Capitulo 12- La visita (Parte 2)
Las puertas principales de la sala del trono se abrieron y dejaron paso a un peculiar sequito. Cuatro soldados, que debían deducirse eran Alfar, caminaba en fila hacia el trono de Odín. Todos iban armados con rudimentarias lanzas que nada tenían que ver con las avanzadas que poseían los soldados de los Aesir. Sus ropajes también eran diferentes. Vestían unas largas túnicas verde oscuro que recubrían su cuerpo entero, excepto brazos y un poco de las piernas. Por debajo, se notaba que llevaban una armadura de color marrón claro de lo que parecía cuero o cota de malla. Sus cabezas estaban adornadas con unos cascos color negro que recubrían nada más que media cabeza, dejando al descubierto sus ojos. Nada tenían que ver con los Alfar vigilantes de Valaskjalf, provistos ahora de sus características armaduras azules y violetas.
Estos guardias, cuatro en total, se separaron para dar paso a una pareja de Gélidos bien ataviados y con una fantástica presencia. Él llevaba unos ropajes de color verde claro junto con una larga capa de color verde claro que caía por su espalda. Llevaba un cinturón dorado rodeando su cintura y un colgante con una brillante piedra blanca en el cuello. Su pelo era tan blanco como el de Odín pero mucho más corto. Ella era un poco más baja y portaba un largo vestido verdoso. Llevaba un precioso collar alrededor de su cuello con varias esferas de lustroso olor blanco que recordaban al mármol. Su pelo era largo y el porte de la Gélida era similar al de Freyja, hasta el punto de que casi eran iguales, solo que ella era más mayor.
Aquella pareja eran Njoror y su esposa Skaoi, los actuales líderes del clan Vanir.
Ambos continuaron caminando hasta quedar frente a Odín y su esposa Frigg. En el lugar se estableció un profundo silencio. Ambas parejas se miraron la una a la otra, como si estuvieran analizándose. Se podía notar como cada uno aguantaba la mirada en una clara pose desafiante. Entre ellos, había muchas rencillas ocultas. Sin embargo, no parecía que esta situación fuera a degenerar en ningún enfrentamiento. De hecho, los allí presentes asistieron a una escena inusual.
Njoror y su esposa se arrodillaron frente a Odín. Ambos inclinaron sus cabezas en una clara señal sumisa, mostrando su completa obediencia al Monarca Gélido. El Aesir miró la escena con paciencia y una sonrisa de satisfacción se dibujó en su cara. Tenía al Vanir donde quería.
— Un placer volver a estar en tu preciado hogar, Ulthar— exclamó Njoror algo apesadumbrado.
— El placer es mío por volver a verte Barden— le dijo Odín.
El resto de los allí presentes observaba en silencio. Incluso los humanos estaban pendientes de aquella escena, sin llegar a entender algo de lo que decían los alienígenas.
— Para mí es un gran honor poder estar ante tu presencia y la de tu maravillosa familia— prosiguió Njoror con cierta premura—. Me siento honrado de volver a ser invitado a tu hogar.
— Basta ya de halagos- dijo el Aesir-. Es hora de que empiece el banquete. Venid por aquí, por favor.
Todos iban ya a marcharse pero Njoror no se movió de su sitio. Odín se giró con sorpresa ante la actitud del Vanir y aunque aparentaba normalidad, se notaba que ese gesto por parte del otro no les estaba gustando nada en absoluto.
— ¿Ocurre algo?— preguntó con cierta molestia.
— Si- le dijo su invitado—. ¿Podríamos mi esposa y yo pasar un rato con nuestros hijos? Si no es mucha molestia.
Odin miró a Frey y Freyja y luego se volvió al hombre que le había pedido aquello. No estaba nada contento pero debía ceder. Era lo menos que podía hacer por el Vanir que había decidido darle su lealtad sin miramientos.
— Por supuesto- contestó alegre y contento—. Tomate el tiempo que necesites.
— Muchísimas gracias, monarca.
Todos comenzaron a retirarse de la gran sala. Odín y su familia partieron por la puerta que tenían a su izquierda, aquella de la que vinieron Frey y Freyja no hacía mucho. Mientras, Njoror y Skaoi fueron a donde estaban sus hijos. Estos, nada más ver a sus progenitores, corrieron a abrazarlos con fuerza. Se notaba el gran distanciamiento que había entre ellos. Eran una familia rota y separada. Los momentos así eran los que les ayudaban a sobrellevar mejor aquella terrible situación.
Njoror miró fijamente a Kvasir, quien estaba al lado de ellos. Tío y sobrino intercambiaron miradas incomodas. El asesino portaba su característica armadura blanca y eso incomodaba a su tío. Él aun no podía concebir que alguien de su familia fuera capaz de un acto tan miserable como unirse al enemigo y trabajar para este. Prefirió no seguir prestándole atención y continuar con sus hijos. Su sobrino comenzó su retirada hacia la sala donde se llevaría a cabo el banquete.
Zeke, Miranda, Eph, Katie y el capitán Oliveira observaron en silencio toda la escena. No entendieron absolutamente nada de lo que hablaron los Gélidos pero era evidente que se trataba de alguna especie de recibimiento de para un importante miembro de su especie. Pero eso era todo lo que podían deducir. Excepto Zeke, él sí sabía que ocurría de verdad.
— Bien aquí estáis— dijo de forma sorpresiva voz a sus espaldas. La voz de alguien que no deseaban ver.
Al darse la vuelta, vieron al Gélido de brazos cruzados con cada uno de sus Huskarls cubriendo cada flanco, dispuestos a protegerles. El vástago menor de Odín los miraba a todos con sus centelleantes ojos anaranjados que mostraban una repulsiva mirada. No tramaba nada bueno. Cada uno de ellos lo sabía.
— Vale, es hora de que vengáis conmigo al banquete que mi padre celebrará en honor a la visita de Barden y su esposa. Aunque, siendo honesto, yo no dejaría a ese despreciable Vanir pisar ni tan siquiera el primer escalón de la entrada. — Se notaba el desprecio que sentía por Njoror y los suyos—. Como sus dos hijos, Leva y Rut. Je, me acuerdo todavía cuando a esa estúpida la dejé abandonada en la mazmorra donde estabais vosotros dos encerrados. Su hermano no paró de gritar que la liberase. La estúpida pasó la noche entera allí y recuerdo que al chaval le metió una paliza Xiler por no callarse...
Iba a echarse a reír pero al notar a los humanos observándolo de forma silenciosa, Loki se recompuso.
— Como veis, vosotros también vais a ser parte de este banquete aunque dudo mucho que comáis algo—. Una sardónica sonrisa se dibujó de nuevo en su cara. Parecía un comediante que esperara ver a su público reírse con el ultimo chiste que había contado— Pero tanto a mi padre como al resto de mi familia no les gusta veros por ahí rondando como si nada, así que en función a esto, os tendré que controlar. Y se me ha ocurrido como.
Hizo que uno de los Huskarl fuera en busca de algo y este, no tardó en traerlo. Se trataba de una larga cadena cuyo extremo había atadas varias más. Se podían contar 5 en total. Todas ellas tenían en su extremo lo que los humanos comprendieron era un collar. No hacía falta ser muy listo para saber qué era lo que Loki les tenía planeado.
— Bien chicos— dijo a sus dos guardias sonrientes—. Ponédselos.
Cada uno de los collares fue apretado en torno al cuello de cada humano. Ninguno se movió o hizo ademan de hacerlo. Se quedaron completamente quietos, sin deseo de perturbar a los Gélidos. Una vez estaba listos, Loki cogió la cadena principal y tiró de ella, haciendo que los humanos se echasen hacia delante, casi a punto de tirarlos al suelo.
— Perfecto— comentó el Gélido satisfecho—. Y ahora, vamos mis preciadas mascotas. Es hora de ir al banquete.
Empezó a caminar y tiró con fuerza de la cadena, obligando a los humanos a que se movieran. Él era ahora dueño de todo ellos y tendrían que hacer caso a todo lo que les dijese. De no hacerlo, sabían que el castigo sería algo brutal. Cosa habitual en los métodos de Loki.
— Espero un buen comportamiento por vuestra parte—dijo con tono severo su nuevo dueño mientras los observaba a todos con atención—. No me gustaría verme obligado a tener que castigaros. Y menos, frente a mi padre.
Ninguno dijo nada pero en esos instantes, todos deseaban estar muertos.
Pasaron por la puerta e ingresaron a una rectangular sala, alargada y algo estrecha. De paredes azuladas con un tono aclarado, en el centro de la misma había una gran mesa larga de lustroso color negro azabache. Sobre ella, había toda clase de platos y recipientes vacíos, a la espera de que fueran rellenados con comida. También habían cubiertos de colore dorados que se usarían para servir esta comida. Alrededor de ella, se habían sentado tanto Odín y su familia como Njoror y la suya. Los Vanir estaban sentados en un lado. Los Aesir en otro. El gran monarca Gélido estaba en la zona central de la derecha. Su antiguo rival se encontraba frente a él. Era una imagen atípica y parecía simbolizar una vieja rivalidad entre clanes que estaba lejos de estar enterrada, pese a que Njoror, la camuflaba muy bien.
Loki fue tirando de sus nuevas mascotas, acercándose a la mesa. Zeke sentía la fuerte presión en su cuello y deseaba liberarse de esta opresora fuerza que lo asfixiaba con cada tirón. Mientras que sus amigos avanzaban sin problemas, él comenzó a revolverse, tirando con fuerza y aferrando con sus manos el collar, con intención de romperlo.
— ¡Vaya!— exclamó sorprendido Loki—. Parece que nuestro amigo rebelde quiere volver a contravenir mis órdenes.
Ralston tiraba con todas sus fuerzas. Quería liberarse, deseaba hacerlo. Y cuando pudiera, se abalanzaría sobre el despreciable Loki y lo mataría con sus propias manos. Desafiante, prosiguió con su pulso, buscando desesperado su liberación. Sus amigos lo miraban con calma, expectantes de lo que pudiera pasar. Zeke continuó así hasta que escuchó una súbita carcajada de Kyle. Se detuvo y justo antes de que empezara a buscarlo con sus ojos, recibió un fuerte puñetazo en el costado.
Perdió el equilibrio y acabó de rodillas. Entonces, vio a uno de los Huskarls de Loki colocándose frente a él y le asestó un fuerte rodillazo en el estómago. Sintió como sus tripas parecían revolverse ante el fuerte golpe, listas para salir vomitadas por su boca. Cayó de lado sobre el suelo, encogiéndose mientras recogía sus brazos sobre su barriga, tratando de soportar el terrible dolor infligido. Todos los allí presentes miraban con horror e impresión. Kvasir era el único que no prestaba atención. Se había quitado el casco y comía con tranquilidad.
— Ya veo que voy a tener que emplear una mayor mano dura contigo— le dijo mientras se agachaba a su lado—. Me lo voy a pasar muy grande cuando esté adiestrándote para que seas una buena mascota.
El silencio se hizo en la sala. Loki tiró con fuerza de Zeke y el humano se puso en pie a duras penas. Todos miraban sin saber que decir. Sobre todo los Vanir, quienes aún se preguntaban para que querría Odín tener retenidos como prisioneros a unos seres como estos. Freyja observaba la escena en tensión. Sabía que el humano golpeado era Zeke.
— ¿Todavía sigo sin comprender por qué has traído a estos seres a nuestro planeta?— dijo un desconcertado Heimdall a su hermano.
Loki le sonrió de una forma que le desagradó mucho. Eso hizo que se diera la vuelta sin desear saber que tramaba este. Njoror, en cambio, parecía mucho más interesado por los humanos.
— ¿Son tan peligrosos como había oído?— preguntó a Loki.
El Gélido parecía a punto de mofarse del Vanir por la sarcástica expresión en su rostro pero no dudó en por una vez, mostrarse diligente.
— Estimado Barden, os humanos son las alimañas más patéticas e insignificantes que jamás hayan existido. — Su voz sonaba grandilocuente, dispuesta a ridiculizar a Zeke y los suyos—. Poseen una avanzada tecnología que los hace letales. Eso es innegable. Pero más allá de eso, son débiles y perecederos. No suponen ningún obstáculo para un Gélido como nosotros.
— ¿Y qué piensa hacer con ellos?— El Vanir sonaba cada vez más interesado ante lo que le contaban.
— Eso es algo que aún estoy pensando— dijo el Aesir mientras miraba con malevolencia a sus nuevas "mascotas"—. Cuando se me ocurra algo, no dudaré en hacérselo saber, querido amigo.
— Bueno, creo que ya es suficiente por hoy, Turak— interrumpió Odín—. Es hora de que honrar estos alimentos y comenzar esta agradable reunión.
Kvasir, quien ya había empezado a comer antes que el resto, se detuvo en cuanto notó al resto de comensales observándole. Se quedó quieto, con la cabeza gacha. Lo mismo hicieron lo otros. Después, todos extendieron sus brazos, cogiéndose cada uno de la mano y empezaron a orar.
— Oh, gran Dios del Hielo Perpetuo, tu, que creaste este glorioso mundo en el cual vivimos, que creaste las inmensas placas glaciares que surcan nuestros mares, que haces que caiga esa preciosa nieve que tanto nos gusta admirar, que provocas esas poderosas tormentas que tanto tememos, que nos diste la vida y nos entregaste este bello mundo para habitarlo. — Guardaron un profundo silencio, como si estuvieran esperando a que su gran deidad contestase a la plegaria que le habían lanzado. No tardaron en proseguir. — Ahora, bendice estos alimentos que vamos a tomar y también, bendice a nuestros guerreros que combaten en ese mundo llamado Midgard, contra los monstruosos humanos, haciendo todo lo posible por evitar que lleguen a nuestro preciado hogar. Dale fuerzas para que sigan adelante. Hasta el final.
Una vez todos terminaron de rezar, comenzaron a comer. Los siervos trajeron amplias fuentes repletas de varios exóticos alimentos procedentes de este mundo. Uno de ellos empezó a servir de una bandeja unos extraños filetes redondeados de los cuales emanaba un líquido transparente pero de brillo violáceo. Los sirvió en cada plato. También había un gran cuenco repleto de un líquido verde claro de apariencia pastosa. También había otras bandejas con unos extraños ramilletes de color negro que parecían estar quemados. Kvasir cogió uno de estos (se había quitado la máscara del traje para comer) y le dio un fuerte bocado, emitiendo un sonoro crujido que incluso los humanos llegaron a escuchar. Zeke observaba con atención como los Gélidos comían mientras los siervos colocaban copas repletas de ese líquido color marrón que Thor le ofreció cuando fue a hablar con él. Le sorprendía ver como estos seres bebían tan plácidamente esa bebida que lo más seguro, para él sería mortal.
— Los filetes de Butragus están deliciosos— exclamó Njoror mientras se llevaba otro tozo a la boca. Lo saboreó con gran entusiasmo, disfrutando de la jugosa carne.
— Así es— comentó en ese instante Heimdall—. Están fantásticos.
— Son mucho mejores de lo que esperaba. ¿Quién los cría?— El Vanir parecía fascinado por querer saber más de aquel exquisito plato.
— Mi buen amigo Vantrios— le contestó con orgullo el guardián de Asgard— Se encarga de vigilar a una gran manada que se alimenta de las rocas que rodean a la ciudad. Les da un cuidado especial y siempre está atento a lo que comen.
— Me encantaría conocerlo.
— Seguro que te encantaría. — El entusiasmo parecía discurrir por aquella mesa con cada frase.
La conversación se volvía cada vez más soporífera por momentos. Lo mismo que la del resto que estaban teniendo lugar en aquella mesa. Mientras Skaoi y Frigg hablaban sobre sus los hermosos ropajes que llevaban y de que estaban confeccionados, Loki y Thor se encaraban con Kvasir, quien prefería no hablar. Odín, atento a la conversación de su hijo Heimdall con Njoror, intervino para comentarles sobre el Dinvar que abatió unos días atrás en uno de los bosques y cuya carne muy pronto les traerían para que la probasen.
Ellos seguían en sus tribulaciones mientras que los humanos permanecían observándoles. Apoyados contra una de las paredes azules de la sala, contemplaban tan costumbrista escena, muy propia de un antiguo banquete medieval entre dos poderosos monarcas que parecían regodearse en su lustrosa opulencia. Y la verdad, es que era así.
Los Gélidos aparentaban ser una sociedad estamental donde el poder estaba en manos de unos pocos, dueños de las tierras, mientras que el pueblo llano vivía bajo su yugo, trabajando para estos. Un ejercito conformado por poderosos guerreros, en su mayoría hijos de otros, conformaban otra clase, no muy privilegiada pero servir como la principal fuerza de su líder, gozaban de un hogar grande y de muchas comodidades. El estamento religioso era más piadoso y no vivían con tanta opulencia, pero más por imposición del monarca Odín que por simple fe religiosa. Los antiguos predicadores del Gran Dios del Hielo Perpetuo se aliaron con los Vanir durante la Pugna Tribal y tras la victoria de los Aesir, fueron ejecutados sin miramientos por traidores al Linaje Congelado. Los sustitos, aprendida bien la lección, concluyeron que la riqueza y el poder no eran la mejor forma de honrar a su deidad.
Pero para los humanos nada de aquello era importante ahora. Zeke estaba sentado, con las rodillas contraídas contra su cuerpo mientras mantenía su cabeza gacha. Sentía su latente respiración retumbando bajo el hermético traje y como su corazón latía de forma lenta, como si cada latido fuera un costoso ejercicio. Alzo la vista tan solo un instante y quedó paralizado ante lo que vio.
Allí, en la mesa, estaba sentado su amigo Kyle, comiendo con total tranquilidad con los Gélidos. Aquellos que fueron sus enemigos, ahora le habían recibido con completa gratitud, sin sentirse incomodados con la presencia del humano. No llevaba ningún traje de protección, como si llevaban Zeke y sus compañeros. Su pelo corto negro estaba bien repeinado hacia un lado y el uniforme militar verde oscuro estaba impoluto. Se le veía muy presentable, de una forma perfecta para estar en aquella mesa. Con ayuda de los cubiertos, devoraba con ansia filetes de Butragus, tragándoselos de un solo bocado. Pudo escuchar el sonido que hacia su boca al engullir aquellos trozos de carne violácea tan grandes. Era como si una pitón estuviera tragándose una cabra entera. Era una imagen grotesca y extraña.
De repente, el chico se volvió hacia su amigo, con una siniestra sonrisa en su cara.
— ¿Quieres un poquito Zeke?– preguntó mientras alzaba uno de los cubiertos con un filete ensartado en su punta—. ¡Oh, lo había olvidado! No puedes comer de esto. Podría matarte.
Acto seguido, engulló el filete sin más. Un poco de líquido violeta se derramó por su boca, llenándole el rostro.
— Yo, en cambio, ¡no tengo ese problema!— exclamó con cierta gracia irónica—. Ya estoy muerto.
Todo estaba en su cabeza. Él no estaba allí, no existía. Su cadáver si había quedado en Midgard y lo que veía no era más que una mera proyección de su paranoica mente. Se retrajo con algo miedo y temblando. Esto no pasó indiferente para sus amigos y menos para Ephraim Kingston.
— Zeke, ¿estás bien?— preguntó preocupado mientras se inclinaba al lado de este.
Justo en ese mismo instante, uno de los Huskarls se acercó a Kingston y sin dudarlo ni un segundo, le agarró con fuerza del cuello, estampándolo contra la pared. Todos los allí presentes se volvieron al oír el estruendo provocado. El Huskarl posó su mirada sobre el humano, quien le devolvía la suya desafiante, mientras se revolvía tratando de soltarse.
— ¿Qué has hecho?— Se le notaba furioso. — Nuestro jefe dijo que nada de movimientos raros.
Eph sentía la fuerte presión que la mano del Gélido ejercía sobre su cuello. Aunque no aprecia que fuera a asfixiarse, notar toda esa fuerza ahí, le daba bastante miedo. Aun con todo, no se doblegaría ante nada.
— A ver, ¿qué ocurre aquí ahora?— Su tono de voz sonaba como el de un malhumorado padre que viniera a regañar a sus hijos.
Loki se levantó sin ninguna discreción y fue al lugar del conflicto. Observó la paupérrima escena y luego se dirigió a su guardaespaldas.
— Vintras, haz el favor de soltarlo.
El Huskarl hizo caso a lo que su jefe le decía y retiró su mano del cuello de Eph. Este, libre por fin de la presión ejercida, se sintió libre aunque ahora, tendría que lidiar con Loki, quien lo miraba con cierta malevolencia.
— ¿Qué problema hay, humano?— preguntó sibilante el Gelido.
El soldado tragó saliva al notar aquellos brillantes como dos estrellas observándole. Loki se fue acercando hasta quedar muy cerca de él. No entendía porque aquel Gélido tan larguirucho y sombrío podía perturbarlo. Eran sus ojos. Tan luminosos e inquietantes como un par de asteroides desintegrándose en el firmamento.
— Vuelvo a preguntarte, ¿qué problema hay ahora?— insistió con vehemencia. Su voz sonaba autoritaria y fuerte.
Respiró con fuera. Eph decidió que no iba a dejarse opacar por ese alienígena.
— Mi amigo está mal— dijo, señalando a Zeke—. Estoy preocupado por él. Eso es todo.
El Gélido miró al joven humano acurrucado en el suelo. Emitió una leve carcajada y volvió su vista a Kingston.
— Yo le veo perfectamente— contestó de forma clara.
Se acercó solo un poco más a Eph. El humano se pegó aún más a la pared.
— ¿Tú quieres saber lo que es estar realmente mal?
El silencio se hizo en la sala y Eph no lo notó al principio. Luego, poco a poco, fue notando una pequeña punzada en su abdomen, algo pequeño fue poco a poco aumentando su intensidad, hasta que finalmente pudo sentir el lacerante dolor penetrando en su cuerpo. Solo le hizo falta bajar su mirada para ver como Loki le estaba clavando una daga. Volvió su vista hacia el Gélido. Este lo miraba con total calma.
— Ves, esto sí que es preocupante.
Apretó con más fuerza el puñal y Eph se contrajo. Oliveira gritó con horror y Katie se apegó a Miranda, quien tan solo podía contemplar con horror la dantesca escena. Zeke simplemente cerró sus ojos esperando que aquella pesadilla acabase. Era lo único que deseaba.
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Siento mucho el retraso en publicar esta nueva parte pero he tenido varios problemas esta semana. Se me estropeó Internet y todos los archivos del ordenador se me borraron. Logré rescatar lo que pudo, entre ellos los relatos escritos y después formatearlo. Este capitulo lo tenía a medio escribir cuando ocurrió todo esto. De nuevo, siento el retraso. La semana que viene tendréis el siguiente. Un saludo a todos y gracias por esta ahí.
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