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Capitulo 13- Repercusiones (Parte 1)

29 de Mayo de 2665. Sistema Krebain. Planeta Midgard. 14:54.  


El fuego caía en forma de finas virutas de intenso brillo rojizo. Los arboles ardían sobre sus copas, alimentando con sus cuerpos las ardientes llamas que se extendían con maravilloso esplendor, ansiosas por atrapar la vida que poco a poco se les escapaba mientras se regodeaban en su ominosa gloria.

La nieve parecía derretirse ante el intenso calor. El suelo helado iba reduciendo su tamaño con lentitud, iba empequeñeciendo mientras pequeños charcos de agua surgían en forma de irregulares elipses.

El ardiente artefacto Gélido que en otro tiempo fue un Lindworm de estruendoso fuego azulado, ahora ardía con intensidad. Una fatua hoguera de llamas azul y verdosa recubría los restos metalizados de la ya inservible arma, seccionada en dos desvencijadas partes, con jirones de piezas y componentes cayendo de esta. El cañón estaba tirado a su lado, precipitado desde lo alto del soporte cilíndrico al estallar. Su figura representaba la ruina destructiva que estaba envolviendo al nuevo mundo, al ya desquiciado universo, azotados por la destructiva guerra que en ellos tenía lugar. Aquel Lindworm era un monumento a todos aquellos pecados cometidos en nombre la victoria ansiosa y sin sentido que infectaba a humanos y extraterrestres por el igual.

Y ella yacía tirada en mitad del frio y desolador suelo. Pequeños copos de nieve caían a su alrededor, aunque los ignoraba. En realidad, lo ignoraba todo. Los cuerpos ya sin vida, armas extraviadas por soldados que huyeron, los casquillos de bala hundidos en la acolchada superficie. Todos ellos, recuerdos preciosos de la batalla que los había empujado a aquel infierno.

Su rostro estaba hundido por la parte izquierda. Su ojo derecho, con el iris marrón claro totalmente abierto, captaba el horror desplegado ante ella. Sentía su cuerpo entumecido y débil, como el calor en su interior parecía ir abandonándola. Un abrasador dolor recorría su piel, sobre todo por su brazo izquierdo, el costado y la pierna derecha. El sabor del metal inundaba su boca al degustar la sangre derramada entre sus encías. Sus sienes se contraían en un doloroso clamor y su corazón latía lento, conteniendo el poco tiempo que le quedaba. Iba a morir.

Frente a ella, podía ver todo el desastre en el que había participado. No era el cañón lo que realmente le preocupaba, sino los cuerpos sin vida que habían participado en la confrontación.

"Mátalos a todos", dijo la agonizante voz de Kruschev.

Miró los cadáveres de los Gélidos. Alfar. Valquirias. Todos yacían atravesados por heridas de bala de las cuales manaban sangre violácea oscura. Sus máscaras eran los inexpresivos rostros que veía. Sus enemigos. Los seres que amenazaban a la raza humana y a la Confederación. Esos monstruos que le acababan de arrebatar lo más preciado en su vida.

"¡Recuerden soldados!", dijo la estremecedora voz del sargento Hopper, su antiguo instructor en el entrenamiento, "¡La Vanguardia nunca se retira!"

La Vanguardia. Ella pertenecía a esa división militar. Los primeros en llegar, los últimos en irse. Ella se alistó porque no tenía donde ir, nadie que la esperase. Era un alma solitaria en aquel infinito mundo y estaría condenada a seguir así. Sola y abandonada, porque a todos los que quería los iba perdiendo.

"A mí no me hsa perdido", dijo una voz que no deseaba volver a oír.

Una lágrima se derramó de su ojo. Hundió su rostro mucho más contra la fría nieve, sintiendo el gélido tacto de esta. El viento sopló leve, meneando los tirabuzones enredados de su pelo marrón oscuro. Una enorme angustia aumentaba.

"Tranquila, yo me ocupare de Gómez", le respondió la voz de Sobek. Tan esperanzadora como mentirosa.

"Ya los Aesir no se reirán jamás de los Vanir. Yo soy el orgullo de mi casta y tú, pequeña mocosa, serás testigo de ello, como el resto también.", se carcajeó el Señor de blanco con su impenetrable traje y su máscara negra transformándolo en el horrible demonio que iría a por ella.

Exhaló algo de aire, como si deseara prolongar su vida aunque solo fuera un minuto más. Pensaba en todos ellos. En los que se fueron. Gómez, Hollander, Morris, Ortega, Tanaka, Kruschev. Tina. Gimió al recordar el horrible momento. Como ella desapareció, como se esfumó para acto seguido regresar inerte y fría, como si la vida misma la hubiese abandonado. Quiso moverse, pero el entumecimiento y la debilidad se adueñaban de ella. Muy pronto, estaría con todos ellos. No tenía que preocuparse. O sí.

"Tranquila, ya no tiene nada de qué preocuparte". Era la voz de Jason Carville. De cuando la rescató de Koris II. De cuando le dieron esperanzas. "Ya estas a salvo".

Temblaba. Le prometió ayudarle en esta difícil campaña. Le había fallado. No por cumplir los objetivos, sino por seguir viva y estar a su lado en aquella convulsa lucha. No, ya no podría. Le había fallado al capitán, como les había fallado a todos.

"Ya estas a salvo", repitió otra voz, esta femenina. Era la sargento Maya Hansen, la mujer que le dio una nueva oportunidad en su vida.

Escuchaba las explosiones, los disparos, los gritos. Quería levantarse, correr, sentir el aire y sobre todo, luchar. Porque luchando sería como los salvaría. Intentaba decir algo, llamar a quien fuera para que vinieran a buscarla. Harkness, su compañero Carver. A Estrada o Carter. Pero daba igual. Muy pronto, sería otro cadáver para el montón.

"Tú nunca lo harías, ¿verdad?"

La destrucción de Bastión. Sus padres degollados por el Señor de Blanco. El sargento Hopper atravesado por las lanzas de los Gélidos. El U.S.S Banquisa absorbido por un agujero negro. Stalios. La pistola. El gatillo. Un disparo. La sangre en sus manos. Recuerdos que seguían intactos en su mente y a los que se sumaban nuevos, atormentando su ser mucho mas.

"No se preocupe por mí, sargento, dijo su voz otra vez. No quería oírla pero siempre iba a escucharla. "Estoy bien".

Tina. Sus ojos se anegaron de lágrimas. Comenzó a arrastrarse. Quería encontrar su cuerpo. Aunque estuviera muerta, deseaba verla una última vez. Tocarla con su mano, sentir que aún estaba allí. Gimió, tratando de sacar fuerzas de done no podía. Pese a la herida en su cadera izquierda. Pese a las quemaduras en su brazo izquierdo y en su pierna derecha. Pese a que medio rostro había quedado abrasado de la mejilla a la boca. Pese a que su pelo estaba chamuscado, perdiendo tres de sus tirabuzones. Daba igual. Tenía que verla.

"Tú nunca lo harías, ¿verdad?", volvió a escuchar en un nefasto eco.

Alzó la vista. Allí estaba Stalios. Su ojo derecho desparecido. Un humeante agujero lo sustituía. Sangre roja coagulada supuraba de este. Llevaba el mismo uniforme que llevó aquel día. Esa misión. La pesadilla cuando Sakura Kitano, Steven Kruger, Sergio Álvarez y Deborah Wellick fueron asesinados por fuerzas separatistas. La traición. Esa pregunta. El disparo.

La miraba. Podía notar el odio y la rabia en su marchito rostro. No se movía de ahí. Quieto, tan solo observaba como la sargento mayor Sonya Walker agonizaba. Sabía que muy pronto estaría con él. Pero no era a Stalios a quien deseaba ver por última vez. No a él.

"Tú nunca lo harías, ¿verdad?", repitió de nuevo sin mover su boca.

De repente, sintió que se hundía en la nieve. Movió sus brazos, tratando de escapar, de agarrar algo. Pero cayó a ese abismo tan profundo. A ese lugar donde todas las voces y lamentos de los que han muerto se unían para torturarla por siempre. Y que jamás la dejarían escapar.

4 de Junio de 2665. Sistema Krebain. Planeta Midgard. 12:32.  

— ¿Se recuperará?— preguntó Jason.

Miraba a Sonya, tendida sobre aquella camilla. Medio rostro tapado con vendajes, al igual que su brazo y pierna. También tenía un apósito de curación especial en la cadera, donde le infligieron una terrible herida.

— Si— le respondió la doctora, una mujer de treinta años con el pelo revuelto de color rubio y gafas finas—. Ha sufrido quemaduras en el 15% de su cuerpo, pero no es grave. La herida resultó más peligrosa pero con la transfusión de sangre que le hicimos "in situ", no hay que preocuparse. En dos semanas, volverá a estar lista para el combate.

Carville suspiró. Estaban en el segundo pabellón medico de los 3 instalados para tratar a todos los heridos de la batalla del Campamento Infierno. Un montón de camillas, desplegadas en tres hileras, daban cobijo a lo convalecientes que gemían por poner fin al intenso dolor que los azotaba. El capitán llevaba desde ayer al lado de Walker, tras haber terminado de reorganizar las defensas con la capitana Button, la líder de la Compañía Toro. No se había separado de la chica desde entonces, deseando tan solo que despertase. Se preocupó mucho cuando la encontraron en ese estado cuatro días antes. Tan solo esperaba que se recuperase.

— Gracias doctora— le agradeció mientras esta se marchaba para atender a otros.

Estuvo allí sentado, con los brazos cruzados mientras miraba a Sonya. Todavía recordaba como al rescató de Koris II no siendo más que una simple adolescente. Su rostro, crispado por el miedo, era un claro indicativo del estupor que sentía alguien que acababa de entrar de relleno en la guerra. Se dijo que la protegería a toda costa. 10 años después, cuando se reencontraron, ella ya no era una temerosa y desconfiada novata. Era una mujer fuerte y decidida, pero aún tenía mucho que aprender. Se exigió que le enseñaría, que él mismo la pondría a prueba. Debía aprender mucho, sobre todo por lo que estaba por venir. Y ahora estaba allí, a punto de morir. No sabía cómo luchar contra esto. Como lidiar. Había perdido a muchos pero la responsabilidad sobre Walker era aún mayor que con cualquier otro. Lo peor, es que cumplió con su misión.

Colocó su mano izquierda metálica sobre su brazo. Acarició con ella su tibia piel. No podía sentir la suavidad ni el calor de esta pero ver a la mujer respirar le tranquilizaba. Si hubiera muerto, jamás se lo hubiera perdonado.

— Tina— dijo una suave pero débil voz.

Se quedó impactado al ver que la sargento mayor acababa de despertar. No estaba en coma pero el grave estado en el que se encontraba la había dejado muy débil.

— Sargento Walker, esto, Sonya— A Jason le costaba desembarazarse de los términos militares en aquellas circunstancias—, ¿estás bien?

Ella cerró los ojos para luego volver a abrirlos lentamente. Estaba confusa. Miró a un lado y a otro mientras respiraba con dificultad. Vio su cuerpo recubierto con una funda gris de cuero sintético. Se movió un poco pero se la notaba aletargada por los tranquilizantes.

— Tranquila, no te muevas— dijo el capitán Carville mientras la acariciaba en su brazo con su mano metálica—, ya estas a salvo.

Podía notar la confusión en el rostro de Walker. Estaba aturdida. Aun no sabía dónde estaba. Pensó en ir a buscar a algún enfermero, pero si necesitaba algo.

— ¿Dónde está?— preguntó con un fino hilo de voz.

Jason sintió su mirada. Como sus oscuros ojos se clavaban en él, como si le estuviera reclamando algo.

— ¿Quién?— indagó el capitán.

Ella guardó un poco de silencio, buscando fuerzas de donde no parecía tener. Era hora de afrontar la realidad. La cruel realidad.

— ¿La cabo Tina Hughes?

El capitán suspiró. Bajó su cabeza un leve instante y cuando volvió a mirarla, ya supo la respuesta.

— Lo siento mucho— dijo consternado—. Sigue en estado crítico.

Cuando escuchó esto, la sargento no supo que responder.

Al principio, tan solo guardó silencio pero una acuciante necesidad de querer saber más, le llevó a continuar hablando. Aunque no sabía ante que se iba a hallar. Ni siquiera si iba a ser algo bueno.

— ¿Está viva?— preguntó petrificada.

Carville asintió de forma afirmativa. Ella no podía creérselo. 

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