estremeció un poco al notar aquella cándida mirada. Puede que Bishop fuera la mano derecha del sumo profeta y máxima responsable del mantenimiento y la logística del culto pero no era de piedra. Por fuera, siempre daba la imagen de hombre impío y férreo que no se dejaba tentar por nada. Pero como todo humano, tenía sus necesidades. Muy pocas veces se había aprovechado de su posición para acostarse con jóvenes mujeres pero esta vez, debía reconocer que la joven asiática le estaba seduciendo de manera evidente.
— Supremo edecán, ¿puedo hacerle una pregunta?— dijo ella con clara intención mujeriega.
— ¿De qué se trata?—preguntó, tragando algo de saliva, Bishop.
Sintió su cuerpo retorceré de excitación cuando vio como la bajita pero atrayente muchacha se acercaba a él. Esperaba no tenerla demasiado cerca, no deseaba que pegase su cuerpo contra el suyo para que no contara la súbita erección que estaba teniendo en esos instantes. Mei lo miró con sus provocativos ojos verdes, algo que desarmó al edecán.
— En serio debo ser entregada a los grandes dioses? Preguntó ella con temor.
Bishop se la quedó mirando durante un pequeño rato. Seguía deslumbrado por aquella arrebatadora belleza y no se había percatado de la pregunta. Cuando por fin lo hizo, no parecía muy conforme con dar una respuesta. Pero notando aquella intensa y temerosa mirada, no tuvo más remedio.
— No hay otra alternativa— le dijo frustrado—. Cuando nuestros dioses lleguen, debemos de ofrecerles los mejores obsequios. Y mujeres vírgenes de nuestra especie, es algo insuperable.
Esto último lo dijo con orgullo pero enseguida notó la mirada de decepción de la chica. Otra vez tenía dudas. Pero no podía culparla.
— Pero es que.... — Se quedó bloqueada un instante antes de proseguir—, yo no quiero acabar en manos de los dioses. No deseo que mi destino acabe en sus manos. Les respeto pero, no quiero acabar así.
— Sería un destino muy honorable. Muchas mujeres desearían tenerlo.
— ¡Pues que se lo queden!— exclamó exaltada Mei—. Yo....no quiero eso.
Estas últimas palabras le hicieron temblar. La chica lo atrapó, envolviéndolo con sus brazos. Bishop sentía como si una gran grieta se abriera en la tierra y desde allí, pudiera ver el ardiente Hades reclamando su alma pecadora. Quería resistir pero cuando vio como Mei apoyaba su cabeza contra su pecho, al hombre le costaba muchísimo resistirse. Sentía su corazón latir con mucha fuerza, tanta, que parecía a punto de estallarle.
Sin dudarlo, la apartó de su lado y la miró fijamente a los ojos.
— Mei, esto no puede ser, ¿entendido?— dijo contundente.
La chica quedó muy sorprendida ante la reacción del hombre. Lo miró llena de desconcierto sin saber que decir.
— Soy el edecán supremo. No puedo usar mi alta categoría para relacionarme con alguien como tú. — Sus palabras parecían sonar duras e hirientes. Lo eran—. Tu eres una simple bailarina y tu función será como ofrenda para los dioses una vez estos lleguen. No le des más vueltas.
El silencio se estableció entre ellos dos. Ella le miraba angustiada y Bishop no tardó en notar como un par de lágrimas salían de aquellos verdosos ojos. Verla de esa manera le destrozó por dentro. Quiso decir algo, pero justo antes de hablar, alguien les interrumpió.
— Edecán supremo— dijo la regia voz de un hombre a su lado izquierdo.
Al volverse, Bishop se encontró con el alto sacerdote y edecán inferior Brian Talbot. Se trataba de un hombre algo rechoncho pero de constitución fuerte con el pelo corto en punta de color marrón oscuro y un rostro muy redondeado. Pese a mirarlo con aparente normalidad, pudo notar en los ojos del sacerdote algo de prisa.
— ¿Qué ocurre alto sacerdote?— preguntó.
— Verá, un hombre acaba de ponerse en contacto con nosotros— le informó Talbot–. Está en la sala de reuniones. Se comunicará con usted a través de holograma tridimensional. Dice que es urgente y que quiere hablar con el gran profeta.
Bishop frunció el ceño en clara señal de disgusto. Sabía de quien se trataba. No podía ser de otra persona tan exigente como el coronel de Infantería Básica con el que habían hecho tan suculento trato. Thomas Maddox. Suspiró y se volvió a Mei Ling. La chica se mostró algo cohibida al notar la mirada de Bishop.
— Bailarina Ling, puedes marcharte— le dijo con simple calma—. Has hecho una muy buena danza. Sigue así.
No era la mejor forma de decírselo pero este asunto del que acababan de informarle era de vital importancia, así que debía aligerar este asunto ya. Comprendiendo que ya no pintaba nada allí, Mei se retiró tras realizar una reverencia.
— Que los dioses acompañen tu camino y bendigan tu día con providencia— le despidió de forma cortés.
Vio cómo se alejaba de allí, pensando en porque no se daba un pequeño gusto con su cuerpo pero su atención no tardó en volver al sacerdote Talbot.
— Está muy insistente— preguntó mientras cruzaban la sala para salir del edificio de bienvenida.
— Bastante— le respondió su compañero—. ¿Quiere que lo entretengamos?
— Si, atendedlo hasta que yo traiga al gran profeta. Ahora mismo, debe estar descansando tras la gran noche de orgía que habrá tenido.
Ambo hombres cruzaron el corredor que conectaba el edificio de bienvenida con el edificio central del Legado, la gran torre negra donde Alistair Cromwell y sus fieles seguidores vivían recluidos a la espera de la llegada de los todopoderosos dioses antiguos. Bishop ni siquiera le dedicó un vistazo a la gran construcción. Llevaba viviendo en ella desde hacía 15 años. Ya no le impresionaba en lo más mínimo.
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Ya he vuelto!!! Siento la enorme tardanza. Intentaré tener el siguiente capitulo en unos días a mas tardar.
Por cierto, quería avisaros de que voy a cambiar la clasificación de esta historia. Va a pasar a ser tan solo lectura para adultos. Lo he decidido tras larga meditación, pues creo que la novela ya ha mostrado escenas de mucha violencia y también alguna de sexo. De hecho, planeo que en la historia hayan escenas de sexo explicito. También, incluiré algunos temas bastante explícitos, por ello, para que no acaben censurando mi historia, me veré obligado a elevar la clasificación para adultos. Se que muchos de los que me leéis sois adolescentes o incluso niños, así que quedáis avisado del tipo de historia que estáis leyendo. No me responsabilizo de las quejas posteriores. Avisados quedáis.
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