✧ 27 ✧
El Golden Drake hizo su entrada en la bahía de Chesapeake, lo cual indicaba que el final del viaje estaba cerca.
Sebastián se había levantado antes del alba en su ultima mañana a bordo, deseoso de contemplar las costas de su querida Virginia cuando el Golden Drake pasará frente a ellas rumbo a Baltimore.
Ciel, al despertarse con las primeras luces del día, quedo sorprendido al ver que el hombre ya estaba vestido y dispuesto a abandonar el camarote.
— Atracaremos a media mañana — dijo Sebastián cuando se iba.
Ciel se levanto y se puso a mirar por la portilla la nueva tierra.
Mientras la escrutaba sintió una punzada de anticipación.
Pese a los perjuicios de su padre contra esta tierra, a partir de ahora iba a ser su hogar y tenia que adaptarse a ella.
Ojo abrirse la puerta y, al volverse, se encontró ante la cara sonrojada del Visconde Druitt.
— ¿ Como se atreve a entrar aquí ? —pregunto furioso ante tal intromisión —. Váyase.
— No se preocupe —. Parecía no darse cuenta de la indignación de Ciel —. Acabó de ver a su esposo en cubierta.
Los ojos del Vizconde estaban fijos en el cuerpo de Ciel, reveladoramente cubierto solo por el camisón de dormir y sin ropa interior por debajo.
Ciel sentía mas rabia que miedo por semejante audacia.
— Es usted osado e impertinente hasta lo inaudito — exclamó el doncel —Y ahora váyase.
Parecía como si aquello se lo hubiera dicho a una estatua.
— Tendremos nuestro momento juntos antes de separarnos — dijo Druitt, saliendole las palabras atropelladas —. No lo defraudare.
El Vizconde se tambaleaba ligeramente al acercarse al doncel.
Y Ciel se dio cuenta de que olía fuertemente a alcohol.
Agarrándolo en un torpe y desmarañando abrazo, dijo al tiempo que relamía sus labios;
— Tiene que comprender el que no lo haya reconocido en público. Mi posición como hijo de un Conde no me permitiría ser visto con el esposo de un granjero. Pero lo he deseado... Oh... Yo...
— Esta usted completamente loco — grito Ciel mientras luchaba para librarse del abrazo —. Y además ebrio.
— Hemos estado celebrando en final del viaje y he bebido un poquito mas de la cuenta — protesto el Vizconde, intentando besarlo en medio del forcejeo.
Ciel logro soltar su mano derecha y con ella le propinó una recia bofetada en el rostro.
Esto pareció confundirle y aflojó su presa sobre él.
— Debería sentirse honrado de que yo, el hijo de un Conde, se haya dignado a fijarse en usted — se lamento en tono dolorido.
A Ciel le ahogaba la rabia ante aquella fatuidad.
— No deseo semejante honor — dijo el doncel, acando de soltarse violentamente.
Quiso huir, pero Druitt logro agarrarse a su camisón y le desgarro un buen trozo.
La visión de aquel cuerpo semidesnudo pareció llevar a Druitt, más allá de la locura y se aferró al doncel codiciosamente con los ojos en blanco, intentando echarlo sobre la litera.
Ciel se retorcía y le golpeaba con los puños, pero al ser un hombre mas grande y fuerte que él, fallaba en alejarlo monumentalmente.
Druitt se desabrocho atropelladamente los botones del pantalón y forzó la separación de sus piernas.
Quiso consumar el acto pero su frenesí de ebrio le impidió encontrar su objetivo.
La puerta se abrió con un fuerte estrépito y apareció Sebastián violentamente, con todo el aspecto de un demonio vengador.
Con los ojos poseídos de rabia agarró a Druitt como si fuera un muñeco de trapo, le lanzó en alto y golpeó su rostro con un puño de roca.
Ciel oyó un crujido cuando el piño encontró su destino.
Druitt lanzo un grito ahogado de dolor y luego quedo como inerte en los brazos de Sebastián, sangrando por la nariz.
Después de abrir la puerta del camarote, Sebastián arrojó al desafortunado Druitt fuera, como si se tratara de un indeseable saco de desperdicios, y cerro la puerta de golpe.
Se aproximó inmediatamente a Ciel, quien estaba arrebujado en su ligera.
Intento cubrirlo con su ropa, pero nada más tocarlo, el doncel se retiró presa del miedo.
Temblaba tanto que Sebastián se dio cuenta de que no iba a conseguir vestirlo.
Cogió una manta de su propia litera y lo envolvió en ella.
A continuación le rodeo con sus brazos.
El doncel trató de rechazarle.
— No le haré ningún daño, Ciel —. La voz del hombre era compasiva y tranquilizadora —. No todos los hombres son tan necios y brutos como ese.
Ciel se agarró a Sebastián desesperadamente y se puso a llorar con grandes sollozos.
Mientras las manos suaves de Sebastián le acariciaban el cabello, y su voz le murmuraba cariñosamente al oído.
Ciel empezó a sentirse seguro en sus brazos. Seguro y cómodo.
Se asió del hombre, deseando que nunca le soltara.
Cuando hubo remitido su llanto, Sebastián lo depósito tiernamente sobre la litera y vivió a masajear su cabello húmedo.
Se acercó al aparador y le preapro un poco de brandy.
— Beba — dijo ofreciéndole el vaso —. Esto lo ayudará.
Mientras sorbía el fuerte licor, sus ojos contemplaban a Sebastián por encima del bornde del vaso.
De pronto el doncel alzó su mano y le toco el brazo.
— ¿ Querrá aceptar una palabra de agradecimiento ? — preguntó en voz baja —. ¿ Que le parece si formáramos una tegua ? .
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