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Sebastián y Plúto Dunlop cabalgaban lentamente por la carretera de Willowmere, discutiendo los planes para la cosecha de tabaco de este año, cuando apareció en la distancia un jinete a todo galope.
— ¿ Que pasa ? — preguntó Sebastián cuando el caballo estuvo más cerca y lo reconoció como uno de sus más preciados caballos de pura sangre —. No permito que nadie monte así a Tarnation.
— Habrá habido algún accidente — respondió Dunlop.
Sebastián agito la mano hacia hacia el veloz jinete, que parecía intentar pasarlos sin ni siquiera aflojar la marcha de su caballo.
El jinete se detuvo.
Era Finnyan uno de los mozos de las caballerizas.
Sus ojos parecían que iban a escapar de sus órbitas según miraban, incrédulos, a Sebastián.
— ¡ Amo Michaelis ! — balbuceo lleno de asombro.
- ¿ A donde vas con tantas prisas, Finnyan !. Ese no es modo de tratar a un caballo.
Na confusión de mozo era evidente.
— Me dijeron que fuera a buscar al doctor... Que usted estaba mal herido en la casa del bosque.
— ¿ Que ? — exclamó Sebastián alarmado —. ¿ Quien te fijo eso ?.
— Tam — respondió el excitado mozo —. Eso le dijo el señor Michaelis antes de irse allí.
Sebastián sintió como si le hubieran pegado un potente puñetazo en el estómago.
No había duda de que era una trampa.
— ¿ Se fue sólo el señor Michaelis ?.
Finnyan asintió.
— ¿ Y donde diablos esta Franshes Horn ? — rugió Sebastián.
— No lo se — dijo Finnyan con aire confundido.
Sebastián renegó de si mismo e intercambio una mirada con Dunlop.
También este comprendía el peligro que estaba corriendo Ciel.
— ¿ Quien envió allí al señor Michaelis ? — preguntó Sebastián.
Finnyan sacudió la cabeza.
— No me lo dijeron.
— No importa, Finnyan. Tu sigue en busca del médico y llevarlo a la casa del bosque — se volvió y murmuró para sus adentros —. Esperó que no haya que necesitarle.
Dunlop saco la pistola que llevaba siempre consigo.
— Tenga esto, Sebastián. Su caballo es más rápido que el mio y puede necesitarlo cuando llegue allí. Yo le seguiré.
Sebastián cogió el arma y lanzo su caballo al galope, en la esperanza de poder llegar a tiempo de salvar a Ciel.
Cuando llegó vio un caballo apersogado delante de la casa, pero sin el menor rastro de vida.
Salio de su silla y subió los escalones.
Al acercarse a la puerta oyó los gritos de dolor de Ciel procedentes del dormitorio.
Se lanzo hacia allí.
Cruzo de dos zancadas la habitación y agarrando a T. Spears lo arrojo contra el suelo.
El sombrado T. Spears alzo la cabeza, con el rostro contorsionado de rabia.
Sebastián se inclino y lo levanto como un pelele.
T. Spears se puso a gimotear presa del terror.
Le asestó un puñetazo en la boca, obligándole a encogerse.
Luego se volvió hacia su esposo que yacía sobre la cama, con las manos todavía atadas, y los feos verdigones rojos del látigo de T. Spears marcados sobre la lisa y blanca piel de sus muslos.
Lleno de horror, dedico toda su atención a Ciel, sin percatarse de que T. Spears se estaba arrastrando cautelosamente por el suelo hacia el cuchillo que tenia junto a la cabecera.
Sus dedos tocaron la vaina de cuero y extrajeron el arma.
Mientras se ponía en pie y esgrimía el cuchillo se dibujaba en el rostro de T. Spears una expresión de triunfo.
En aquel mismo instante llegaba Dunlop a la puerta del dormitorio.
— ¡ Cuidado, Sebastián ! — gritó —. ¡ Tiene un cuchillo !.
Sebastián se volvió y puso el brazo para esquivar el golpe.
La afilada hoja se deslizó a lo largo del miembro cortando la camisa y senado un surco rojo de sangre en el brazo.
Sebastián logro empujar a su atacante, pero este se lanzo en un nuevo asalto cuchillo en mano.
En el momento justo en el que se disponía asestar el siguiente golpe de cuchillo, Sebastián saco el arma e hizo fuego.
La fuerza del impacto a tan corta distancia tumbo a T. Spears de espaldas con el corazón traspasado.
— ¿ Esta muerto ? — preguntó Ciel a Sebastián, que se arrodillo a examinar el cuerpo.
— ¡ Estas sangrando ! — exclamó Ciel horrorizado al descubrir la fea cortadura que tenia en el brazo.
En aquel instante llego John y tomó el asunto en sus expertas manos.
Rápidamente vendo la honda herida que le había hecho el cuchillo de T. Spears.
Luego se ocupó de las lesiones de Ciel.
— De momento ya tememos una preocupación menos por delante — dijo John mientras terminaba e prodigar sus cuidados médicos —. Ahora solo tenemos que preocuparnos de Trancy y de los piratas.
— ¿ Los piratas ? — respondió con sorpresa Sebastián.
— Anoche atacaron la plantación de Beaumont en la desembocadura de Rappahannock. Y ahora parece ser que se ha unido a su flota un tercer barco.
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