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6. Dolido pero no magullado

Azay salió de la tienda dejándome sola y envuelta entre las ásperas mantas. Pero yo no iba a quedarme atrás, no iba a permitir que ningún ataque me pillara durmiendo, por lo que corrí a alistarme. La ropa que me había prestado la señora Yutema me quedaba grande y temía que en un mal movimiento los pantalones acabaran en mis tobillos. No entendía cómo en un grupo de revolucionarios hubiera personas con sobrepeso, pero las había.

Salí corriendo de la tienda y me detuve al escuchar unos gritos procedentes de una tienda cercana. Al asomarme, actué sin pensar.

—¡Quietos! — aquellos hombres se giraron hacia mí, sorprendidos de ver a una mujer en aquel sitio — Si tratáis de colocarle el hombro de esa forma, le podéis dejar inválido para toda la vida.

—¿Quién eres tú? — me espetó un hombre de mediana edad que inmovilizaba al herido.

—Es la esclava que trajo Milos, doctor — espetó otro mientras forzaba el hombro del enfermo.

—¡Parad! — gritó el enfermo — No pienso quedarme tullido para toda la vida por tres cabeza huecas como vosotros.

Sus compañeros se separaron de él, aunque no en silencio. Dejaron muy claro su opinión: una extraña no podía saber más que un hombre.

—¿Cómo te llamas? — le pregunté mientras me acercaba a él.

—Lian.

Era un hombre atractivo, rubio y de ojos color miel. Pese a su hombro, tenía una musculatura de un guerrero.

—Encantada, Liam— le sonreí para tranquilizarle—. Necesito que respires profundamente y expulses el aire con tranquilidad. Varias veces.

Aquel hombre me hizo caso, y cuando vi la oportunidad, le coloqué el brazo rápidamente. Aquel hombre soltó una exclamación más de sorpresa que de dolor y movió el hombro en lentos círculos, todavía sin creérselo.

—Gracias...

— Me llamo Kelya.

—Te debo una, Kelya — y me dedicó una sonrisa que me hizo sonreír como una niña pequeña.

—¿Que ha ocurrido? — la voz inconfundible de Azay, resonó por toda la tienda, provocando que todos los presentes se tensaran al instante.

—Señor, nos vimos obligados a actuar — explicó Lian mientras yo le vendaba el hombro—. Se acercaron demasiado a los límites, y tuvimos que actuar. Están muertos todos, hemos borrado las huellas y desecho de los cuerpos.

—¿Y cómo te has hecho eso? — le espetó.

—Caí del árbol cuando uno de los guerreros me lanzó una piedra. Kelya me ha vuelto a colocar el hombro.

— Este no es tu cometido, es el del doctor Ciro — me recriminó con dureza —. Deberías estar preparando el desayuno con la señora Yutema y no jugando a ser un hombre.

Me limité a bajar la mirada, no me interesaba enfrentarlo, al menos no delante de sus propios hombres. Pero me sentía humillada y no sería capaz de perdonarlo fácilmente. Salí de aquella tienda sin decir ni una palabra y fui con la señora Yutema, que no esperó ni un segundo en darme órdenes. Pero ni siquiera mantenerme ocupada reducía un poco mi enfado. No entendía cómo después de pasar una noche tranquila y relajada, se comportara de esa forma por estar delante de sus hombres.

—Kelya —me volteé, e inmediatamente sonreí al ver que era Lian—, no sé si te di las gracias antes de que te marcharas.

Ese hombre tenía la habilidad de hipnotizar con su sonrisa.

—Sí, sí que lo hiciste. ¿Qué tal el hombro?

—¿Puedo acompañarte en la comida? — asentí y se sentó a mi lado — Me duele, pero sabiendo que he estado a punto de quedarme inválido para el resto de mi vida, me alegra sentir dolor.

Sonreí y retomé mi comida.

—Debes mantenerlo inmovilizado durante un tiempo o volverá a desencajarse.

—¿Nada de disparar por una temporada, entonces?

— Nada de disparar por una buena temporada— afirmé divertida.

Se me había olvidado lo que era filtrear con un hombre y Liam era muy agradable a la par de gracioso. Además, fue el primero en tener consideración conmigo y me puso al corriente de lo que ocurría en aquel campamento. Erza, Milo y Uteri, el soldado apaciguador, eran tres de los ocho soldados que iban de vez en cuando a la ciudad para tratar de sonsacar información. Al parecer eran buenos y habían podido dar golpes más que dolorosos, pero aun así no eran suficientes, todos estaban a expensas de un ataque que fuera el definitivo.

— Está bien aspirar a algo más grande — comenté mientras rebañaba mi cuenco—, creo que ese fue uno de los fallos que hizo que Everial desapareciera. Llevábamos unos días en los que solo nos limitábamos a sobrevivir, nada más.

— Me gustan las mujeres luchadoras como tú, que tratáis de avanzar pese a tener todas las circunstancias en contra.

Le observé durante unos segundos tratando de ver más allá de su coraza de amabilidad y felicidad, pero no hallé otra cosa que no fuera sinceridad. Aquel hombre me estaba cortejando y no sabía muy bien cómo actuar al respecto. Me limité a sonreír y sin pretenderlo, me sonrojé.

—Lian, la señora Yutema quiere hablar contigo— mi acompañante se levantó de inmediato.

— Gracias, señor Kael — dijo mientras se marchaba.

Observé cómo se alejaba, sin poder obviar el hermoso trasero que tenía aquel guerrero. Me alegraba saber que no solamente era su personalidad y sonrisa lo único bello en él. Sabía que aquello molestaría a Azay, pero poco me importó. Seguía enfadada con él.

— Kelya, vamos a hablar— Azay se dio la vuelta—. En mi tienda.

Me levanté de mi asiento y anduve hasta su tienda, donde me esperaba con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

—Lo que ha ocurrido esta mañana no puede volver a ocurrir — dijo con dureza una vez solos— No puedes andar por aquí como si mandaras, todo lo que ocurre aquí pasa por mí y en su defecto por mi mano derecha, Borban.

— Aquellos hombres iban a dejar a Lian inválido— le recordé—, ¿En serio, necesitaba consultarte antes de colocarle aquel hombro?

—Sí, y cuando te mande hacer algo, lo harás sin reproches. ¿Has entendido?

—Sí, señor. ¿Algo más?

—Recoge tus cosas, volverás a dormir en la tienda con Yutema. No quiero que los demás hombres piensen que te doy ningún trato especial por acostarme contigo.

—¿Eso es todo?— pregunté sin disimular mi estupor.

—Sí.

—¿No vas a decir nada más? En la tienda por poco me matas con la mirada, y la forma de tratarme... ¿Dónde está el hombre de esta mañana?

—Soy el mismo, y ahora te digo que te marches.

—No quiero.

— Kelya... —Gruñó mientras me tomaba del brazo con fuerza.

Intuitivamente, golpeé su antebrazo con el dorso del puño que tenía libre, haciendo que su agarre se aflojara y consiguiera liberar mi brazo, al mismo tiempo que le encajaba el dorso de mi puño en su mejilla izquierda. No le hice daño, estaba más sorprendido que magullado, pero aun así se le notaba dolido.

—¿No eres lo suficientemente valiente para hablar? ¡Adelante! ¡Peleemos! — exclamé sin ser consciente de mi tono de voz—Yo ya no necesito que nadie me defienda, ni quiero a hombres que todavía no han madurado. No voy a esperar toda una vida para que te decidas a ordenar tus sentimientos, hay muchos más hombres interesados en mí.

Le di la espalda, y salí de aquel lugar con una rabia contenida que me hacía querer gritar y golpear. Fui directa a la tienda donde Yutema me había hecho un pequeño hueco y fue entonces cuando me permití llorar. Me odié por ello. Yo, que juré en su día no llorarle nunca más... ¡Pero qué estúpida era!


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