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Los Connor eran unos anfitriones muy simpáticos y se preocupaban mucho por la seguridad de Ciel.
El doncel no tardó mucho en verse envuelto en las vivaces actividades de la casa.
Los vigorosos cinco hijos de los Connor, que iban desde Philip, de catorce años, a Susan, de cuatro, parecían considerarlo como un miembro más de la familia.
Ciel descubrió enseguida que la esposa del plantador, a pesar de tener esclavos, no se daba un momento de descanso.
Por las noches, sus manos estaban siempre ocupadas haciendo punto o cociendo.
Margaret tenía ahora una ocupación especial.
Solo faltaban unos días para que se celebrará la barbacoa anual que daban los Connor, al que eran invitados todos los plantadores y sus familias de varias millas a la redonda.
Los aparentemente interminables preparativos de este acontecimiento consumían gran parte del tiempo de Margaret.
Ciel ofreció su ayuda en cuanto podía, pero a menudo se encontraba con que las cosas estaban tan bien hechas que él era más un estorbo que una ayuda.
El día siguiente a su llegada a Connor Hall estaba con Margaret ayudándola a preparar dos jarrones de todas para la chimenea del comedor cuando anunciaron la llegada de Lord Joker.
Ciel miró contrariado a Margaret.
Para el doncel, no había nada más repulsivo que recibir las visitas del inglés. A decir verdad, antes solo le había empleado para dar celos a Sebastián.
— Por favor — rogó Ciel —. ¿ No podrías decirle que me encuentro indispuesto y no puedo recibir visitas ?.
Margaret quedó visiblemente sorprendida, pero asintió y dijo:
— Si ese es tu deseo.
— Lo es — afirmó enfático el doncel —. Y por favor, di le que pasaran varios días antes de que pueda recibir visitas, no vaya a ser que vuelva mañana.
Los ojos serenos de Margaret examinaron el rostro de su amigo.
— Y yo que creía que Pembroke te resultaba tan atrayente.
Ciel quedó horrorizado.
— ¿ De dónde sacaste tan descabellada idea ?. No puedo soportarle.
Margaret levantó una rosa sobre el jarrón mientras decidía donde iba a colocarla.
— Me temo que han volado los rumores. Al parecer, le dispensabas muy buenos recibimientos en Willowmere e incluso preferías su compañía a la de tu esposo.
— ¡ Oh, no ! — exclamó Ciel con aire de abandono.
— ¿ No es cierto que ha sido un asiduo visitante tuyo desde el baile de los Midford ?.
— Lo es — admitió inmediatamente Ciel —. Pero solo lo hacia para darle celos a Sebastián.
Este repentino estallido de sinceridad casi lo sorprendió tanto a él mismo como a Margaret
— Esta clase de juego. Ciel, es muy peligroso — el rostro normalmente plácido de Margaret tenia ahora un tinte de reproche —. Y a menudo hace al jugador más daño que nadie.
Ciel levantó la cabeza.
— Pero parecía el único medio para atraer la atención de mi esposo — protestó el doncel.
— ¿ Que dices ? — exclamó Margaret, incrédula —. Eso es el disparate más grande que he oído. ¿ No sabes que fue lo que acalló tan rápidamente en el baile de los Midford los rumores acerca de tu matrimonio ?. Todos vieron que Sebastián estaba locamente enamorado de ti, que vuestro matrimonio no fue una ficción. Está más enamorado de lo que yo le había creído capaz.
Si Ciel hubiera tenido dudas acerca de la veracidad de las aseveraciones de Sebastián antes de irse a Washington, las palabras de Margaret habrían acabado con él.
¡ Oh, su estúpido orgullo, que lo había privado de mostrarle a Sebastián sus verdaderos sentimientos !.
Si hubiera hecho esto desde el principio podrían haber sido muy felices juntos estás tres últimas semanas, en vez de estar miserablemente separados por falta de comprensión.
Sebastián era esperado de vuelta en no más de tres días y cuando se aproximaba el tercero Ciel corría a la ventana en cuanto oía el sonido de algún caballo en la distancia.
Pero quedaba decepcionado.
Sebastián no regreso al tercer día no al siguiente y el doncel empezaba a temer que le hubiera pasado algo.
Margaret trataba en vano de calmarlo, asegurándole que se habría retrasado por alguna razón de peso, pero Ciel no se aplacaba.
Llegó la mañana de la barbacoa y no hubo señales de su retorno.
Ciel, con el corazón partido, salió a ayudar a Margaret a buscar un emplazamiento para las mesas sobre el extenso césped que había entre Connor Hall y Rappahannock.
Incitantes olores subían de los grandes fosos donde se asaban las carnes de buey, cordero y cerdo bajo la dirección de Westlern.
— Ciel — dijo Margaret, con los brazos llenos de aromática menta fresca que acababa de ser cortada para los refrescos que tanto gustaban a los hombres en los días calurosos —. Debo advertirte de que seguramente vendrá Hanna Annafellows a la fiesta. Tenemos por costumbre invitar a todos los plantadores y a sus familias. Conozco a Hanna y sé que vendrá aunque no pueda venir su marido. El pobre Kelvin sufrió una apoplejía en noviembre y tiene los días contados — Margaret se calló, al ver un coche que se acercaba en la distancia —. Si no me equivoco, ahí llega nuestro primer invitado — anuncio —. Vamos, Ciel, hemos de subir a cambiarnos.
La noticia de que Hanna podría asistir a la fiesta obligó a Ciel a descartar su vestido de cotonía rosa y blanco que había pensado llevar, y ponerse otro de fino tejido blanco con pequeñas mangas abombadas y un talle bajo bordado en azul que favorecía mas a su piel de porcelana y a su cabello negro.
El día se había ido poniendo caluroso y húmedo, y unas nubes grises amenazaban en el horizonte cuando Ciel defendía por las escaleras para unirse a los invitados.
Muchos de ellos apagaban su sed con las bebidas refrescantes que había preparado: limonada, refresco de menta, sidra, vino y otras varias.
Ciel acepto gustoso un baso de jarabe de cereza.
Cuando tomaba el primer sorbo vio que llegaba con vivo trote un calesín arrastrado por un caballo pardo.
Uno de los esclavos de Connor corrió a sujetar las riendas y ayudar a defender del vehículos al único ocupante.
Era una mujer con un sombrero pajizo de ala ancha coronado por un extenso lazo lila.
Al apearse y revelar su plena figura al flexible vestido de muselina de chaconada morada, Ciel reconoció en ella a Hanna Annafellows.
Bajo el ala del sobrero que protegía su piel de la acción solar despiadada, algunos mechones de plata jugueteaban en su cara.
La docilidad del cabello contrastaba con la expedición de firmeza que rodeaba a sus ojos y a sus labios gruesos y sensuales.
Hanna iba muy determinada en busca de algo, pensó Ciel al verla mirar tan resueltamente a los rostros de los invitados.
Finalmente, decepcionada, se unió a los demás.
A eso de la una y media se presentó Lord Joker Pembroke, y Ciel se encontró en serios apuros para eludir su compañía.
Por último, desesperado, se refugio en la casa y estuvo dentro varios minutos antes de aparecer en el pórtico de atrás.
Como daba vista al otro lado del río, no era contemplado por los invitados que estaban sobre el césped.
Se sentó en un columpio que había allí instalado, satisfecho de haber burlado la presencia de su Señoría.
Pero su alegría fue corta.
A los dos minutos, Pembroke estaba a su lado y se sentó también en el columpio sin pedir permiso siquiera.
El doncel iba a levantarse, pero Pembroke lo cogió por las manos.
— ¿ Por que después de darme razones para hacerme creer que le era grata mi compañía empieza de repente a esquivarme ? — preguntó.
Ciel quiso soltarse pero Pembroke sujetaba sus manos con más firmeza.
Se sentía enervado por aquella mirada severa y suplicante que había en el hombre.
Era casi la tierna súplica de un zagal enamorado.
Con la mayor suavidad que pudo, el doncel respondió:
— Señor, me temo que ha visto demasiado en la natural amistad que siento hacía un compatriota cuando ambos estamos lejos de nuestro país.
Los ojos del hombre menguaron de tamaño a causa del enojo y miraron hacia otra parte.
Tenía la boca apretada como si estuviera haciendo duros esfuerzos por contener su mal humor.
De repente, sin la menor señal de aviso, lo agarró entre sus brazos y lo besó apasionadamente en la boca.
Durante un momento, el doncel quedo como paralizado por la sorpresa.
Luego, al iniciar el forcejeo para librarse, el hombre se apresuró a soltarlo.
Instantáneamente se puso de pie, y como si adivinara la reacción que iba a tener él, se apartó del columpio, fuera del alcance de su mano.
Ciel ni había sentido nunca tantas ganas de abofetear a un hombre.
Pero su mano desistió de ello viendo que sería incapaz de alcanzar su objetivo.
— ¡ Como se atreve ! — espetó Ciel —. No vuelva más a...
La serie de diatribas que empezó a lanzarle fue cortada por un torrente de disculpas salidas de los labios de Lord Joker.
— Le suplicó que me perdoné... Le juró que no tenia intención de hacerlo... Me temo que sus encantos me hicieron perder la cabeza. Apiádese de mi atribulado corazón y disculpe este momento de locura.
Las palabras fluían suavemente de sus labios, y Ciel sintió un relámpago de triunfo, tan desconcertante como inexplicable, sobre aquellos fríos ojos.
Sus profusas disculpas hicieron poco para aplacar la ira de Ciel, y cuando tocaron a su fin, el doncel espetó:
— ¡ Váyase de mi lado y déjeme en paz, arrogante altanero !.
Pembroke se marchó simulando indiferencia pese a sus andares más bien presurosos.
Al quedarse solo, Ciel descubrió horrorizado que una joven pareja a la que él no conocía había estado observando la escena a cierta distancia.
Otras muchas personas estaban cerca de ellos sobre el césped, y empezó a preguntarse cuantas más habrían sido testigos de aquel beso.
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