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🖤Capítulo 1🖤:

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«El arte verdadero nace del sufrimiento.»

El gran salón de una galería, en el centro de la ciudad, estaba impregnada de un silencio denso, el cuál se rompió por el sonido de un pincel que se deslizaba sobre una superficie húmeda. En las manos del pintor había sangre aún fresca, la cuál se mezclaba con la pintura y creaba un color carmesí, uno muy intenso, que él consideraba insustituible por cualquier mezcla de pigmentos sintéticos.

Frente a él, en el centro del salón, un cuerpo inerte reposaba sobre el suelo, y su piel pálida contrastaba con la oscuridad qué había en la habitación. El pintor se detuvo, y contempló su obra con un deleite que pocos podrían comprender. Para él, cada rasgo de angustia plasmado en aquel rostro, era una pincelada de perfección.

Esta galería estaba llena de sus "obras maestras", cada una pintada con un cuidado meticuloso. Habían pinturas cuidadosamente preservadas, como si estuvieran en medio de una danza macabra, y cada una de ellas contaba una historia de dolor y desesperación. Esta no era una galería cualquiera; era la "Galería de los Horrores", así llamó a su santuario, el lugar donde él era el creador y a la vez el curador, el único que podía apreciar la verdadera belleza en lo grotesco.

«El mundo no comprende la profundidad de mi arte», pensó mientras observaba las sombras jugar sobre las facciones distorsionadas del cadáver. «Pero pronto lo harán. Muy pronto...» Con un suspiro de satisfacción, dio un paso atrás, y observó su obra en su totalidad. Esta última pieza, pensó, era su mejor trabajo. Una obra que encapsulaba la esencia del miedo, una emoción tan pura y real que ningún lienzo ordinario podría capturar.

El pintor se giró, y sus ojos brillaron con una intensidad peligrosa mientras observaba los espacios vacíos en la galería, espacios que aguardaban su toque final. Su obra estaba lejos de estar completa, y ya sabía cuál sería su próximo lienzo. Afuera, en la vasta extensión de la ciudad, alguien vivía su vida ordinaria, ignorante de que pronto formaría parte de algo mucho más grande, algo eterno.

-El verdadero arte...es inmortal.







Busan, distrito de Gijang-gun, octubre del 2008...

El detective Lee caminaba en silencio por las calles vacías de la ciudad con las manos en los bolsillos de su abrigo mientras el frío de la noche se colaba a través de la tela. La hora avanzada, y la única compañía que tenía era el suave murmullo del viento que movía las ramas de los árboles. Los postes de luz, dispersos y apenas funcionales, arrojaban un tenue resplandor que hacía que las sombras se alargaran y se retorcieran sobre el pavimento mojado.

Él estaba acostumbrado a caminar solo a esas horas, cuando la ciudad parecía un lugar completamente distinto. Pero aquella noche, algo perturbó la calma habitual. Mientras doblaba una esquina, escuchó un débil quejido. Se detuvo en seco mientras su corazón se aceleraba ligeramente.

Se mantuvo en silencio y escuchó el sonido nuevamente, pero esta vez más claro. Este provenía de entre los árboles que bordeaban el camino, y era un gemido de dolor. Con una mezcla de precaución y urgencia, Lee Tae-min se desvió de su ruta y se adentró entre las sombras, hacia donde parecía originarse el ruido.

El viento agitaba las ramas, haciendo que las hojas susurraran al pasar. Pero aún así avanzó unos pasos más y entonces lo vio: un bulto en el suelo, cubierto con una manta vieja. Al acercarse, pudo ver que la manta se movía levemente con cada respiración dificultosa de la figura que yacía debajo.

Tae-min se agachó, y lentamente levantó un borde de la manta. Al hacerlo, pudo ver el rostro pálido y sudoroso de un joven adolescente, cuyas facciones estaban distorsionadas por el dolor. Cada quejido que salía de sus labios era un pedido de socorro ante su sufrimiento. Su cuerpo estaba cubierto de sangre y heridas profundas...y en su rostro, había una cortada profunda qué iniciaba en la comisura de sus labios y se extendía por el pómulo izquierdo hasta llegar a la altura de sus ojos.

«¿Quién te hizo esto?» murmuró, tratando de no alarmarlo, pero el joven apenas logró abrir los ojos antes de que otro espasmo de dolor lo recorriera. Sus manos se aferraron débilmente a la manta, como si fuera su único vínculo con la vida.

Sin perder más tiempo, Tae-min sacó su teléfono para pedir ayuda, pero una sensación de inquietud lo invadió. Esta escena no era un simple accidente. Algo más oscuro estaba en juego, algo que se ocultaba en las sombras de la ciudad, esperando el momento justo para salir a la luz, y el detective Lee estaba a punto de adentrarse más de lo que jamás habría imaginado. Los titulares de los noticieros no tardaron en inundar las pantallas de la televisión, cada uno compitiendo por ser el primero en transmitir la noticia que conmocionó al país.

"Un adolescente de 15 años fue encontrado en estado crítico en una área boscosa del distrito de Gijang-gun. El joven, de nombre Min Yoongi, fue hallado por el detective Lee, quién iba de camino a su casa", anunció la voz grave del presentador de uno de los canales más importantes de la ciudad.

Mientras las imágenes del lugar del crimen aparecían en pantalla, con el área acordonada por la policía y la ambulancia alejada del lugar, la narradora de Hanriver News daba más detalles.

"Min Yoongi, estudiante de segundo año de secundaria, es hijo de un empresario local y de una profesora conocida en la comunidad. Según las primeras investigaciones, el joven presenta heridas graves que indican que fue víctima de una brutal agresión. En este momento, se encuentra en la unidad de cuidados intensivos, luchando por su vida."

Las cámaras cambiaron a una toma en vivo desde el hospital donde estaba internado Yoongi. "La familia se encuentra devastada y en un estado de incertidumbre", informaba el reportero, manteniendo una distancia respetuosa del lugar. "No se sabe aún si el ataque fue un intento de asalto o si fue motivado por algún conflicto escolar. Las autoridades están investigando todas las posibilidades."

Los canales mostraban entrevistas breves con vecinos que se mostraban consternados por el hecho, y con compañeros de clase que se acercaron al hospital, algunos con lágrimas en los ojos. "Yoongi es un chico tranquilo, no entiendo cómo pudo pasarle esto", dijo una de sus compañeras del colegio.

El reportero de Hanriver News ofreció un ángulo diferente y sugirió que este podría no ser un incidente aislado. "En las últimas semanas, han habido otros casos de violencia en la ciudad, aunque ninguno tan grave como este. Las autoridades están investigando si existe algún patrón."

Las imágenes del joven estudiante que fue herido gravemente estaban en todas las pantallas de la televisión del país. La noticia se repetía en todos los canales, mostrando una y otra vez el rostro inocente del chico, ahora destrozado por la violencia. Cada palabra de los reporteros, cada detalle de su estado crítico, se transmitía sin cesar, manteniendo a la nación en un estado de tensión y angustia.

Pero en una habitación oscura, alejada del bullicio de la ciudad, alguien veía esas imágenes con un sentimiento completamente diferente. Sus ojos, llenos de un odio profundo y retorcido, no se apartaban de la pantalla. Frente a él, un lienzo descansaba sobre un caballete, aún en proceso de ser completado. La luz tenue de una lámpara de escritorio iluminaba sus manos, las cuales sostenían un pincel con una precisión fría y calculada mientras dibujaba una escena escalofriante y grotesca. Cada pincelada que daba estaba impregnada de rabia. La pintura se deslizaba sobre el lienzo, detallando a la perfección las heridas y el rostro del joven adolescente que estaba en la televisión.

El pintor no buscaba la belleza en su trabajo, sino algo más sombrío y perturbador. Mientras los reporteros anunciaban que el joven seguía con vida, su respiración se aceleró. La ira comenzó a burbujear dentro de él, y cada palabra que escuchaba en la televisión avivaba un fuego insaciable en su pecho. El pincel en su mano temblaba, y sin darse cuenta, sus trazos se hicieron más violentos. El rostro que estaba pintando en el lienzo comenzó a deformarse bajo la fuerza de su enojo.

La noticia de que el joven estaba en cuidados intensivos, luchando por su vida, no le trajo consuelo; al contrario, encendió en él un deseo aún más oscuro. Con un movimiento brusco, el pincel se estrelló contra el lienzo, y rompió la delicada superficie de la pintura. Un agujero apareció justo en el rostro que había estado creando, y la tela rasgada reflejaba el estado de su mente: fracturada y consumida por un odio incontrolable. La pintura fresca se deslizó por el borde del agujero y goteó lentamente, como si el lienzo sangrara por la violencia de su creador.

El pintor observó su obra destruida como una representación de su propia frustración. Aunque el rostro en el lienzo ya no existía, la imagen del joven en la televisión seguía intacta, como un recordatorio persistente de su fracaso. La furia dentro de él no disminuyó; en cambio, lo consumió aún más. En ese agujero que había hecho, no solo había roto una pintura; había revelado la profundidad de su odio, y con ello, una promesa silenciosa de que no fallaría la próxima vez que se encontrara con él.

Las noticias culminaron con un llamado a la comunidad por parte de las autoridades, pidiendo cualquier información que pudiera ayudar a esclarecer el caso, y también rogando por la pronta recuperación de Yoongi. Mientras tanto, la ciudad permanecía en silencio, preguntándose quién pudo haber hecho algo tan terrible y por qué.

En cada rincón del país, las pantallas reflejaban la misma imagen: un joven luchando por su vida, una familia desgarrada por la incertidumbre, y una ciudad que de repente se sentía un poco más insegura.

Yoongi abrió los ojos lentamente y su visión todavía estaba borrosa tras haber estado semanas inconsciente. El primer detalle que pudo ver fue el techo blanco del hospital y las luces frías que iluminaban la habitación. Sintió su cuerpo pesado y no conseguía moverse con facilidad. A su lado estaban sus padres, quienes lo observaban con ojos llenos de esperanza y angustia. Su madre, incapaz de contenerse, comenzó a llorar sin parar mientras se acercaba a la cama.

"¡Yoongi!" exclamó mientras tomaba su mano con delicadeza, como si temiera que se desvaneciera nuevamente. Su padre, menos expresivo, pero igual de conmovido, le seguía de cerca, y en sus ojos reflejaba un alivio profundo mezclado con una preocupación persistente.Yoongi no pronunció ninguna palabra ni hizo ningún movimiento. Miró los rostros marcados por las noches de insomnio y los días de desesperación de sus padres, pero no dijo nada. Se limitó a observarlos, sin poder o querer responder a su desesperada alegría. Sentía una desconexión, como si aún no estuviera completamente presente, como si una parte de él se hubiera quedado atrapada en ese estado de inconsciencia.

En ese momento, los médicos irrumpieron apresurados en la habitación para evaluar su condición. Su madre soltó su mano, pero no se apartó demasiado mientras su padre intentaba hacer preguntas entre el caos de voces y manos que revisaban a su hijo.

«Después de aquel incidente, mi vida cambió para siempre. No recuerdo que me pasó, ni como fue que llegué a este estado, solo sé que me sentía atrapado en un agujero sin salida y en un dolor sin final.

Después de recuperarme por completo, dejé el hospital y me mudé a Seúl con mis padres y mi hermano mayor. Logré graduarme de la secundaria, aunque no fue fácil para mí. Mi triste historia, era comentada por todos a mi alrededor y mi apariencia era aterradora para la mayoría de ellos.

Fui a una prestigiosa universidad, pero nunca logré encajar. Nadie se acercaba a mí, porque llevaba una marca visible que los mantenía alejados. Dejé la casa de mis padres para perseguir un sueño que poco a poco se fue desvaneciendo. No conseguía trabajo, y mi situación económica empeoró rápidamente, así que volví a pedirle ayuda a mis padres.

Finalmente, con la ayuda de mi padre, abrí una galería de arte, a dónde exhibía las obras de jóvenes pintores, tratando de encontrar un propósito, algo que me diera sentido y ganas de vivir. A pesar de todo mi éxito aparente, algo más se había roto dentro de mí.

Me volví inseguro, a pesar de ser inteligente y de tener los recursos para lograr lo que quisiera. Amaba mi trabajo, pero no podía llevar una vida normal. Las relaciones personales se convirtieron en un campo minado, especialmente las románticas. Siempre había un muro que no podía atravesar.»









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