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Ciel guió a Gray Dancer hacia el bosque, como si un imán diabólico lo atrajera hacia aquella casa que había en su interior.
Al llegar al sendero que discurría por entre los árboles llamo si atención un movimiento a unos cien metros de distancia.
Un hombre a caballo se ocultó precipitadamente en la espesura de los árboles, pero no antes de que el doncel pudiera reconocer su rostro.
Era Tasao Bernard.
Ciel pregunto nervioso que estaría espiando alrededor de Willowmere.
Westlern Connor le había visto hacer lo mismo el día antes.
Pensó en su deseo de vengar el honor de Grell T. Spears y se pregunto si estaría buscando la oportunidad para tender una emboscada a Sebastián.
La preocupación por su esposo lo obligó a gritar con todas sus fuerzas:
— ¡ Tasao Bernard !, ¿ Que anda haciendo por aquí ?.
No hubo respuesta.
Grito de nuevo y está vez le vio espolear su caballo y salir al galope de debajo de los árboles hacía la carretera que se alejaba de Willowmere.
Lleno de inquietud por lo sucedido, llevo a Gray Dancer hasta la cada de ladrillos rojos que había agazapada el abrigo de los pinos gigantes.
Estaba abierta la puerta y no se oía sonido alguno.
Con pisada blanda y lenta se asomó al interior.
La casa, a la sobra de los altos pinos, era mucho más fresca que Willowmere.
Paso por el salón y entró en el comedor, donde había una mesa preparada con dos cubiertos.
Sobre el aparador reposaban botellas de vino tinto y brandy.
Lentamente siguió por el pasillo hasta el dormitorio donde aquí día había visto a Hanna y Sebastián.
La colcha de la cama había sido retirada.
Sobre el mármol de la cómoda había un par de cepillos del pelo con las iniciales « S. M », grabadas con fluida caligrafía.
Eran los mismos cepillos que Sebastián había usado a bordo del Golden Drake.
Se acercó a un voluminoso armario de nogal que ocupaba un rincón de la estancia y lo abrió, descubriendo docenas de vestidos de las telas más ricas: terciopelos, satenes, sedas, brocados.
Obviamente, eran vestidos que Sebastián guardaba aquí para Hanna.
No eran de la última moda, sino de un estilo opulento, fuera de uso, que al parecer tanto gustaba a Hanna.
Pensó con amargura que Sebastián había dado a su esposo unas prendas muy bellas, pero había sido más generoso con su amante.
Se volvió y se encontró mirando a la cama.
Al pensar en Sebastián haciendo allí el amor con Hanna se sintió de pronto salvajemente celoso.
¿ Sería más apasionado con Hanna que con él ?.
¿ Encontraría una relación más plena ?.
¿ Sebastián desearía satisfacer más a su amante que a su esposo ?.
En aquel momento se dispuso a huir de aquella casa, pero la tormenta que desde hace rato venía amenazando se desencadenó finalmente con un mar de agua, dejándolo allí parado.
Ni tenía más remedio que aguardar a que pasará el turbión.
Se metió en la sala y fue a sentarse sobre un sillón de brazos y respaldo altos recubierto de tejido de quimón.
El mobiliario de la casa era más fuerte y rústico que el de Willowmere, pero en general era un sitio que parecía cómodo y acogedor.
La lluvia aporreaba fuertemente sobre el tejado.
Cuando Ciel era niño y llovía de esta forma disfrutaba sentado sobre el regazo de su papá delante del fuego oyéndole contar historias.
Se acordó con pena de su padre y de todo lo que había aprendido desde su muerte acerca de él, de el mismo y del mundo.
No hay nadie más ciego que el que no quiere ver, había dicho Sebastián, y Ciel había sido muy ciego.
Se hubiera ganado a Sebastián la mañana después de su boda, mada más con tragarse su orgullo y reconocer que lo deseaba.
En vez de ello, lo que hizo fue zaherirle profundamente con sus feroces insultos.
La lluvia había terminado tan súbitamente como empezó.
Ciel, ávido por escapar de allí, salió de la casa y monto sobre Gray Dancer.
Hecho a andar a paso lento por el sendero de entre los árboles.
La temperatura había descendido bruscamente durante la tormenta y la brisa le azotaba ahora el cabello.
Cuando salió del bosque se dirigió a las márgenes del Rappahannock, todavía manteniendo a Grey Dancer a paso lento mientras trataba de poner en claro sus pensamientos confusos.
Cuando vio por primera vez Willowmere se había quedado maravillado pensando en lo feliz que sería la dueña de tan bello lugar.
Ahora sabía que sin el amor del hombre con quién lo estaba compartiendo no encontraba allí más que tristeza.
¿ Quedaría algún modo para recuperar a su esposo ?.
Llegó al borde de unas marismas done sabía que Sebastián iba a casar patos salvajes, y lanzó a Grey Dancer al galope, con la esperanza de que una buena carrera le ayudará a callar sus pensamientos.
Una bandada de ánades grises, espantadas por la invasión de su territorio, se elevó en un enjambre asustadizo.
Dos avetoros despertados de su sueño emitieron ruidosos graznidos de protesta.
De pronto, sin señal e aviso, la silla se desprendió del caballo y Ciel se encontró volando por los aires.
— Oh, dios mío, ¿ Que ocurre ? — pensó aterrado en el momento que se estrellaba contra el suelo.
El aire se le escapó de los pulmones como si hubiera recibido un mazazo en el pecho y el mundo se desvaneció.
Un tiempo después, no sabía cuándo, recobro el conocimiento y trato de despejar la nebulosidad que había en su mente.
¿ Por que estaba ahí caído entre las altas llevas de la marisma ?.
El terreno mojado y blando que tenía debajo había empapado su camisa y pantalónes.
Quiso moverse, pero su cuerpo parecía no obedecerlo.
Le dolían terriblemente los miembros y notaba fuertes punzadas en la cabeza.
Sentía como si le hubiera pasado por encima una manada de bueyes.
Al aclararse su mente se acordó de que se había caído del caballo, pero no recordaba más después de dejar la casa del bosque.
Grey Dancer no daba señales de vida por ninguna parte.
Varias preguntas sueltas revoloteaban dentro de su mente ofuscada.
¿ Como regresaría a Willowmere ?.
¿ Se molestaría acaso Sebastián en buscarlo ?.
Ahora que le había evitado casarse con Grell ya no tenía necesidad de él.
Aunque saliera en su busca, ¿ Había posibilidad de encontrarlo en aquel lugar oculto de las marismas ?.
Volvió a perder el conocimiento y cuando la recobró de nuevo oyó el ladrido de perros en la distancia.
Alguien los debía de estar ejercitando en la caza.
El ladrido de los podencos se hizo más fuerte y oyó el percutir de cascos de caballo detrás de los perros.
De repente Ciel sintió los perros sobre él, olisqueandolo y tocándolo con sus patas, al tiempo que formaban un clamoroso griterío.
Cesó el sonido de los cascos a pocos pies de distancia y en seguida apareció Sebastián arrodillado junto a él, con el semblante demudado.
Nunca le había visto de esta forma.
Sin embargo, cuando hablo lo hizo con voz tierna:
— ¿ Te golpeaste la cabeza al caer ? — pregunto, apartándole el cabello de la frente.
El doncel trato de pensar, pero finalmente tuvo que admitir:
— No sé... Es todo... Tan confuso. Creo que no.
Los dedos de Sebastián fueron palpando el cráneo, por debajo del cabello, y luego le tocaron el cuerpo en busca de huesos rotos o hinchazones.
Al lado se detuvo otro caballo y el doncel oyó la voz de Plúto que preguntaba:
— ¿ Está bien, Sebastián ?.
— No parece haber recibido ningún golpe en la cabeza ni tener nada roto — contesto —. Creo que se le puede mover sin peligro, solo se quedó privado de aire — lo miro directamente a los ojos le quitó tiernamente las hierbas que había en su rostro —. Dime qué ha sucedido.
Ciel cerro los ojos tratando de hacer memoria.
— No sé. Iba cabalgando y de repente me vi volando por los aires.
— Sebastián, venga aquí — la voz de Dunlop desde cierta distancia le llamaba con urgencia.
Sebastián se alejó y enseguida oyó a los dos hombres que consultaban en un tono tan bajo que era imposible oír lo que estaban diciendo.
Luego, las voces se acercaron a él doncel y este pudo oír a Sebastián que decía:
— Afortunadamente, la caída fue sobre terreno esponjoso y blando. Sí hubiera caído en cualquier otro sitio, podía haberse matado. Vuelva a Willowmere y traiga una careta para trasladarlo. Y dígale a John que mande enseguida a un esclavo en busca del médico.
Ciel oyó que se alejaba un caballo y Sebastián volvió junto a él.
Tenía el rostro más serio que cuando le arrojó el vaso de vino.
El doncel quiso eludirle, preguntándose si no estaría enojado Sebastián a causa de aquel incidente.
Tal vez quisiera discutirlo con él ahora que estaba solos.
— ¿ Que pasa ? — pregunto Ciel con voz baja y temblona.
— Nada.
Sin mucho éxito, Sebastián trato de forzar una sonrisa.
— Lo siento ... — empezó AA decir el doncel, pero se vio acosado por un incontrolable temblor.
Sebastián lo rodeó con sus brazos y lo estrecho contra su pecho tratando de prestarle algún calor de su cuerpo.
— Lamento haberte causado tantas molestias — dijo Ciel con voz débil —. Jamás me había caído de esa forma.
Sebastián sonrió y dijo bromeando:
— Como vez, querido, no eres una inefable amazona que te habías imaginado. ¿ Por donde fuiste ?.
— A lo largo del río — repuso evasivamente Ciel, no queriendo decir donde había estado.
— ¿ Y dónde te paraste ?.
— En la casa del bosque.
Esperaba que se encolerizara contra él por haber invadido su santuario privado que reservaba para Hanna, pero Sebastián siguió hablando con voz desinteresada, como si tratara de hacer conversación.
— ¿ Estuviste allí mucho tiempo ?.
— No estoy seguro. Nada más llegar empezó a llover. Supongo que una hora, en total.
La voz de Sebastián, cobro de pronto un tono áspero.
— Te prohibí que cabalgaras solo. ¿ Por que me has desobedecido ?.
El doncel quedó desconcertado por aquel súbito cambio de talante.
— No tenía pensado ir muy lejos — susurro él.
— Yo diría que esto estaba bastante lejos.
Para su consuelo, Ciel oyó que se acercaba una carreta de caballos.
Entre Sebastián y Dunlop lo alzaron cuidadosamente y lo depositaron sobe el piso del carro.
Debajo habían puesto previamente un lecho de paja y un edredón acolchado.
Cuando llegaron a Willowmere, el propio Sebastián lo subió en brazos hasta arriba, entro en el cuarto de Ciel y lo depósito en la cama.
Luego se sentó a su lado hasta la llegada del médico.
Este era un hombre delgado y nervioso, que parecía hecho de piezas unidad apresuradamente.
Llevaba la corbata mal anidada y su chaqueta de paño negro parecía habérsela ido poniendo por el camino.
Cuando fue introducido a la habitación de Ciel venía casi sin resuello.
Después de reconocerlo confirmo la diagnosis de Sebastián.
No tenía ningún hueso roto ni parecía haber sufrido daño en la cabeza.
— Le dolerá durante un par de días — le dijo a Ciel —. Pero no sé impaciente. Usted es joven y enseguida se pondrá como nuevo.
Después de marcharse el médico, Sebastián volvió a sentarse junto a la cama.
Cuando Ciel quiso discutir las causas del accidente, Sebastián se limitó a encogerse de hombros con indiferencia y decir:
— Todos nos caemos del caballo alguna vez. Olvídate de ello.
Cuando subió John con la bandeja de su cena, Ciel quedó sorprendido al ver que no solo traía caldo, te y un flan para él como también un sustancial refrigerio para Sebastián.
Al acordarse de los dos cubiertos que había en la mesa de la casa de bosque, supo que, sin proponérselo, había evitado que Sebastián cenará está noche con su amante.
— Siento haberte privado de acudir a una cita importante — dijo pícaramente Ciel.
— No era nada importante — respondió Sebastián en tono alegre, llevándose a los labios el vaso de vino.
Al hacer esto, Ciel recordó con horror el mal final que había tenido su anterior comida juntos.
Repentinamente bajo la cuchara.
— ¿ Que pasa ? — pregunto Sebastián alarmado —. ¿ Te encuentras peor ?.
El doncel se inclinó adelante y le tocó la mano.
— Sebastián, siento mucho lo que te hice este mediodía comiendo. Te juro que no me di cuenta de que tenía el vaso de vino en la mano hasta después de arrojartelo.
Abarcando con una sola mano las dos del doncel, Sebastián dijo cariñosamente:
— Ni me acuerdo ya de eso. Pero me temo que fui yo quien te provocó — hizo un gesto —. Has de prometerme que no volverás a hacerlo. De lo contrario, deberé de comprarme un surtido más extenso de corbatas.
Cuando retiraron la bandeja, el doncel se tendió sobre los almohadones y retuvo la mano de Sebastián entre las suyas, sujetándola con ahínco, resuelto a mantenerlo el mayor tiempo posible de aquella noche separado de Hanna.
Pro casi inmediatamente, vencido por el cansancio, cayó en un sueño inquieto y de pesadillas.
En una era perseguido, a lo largo de un túnel cada vez más estrecho, por un hombre armado de una espada con el rostro cubierto por una máscara.
Cuando el túnel se hacía tan angosto que no le permitía seguir adelante, se vio obligado a volverse y mirar a su perseguidor enmascarado, que blandía la espada para cercenarle la cabeza del cuello.
Lanzó un grito penetrante y se despertó en un estado de agitación desesperada.
Enseguida lo sujetaron unos brazos consoladores.
— No pasa nada, amor mío — murmuraba Sebastián dulcemente, acariciando su largo cabello húmedo —. No es más que una pesadilla.
El doncel, se agarró a él temblando.
— Estoy tan asustado, Sebastián — y le refirió la pesadilla del hombre enmascarado —. Perecía todo tan real...
— Ya vez que solo fue un mal sueño — lo consoló.
Su cara parecía suave a la parpadeante luz del velón que habían dejado encendido junto a la cama.
Ciel apoyo su cabeza contra el pecho de Sebastián y, al mirar hacia abajo, vio con sorpresa que estaba desnudo.
Su mente giraba confusa.
Sebastián había estado durmiendo en la otra habitación, en la de él.
No sé había ido a buscar a Hanna, si no que había permanecido en Willowmere para estar cerca de él. Ciel se vio envuelto en una oleada de dicha, y le abrazo desesperadamente.
— Por favor, no me dejes — le rogó —. Tengo miedo.
Sebastián miró escéptico a la cama tan estrecha.
— Me temo que está cama es demasiado reducida para dar cabida a los dos. ¿ Quieres que te ponga en la mía ?.
Ciel asintió, sin soltarle.
Sebastián lo alzó en sus brazos y lo transportó a su dormitorio, depositándolo sobre la amplia cama de dosel.
Las sábanas todavía conservaban el calor de él.
Se acostó junto al doncel y lo atrajo tiernamente hacía la protección de sus brazos donde, aliviado por la proximidad de su cuerpo, Ciel pronto se quedó dormido otra vez.
Sebastián continúo despierto mucho tiempo, aspirando el aroma que el doncel desprendía, que le era mucho más dulce que el de ninguna flor.
No había sido capaz de admitir lo grande y profundo que era este amor, ni siquiera para él mismo, hasta esta noche cuando vio que Grey Dancer volvía a Willowmere sin silla y sin jinete.
Por un instante había sentido como si él mismo hubiera muerto.
Pidiendo como un loco su caballo y sus podencos se había lanzado frenético en busca de Ciel.
No podía soportar el pensamiento de que tal vez lo hubiera perdido antes de haberlo ganado.
Cuando lo encontró tendido y blanco entre la alta hierba de las marismas, temió lo peor.
Pero luego que vio que se habrían sus ojos parpadeantes y le miraban.
Fue entonces cuando comprendió que tenía que encontrar un medio para enterrar las diferencias que los separaban.
Su amor por el era infinito y se lo demostraría como fuera.
La inquietud que sentía por la seguridad del doncel había sacado a la superficie sus verdaderos sentimientos.
Que triviales parecían ahora todas sus pendencias y malos entendidos.
Lo único que importaba era que él estuviera sano y salvo.
De algún modo, la pesadilla de Ciel había estado más cerca de la realidad de lo que él creía.
Su caída de Grey Dancer no había sido un accidente.
La cinta de la silla había sido cortada casi en su totalidad para que acabará de romperse en canto el caballo iniciará un galope.
Afortunadamente, había llevado el caballo al paso hasta que llegó a las marismas.
De haberle dejado galopar entre los árboles, a buen seguro que Ciel se habría matado.
No queriendo alarmarlo, Sebastián no le había contado toda la verdad acerca de su caída.
¿ Quién querría matarlo y porque ?.
Sebastián se acordó inmediatamente de Trancy, pero enseguida desecho tal posibilidad.
Aún cuando el duque hubiera sabido por Alois el paradero de Ciel y hubiera enviado hombres en su busca, todavía no habrían tenido tiempo de llegar a América.
Además, quienquiera que hubiese cortado la cincha, su intención había sido matar a Ciel.
Sebastián dudaba mucho de que Trancy se confirmará con verlo muerto en un país tan lejano.
No, llo querría de vuelta en Inglaterra donde pudiera aplicarle personalmente sus torturas y recrearse en su dolor.
¿ Pero quién querría hacerle daño a Ciel ?.
Casi seguro que la cincha había sido cortada mientras se detuvo en la Casa de la Luna de Miel.
¿ Pero quién sabía siquiera que el doncele estaba allí ?.
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