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Cuando Sebastián llegó a su dormitorio de Willowmere con Hanna, se preguntó amargamente como había dejado que ella le metiera en esta situación.
Ni que decir tiene que de no estar ebrio no lo habría conseguido.
Pero cuando llegaron a Willowmere ya se le había pasado la mayor parte de los efectos del licor y una vez dentro del dormitorio empezaba a pensar con más claridad.
Lo único que deseaba era desembarazarse de Hanna para volver a Connor Hall y tener una confrontación con su esposo.
Estaba resuelto a tener esta confrontación de una vez y para siempre.
No más disputas ni más juegos.
Se quedó mirando a Hanna, sin interés ni deseo, mientras ella se despojada de sus ropas.
Esperaba fervientemente que su doncel no descubriera con quién había abandonado Connor Hall.
A él no le gustaba jugar a los celos aunque, como Margaret le había informado, a su esposo sí.
A Hanna solo le quedaba puesta su fina camisa de lino blanco.
Se desprendió de ella y la dejo caer al suelo, donde ya había dejado esparcidas el resto de sus prendas, y quedó desnuda delante de él.
Afuera estaba la tormenta y una gigantesca centella restallaba en el cielo inundando la habitación de una luz aterradora.
Por un instante Sebastián creyó oír el ruido de los cascos de un caballo pero el estruendo ensordecedor del trueno vino a a hogar cualquier otro sonido.
Hanna comenzó a desabrocharle la camisa, dejándola abierta para contemplar su pecho poderoso.
Deslizó sus manos en torno a él y le atrajo fuertemente hacia sí para que sus senos desnudos se moldearan sobre aquel pecho fuerte.
Al terminar el trueno, Sebastián agudizó de nuevo el oído, pero no captó el sonido de ningún caballo.
Sin embargo no se había equivocado.
Cuando Ciel se aproximaba a Willowmere la tormenta había puesto el cielo de un peculiar oscuro violeta en el que se podía distinguir poco más que las siluetas a la luz del crepúsculo.
Luego, una poderosa centella rasgó el cielo en mil fragmentos y convirtió en luz las tinieblas por un instante.
El relámpago iluminó el calesín de Hanna a la puerta de Willowmere y Ciel lo reconoció inmediatamente.
El color desapareció de su rostro y sus ojos se tronaron tan salvajes y violentos como la tempestad.
El relámpago fue seguido por un trueno tan ensordecedor que hizo encabritarse al caballo, presa del pánico.
Ciel luchó desesperadamente para controlar al asustado animal y mantenerse sobre su montura.
Cuando finalmente consiguió dominarlo, desmontó y entregó las riendas a un mozo que habían acudido a retirar el calesín.
— Llévate mi caballo y deja aquí el calesín — le ordenó el doncel —. Se va a marchar muy pronto.
Echó mano a la alforja, saco la pequeña pistola y se introdujo violentamente en la casa.
John estaba en el vestíbulo.
— ¿ Donde están Sebastián y Hanna ? — gruñó Ciel.
John se quedó pasmado al verlo con el rostro furioso y el arma en la mano.
Involuntariamente dirigió la vista hacía lo alto de la escalera.
Ciel al notarlo, subió precipitadamente los escalones y abrió la puerta del dormitorio de Sebastián.
El golpe que produjo la puerta al estrellarse contra la pared atrajo la atención sobresaltada de la pareja que se encontraba junto al lecho.
Hanna se retiró apresuradamente de Sebastián, con la cara pálida por el terror y un ruido ahogado en la garganta.
La visión que ofrecía Ciel con sus pantalones de montar y su lustroso cabello alborotado al rededor del rostro en una cascada salvaje, recordaron a Sebastián el día que lo vio por primera vez.
Sus ojos llameantes y el arma en su mano apuntándole eliminaron en el los residuos de embriaguez tan instantánea y absolutamente como si de pronto le hubieran sumergido en un río helado.
— No me gusta que me apunten con un arma, señor — dijo Sebastián severamente.
Pero el doncel le cortó sin dejarle seguir.
Sus ojos echaban fuego.
— ¡ Como te atreves a traer a esta zorra a mi casa y lucirla delante de mí !, ¡ Como osas dormir con ella en nuestra cama !.
Un esbozo de sonrisa se marcó en las comisuras de la boca de Sebastián al oír que Ciel usaba la expresión « nuestra cama ».
Pero la dejó pasar. Dio un paso hacia el y fijo con calma:
— Dame el arma, Ciel.
— No te acerques a mí un paso más o te vuelo la cabeza.
Sebastián se detuvo en seco.
Nunca lo había visto tan furioso y conociendo su buena puntería no deseaba ver las consecuencias a que podrían llevarlo un juicio erróneo por parte de él.
¡ Maldita sea, y en cambio era Ciel quién había iniciado todo esto !.
¡ Por todos los santos, en cuanto lograra quitarle el arma lo pondría sobre su rodilla y le daría una bien merecida lección !.
Dirigiendo el cañón del arma contra Hanna , el doncel dijo:
— Márchate ahora mismo de aquí, so ramera, si quieres salir por tu propio pie. Y no quiero verte más por Willowmere ni cerca de mi marido.
Hanna, con los ojos vidriosos de terror, recogió apresuradamente las ropas y echó a correr, dejado tras ella un reguero de prendas.
Ciel cerró de un portazo, cuando la otra hubo salido, y se dirigió hacía Sebastián, que lo estaba contemplando y hacía titánicos esfuerzos para contenerse.
Al quedarse solos, la ira y el coraje de Ciel se desvanecieron viéndose delante de este hombre, para él, era a la vez su esposo y un extraño.
Para su gran sorpresa de dio cuenta de que Sebastián estaba totalmente vestido.
Él dijo fríamente:
— Te creí demasiado ocupado con tu amante inglés para inmiscuirte en mis asuntos.
El doncel notó que se le hundía el corazón l oír esas palabras.
Jamás podría convencerle de la verdad.
Como ansiaba que Sebastián lo estrechará entre sus fuertes brazos, pero esto no sucedería nunca.
Tan pronto como rindieran su arma, Sebastián lo echaría de Willowmere como él había echado a Hanna.
Sebastián no se creería nunca cuanto lo amaba.
Jamas le permitiría saciar el hambre que tenía de él.
Obligado por su desagracia acudió a un remedió desesperado.
Agitó el arma y le ordenó con voz autoritaria:
— ¡ Quítate las ropas !.
El le miró estupefacto.
— ¿ Qué ?.
— Ya me has oído. ¿ No querías que suplicara por tus atenciones ?. Bueno, pues te necesitó... Ahora.
— ¿ Me estas pidiendo a punta de pistola que ejecute mis deberes maritales ? — preguntó Sebastián asombrado.
— Sí.
El hombre se encogió de hombros.
Su impasible rostro no dejaba traslucir la menor pista acerca de lo que pensaba.
— Deberías saber, señor mío, que la anatomía del varón no es muy diferente a la de un doncel. Y sabrás que en este casó me sería muy difícil realizar estos deberes si estoy temiendo por mi vida.
A pesar de sus palabras, en la voz de Sebastián no había traza de temor.
Solo había el tono seco y burlón que tanto lo irritaba y enervaba.
— Tu no pareces estar muy temeroso — dijo el doncel mientras el hombre se iba quitando tranquilamente la camisa.
Una extraña expresión se le dibujó en el rostro al hombre, cuando respondió en un tono ocioso que contradecía sus palabras:
— Te aseguró, señor mío, que estoy aterrado.
Echó a andar hacia el doncel.
— No te acerques un paso más — le dijo Ciel nervioso —. No me fió de ti.
— ¿ Como voy a cumplir mis deberes maritales si no me dejas acercarme ?.
Si no lo estuviera mirando de aquella forma....
Ciel sabia que estaba disimulando su enojo hasta que lograra ponerle sus manos encima.
El sólo se había metido en esta trampa y ahora no sabía como salir.
— ¿ Y no me harás ningún daño ? — la voz suave del doncel temblaba de miedo.
— ¿ Daño ?. Difícilmente, señor mío — Sebastián levantó la mano, y el tono de su voz adquirió de pronto un matiz acerado y autoritario —. Y ahora, dame esa maldita arma.
A Ciel le abandonó por completo su coraje y obedeció.
El hombre recogió la pistola y la puso en la mesa de al lado.
— No vuelvas a apuntarme más con un arma — dijo él ásperamente.
— Pues apártate de tu amante — replicó el doncel.
Pero dentro de él, el miedo iba en aumento.
— Zorra insolente, lo que necesitas es disciplina — dijo Sebastián, con un brillo extraño en los ojos —. Y ya se que castigo debo aplicarte.
Ciel le miró alarmado.
Sebastián tenía el rostro inescrutable.
— Oh, Sebastián. Se que estas furioso conmigo por haber echado a Hanna. Pero quisiera hacerte comprender cuanto te amo y lo que sentí al verla aquí contigo igual que...
La mano de Sebastián se volvió hacía el y Ciel se interrumpió, cerrando los ojos y disponiéndose a recibir un golpe.
Sin embargo, los dedos de Sebastián limpiaron tiernamente las lágrimas de sus mejillas y a continuación se elevaron hasta sus sienes y empezaron a acariciarle el rostro.
Luego lo cubrió de besos, ligeros como las alas de una mariposa, sobre sus ojos cerrados y sobre su cabello; en el pelo, en la frente y en la nariz, en sus mejillas y en la curva del cuello.
— Antes de que prosigamos, señor mío — dijo Sebastián con voz rebosante de risa —. Tal vez sería prudente que retirase de tu alcance esto, no vaya a ser que mi ejecución marital no consiga satisfacerte.
El hombre olió perezosamente el cañón, y la risa e esfumó de su rostro.
— Esta pistola acaba de ser disparada — dijo él con sorpresa.
El doncel desvío la cabeza, incapaz de aguantar su penetrante mirada.
— Dime — bromeó Sebastián —. ¿ Has disparando ya contra alguien ?.
La boca de Ciel se quedó seca.
- Sí — susurró el doncel —. Contra Lord Joker.
El rostro de Sebastián volvió a quedar inexpresivo.
— ¿ Mortalmente ?.
Ciel miró al suelo apenado y murmuró:
— No.
— Que contrariedad. Confió, no obstante, en que le habrás herido seriamente.
El doncel levanto la cabeza, sorprendido, hacia el impasible rostro de su esposo y negó.
— Solo pretendía impedirle que avanzara y le apunte al muslo.
Sebastián suspiró.
— Supongo que, como de costumbre, diste en el blanco.
— Sí.
— Mal hecho — Sebastián se encogió indiferente de hombros —. Si se te hubiera desviado el tiro unas pulgadas, habrías evitado a algún otro marido, aparte de mí, muchos disgustos.
Al captar el significado de estas palabras Ciel se ruborizó y dijo:
— Te garantizo que tú, por lo menos, no tendrías motivos para preocuparte.
— ¿ Entonces por que prodigabas tus atenciones a Su Señoría ?.
— Solamente para darte celos — respondió el doncel en un impulso de aquella apabullante honestidad que tanto gustaba a Sebastián a bordo del Golden Drake.
— ¿ Entonces fue ese el propósito del beso que presencie yo esta misma tarde ?.
— No — los azules ojos de Ciel eran suplicantes —. Tú me dijiste que la escena que vi aquella noche entre tú y Hanna en la Casa de la Luna de Miel no era exactamente como me imaginé. Te juro que lo mismo ocurrió esta tarde con Lord Joker.
— Pero tú te metiste en el bosque con él.
— ¡ Yo no hice tal cosa !. Estaba tan trastornado por lo que habías hecho delante de mí que ni siquiera me di cuenta de que me venía siguiendo... Y...
— ¿ Y que ? — presionó Sebastián, con voz fría.
— Que tuve que dispararle por presuntuoso.
— Estoy seguro de que eso desinfló sus presunciones, y no digamos su ardor.
Ciel le miró perplejo.
— ¿ No estas enfadado conmigo por disparar contra Lord Joker ?.
— Lo encuentro muy comprensible. Yo mismo he sentido un par de veces enormes ganas de hacerlo.
— ¿ Ni estas tampoco enfadado por lo de Hanna ?.
Sebastián lo acogió entre sus brazos.
— Querido mío, ¿ Por que iba a estarlo ?. Precisamente cuando no sabía como desembarazarme de ella irrumpes tú y solucionas mi problema de golpe y porrazo.
Ciel echó hacía tras su cabeza y pregunto con indignación:
— ¿ Entonces, por que la trajiste aquí ?.
— Por que estaba borracho y furioso contigo por haber besado al pisaverde inglés.
— ¡ Yo no lo besé !. Fue él quien me besó. También resultó muy desagradable para mí.
Sebastián arrimó sus labios a los de él.
— Déjame hacerlo mejor, amor mío.
Sebastián lo besó tiernamente al principio y luego con gran intensidad, mientras que sus manos peregrinaban por las curvas de la cintura del doncel, enardeciendo su deseo.
Sus labios siguieron fundidos durante un largo rato mientras probaban el goce de su mutuo placer.
Ya apuntaba el alba cuando se apagaron los fuegos de su mutua pasión, largo tiempo reprimidos, y los dos cayeron finalmente en un profundo sueño, abrazándose como si nunca se hubieran separado.
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