9. Malos presentimientos
Azay y yo disfrutamos de cada minuto que teníamos libres, que no eran muchos, para darnos todos esos besos que se quedaron pendientes en los diez años cuando la falsa muerte nos separó. Recuperé la alegría y el apetito, comencé a saborear las cosas y me esforcé aún más en conocer a mis compañeros, o como ellos querían ser llamados, los Insurrectos. Después de hablar con ellos, me percaté de que no tenía tan bien dominado su idioma como creía. Siempre había hablado el lenguaje del imperio en momentos muy concretos de mi vida, por lo que me faltaba vocabulario y soltura a la hora de explicarme. Pero aun así, mi acento no era tan marcado como para darse cuenta que no era de Declan en cuanto abriera la boca.
Entendí por qué aquel sitio era tan desconocido pese a estar tan cerca de la capital, y es que el bosque era tan espeso que había zonas en las que nunca se había llegado a descubrir. ¿Una locura, verdad?
— Ya han llegado los muchachos— me informó Yutema mientras removía el estofado —. Espero que no traigan malas noticias, ¡Estoy harta de tanta tristeza!
Milo y el resto eran de los pocos que podían moverse en la ciudad sin llamar la atención. Tenía labia, tal vez demasiada, pero era perfecto para sacar información a los soldados de la guardia real cuando frecuentaban las tabernas y los prostíbulos. Milos, Erza y Silas fueron directos a la tienda de Azay, sin pararse a hablar a nadie, sin mostrar ninguna emoción en su semblante. Nada.
— No tengo buenas sensaciones — comenté.
—Y yo espero que tu intuición esté equivocada, niña.
Borban, la segunda mano de Azay, se sentó a mi lado con una sonrisa tranquilizadora en el rostro.
—¿Y esas caras tan largas, mujeres?
—Tenemos un mal presentimiento, cariño —respondió Yutema sin apartar la mirada del puchero.
—Agoreras — comentó sin darnos ninguna importancia —. ¿Qué hay hoy para llenar la panza, abuela?
—Lo de casi todos los días, estofado —comentó la anciana sin mucho interés.
—Kelya —se acercó a mi oído hasta que pude notar su aliento húmedo al hablar —, Azay ha estado...
Aquello me dejó petrificada. Aunque ahora que lo pensaba, ¿Desde cuándo no...? ¡Oh por los dioses! Era una idea estúpida.
Borban se separó de mi oreja de un saltó mientras exclamaba de dolor y se frotaba la rodilla dolorida.
—¿Vieja, pero qué te pasa? — dijo molesto por el golpe que la señora Yutema le había propinado en la rodilla con su cucharón de madera.
—¡Atrás! — le apuntó con la cuchara de madera como si estuviera esgrimiendo una espada—Búscate a otra muchacha que no esté ya casada.
—¿Y qué le hago si aquí las mujeres no abundan? —comentó estando de guasa.
Pero la guasa se esfumó en el momento en que los soldados volvieron a salir de la tienda de Azay. Se levantó de inmediato y sin poder despegar la mirada de allí se despidió:
—Tenéis que disculparme.
Miré a Yutema con cara de circunstancia, y no me alivió saber que, preocupada, ella había fruncido los labios.
—¿Qué te decía ese insensato? — preguntó la anciana para cambiar de tema y rellenar el tenso silencio.
—Azay se ha percatado de que debería de estar en mis días.
—Has pasado por un calvario en menos de dos meses, tampoco es tan raro —comentó la anciana, aliviándome —. Mi hermana no la tuvo hasta los dieciséis años por los nervios que le provocó la guerra.
—¿Y quién se lo dice ahora? — pregunté con preocupación — Es obvio que no va a estar de humor para recibir otra mala noticia. Voy a hacerle daño.
—A cada día que esperes, mayor ilusión tendrá y más grande será la herida. Si quieres un consejo, hazlo después de la cena. Los males se afrontan de otra forma con el estómago lleno.
Tomé dos cuencos de estofado y me dirigí a su tienda. Sabía que nunca se saltaría una comida pese a no tener hambre, pero aun así, sabía que tenía por costumbre cenar solo en su tienda cuando estaba preocupado o enfadado. Lo hacía para pensar, para maquinar nuevos objetivos o planes, y nadie le reprochaba su ausencia en las cenas.
—Azay...
—Necesito estar solo, Kelya.
—Lo entiendo, pero necesito comentarte una cosa —levantó la cabeza de su escritorio y me miró con su habitual ceño fruncido, aunque a mí no me engañaba, sabía que estaba preocupado.
—¿Qué ocurre?
—Borban me ha contado que te has dado cuenta que todavía no he tenido el periodo y quiero decirte que no te debes hacer ilusiones. No he sido regular en ese asunto nunca. El estrés, los nervios, la multitud de emociones que he sentido en tan poco tiempo suele retrasarme y...—tomé saliva, estaba hablando demasiado rápido, me había dado cuenta, pero pensaba que cuanto antes se lo dijera, menos fuerte sería el golpe —Tal vez esté más tiempo sin que ocurra nada, pero no significa que pueda estar en cinta.
El rostro duro de Azay se suavizó, pero en sus ojos verdes se reflejaba la tristeza.
—Tal vez sea lo mejor — dijo por fin —, en parte ha sido un alivio.
—¿Tan malas han sido las noticias que han traído de la ciudad?
—Sí.
Comprendí al instante que no iba a decirme nada hasta que no tuviera algún plan pensado. Era así de prudente. Me acerqué a él, le dejé el cuenco de comida sobre su escritorio y antes de marcharme no pude reprimir mis dudas.
—Azay...
—¿Hum? — murmuró mientras apoyaba su frente sobre mi estómago.
Estaba cansado y todavía le esperaba una complicada jornada de trabajo.
— ¿Si te hubiera dicho que estaba embarazada, te hubieras alegrado?
Se separó de mí, y sin necesidad de que pronunciara ninguna palabra, supe qué era lo que quería: que me sentara en su regazo para poder hablarme a los ojos y así lo hice.
—Hubiera sido el hombre más feliz de todo el continente, pero hay que mirarle el lado bueno a las penas.
Me besó con ternura y se entretuvo unos pocos segundos con mis labios. Sabíamos que cuando terminara aquel beso, se iban a acabar los días de tranquilidad que habíamos disfrutado juntos. Nada ni nadie nos aseguraría que hubiera más en un futuro, pero de todo aquello que pensábamos, nos lo callamos.
Me levanté de su regazo, y mientras me dirigía hacia la salida, me dijo:
—Hoy es mejor que duermas con la señora Yutema, será una noche complicada.
El temor me inundó el pecho, y solo esperaba que él no se hubiera percatado, pero lo hizo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro