La gata corrió por el bosque golpeando las hojas con sus patas sin hacer ningún ruido.

Sabía lo que había hecho: lo vio en la cara del Ratón, cuando escupió todo su odio en la cara de la gata. En ese instante la gata se dio cuenta de lo grave y horrible que era lo que había hecho: realmente pensó que no era tan malo, pero lo era.

La gata miró sus patas y, aunque estaban limpias, no pudo evitar sentir que estaban llenas de sangre. La sangre de Dios sabe cuántas personas sufrieron por su culpa.

Sabía que sus amigos todavía la amaban; el carpincho fue uno de los primeros en calmarla.

Pero no sabía si el ciervo todavía la amaría después de eso.

El ciervo era el mejor amigo de la gata: Se conocieron cuando la gata aún era una cachorra, cuando el asombroso arte que hacía con sus cuernos la hizo sonreír y olvidarse de sus problemas. El ciervo solía reunir a muchos animales haciendo cosas increíbles con sus cuernos, como dibujar con ellos o hacerlos brillar bajo la luz de la luna.

Un día, la gata finalmente reunió el coraje para hablar con el ciervo, a principios de ese año, y lo que parecía ser una relación entre una fanática y su ídolo evolucionó hasta convertirse en una amistad.

Pero el ciervo era más que un amigo para la gata. La gata lo veia como a un hermano; un hermano mayor que supo consolarla en sus peores momentos, incluso salvándole la vida una vez, cuando una manada de malvados lobos negros la atacó.

El corazón de la gata dio un vuelco cuando vio cerca la casa del ciervo. Era hora. Había llegado el momento de confesar la monstruosidad que había cometido.

La gata deseaba que el carpincho pudiera hacer esto por ella: estaba segura de que él, con su sombrero de copa y su calma natural, lo manejaría mejor que ella.

Pero instantáneamente negó con la cabeza: fue su error y tenía que resolverlo. Le gustara o no.

Entonces decidió llamar a la puerta de su casa, su pata temblando como una hoja.

Sabía que el ciervo todavía estaba despierto: era tarde en la noche, pero estaba acostumbrado a no dormir. Más de una vez la gata intentó convencerlo de que tuviera un horario de sueño más saludable, pero fue en vano.

Así que sus nervios solo aumentaron cuando el ciervo abrió la puerta y la vio de pie, temblando como una hoja, con lágrimas rodando por todo su rostro.

- ¿Gata? ¿Qué ocurre? — Dijo preocupado en su voz suave.

Ella simplemente lo miró, esperando que él supiera lo que había hecho.

— Probablemente ya sabes lo que hice... — Sollozó, sintiéndose disgustada consigo misma al pensar en ello. Ella quería vomitar del asco que sentá allí mismo, pero logró manejar la dolorosa sensación de ardor en su garganta y mantenerse de pie.

— En realidad no tengo idea de qué has hecho — Fue la respuesta del ciervo, con voz tranquila y suave.

La sensación de culpa la invadió y, con un grito, le contó todo.

Habló durante más de 20 minutos, contándole al ciervo cada detalle de lo que había hecho. El ciervo se quedó allí, escuchándola.

— Por favor, dime que estás enojado, por favor dime que he hecho algo horrible, dime que me odias y que desearías no haberme conocido nunca. ¡Por favor ciervo, dime que me odias! — Dijo la gata con la voz temblando de asco, miedo y desesperación.

Cerró los ojos, esperando lo inevitable.

Qué gran sorpresa sintió cuando sintió el brazo del ciervo envolviéndola en un abrazo. Dejó que las lágrimas rodaran por sus mejillas y aterrizaran en la piel blanca del ciervo.

— Es decir, sigues siendo mi amiga. Nunca estoy enojado con nadie, después de todo. — La suave voz del ciervo la hizo estremecerse de alivio.

La gata se quedó allí, llorando. Las lágrimas mojaban el pelaje del ciervo, pero a él no le importaba. Mantuvo su brazo alrededor de su hermana pequeña.

Estuvieron así hasta que salió el sol.

Y lo sabían, su vínculo se estaba fortaleciendo.

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NOTA DE AUTOR: No voy a revelar los nombres de la gente a la que me refiero en esta historia, pero quiero que sepan que esto está basado en una experiencia real que viví hace poco, y debe ser tomado cómo un cuento de desahogo.