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Después de diez breves minutos de descanso, Ciel se sintió lo suficientemente calmado y abandonó el santuario de la casa para unirse al resto de los invitados que ya llenaban el césped.

Cuando bajaba los escalones del poético se puso a escrutar la multitud en busca de caras conocidas y vio el vestido lila de chaconada de Hanna Annafellows sobre el césped debajo de un gran olmo.

Hanna estaba enzarzada en una conversación, al parecer íntima, con un hombre apoyado descuidadamente contra el tronco del árbol.
Tenían las caras muy juntas y su mano descansaba posesiva en su brazo de él.

La atención de Ciel se centro entonces en el hombre que la acompañaba.
Al reconocer a Sebastián, el mundo pareció hundirse bajo sus pies.
Le falló el último escalón, tropezó y se hubiera caído de no estar allí Pembroke para cogerlo.

Estaba tan turbado que apenas se dio cuenta de que era Lord Joker quien había ayudado, ni se detuvo a pensar como apareció tan rápidamente frente a él.

Echó a andar presuroso hacia su marido, como si estuviera caminando en una pesadilla.
Durante la última semana solo había vívido pensando en este momento.

Cuando llegó frente a la pareja le temblaba el labio inferior.

Sebastián no hizo ninguna tentativa por unirse a él, sino que se recostó contra el árbol con un frío desprecio en sus ojos.

Tan conmovido estaba Ciel por aquella inexplicable hostilidad, que solo pudo murmurar un reproche:

— Sebastián, al menos podrías haberme hecho saber tu regreso. Casi he perdido el juicio pensando en tu retraso.

Sebastián se quedó contemplándolo con una mirada tan llena de odio que sintió como si se le helaran los tuétanos de los huesos.

— Me temo, señor, que mi atención a sido desviada por una compañía más placentera — dijo Sebastián acariciando posesivamente con la mano izquierda el brazo de Hanna.

Ciel se quedo mirándole fijamente, incapaz de creer lo que acaban de captar sus oídos.

Hanna le miraba con una sonrisa de triunfo.

Al darse cuenta de que otros invitados los estaban observando, hizo un esfuerzo sobre-humano para no soltar lágrimas.

En vez de llorar logró decir fríamente:

— En tal caso, pido disculpas por haberles interrumpido.

Se volvió y con la cabeza muy alta se fue de allí, consiente de cada paso que daba.
No quería hacer ver a los invitados lo mucho que Sebastián lo había ofendido ni cuanto le importaba.

Sumido de la angustia, no se había percatado de que Pembroke lo seguía a medio paso de distancia.

Lo único que quería era huir de aquellos cientos de ojos que lo estaban mirando.
Debía encontrar un sitio donde llorar a solas su desgracia.

Se encaminó hacía una arboleda de cedros y abedules que limitaba al otro extremo del césped.

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