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Pasaron dos semanas.
A pesar de la doble amenaza que pendía sobre él, Ciel era más dichoso que en toda su vida, solázandose en el calor amoroso que le brindaba Sebastián.
Sus noches se llenaban de embeleso y Sebastián prodigaba con él sus artes amorosas.
Sebastián se deleitaba profiriendo exclamaciones de gozo y en verdad experimentaba continuamente el objeto de descubrir nuevas formas para provocar en el doncel las reacciones.
Ciel tan ávido por complacer a Sebastián como Sebastián por complacerlo, respondía con una aptitud que dejaba al hombre atónito y perplejo ante las maravillas del amor.
Los días del doncel llegaron a ser atareados.
Gradualmente, bajo la cuidadosa tutela de John, Ciel asumió los muchísimos deberes que competían a la dueña... O en este caso, al oteo dueño de una plantación.
Supervisaba a la servidumbre, vigilaba la limpieza y la cocina, el secadero de carne y el obrador del pan, la quesería y el huerto, el taller de tejido y de confección.
El doncel tenía tanta maña para manejar a los criados con suavidad y firmeza que enseguida se gano su respeto y obediencia.
Los vecinos venían ahora con mucha frecuencia a Willowmere.
Ciel resulto ser un encantador y gracioso anfitrión y Sebastián no ocultaba que se sentía orgullosos de él.
Las dudas que pudieran quedar desde lo ocurrido en la barbacoa de los Connor dijeron rápidamente borradas por el manifiesto amor que resplandecía en ellos.
Ciel seguía llevando encima la pequeña pistola que uso contra Lord Joker.
Quedo muy aliviado cuando supo de labios de Margaret que Su Señoría había partido apresuradamente hacia una plantación del río Potomac, tras dos días de curación en Connor Hall, e hizo votos para que no volviera más a las riberas del Rappahannock.
Sabía que Sebastián estaba preocupado por su seguridad, aun que nunca le oía hablar del duque ni de su posible asesino.
No lo dejaba cabalgar si él no lo acompañaba.
Y cuando salia a dar un paseo por el recinto de la plantación iba con él un criado de confianza o bien lo seguía de cerca, cumpliendo ordenes de Sebastián.
Una tarde, dos semanas después de que Sebastián regresara de su viaje a Washington, cuando el y Ciel estaban terminado de comer, llego una carta de Alois.
Iba dirigida a Sebastián y, en si mayor parte, resultaba ilegible, escrita con caligrafía de rasgos extendidos y de aspecto infantil.
Tan salpicada estaba de tinta que algunas palabras aparecían emborronadas.
Lo que Sebastián pudo extraer de ella lo lleno de horror.
Alois lo acusaba de avaro por no haber pagado su deuda con Jumpo y le maldecía por ser culpable de que Lord Klaus le hubiera de a heredado.
« Pero ya le he devuelto el daño que me hizo — escribía Alois —. Le he hecho saber al duque Trancy donde se encontraba Ciel y él a ordenador a su agente de América que se lo lleve.
No podrá detenerle ».
Sebastián, pálido, miraba la hoja de papel manchada de tinta que tenía en sus manos, asustado y confundido por la referencia que había hecho Alois al « Agente de América » del duque.
¿ Quien podía ser ?.
El hecho de que Trancy tuviera ya aquí un hombre de confianza hacia mas amenazador el peligro que acechaba a su esposo.
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