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Sebastián miraba en derredor de la biblioteca apanelada de roble de Rosewood, prestando escasa atención a las acerbas discusiones suscitadas por él.
En vez de enfrentarse con el principal problema de protegerse lo mejor posible contra la amenaza de los piratas, lo único que hacían los catorce plantadores de las riberas del Rappahannock era dar tienda suelta a su rabia.
La reunión se había convertido en un clamoreo de vilipendios contra el novel gobierno de los Estado Unidos y su presidente por no proteger los ríos de Virginia del asalto de sus merodeadores.
La reunión llevaba ya más de dos horas y todavía no se había conseguido nada que mereciera la pena.
La perdida atención de Sebastián fue nuevamente capturada por la llegada sin aliento de Ronaldo Nokx.
Por una vez, el joven superó su timidez; tan impaciente estaba por dar la noticia.
— Uno de los barcos piratas ha sido hundido y otro capturado. El Black Wind viró en redondo y huyo.
La declaración de Ronaldo fue acogida por un coro de voces excitadas y gritos de « ¿ Cuando ? » « ¿ Como ? ».
— Ha sido el Capitán Devil. Dicen que es digna de recordarse la manera en que despacho a esos asesinos y a sus barcos.
Los vasos de vino se alzaron brindando por el éxito del capitán.
Sebastián fue el único que no se unió al jubiló general.
— No pareces muy feliz con esta gran noticia, Sebastián — le anunció Midford.
— Es una noticia buena, pero no grande — replicó Sebastián —. El Black Wind ha escapado y es, con mucho, el más peligroso.
Midford refunfuñón:
— Apuesto a que el capitán del Black Wind vio que había encontrado la medida de su zapato y a estas horas esta a medio camino de Inglaterra.
Sebastián no dijo nada y se excusó.
Westlern Connor hizo lo propio, y Sebastián, él y Ronaldo Nokx regresaron a Willowmere.
Cuando llegaron al camino de olmos que daba entrada a la mansión, Ronaldo Nokx dijo:
— ¿ No saben que anda por aquí otra vez el señor inglés que mi tío pensaba casar con Grell ?.
Sebastián y Connor intercambiaron miradas un tanto inquietas.
— ¿ Te refieres a Lord Joker Pembroke ? — exclamó Connor.
— El mismo.
— No pensaba yo que se asomara más por Willowmere.
— A decir verdad, iba en dirección opuesta. Me lo encontré a unas quince millas o así antes de llegar a Rosewood, y se dirigía hacia la bahía. No tenia muy buenas trazas. Llevaba el traje arrugado y sucio y estaba sin afeitar.
— Sebastián, ¿ Que supones que podía estar haciendo por aquí ? — preguntó Connor.
Sebastián tenia un aire de preocupación.
— Sea lo que fuere, no me gusta.
Cuando llegaron delante de Willowmere, John salió precipitadamente al pórtico.
— ¿ Y Ciel ? — pregunto alarmado.
Sebastián palideció.
— ¿ Por que ?.
— Él y Franshes Horn todavía no han vuelto. Yo creía que estaba contigo en Rosewood.
— ¿ Donde podrán estar ? — murmuró Connor.
La cara de Sebastián estaba blanca.
— Recorramos la carretera a ver qué podemos descubrir.
Volvieron grupas a lo largo del paseo de entrada.
Mientras cabalgaban, Connor hizo leves intentos por conversar, pero acabó desistiendo de toda conversación por respeto al triste silencio de Sebastián.
Cuando iban serpenteando por entre el bosque de arces, robles y nogales, Sebastián frenó abruptamente las riendas de su imponente bayo y desmonto.
— ¿ Que es ello ? — preguntó Connor.
Sebastián se había puesto a examinar un rodal de hierba aplastado cerca de la carretera.
— Aquí ha habido un cuerpo echado — contesto.
Se introdujo en la espesura de las ramas de un zumaque siguiendo las casi imperceptibles huellas de unas pisadas.
A pocos pasos más adentro se detuvo a escuchar.
A cierta distancia hacia el interior oyó relinchar un caballo.
Siguió impetuoso hacia adelante, haciendo caso omiso a las ramas que le cerraban el paso.
No tardo en encontrarse con Grey Dancer y con el caballo de Horn atados al tronco de un nogal.
Varios pasos más allá vio a Horn, todavía firmemente atado al escamoso tronco de un roble.
Horn ya había recobrado el conocimiento y trataba de desesperadamente de pedir socorro a través de su mordaza.
Cuando Sebastián le desató descubrió la fea herida cubierta de sangre coagulada que tenia en la cabeza.
— Lo golpearon por detrás, ¿ No ? — pregunto Sebastián mientras manipulaba presuroso para desatarle.
— Creó que si — respondió con vaguedad, todavía confuso por los efectos del golpe —. Íbamos cabalgando el señor Michaelis y yo y de pronto todo sucedió.
— ¿ Pudo ver a sus atacantes ? — preguntó Sebastián.
Connor y Ronaldo llegaron corriendo por entre los arbustos.
Horn asintió.
— Recupere el sentido justamente cuando se lo llevaban. Eran tres hombres. Uno de ellos tenia trazas de ser un caballero, pero sus ropas estaban manchadas e iba sin afeitar.
— Pembroke — exclamó Sebastián —. Estoy seguro de ello. ¿ Y los otros dos ?.
— Me parecieron marineros, y muy rudos.
— Oh, Dios mío — exclamó Sebastián, comprendiendo el significado de las palabras de Horn —. Los piratas.
— ¿ Pero por que iba a estar Lord Joker con ellos ? — pregunto Connor.
— No lo se. A menos que... — Sebastián se detuvo —. A menos que tenga algo que ver con ellos.
— ¡ Lord Joker !. Eso no tiene sentido — protestó Connor.
— Claro que lo tiene. Considera las fechas. Los asaltos del río James empezaron justamente después que él se marchara de allí, y el del Rappahannock se ha producido al poco tiempo de irse de aquí. Y los Beaumont, con los que estuvo, fueron las primeras víctimas. Además, los piratas parecían conocer muy bien la casa. Pembroke pudo haberles facilitado la información — Sebastián se volvió hacia Horn —. Franshes, ¿ Les oyó decir hacia donde iba ?.
Horn buscó en su todavía confusa memoria.
— No... Aun que RL caballero dijo al señor Michaelis algo así como que no quería tener esperando al duque.
Sebastián sintió como al se le parase en corazón.
Se volvió y echó a andar a ciegas.
Había muchos meses, en Inglaterra, Tomphson le había mencionado algo sobre el líder de un complot para socavar la mueva nación; era un noble poderoso muy cercano a Arnold:
¡¡ Trancy !!.
No solo tenia un agente en América, sino una flota de piratas expoliadores cuyo verdadero propósito era sembrar las disensiones.
De ahí que Pembroke estuviera en América.
Cuando recuperó su propio control, Sebastián se volvió había Horn.
— ¿ Como se llevaron al señor Michaelis ?. Su caballo esta todavía aquí.
— En un carro de granja — respondió Horn —. Lo conducían los dos marineros y el otro hombre cabalgaba delante.
— Yo me cruce con ese carro cargado de heno — exclamo Ronaldo —. Iba hacia la bahía.
— Deben de ir al encuentro del Black Wind — dijo Sebastián, echando a correr hacia su caballo —. Horn, usted vuelva a la casa a que le cure John esa herida. Ronaldo y Connor vendrán conmigo.
Finalmente, bastante después de la media noche, fueron recompensados por la visión de unas rodadas de carro que se desviaban hacia un declive del terreno.
Encontraron el carro tras la espesura de unos alisos.
Sebastián estudio detenidamente a la parpadeante luz de su linterna todo el terreno.
— Aquí cambiaron los caballos, los tres. Eso significa que Pembroke se unió a ellos.
— No necesariamente — objeto Connor —. También Ciel necesitaría un caballo.
— A juzgar por la profundidad de las huellas, uno de los caballos va cargando con dos jinetes. Tal vez él valla con uno de ellos. Afortunadamente, éste deja unas huellas bien claras. Será fácil seguir su rastro.
Serían bien pasadas las dos de la madrugada cuando finalmente decidieron acostarse para dormir un poco antes del amanecer.
En la distancia, el áspero grito de una garza nocturna perturbó el silencio.
Cuan precioso se había convertido Ciel para él.
Que ávidamente suspiraba no sólo por su cuerpo y sus besos, sino por su esplendente sonrisa, su risa de plata y por el contento que le había traído su presencia.
Posiblemente no podría prescindir de Ciel... No prescindiría.
Al primer rayo de luz, Sebastián estaba de pie y los tres reanudaron la marcha.
A no más de dos millas adelante, el experto ojo de Sebastián descubrió el lugar donde los jinetes habían abandonando la carretera y penetraron en el bosque.
Sebastián señalo la huella inequívoca de uno de los caballos.
— Mira, no cabe duda de que son ellos.
— Pero fíjate cuanto rocío hay sobre las huellas — advirtió Connor —. Eso significa que pasaron por aquí hace horas. ¿ Crees que podremos alcanzarlos antes de que lleguen al barco ?.
— Debemos intentarlo — el rostro de Sebastián era firme y resuelto.
Después de seguir el rastro durante horas, se detuvieron y se miraron ceñudamente unos a otros.
— Tienen que estar perdidos — dijo Sebastián con desgana —. Estamos perdiendo el tiempo siguiéndoles en círculos. Me temo que nuestra única esperanza se detenerlos antes de que suban al barco es llegar antes que ellos al punto de reunión.
Se frotó la barbilla pensativo.
— Recuero una vez, durante ma revolución, que Faustus me enseño un sitio de la bahía donde un corsario podía esconder bien su barco. Si Pembroke va a reunirse con el Black Wind, lo más probable es que este se encuentre anclado en se sitio.
— ¿ Dista mucho ? — preguntó Connor.
— Si, varias millas — Sebastián puso en marcha su caballo —. Me parece que pueden haber elegido este. Esta bien cerca de la desembocadura del Rappahannock, y es posible que hayan pensado usarlo como base de operaciones mientras asaltaban las plantaciones a lo largo del río.
La oscuridad empezaba a caer antes de que llegaran a la ensenada.
Lo primero que descubrieron sus ojos fue los elevados mástiles de una goleta.
Estaba anclada cerca de la costa.
— Ahí esta — exclamo Sebastián con júbilo —. ¡ Gracias a Dios !.
Pero su alegría duró poco.
Se llevó el catalejo al ojo para tener una mejor visión de Ciel y fue entonces cuando descubrió el bote al lado de la goleta negra.
Ciel aparecía sentado en el bote, al lado de Pembroke.
Mientras observaba, transfigurado de horror, vio que Ciel saltaba y trataba desesperadamente de arrojarse al agua, quedando aturdido por el golpe de Pembroke.
Luego presencio, indefenso, que era trasportado abordo del barco pirata inglés.
— ¡ Maldita seas ! — grito, agitando impotente el puño preso de furia y frustración.
Había perdido a su esposo.
Y dirigiéndose colérico hacia el barco exclamó:
— Te seguiré hasta el fin de la tierra, Pembroke — juró —. Recuperare a mi esposo y te mataré.
Sumido en la rabia y el dolor, se hundió en la silla.
Su voz salia ahogada en las lágrimas comando exclamó:
— Maldito Faustus, ¿ Donde estabas cuando te he necesitado ?.
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