Capítulo 6: Negocios placenteros
Camino rápido por el sendero que me lleva de la Veta a la aldea de los vencedores, cuando he salido de casa ya eran a las cinco. Mellark debe estar esperándome. Esta vez no llevo ropa extra puesta. Él ya me conoce si quiere mi peluca y la minifalda solo tiene que pedirlo. Respiro profundo a cada paso que doy, esta vez no sé qué esperar, los hombres a los que ofrezco mis servicios son mayores que yo y con amplia experiencia sexual. No sé qué perversiones, manías o costumbres tenga Peeta. Se ve muy tierno y todo pero nunca se sabe que hay detrás de una sonrisa, sobre todo tratándose de hombres.
Lo distingo desde lejos, está parado en mitad del cruce con la cabeza gacha. Miro a mí alrededor buscando más señales de vida. Estamos solos, por suerte nadie será testigo de lo que pase hoy y espero que tampoco en el futuro.
—Aquí estoy— digo cuando he llegado lo suficientemente cerca, él levanta la cabeza y me mira a los ojos. Nunca me he detenido a admirar el hermoso color azul de sus pupilas. Son realmente hermosos. Y ese cabello rubio alborotado por el viento le da un matiz divertido. Está envuelto en un abrigo oscuro que le llega a la rodilla, tiene el cuello levantado. No parece el estudiante de las camisas blancas almidonadas de las mañanas.
—Gracias por venir— me dice, titubea sin saber qué hacer.
—Pues tu tiempo corre, vamos— lo apuro. Empieza a caminar rumbo a la aldea de los vencedores, se detiene un minuto en la entrada mirando en la dirección de una casa pero apenas unos segundos. Luego gira a la derecha y empieza a subir los escalones que llevan a la puerta de una de las viviendas. Yo lo sigo a unos pasos de él. Abre y se hace a un lado para dejarme pasar. El lugar no está amoblado pero se nota que es lujoso. Yo nunca he entrado en una casa así. Me quedo en el umbral mirando, las ventanas no tienen cortinas pero el polvo impide mirar dentro. Doy unos pasos para permitir que él entre y escucho cuando cierra la puerta.
—Arriba... hay una cama— dice nervioso, me giro a verlo.
—Te estaré esperando— le sonrío levemente. Aun no reúno valor para comportarme como la gatita que soy con mis clientes. Mellark no es un cliente aun, pero de todas formas lo será así que debo encontrar la forma de mostrarle que puedo ser muy complaciente cuando estoy trabajando. Sólo cuando estoy trabajando.
Subo los escalones, arriba hay un pasillo, abro la primera puerta que está al lado de la escalera y me sorprendo de encontrar una bonita cama con dosel. Tiene cobertores de color verde. Es muy hermosa. Dejo mi mochila a un lado y me quito el abrigo y el suéter, tiro mis zapatos a un lado y me lanzo a aquella cama enorme sólo con el pantalón y una camiseta simple. Bueno, aquí estoy, dispuesta a cumplirle las fantasías al panadero. ¿Cuál será su posición favorita? Cómo siempre hago la misma plegaria. "Por favor, por detrás no".
Cierro los ojos esperando que llegue y no me doy cuenta en qué momento me quedo dormida, me despierto asustada, creo que ha sido mucho tiempo pero aún está claro. No debo de haber demorado más de diez minutos. Me doy cuenta que Peeta está a un lado de la cama mirándome. Me incorporo, avergonzada.
—Lo siento, me quedé dormida— suelto una pequeña carcajada nerviosa. —Nunca me había pasado— agrego. Usualmente estoy tensa pero esta vez no. –Acércate— le ofrezco mi mano.
Cuando se sienta en la cama me arrodillo y le echo los brazos al hombro, busco su cuello para excitarlo. No va a tener dificultad en desvestirme así que espero que sea rápido, sacie sus ganas y me deje regresar pronto a mi hogar.
Noto que no se mueve, está tenso. Acaricio su oreja con mi lengua y le susurro al oído. –Ya me tienes, adelante— lo animo pero sigue sin moverse. — ¿No vas a besarme?— hago un puchero. Como si le costara se acerca a mis labios y se los humedece antes de juntarlos a los míos.
Sabe delicioso. Como a rollito de canela recién horneado. Recuerdo la pequeña broma de palabras que le jugué hace un par de días. "Tengo el horno listo" pienso pervertidamente.
Intento excitarlo con caricias pero dan poco resultado. Llevamos un par de minutos besándonos pero sus manos siguen sin tocarme. Me separo y lo miro a los ojos.
—Peeta ¿Quieres o no?— pregunto.
—Sí. Lo siento. Es que yo...
Intenta besarme con más pasión pero se notaba que apenas sabe hacerlo, con razón Delly lo engaña. Ni siquiera besa bien.
— ¿Ya lo has hecho antes?— pregunto con sarcasmo pero ante mi total sorpresa niega con la cabeza. ¡Por las cenizas del distrito 13! No estoy de humor para desvirgar al panadero. ¿Y ahora que mierda hago?
— ¿Pero al menos has manoseado? ¿Se las has chupado a alguien?— vuelvo a preguntar.
—No— dice mirando hacia otro lado avergonzado. No puedo hacerle sentir mal el pobrecito no tiene la culpa. ¿Cómo es que la zorra zapatera no se ha comido aún a este bollito de queso?
—Cierra los ojos—le pido. Obedece luego de unos instantes. –Piensa en mí – lo dejo unos segundos para que evoque sus recuerdos conmigo. Luego me acerco y le digo al oído. —Me gustas Peeta. Quiero que me hagas tuya— con mi mano en su entrepierna desabrocho su pantalón y acaricio por encima de su ropa interior. Escucho un sonoro jadeo lo cual enciende mi autoestima. Le gusto es obvio, por eso me buscó. Tal vez no sea tan malo después de todo, no será difícil, solo es cuestión de soltar al monstruo.
Luego de varios minutos de manoseo logro echar su pantalón de entre sus piernas y liberar su miembro. Me quedo observándolo bastante impresionada.
—Tienes una bonita verga Mellark— le sonrío coquetamente.
—Peeta— jadea sonrojado. –Llámame Peeta por favor— respira con dificultad.
—Peeta ¿sabes que hacer verdad?— pregunto. Asiente dudoso y suelto una risita que lo pone más nervioso. –Tranquilo Shhh— le digo abrazándome a su espalda. –Todo está bien solo bésame y déjate llevar ¿sí?— no dice nada, termino de desvestirme de arriba, muy despacio para que pueda verme. No sé porque no siento vergüenza, solo somos dos personas haciendo negocios. Él está interesado en mis servicios y yo en lo que pueda darme a cambio.
Cuando tengo el torso desnudo tomo una de sus manos y la atraigo hacia mi pecho, su boca se abre como un pececito fuera del agua. Me causa ternura verlo así, tomo su otra mano y la coloco en mi otro pecho.
— ¿Sientes? Puedes besarlos si gustas –le ofrezco mi cuerpo. No demora en reaccionar se arrodilla ante mí para tomar mi pezón en su boca. –Con tus labios y tu lengua— gimo ante su contacto. Lo guio poco a poco, diciéndole cómo debe hacerlo hasta que logra arrancarme un gemido. No tarda nada en volverse un maestro, succiona y juega con mi pezón. Pero no son sus caricias lo que me empieza a excitar, son sus jadeos y pequeños gemidos que escapan de su boca y sueltan una fragancia a canela. Su piel entera huele a cereales, a betún de pasteles. Sus manos son suaves pero tienen algunas quemaduras. Debajo de su codo derecho hay una cicatriz de quemadura vieja, debió dolerle.
Desabrocho su camisa y la retiro, me quedo mirando sus brazos. Los músculos de sus bíceps se ven tan duros, su pecho es ancho y tan blanco como la harina. Sus dedos llegan a mi pantalón, lo ayudo a desabrocharlo y lo atraigo sobre mí, mientras me contoneo quitando mi ropa. Me quedo en bragas, guio una de sus manos a mis muslos. Veo cómo traga en seco y su mandíbula se eleva lo cual es muy sensual. Respira con dificultad, siento su corazón golpeando fuerte en su pecho.
—Kat... Katniss— me llama jadeando. Paso mi palma sobre su mejilla. Es tan hermoso y tan tierno que me desarma. ¿Por qué alguien como Peeta Mellark quiere una puta?
—No me llames así por favor— entristezco. –Aquí soy solo tu gatita ¿De acuerdo?— hago un puchero con mi boca, él no tarda en devorar mis labios y en cuanto nuestras lenguas se juntan lo abrazo pidiendo más.
Se coloca entre mis piernas, yo lo atrapo con ellas juntándolas en su espalda, esto parece encenderlo, deja caer parte de su peso sobre mí y se mueve torpemente. Aún tengo las bragas puestas y sonrío ante su ímpetu. Sí que está necesitado.
—Peeta, quítame la tanga— me abrazo a su espalda al escuchar un gruñido ahogado.
—Está... está bien— murmura llevando sus manos a ellos, me retuerzo cuando me roza las caderas. Me da tantas cosquillas que terminamos de lado.
—Yo lo hago— digo aun riendo. –Me das cosquillas Peeta— le doy un beso breve antes de deslizar mi ropa interior entre mis piernas. –Estoy lista— le susurro.
—Kat... gatni... ¡No puedo decirte como los demás!— se queja desanimado.
— ¿Los demás? ¿Desde cuándo me sigues? Y no mientas— le pido.
—Desde hace mucho— dice avergonzado.
— ¿Lo haces a propósito? ¿Qué ganas con eso? ¿Qué no tienes nada que hacer?— la adrenalina que me ha causado mientras nos manoseábamos se ha esfumado.
—Me gustas— dice agachando la cabeza.
—Mmmm eso lo explica todo. Bueno, acá estamos. Tienes lo que tanto querías, estás pagando por ello, así que disfrútalo— me dejo caer en la cama, vencida. Los animales saben hacerlo sin necesidad de lecciones, es cuestión de instintos. El pene va dentro de la vagina, fin.
Me queda mirando cómo si lo hubiera regañado. No puedo ser tan mala, es su primera vez así que imagino que si le doy algo que recuerde hasta que sea muy viejo habré hecho mi buena acción.
—Vale, está bien. Hazme tuya Peeta— acerco mis labios a los suyos que se mueven nuevamente ansiosos sobre los míos. Me remuevo acercando mi cuerpo al suyo, dejo que mi cabello caiga entre nuestras bocas, él lo retira para mirarme.
—Yo te quiero Katniss— suspira en mi boca, acaricio su espalda, mi mano va hacia su miembro.
—Y yo te quiero dentro de mí— gimo entre besos apasionados y caricias prohibidas. Guio su masculinidad hacia mi entrada, jadeo de impaciencia. No sé qué me pasa ¿Por qué estoy excitada? El olor que despide Peeta, sus gestos de placer y esos ojitos que parece que se saldrán de sus cuencas me agitan tanto. Debo tranquilizarme, esto es un negocio. Yo no siento placer, yo lo doy pero no lo disfruto.
Sus labios encuentran los míos, su peso recae en mi pecho y en mis caderas, lo siento moverse con una lentitud que me desespera. ¡Ya panadero!
Siento cada centímetro de su virilidad entrando en mí, mis piernas lo envuelven sin apurarlo, cuando ya no puedo más, me arqueo y empujo para que me llene por completo. Dejo escapar un sonoro gemido y él se detiene asustado.
— ¿Estás bien?— pregunta acariciando mi rostro.
—Más que bien. Sigue por favor— pido ronroneando. Me abraza y empuja sin ritmo, mis piernas cual tenazas empujan sus nalgas para obtener una penetración más profunda. También participo, me muevo, jadeo, empujo, le muerdo la piel de su hombro y grito cuando siento que voy a correrme. Hago a un lado mis pensamientos para dar rienda suelta a esta explosión de placer que el tierno panadero está ofreciéndome. Grito como gata salvaje cuando sus embestidas se vuelven más rápidas, intento verlo a los ojos pero los tiene cerrados.
—Mírame Peeta— gruño al sentirme al borde de mi propio placer. No es la misma mirada de mis demás clientes, está asustado, agitado y a punto de venirse pero aun así noto que me desea y a la vez su placer va acompañado de algo más que no logro captar.
Se viene antes que yo lo haga, creo que voy a tardar pero aquel gruñido que sale de su garganta me catapulta hacia un orgasmo para nada discreto. Me he venido, me he mojado, llegado a la cúspide y me dejo caer desmadejada atrayéndolo conmigo.
¿Qué me pasó? ¿Por qué he sentido esto?
Es ahora cuando me siento más puta que nunca, lamento haberme entregado, la he cagado haciéndolo por dinero, o lo que sea con lo que Peeta me pague. Me he vendido completamente. Yo no sabía que podía gozarlo tanto, muchas veces me contuve, no me permití dar rienda suelta a las sensaciones de mi cuerpo, me refrenaba cuando Darius me hacía sentir placer. Comparados con aquellos espasmos que sentí con el agente de la paz el orgasmo que acabo de vivir es cómo comparar una colina con una montaña. Peeta ha sido mi primer orgasmo intenso, febril. El primero en hacerme perder la conciencia y querer más. Y no está bien, un panadero sin experiencia y al que le gusto no es buen cliente. Quizás se obsesione conmigo, yo no puedo ofrecerle nada más que esto.
—Katniss...— murmura y me doy cuenta que aún no lo dejo salir de mí. Abro mis brazos y des enredo mis piernas de su espalda. Intento no verlo a los ojos, lo empujo a un lado de la cama y me levanto para ir a lavarme en el baño. Él toma mi mano antes de poder ponerme de pie. –Gracias— dice mirándome. ¿Gracias? Ruborizado parece aún más niño de lo que es. En realidad ambos deberíamos serlo, unos niños. Pero el tiempo en que vivimos no permite a la pobreza el lujo de la inocencia.
—Me alegra que lo disfrutaras Peeta— no le corrijo por mi nombre.
—Te... ¿Te gustó?— pregunta aún más colorado. ¡Si parece que va a desmayarse!
—Mucho. ¿Cuánto tiempo tenemos aún?— pregunto, él alarga la mano hacia su reloj que dejó en la mesita.
—Aún no oscurece. Son las seis con quince— me dice con esa mirada de curiosidad que me gusta.
—Quizás pueda enseñarte algunas cosas en lo que dan las siete— digo ronroneando sobre él.
Y nos quedamos casi hasta dar las nueve. No lo doy tregua ni respiro. Me monto sobre él para instruirlo en las distintas posiciones que podemos disfrutar en ese corto tiempo, al final reímos y volvemos por el camino hacia el pueblo. Le acepto el dinero sin replicar. Tomo el cesto de panes que me ofrece y voy comiendo por el camino que va a la Veta, él toma el de la zona comercial del distrito. Llego a casa cansada, apenas puedo mantener los ojos abiertos mientras cenamos. Prim me avisa de los juegos que habrá en la escuela. Mi cuerpo tiembla pero mi patito me aclara que no tienen que ver con los que realiza el Capitolio, sólo son pruebas de fuerza, destreza y resistencia física.
Caigo en un sueño profundo apenas mi cabeza toca la almohada. Sé que soñaré con él. Con el panadero novato, dulce y apasionado. Hemos quedado de vernos mañana otra vez. Sin embargo no sé con qué cara pueda mirarlo en la escuela. Esto ha sido un negocio, me repito mientras el sueño me vence. Un negocio bastante placentero.
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