☆ 40 ☆
Al despertarse Ciel, los primeros rayos grises de la luz del día serpenteaban dentro del dormitorio.
Sebastián había apartado a un lado la sábana, dejando al descubierto su fuerte pecho pálido desnudo.
El doncel aprovecho la ocasión para examinar su forma durmiente.
Durante el sueño, su cara estaba relajada y su cabello negro se ensortijaba de manera anárquica.
« Aparte de lo que Sebastián puede ser, no ha duda de que tiene una hermosa figura de hombre ». Pensaba el doncel con una perversa punzada de orgullo.
Abrió los ojos y al ver que el doncel le estaba observando se mofo con una mueca burlona:
- ¿ A disfrutado mucho en su casta noche de bodas, mi bien amada ?.
Toda la vergüenza y resentimiento que sentía hacia el hombre salió a la superficie en aquel instante.
Era insolente, arrogante e insufrible.
- Ha sido una noche de bodas muy peculiar... - empezó a decir acaloradamente, pero lo corto.
- ¿ Se creía tan irresistible como para que ningún hombre pudiera frenar sus impulsos a la vista de su cuerpo desnudo ? - su desdén lo dejo herido y sin palabras -. A lo mejor desea suplicar por mis atenciones amorosas.
Estas palabras elevaron aún más la fuerte tensión que estaba experimentando su carácter.
El doncel salió fuera de la cama, proporcionando a Sebastián una visión generosa de sus bien formadas piernas, muslo y caderas.
Aún que el deseo de Sebastián estaba inflamado al máximo, no dio muestra de ello.
A Ciel no se le ocurrió otra cosa sino herirle, como ese hombre lo había herido a él.
Le asaeteo con una ristra de vituperios casi incoherente, que iba desde su baja condición en la vida social hasta las suficiencias que,a no dudarlo, tendría como amante.
- ¡ Es usted un arrogante y necio fanfarrón !, ¡ Jamás podría hacer que yo le deseé, rudo granjero ! - exclamó -. Puede estar bien seguro de ello.
Ante la fiereza de semejante ataque, el desconcertado Sebastián tomo una resolución, poseído por el deseo de demostrar a esta vivorá altanera la enorme falsedad de las palabras que acababa de dirigirle.
¡ Vaya si le enseñaría la manera de que su cuerpo se muriera de ansias por el !.
Sus ojos relampagueaban con tal intensidad, que Ciel comprendió pronto que había ido demasiado lejos.
Se quedó corto de repente y le miró lleno de temor.
Sebastián se bajó de la cama.
- Le demostraré la estulticia de sus ofensivas palabras, señor - dijo con los dientes apretados.
Estaban tan cerca el uno del otro, que Ciel sentía sobre él, el aire caliente de su resuello.
Con sus potentes manos agarró la camisa de Ciel y la desgarro quitándosela de su cuerpo.
El doncel quedó en pie, tan desnudo como él.
El cuerpo del doncel, fue minuciosamente escrutado por los ojos carmesíes e insolentes de Sebastián.
Con las mejillas despidiendo fuego, Ciel trataba de tapar su desnudez con sus brazos, pero el hombre se agarró a ellos, los levantó por encima de su cabeza y lo empujó hasta tenerlo de espaldas sobre la cama.
Quiso resistirse, pero él era mucho más fuerte y lo inmovilizó con facilidad.
- Si no me suelta gritaré - susurro Ciel.
- ¿ Y que va a decir, querido mío ? - con una de sus anchas manos sujeto las dos del doncel y la otra la posó encima de un muslo -. ¿ Que su esposo reclama sus derechos conyugales ?, ¿ Sabe la respuesta que obtendrá semejante petición de auxilió ?. Pies que el marido sea más enérgico ante tal negativa.
Ciel sabía que era cierto.
Nadie se entrometeria. Sin embargo, no quiso ceder.
Su lengua le había servido de arma hasta entonces y seguiría usándola.
- Eso quiere decir que piensa forzarme con el pretexto de ser mi esposo. Yo creía que usted no forzaba a los donceles contra su voluntad.
- No lo tomare contra su voluntad - replicó fríamente -. Solo voy a demostrarle lo mucho que me necesita.
- ¿ Que le necesito ?, ¡ Esta loco ! - espetó el doncel, todavía esforzárndose por soltarse.
- Lucha contra mí por que teme a descubrir la verdad sobre usted mismo y su deseo hacia mi.
Aguijoneado por la idea de que había mucho más de cierto en esta acusación de lo que el doncel se dignaba a admitir, se quedó rígido y pasivo bajo de él, resuelto a que su cuerpo no emitiera ninguna respuesta.
Las manos de Sebastián comenzaron a acariciar su cuerpo y, pese a sus ojos coléricos, actuaban con extraordinaria suavidad.
La ternura con que le acariciaba removía un placer dentro del doncel que lo agitaba hasta lo más hondo de su ser.
Ciel se contorcía y se abrasaba de placer bajo su contacto, cogido ahora por las olas de su propia pasión despierta.
Estaba siendo transportado por una fuerza superior a él, a la que no podía ni comprender ni dominar.
Jamás comprendería como sucedió, pero de pronto sus brazos se entrelazaron alrededor del hombre, asiéndose a su cuerpo, a la vez que le devolvía los besos con el mismo ardor que los que él recibía, y sus manos libres e inexpertas le acariciaban.
El fuego de la respuesta del doncel y el deseo de él acabo consumiendo la ira y el control de Sebastián.
Ahora lo quería como no había querido antes a ningún doncel.
Se incorporó sobre el y al hacer la penetración Ciel se puso rígido y quiso desesperadamente retirarse al darse cuenta demasiado tarde de hasta donde lo había llevado su pasión.
- No - gimió.
Pero era ya tan incapaz de contenerse como lo habría sido para detener un terremoto.
Los labios de Sebastián se cerraron sobre los de Ciel y silenciaron sus gritos de protesta.
Mientras el doncel se agitaba debajo, él murmuraba palabras suaves y tranquilizadoras.
Luego, con un impulso arrollador que traspaso la barrera virginal, acabo poseyendolo.
Ciel, al principio, sintió una sensación aguda y penetrante. Pero entonces la pericia de Sebastián inflamó su dormido anhelo, y su cuerpo, casi involuntariamente, empezó a responder.
Finalmente, cuando pensó que no podía soportar un momento más la tensión que se estaba acumulando dentro de él, fue mecido por los espasmos que brotaban con ímpetu desde las profundidades de su ser.
Se quedó como envarado, su respiración saliendo en jadeos cortos y rápidos.
Gimió de éxtasis y se entregó a una serena satisfacción más grande de la que nunca había conocido.
Durante un buen rato, Sebastián permaneció pegado a él doncel, en un solo cuerpo, remiso a romper su unión.
Cuando finalmente se separó de él, rodó sobre un costado, se apoyó sobre un codo y se quedó mirándolo maravillado.
El doncel yacía como si estuviera suspendido en trance.
Tenía los ojos cerrados y su hermoso rostro parecía saturado por el éxtasis que acababan de encontrar juntos.
Sebastián había sospechado que Ciel podría ser un joven apasionado, pero el fuego de su respuesta le asombro.
Si ahora podía alcanzar tan alto grado de placer, se estremecía tan solo de pensar que dicha tan grande les esperaba a medida que fueran creciendo su voluntad y experiencia.
Ciel abrió los ojos y miró hacia arriba a Sebastián, que le estaba contemplado de cerca.
La extraña expresión que había en sus ojos la interpretó el como una señal de triunfo.
¡ El muy bribón e insolente se estaba recreando en el mal ajeno, en el de él !.
Su satisfacción se convirtió en enfado.
Este hombre, que no lo amaba en absoluto, lo había conquistado con leve esfuerzo. Antes había afirmado, pleno de confianza, que él acabaría suspirando por él.
Con cuánta facilidad lo había logrado nada más molestarse en intentarlo.
No se había dignado intentarlo en su noche de boda, ni lo habría hecho hoy si él no le hubiera aguijoneado con sus insultos.
Que satisfecho debía de estar de si mismo.
Lo más irritante de todo era saber que habíase traicionado a sí mismo y a su padre por un hombre que no abrigaba ningún afecto hacia el.
Su angustia y humillación hervían hasta rebosar.
Estaba pálido solamente de pensar que este hombre podía fácilmente disponer de su cuerpo y hacerle ignorar todo lo que para él era querido.
- ¡ Usted me forzó ! - grito el doncel iracundo, a sabiendas de que eso no era enteramente cierto, pero demasiado disgustado con el mismo para preocuparse de la verdad.
Sebastián lanzó una risa baja e indulgente.
- Si a sí es su respuesta a una violación, querido mío, no puedo ni imaginarme lo que pasará cuando lo haga voluntariamente.
- Es usted intolerable - grito Ciel, y su furia resultaba más intensa al saber que las palabras burlonas de Sebastián estaban justificadas -. Me forzó a quebrantar mis promesas.
- Siempre está hablado de sus promesas - dijo Sebastián irritado -. ¿ Son las mismas misteriosas promesas que tan resueltamente estaba dispuesto a mantener a bordo del Golden Drake ?.
- Si - afirmó el doncel en voz alta.
- Por la manera de conducirse respecto a ellas, estoy empezando a temer que me he acostado con una monja. ¿ Son acaso votos religiosos ?.
- No, ciertamente no. Se los hice a mi padre en su lecho de muerte.
Al oír mencionar a su padre, los ojos de Sebastián se redujeron en tamaño.
- ¿ Y de que naturaleza son esos votos ?.
- De que no me casaría si no era con un hombre de buena familia, y de que yo ...
El cuerpo de Sebastián se puso rígido y sus cejas se juntaron.
- ¿ Que diablos de bueno tiene su familia ?. Yo al menos no me juego a mis parientes a las cartas ni las vendo como remeras.
Estas severas palabras no lograron contener la lengua de Ciel.
- Y sin embargo, puede que esté empezando a llevar a su hijo en mis entrañas - grito.
- ¿ Y que habría de malo en ello ?. Yo no soy contrario a tener un heredero.
- ¡ El heredero de una pocilga de cerdos ! - con palabras solo medio coherentes, Ciel relato la historia sobre las expectativas de su padre respecto al hombre cuya sangre había de correr por las venas de sus nietos -. Y usted - grito amargamente -. No es un progenitor digno. Usted no es más que...
El rugido rabioso de Sebastián ahogó sus palabras.
- ¡ Con que no soy un progenitor digno ! - bramó con tanta furia que parecía conmoverse la habitación.
El terrible aspecto de sus ojos le decía a Ciel que acababa de abofetearle con el peor insulto de su vida.
Le había herido en lo más hondo de su orgullo.
- ¡ Escuché, jovencito desgraciado ! - tronó -. Lo salvé de la perdición, y de algo peor. Lo rescate del mequetrefe de su primo que habría vendido su cuerpo como si fuera una yegua. Lo he convertido en mi esposo, cosa que muchos y muchas se han esforzado por conseguir. Acabo de darle un placer que no había recibido nunca... ¡ Y aún tiene la desfachatez de decirme que no soy un digno padre para sus hijos ! - Sebastián estaba demudado de rabia -. Le juro que le haré pagar su estúpido orgullo.
Se retiró del doncel y se fue a grandes zancadas hasta el armario, abriendo con tanto hainco sus puertas que casi las arranca de sus goznes.
Luego se volvió a mirarlo.
- Le prometo, señor, que ya no tendrá que preocuparse por mis atenciones. Si alguna vez quiere tener el placer de mi amor, si algún día desea concebir un niño, tendrá que suplicármelo de rodillas.
Sebastián se volvió hacia el ropero y agarró sus prendas.
- Levántese - ordenó a Ciel -. Quiero llegar a casa esta noche y todavía nos queda un largo camino por andar.
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