✧ 30 ✧
A Ciel le asignaron la habitación vacante que había inmediatamente a la de Alois, que era todavía más pequeña y sórdida que la de este.
Alois se encogió de hombros.
— Es cuánto puedo permitirme — dijo el, adusto —. Esto no es Northlands ni el palacio del duque Trancy, pero fuiste tú el que decidió abandonar aquello.
Cuando le dijo a Alois que necesitaba en seguida tener documentos demostrativos de que el era su tutor, para sorpresa suya vio que accedía sin dudarlo.
— Tengo un amigo abogado que podría encargarse — dijo el —. Iré a verle de inmediato.
Ciel le dio una mirada aguda, sospechando la súbita afabilidad de Alois, y se quedó mirándole lleno de vagos recelos al verle salir tan decidido.
Ya era casi de noche cuando vio que regresaba.
Al aproximarse a la pensión, se le acercaron dos hombres malcarados y vestidos andrajosamente y se pusieron a caminar a su mismo paso.
En vez de dirigirse a la pensión, el trio se salió de la calle y se dirigió hacia un grupo de árboles que había detrás de la casa.
Cada uno de aquellos hombres agarraba a Alois por un brazo y parecía conducirle por la fuerza.
Ciel bajo corriendo las escaleras, y ya estaba a punto de ir a su encuentro cuando Mrs. Murphy le contuvo.
— No sea tonto y no se mezcle con lo que no es de su incumbencia — dijo con descaro —. Ese par son amigos de juego. No es la primera vez que vienen en su busca.
— No parecen acreedores ricos — dijo Ciel.
— A su primo no le importa la clase social de quienes le prestan dinero.
Ciel vio como el trio desaparecía entre los árboles.
Al poco rato oyó un grito.
Era la voz de Alois.
Sin hacer caso de las advertencias de Mrs. Murphy echo a correr hacia los árboles, guiándose por los quejidos de Alois.
La veneración era espesa y los arbustos se prendían en sus ropas según iba corriendo, pero Ciel no les prestaba atención ni pensaba en el peligro que podía acecharlo.
En lo único que pensaba era en encontrar a Alois.
Estaba casi encima de ellos cuando lo vio.
Aquellos hombres lo habían despojado de la chaqueta, chaleco y camisa, cuyas prendas yacían amontonadas en el suelo, y le habían atado a un árbol.
El más pequeño de los dos empuñaba un látigo de nueve colas.
Corrió junto a él y le agarró del brazo en el momento que lo alzaba para azotarle.
— Deténgase — grito el doncel, colgándose del brazo.
El hombre lo miro estupefacto con su único ojo bueno.
Sobre el ojo izquierdo llevaba un parche.
— ¿ Eh, que tenemos aquí ?.
— Deténgase — volvió a ordenar Ciel —. Déjenle en paz.
— Es tan valiente como bonito — comento su compañero, un hombre corpulento de recios y nudosos músculos, con varias cicatrices en el rostro como claro testimonio de la vida violenta que llevaba. Lo miro de reojo, se echó a reír y dijo —: Claro, ahí le tienes, es todo tuyo. Este es solo un pequeño aviso de lo que le va a suceder si dentro de setenta y dos horas no paga lo que le debe a Jumpo.
Saco una navaja de su pretina y corto las cuerdas que sujetaban a Alois contra el árbol.
Alois se encogió gimiendo como un animal herido, hacho un ovillo sobre el terreno.
El más alto le asestó un puntapié con su recia bota y los dos desaparecieron.
Paso un bien rato antes de que Ciel logrará ponerle en pie. Ayudándole a andar, le fue casi arrastrando hasta la pensión.
Ya en su cuarto le lavó y limpio la espalda.
Ciel compendio que aquellos hombres no habían hecho más que darle una sería advertencia.
Aún que tenía en la espalda algunos feos verdugones, no estaba despellejada como habría estado si le hubiesen pegado con furia.
A pesar de ello, Alois se quejaba como si le hubieran arrancado la piel a tiras.
— ¿ Que puedo hacer ? — sollozo Alois.
— ¿ Cuánto le debes a ese Jumpo ? — le pregunto Ciel, pensando que la cantidad de sus exiguos ahorros tendría que sacrificar para salvar a su primo.
— Más de mil libras.
Ciel se quedó sin aliento.
— Alois, por lo que más quieras. ¿ Que podemos hacer ?.
— No lo sé. Ya no hay quien me preste más. Solo con que pudiera hacerme una pequeña apuesta... No puede tardar mi buena racha de suerte.
Lo decía con los ojos brillantes, con los ojos de un soñador que ha perdido el contacto con la realidad.
Cuando Ciel termino de curarle, Alois continuo tumbado boca abajo gimiendo hasta que vino Mrs. Murphy y le dio un brebaje de láudano para que durmiera.
Un instante antes de dormirse le dijo a Ciel en un murmullo:
— Casi lo había olvidado. Conseguí los papeles que querías. Están en ese sobre que he traído conmigo. Tienes que firmar uno de ellos.
Ciel se precipitó hacia el palanganero donde había dejado las ropas de su primo y el sobre.
Eran unos documentos de aspecto muy oficial adornados con sellos muy atractivos.
El documento que requería si firma decía que él aceptaba a Alois como su tutor.
Ávidamente cogió una pluma para firmarlo, pero mientras estampaba su nombre fue invadido por una oleada de zozobra.
Tenía miedo de ponerse bajo el control de Alois.
Este se había convertido en un hombre débil, sin sentido del bien y de mal.
Sin embargo, la tutoría de su primo era su única alternativa.
Se puso a considerar su actual situación.
No podía depender de la ayuda de Alois, y su pequeña herencia no duraría mucho.
Pregunto a Mrs. Murphy si sabía dónde podría empezar a buscarse algún empleo, pero la anciana se limitó a mirarlo de arriba a bajo.
Exigiendo sus dientes rotos y manchados, dijo mirando de soslayo:
— Solo conozco una clase de trabajo para un joven doncel del aspecto suyo. Y no le faltaría faena. Aquí hay más de un hombre sin esposa o esposo, deseoso de que alguien se ocupe de sus necesidades.
Aquella noche se acostó con el corazón oprimido.
¡ Como echaba de menos la fortaleza y protección de Sebastián !.
Pero nada podía hacer ya.
Ahora estaba solo y tenía que aprender a sobrevivir.
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