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7. Todavía estás conmigo

Había pasado más de nueve días desde mi pelea con Azay y ninguno de los dos había hecho el esfuerzo de hablar con el otro. Los dos éramos orgullosos y tozudos como mulas, tanto que ni si quiera me habló para retirarle los puntos de la pierna. Llamó a ese estúpido del doctor Ciro, que no era más que un soldado que creía saber de medicina pero que no sabía ni si quiera vendar una herida en condiciones. Pero decidí no darle más vueltas al asunto. Si Azay se pensaba que iba a consumirme en mi tristeza, estaba más que equivocado. Hablé con Lian y él me ayudó a incorporarme en aquel grupo de hombres. No fue fácil, porque ellos me veían como una mujer débil a la que tendrían que proteger, pero poco a poco se dieron cuenta que mis conocimientos de medicina y botánica eran muy valiosos. Tuve que conocer sus costumbres y adecuarme a sus rutinas, pero no fue complicado. Lo realmente complejo era conciliar el sueño, y por falta de pilusa, trataba de despejarme dando paseos por los alrededores del campamento. Aquel sitio estaba lleno de vegetación, había decenas de desniveles que hacían imposible llegar a caballo y era muy fácil perderse, por eso no me alejaba más allá de los límites donde los guardias pudieran vigilarme.

—Deberías tener un poco de cuidado — asustada, volteé hacia quien hablaba. Era Silas, el hombre que había sido capaz de apaciguar a Ezra y Milo —. He tenido que borrar tus huellas.

— Creía que no hacía falta, siempre las borro cuando vuelvo a casa.

—Siempre hace falta si quieres vivir en incógnito.

—Habló el que frecuenta la ciudad y habla con los enemigos—comenté con sorna.

— Culpable — sonrió, mostrando una elegante pero traviesa sonrisa—. Me llamo Silas.

— Kelya.

—Lo sé, los hombres no paran de hablar de ti.

—Espero solamente para cosas buenas.

—Salvaste a mi señor del carnicero de Ciro, le colocaste el hombro a Lian y evitaste que se quedara lisiado para el resto de su vida... —hizo como si tratara de recordar más cosas, a medida que recortaba distancia conmigo—Creo que a partir de ahora, los hombres solamente dejarán su vida en tus manos.

—¿No hay más doctores en el campamento?

—Solamente unos hombres que dicen saber de medicina pero que hemos comprobado que sobrevaloraban su talento, si se puede llamar talento a eso que hacen.

Estábamos muy cerca el uno y el otro. Todavía no estaba oscuro, pero faltaba poco para que el sol se escondiera del todo. Aun así, había la luz suficiente para darme cuenta de que sus ojos no eran oscuros como en un principio había pensado, sino verdes.

—Perdona por haberte tratado como una esclava.

—Era una esclava— recordé que mis papeles no estaban destruidos y no quería ni que pasara una noche más sin asegurarme sin que desaparecieran—. Pero ya da igual, debemos volver al campamento antes de que anochezca.

—Te acompaño.

Anduvimos en silencio, y cuando llegamos al campamento, todavía había cierta actividad. Estaban terminando de dejar todo preparado para la noche, los guardias planeaban sus turnos de vigilancia y yo, aproveché para ir a la tienda de Azay antes de que anocheciera y se enfadara por no acatar su orden de no pasar la noche allí. Pero una vez que llegué, no había nadie.

—¿Silas, también?

Giré sobre mis talones, sobresaltada por aquel ruido. Azay estaba en la puerta, mirándome con cara de pocos amigos.

—¿Y bien? ¿No vas a decir nada? — me espetó.

— Tomé una vuelta para relajarme y Silas me regañó por dejar tantas huellas. Aun así, no entiendo por qué debo de dar explicaciones a un hombre que no quiere saber nada de mí.

—¿Es que no te das cuenta de que puede ser peligroso?

—¿Silas podría hacerme daño?— demandé saber.

—Es un hombre, que lo conozcas no significa que sea buena persona ¿quién sabe lo que podrían hacer a una mujer que está sola en el bosque?

—Sé defenderme.

—No tienes la fuerza de un hombre.—me recordó.

—¿A qué viene este repentino interés por mí? Si de verdad quieres protegerme, destruye los papeles de mi esclavitud — bajo su fachada de imperturbabilidad, un brillo de sorpresa cruzó su mirada, dándome a entender muchas cosas— No lo has hecho todavía... ¡Sigo siendo tu esclava!

—No, de eso nada.

—¿Pues a qué esperas? ¡Destruye esos malditos papeles!

Azay salió de la tienda y dejándome sola, esperando. Los segundos parecían horas hasta que llegó con los papeles en la mano. Me tomó del brazo para acercarme a la lámpara de aceite que iluminaba la pequeña tienda.

—¿Haces tú los honores o lo hago yo?

Antes de responderle, ojeé aquella hoja para comprobar que eran los papeles adecuados. Cuando tu libertad está en juego, toda preocupación es poca. Una vez segura, acerqué el papel a la llama, y aquello comenzó a arder con rapidez. Antes de que se consumiera del todo, lo tiré al suelo y Azay lo pisó, dejando solamente las cenizas.

—Ya está — dijo en apenas un hilo de voz.

—No, todavía no está. ¿Qué ha sido eso? —demandé saber—¿Acaso son celos? No puedes decirme que lo nuestro está acabado y luego ponerte como una furia al verme con otro hombre. Te agradezco que me hayas devuelto la libertad pero...

No me dejó terminar, me besó en los labios y cuando conseguí salir del estupor, respondí a sus besos con la ferocidad y desesperación que se siente cuando crees que se va a marchitar todo cuanto tienes alrededor. Me tomó entre sus brazos y me levantó del suelo. Una exclamación de dolor, hizo que me despegara de su boca y recordara que estaba recuperándose de su herida en el muslo. Hice que me bajara al suelo.

—Debes tener cuidado, estás recuperándote de una herida.

—No es nada.

— Sí que lo es.

Le tomé de la mano y le llevé al rincón de las sábanas, hice que se bajara los pantalones y le analicé su cicatriz con profesionalidad.

—Está bien. —insistió.

—Solo has tenido suerte, debes tener cuidado.

Dicho aquello, le besé la cicatriz y avancé poco a poco hasta su cara, dejando un reguero de besos por todo su pecho y cuello.

—No sé si me acuerdo de como se hacía esto — le susurré antes de atrapar su oreja con mis dientes.

Como no respondió, me puse a horcajadas sobre él y le observé. Estaba boquiabierto, sus ojos ardían de pasión y gritaban "más".

—¿Me guiarás como en los viejos tiempos?

—Sí.— dijo con la voz grave cargada de pura excitación.


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