✧ 26 ✧
Una tarde, cansado de tanto hacer labores, Ciel se puso a buscar la colección que Sebastián tenía de obras de Shakespeare, pero no la encontraba.
Dedujo que los tendría dentro de su baúl.
Al transcurrir otra hora sin que el hombre regresara, aumentó su impaciencia. Finalmente se hacerlo al baúl y lo abrió para buscar un libro.
Encima de todo estaba cuidadosamente plegada la capa sencilla de Sebastián.
Alzo con cuidado unos cuantos pliegues de ropa.
Aunque eran ropas sencillas, Sebastián tenia tanto esmero en ellas como con su propio aspecto físico.
Al levantar otra tanda de topa descubrió lleno de sorpresa que debajo había una raquisima chaqueta con brocado de ámbar y debajo de ella unos pantalones de montar blancos de la seda mas rica.
Se habrio la puerta detrás de él y oyó a Sebastián que decía;
— Ya casi estamos en la bahía de Chesapeake. No tardaremos... —. Se detuvo de golpe y cerro la puerta. Su voz sonaba furiosa —. ¿ Que diablos esta haciendo ?. Alardea de ser un señorito y me lo encuentro revolviendo mis ropas como un vulgar ladrón en busca de cosas de valor.
— Solo buscaba su colección de Shakespeare. No pretendía hacer nada mas.
— Embustero —. La voz de Sebastián era baja y amenazadora —. Estaba revolviendo mis papeles. ¿ Se siente dichoso con su descubrimiento ?.
— Le juro que no he encontrado nada, excepto esas caras ropas.
Ciel se hizo áreas mientras que el hombre se acercaba enojado al baúl y se ponía a examinar su contenido.
La ropa estaba desdoblada hasta el momento en que Ciel había llegado a la chaqueta de brocado.
Al ver que lo demás de abajo estaba intacto, Sebastián restituyó el resto de las ropas a su posición anterior.
— ¿ Como un granjero criador de cerdos puede tener unas ropas tan caras y elegantes ? — se atrevió a preguntar Ciel al ver que había desaparecido la cólera del rostro de Sebastián.
El hombre levantó la encima del baúl y cerro la tapa.
— Un jugador no debe sentirse culpable de serlo, salvo que pierda sus dineros, como le pasa a su querido esposo.
Ciel recogió de nuevo sus labores y se sentó en la litera.
— Debo pensar entonces que Alois es la clase de hombre que usted necesita para jugar.
— Yo juego para medir mi habilidad con la de mi oponente, no para vaciarle el bolsillo.
Sebastián recogió su chaquetón de la silla donde antes lo había arrojado.
— Cuanta nobleza por su parte.
Sebastián ignoró esta observación y mientras colgaba la prenda en la percha que había junto a la puerta pregunto pensativo;
— ¿ Hasta que punto conoce usted a su esposo ?.
— Que pregunta más tonta. Estoy seguro de que una vez estemos juntos dejara el juego — dijo el doncel dispuesto a convencer a su primo para que desistiera de jugar.
Sin embargo, se preguntó que clase de recepción le haría Alois cuando llegara a Washington.
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