La fuga
Nota del autor: Los diálogos humanos fueron traducidos. Se utilizó la técnica de equivalencia dinámica para una mejor comprensión del texto.
•••
—¿Lo ven? —preguntó Fairy-floss, tempestivamente—. ¡Apuesto a que lo dejará entrar! ¡Veinte patas son mejor que dieciséis!
La caniche saltó de emoción, con la gracilidad que la llevaba por el mundo a recolectar medallas. Detrás de la puerta trasera, el mayordomo estaba agachado junto al perro en cuestión.
—Yo creo que cuatro patas son suficientes —zanjó Olivia desde su cama, displicente—. Este lugar ya está sobrepoblado, y yo vine aquí a vacacionar y deshacerme del estrés de mantener feliz a mi mejor amiga. Me lo están poniendo difícil.
—¿Todos? —murmuró la caniche, endulzando la voz con un deje de burla.
El corazón de Olivia, una papillón de ademanes delicados, se aceleró. Momentáneamente, todo rastro de arrogancia se esfumó.
—Gianpaolo es el único que me comprende —aseguró, levantando la frente con expresión soñadora—. Cuando esté en celo...
El tercer huésped del Pensionado Canino gruñó para interrumpirla, sacudiéndose el desagrado.
—Ten algo de decoro, Olivia —advirtió, con la voz ronca que lo diferenciaba de cualquier otro chihuahua.
—Es verdad, Olivia —coincidió Fairy-floss—. Hay menores aquí. Puppy...
—¡Que no soy El Puppy! —estalló el chihuahua—. En mi sierra morena yo era El Macho, y eso no se quita por más loción que mi nuevo mejor amigo me ponga. —Se sacudió antes de continuar—. Mi pelaje siempre olerá al humo de las carnitas asadas, tan cierto como que mi corazón late al ritmo del mariachi. Además, al bueno de Gianpaolo lo han...
—¿Detecto un nuevo huésped en el Pensionado? —Gianpaolo apareció desde el área de alimentación, ajeno a la discusión que se estaba desarrollando en el salón principal.
Olivia se apresuró a responder:
—Así es, el mayordomo lo está dejando entrar.
—¡Se los dije! —Fairy-floss se desgañitó, volviendo a saltar. Segundos después, se detuvo, y la tensión que la embargó se extendió a todos ellos.
Sin apartar la vista del perro que se acercaba resueltamente hacia el grupo, con un hilo de voz, fue Olivia quien se atrevió a exponer la razón:
—Apesta a calle.
Un escalofrío colectivo les sacudió los pelajes.
—¿Qué hay? —exclamó el recién llegado, acercándose a la retaguardia de Olivia, quien se apartó del macilento con disgusto, al igual que todos los demás—. ¿Les picaron avispas? ¿Así es como reciben al tipo que logró infiltrarse en la tierra de los pedigrís? ¿Quién diría que cayendo a un charco...?
—¿Qué podemos hacer por ti, buen hombre? —preguntó Gianpaolo, forzando una sonrisa al haberle cortado el discurso—. ¿Necesita ayuda para regresar con su mejor amigo? Debe estar hambriento.
—Hambriento, sí; mejor amigo, no. No tengo un mejor amigo —replicó el perro, tanteando el aire en busca de los manjares que existían allí. Los rumores decían que los huesos tenían carne; sería el paraíso.
Los cuatro pedigrís soltaron exclamaciones de sorpresa y desconcierto. «No tiene un mejor amigo», susurraron entre sí, despertando una sonrisa de suficiencia en el callejero.
—Así es, soy un vagabundo —confirmó—. En las calles me conocen como Serrucho; vayan a saber por qué.
El vagabundo pescó un aroma y se dirigió directamente hacia el área de alimentación.
—Buen hombre, tenga cuidado, por favor —rogó Gianpaolo—. Los alimentos son muy frágiles ante olores fuertes.
Serrucho no le hizo caso y se enfocó en los platos cargados de comida, mareado por la presencia de tanta carne y salsas. Aquellos pedigrís podían ser unos engreídos, pero a Serrucho no le importaría algo de loción y peinados extravagantes como sacrificio por tener la vida arreglada.
Fairy-floss adelantó a Gianpaolo con otro de sus famosos saltos, y se detuvo junto al bastardo.
—¡Dinos! —chilló con todas sus fuerzas—. ¡Dinos cómo es allá afuera!
—Tranquila, niña bonita —respondió este, dándole un mordisco al filete más cercano. Gianpaolo estuvo a punto de desmayarse—. Afuera es un lugar salvaje y lleno de aventuras, no es lugar para porcelana como ustedes. Aquí estarán a salvo.
—El Macho estará a salvo el día en que pongan cempasúchiles en su tumba, y les presento a Salvaje y Aventura —gruñó el chihuahua, mostrando ambos colmillos.
—Lo que tú digas —bufó Serrucho.
—¡Quiero ver! —exclamó Fairy-floss, agitando el pompón en la punta del rabo—. ¡Aventura significa adrenalina! ¡Y adrenalina significa saltar!
—Por Rómulo y Remo, ¿han perdido la cabeza? —siseó Olivia, sin levantarse—. Nuestros mejores amigos nos han dejado aquí para descansar y disfrutar. No podemos irnos. Además, tendríamos que caminar, y no llevo puestas mis botitas.
Serrucho levantó la cabeza y cerró los ojos con fuerza para no echarse a reír.
—Siempre he querido degustar la comida alrededor del mundo —murmuró Gianpaolo, con aire dubitativo.
Olivia se enderezó al oír aquello. Estuvo a punto de decir algo, pero la puerta se abrió, y los ojos del gerente del Pensionado Canino se clavaron en Serrucho.
—¡Lucas! —gritó, con el rostro encendido. El mayordomo apareció inmediatamente—. ¡Saca a este perro de aquí!
—Pero, señor, el perro estaba hambriento y, en este lugar... —murmuró, pero el gerente lo interrumpió.
—¡Es un callejero! Mientras no se consiga un mejor amigo que nos pague los huesos que cuesta el servicio, ¡que vuelva a donde pertenece!
El mayordomo intentó defenderlo, pero el gerente no cedió.
—Yo he marcado este territorio con mi propia orina —gruñó—, así que sé un buen chico y has lo que te digo.
Serrucho fue llevado por el mayordomo, y los demás huéspedes se alteraron.
—¡Debemos hacer algo! —apuró Fairy-floss—. No podemos perder esta oportunidad.
Sin esperar una respuesta, la caniche echó a correr y salió por la puerta trasera al ver que esta quedó abierta detrás de la pareja. Los demás no pudieron hacer más que seguirla.
El tufo de la ciudad los golpeó. La entrada fue bonita pero, de aquel lado, la basura y el agua estancada recorrían el callejón detrás del local.
Serrucho los vio y se desasió del agarre del mayordomo antes de escapar. Fairy-floss continuó siguiéndolo, al igual que los demás. El gerente se unió al mayordomo al ver lo que ocurrió, pero ya era tarde.
Luego de mucho correr, se detuvieron en otro callejón cuando el guía de la comitiva así lo indicó, y se desplegaron frente a él como estudiantes en una Academia Canina.
—¡Qué emoción! —chilló la caniche, echándose a reír entre saltos.
—¿En qué rayos estabas pensando? —gruñó Olivia, atreviéndose a lamer sus patas para calmar el dolor que sentía en sus almohadillas—. ¿Cómo volveremos?
Serrucho bufó.
—¿Para qué querrían volver? ¡Bienvenidos al mundo!
Inmediatamente, se puso a husmear en la basura tirada en el suelo.
—Esto no es lo que había pensado —susurró Gianpaolo, disgustado.
En ese mismo momento, un gato negro saltó sobre el contenedor de basura. A excepción del vagabundo, todos se sobresaltaron ante la aparición y el sonido metálico.
—¡Miren, pero si son esclavos! —exclamó el felino, carcajeándose desde su trono.
—Déjanos en paz, malagüero —gruñó Serrucho, acostumbrado a las provocaciones de los demonios de la zona.
—Oblígame, perro —gruñó el gato, matándose de la risa hasta que una bola de pelo lo hizo retorcerse como un poseso.
Serrucho vio que las patas de El Macho se tensaron.
—Que sus bajos instintos no los consuman justo ahora —murmuró el vagabundo, pero ya era tarde: El Macho empezó a perseguir al gato por todo el callejón.
El gato no dudó en contraatacar, soltando zarpazos hacia el can, desatando una batalla en toda regla. Fairy-floss pensó en unirse a la diversión, pero un fuerte pitido detuvo a todos. El gato se escabulló entre los tipos de la Perrera, quienes obstruyeron ambos lados del callejón, dejándolos sin salida. ¿La Perrera?
—¡Rabo entre las patas! —exclamó uno de los hombres, extendiendo un palo hacia ellos, pero no un palo para jugar a las recogidas.
Serrucho supo que finalmente le había llegado la hora, así que no luchó, y sus compañeros siguieron su ejemplo. Estaban rodeados, y, poco tiempo después, se encontraron encerrados en jaulas dentro de la Perrera.
Los lloriqueos de los pedigrís cesaron media hora después, cuando reconocieron el rostro del mayordomo entrando al local. El único que no dio muestras de felicidad fue el perro demacrado que estaba en la última jaula, apartada de las demás.
—¿Qué pasa con este? —preguntó el mayordomo en dirección al de la Perrera, haciendo un ademán hacia el vagabundo.
El hombre observó al perro en cuestión.
—No tiene identificación —contestó—. Será dado en adopción, si alguien lo quiere así.
El mayordomo asintió y se acercó a la jaula.
—Hola, de nuevo —susurró, con una sonrisa impregnada en tristeza—. Es seguro que a partir de ahora tendré mucho tiempo libre, y me vendría bien algo de compañía, ¿qué dices? ¿Quieres ser mi mejor amigo?
Serrucho se incorporó. Entre la loción y los peinados extravagantes, podría acostumbrarse a un nuevo nombre también. Respiró hondo y, por primera vez en mucho tiempo, agitó la cola.
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