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✦ 25 ✦

La compañía de Lord Joker, a pesar de sus pródigos cumplidos, pronto perdería interés para Ciel.

Su conversación era ni mucho menos vivas y divertita que la de Sebastián. Pero aunque le encontrará tedioso, seguía prefiriéndole a su otro admirador, el Vizconde Druitt.

Aunque el doncel se había enojado cuando Sebastián llamó raro a Druitt, ahora se daba cuenta de que era una descripción bien exacta. Era extremadamente excéntrico y hacia comentarios que no venían a juego, con la conversación que estaba teniendo.
Blasonaba de ser un dandy elegante, pero su atuendo era frecuentemente mas ridículo que impresionante.

La primera vez que le vio Ciel por la cubierta llevaba una chaqueta de montar escarlata con muchas esclavinas y enormes botones dorados, botas altas de cuero fino y calzón de ante.

El joven le había preguntado a Sebastián sin apenas poder reprimir la risa:

- ¿ Que pensara montar ese hombre en medio del océano ?.

- Algún caballito de mar, tal vez - bromeó Sebastián haciendo un guiño.

En aquel presiso instante, recobraban un atisbo de su anterior camaradería, y RL doncel sintió como una aguda puñalada de dolor por lo que se había perdido entre ambos.

Como Sebastián pasaba ahora la mayor parte del tiempo con Lady Chatwin, Ciel no tenía siquiera ocasión de hablar con el acerca de Druitt.

Pero estaba muy disgustado con las atenciones de Sebastián hacia Lady Chatwin.

Esta se ponía inmediatamente al lado de Sebastián en cuanto le veía sobre cubierta, de igual forma que Lord Joker y El Vizconde se disputaba el lado de Ciel.

Era una pena, pensaba con enfado Ciel, la forma en que Lady Ángela lisonjeaba a Sebastián.

El mayor placer de Ciel cuando estaba en compañía de Pembroke se debía al fuego de rabia que brillaba en los ojos de Sebastián al verlo con él. A Ciel le parecía que ese era el único momento en que Sebastián se fijaba en él.

Siempre que Druitt se acercaba a él, y Sebastián estaba allí para verlo, a Ciel se le antojaba descubrir una insinuación divertida en los ojos furiosos y sarcásticos de él.

Era como si Sebastián le estuviera diciendo:

« ¿ Lo vez ?. Todo lo que yo te dije sobre esos pomposos majaderos era absolutamente cierto ».

Y " majadero " era el término que el doncel habría empleado para Druitt.

Nada mas conocer a Ciel, la primera frase que salio de la boca de Druitt fue para preguntarle como se llamaba las fincas de su familia.

Enseguida le informo que no conocía Blackstone Abbey, aunque en alguna parte había oído hablar horriblemente de aquella finca.

Cuando Ciel menciono Northlands, el dijo:

- Creo que no he oído Hablar de ella. No puede ser muy grande. Es una pena que usted no haya visto mi casa. No hay otra igual por allí.

Su principal tópico de conversación era la espléndida finca de su padre. No entendía que Ciel no hubiera oído hablar de ella. Se tomó grandes molestias para convencer a Ciel de la grandeza de la finca, describiendo cada pieza de su mobiliario, cada objeto de arte, cada flor y recorte ornamental del jardín... Hasta que Ciel creyó morir de aburrimiento.

Una tarde, el Vizconde Druitt, impropiamente deslumbrador con una chaqueta de terciopelo color verde musgo, pantalón de montar de terciopelo negro, dos anillos enormes de esmeraldas en sus dedos y una tercera esmeralda en los pliegues de su chalina, ganó la carrera a Pembroke y se puso junto a Ciel.

Este tuvo que aguantar pacientemente una disertación de diez minutos sobre las dificultades que había tenido el jardinero de su padre en una ocasión para recortar un recalcitrante arbusto y transformarlo en un esplendido unicornio.

Ciel, incapaz de seguir soportándolo un instante mas, se excuso y scorrio a refugiarse en la quietud de su camarote.

Al abrir la puerta fue recibido por una repentina conmoción en la litera de Sebastián, y oyó a este que decía con cierta indiferencia.

- Amor mio, creo que tenemos visitas.

Se levanto de la litera, ajustándose descuidadamente los pantalones, y dejo al descubierto, para tormento de la sensibilidad de Ciel, mas de lo que este hubiese querido ver de Lady Chatwin

La sorpresa de Ciel dio paso a la furia.

- ¡ Valiente ramera ! - la espeto.

Lady Chatwin se levantó apresuradamente intentando cubrirse con sus propias ropas, y al ver los ojos amenazadores de Ciel abandono el camarote con airada premiosidad.

Ciel miró a Sebastián.

- ¿ Como se atreve a traerla aquí ? - dijo poseído de rabia.

El hombre le devolvió la expresión.
Sus ojos ardían peligrosamente.

- Le recuerdo, Señor, que este es mi camarote. Soy yo, y no usted, quien paga el pasaje. Si va usted a desempeñar el papel de esposo celoso, espero que también actúe como tal en los demás aspectos.

- Yo no tengo celos - grito, y quiso escapar del camarote. Pero se encontró con que su brazo era sujetado por una mano de acero.

- ¿ A donde va ? - pregunto Sebastián.

- Vuelvo a cubierta. El aire esta contaminado.

Pero el seguía sujetando firmemente el brazo.

- En tal caso le acompañare.

- Prefiero pasear solo.

- Si usted puede interferirse en mis relaciones con Lady Chatwin, no veo los motivos para que yo no me interfiera en las suyas con Pembroke.

- Lord Joker y yo no somos amantes - espeto el doncel.

- Ni desgraciadamente lo somos Lady Chatwin y yo, gracias a su inoportuna interrupción.

Cuando Sebastián lo conducía por las escaleras hacia la cubierta, el doncel dijo con altivez:

- Por favor, ¿ Cuanto le debo por el camarote ?. No deseo estarle agradecido.

- No necesito su dinero, solo su amor - dijo en hombre burlonamente, y luego añadió con gravedad, cosa que sorprendió al doncel -. Guardeses su dinero. Lo necesitará. Y no le diga a su esposo que tienen usted ese dinero.

El joven se quedo mirándole un tanto asombrado.

- ¿ Por que ?.

- Por que pronto lo perdería en la mesa de juegos - dijo Sebastián.

En aquel momento llegaron a la cubierta y se encontraron frente a frente con Pembroke, con el cuello de terciopelo de su gabán levantado para protegerse del frío viento.

- Señor Michaelis - dijo Lord Joker -. Me han dicho que usted es de Virginia.

Ciel se alegró de que no lo obligará a hablar de Alois. Pero le molestaba pensar que pudieran ser ciertos los rumores de que Alois era un tahur.

- ¿ Conoce usted la plantación Willowmere ? - pregunto Lord Joker -. Se dice que es espectacular.

- Eso e oído decir - respondió Sebastián indiferente.

El viento cobraba mayor fuerza y le tiraba azabache cabello sobre la frente, ofreciéndole una expresión dura e irritada.

- ¿ No ha sido invitado nunca a Willowmere ? - el tono de Lord Joker estaba impregnado de condescendencia.

- No.

Sebastián estaba jugueteando airadamente con una cabilla, y Ciel estaba seguro de que tenia preparado algún comentario de los suyos.

- Es una lástima. Esperaba que conociera usted al propietario, el sobrino del marqués de Pelham.

- En América no se necesitan títulos. Luchamos duramente para librarnos de tales estupideces.

La boca de Lord Joker se quedó retorcida de enojo.

- Tal vez si sus compatriotas prestaran mas atención a tales " estupideces ", su país seria mas civilizado.

Sebastián le lanzo una mirada fría y penetrante.

- Entonces dígame: ¿ Por que un Lord inglés va a un país que considera incivilizado ?.

Pembroke se puso a mirar incómodamente a los marineros que maniobraban arriba recogiendo velas ante el viento que arreciaba.

- Por que tengo entendido que muchos propietarios de grandes plantaciones como, Willowmere, atraviesan serios apuros económicos y venden sus propiedades a precio de ganga. Parece ser que los gustos extravagantes no compaginan con los ingresos extravagantes. Yo, por mi parte, dispongo de medios para incrementar mi hacienda, y pienso hacerlo.

- Lo que lleva a la bancarrota de los plantadores son los precios ultrajantes que tenemos que pagar por los productos ingleses.

Pembroke dejo escapar una sonrisa afectada.

- No, no. A nosotros no se nos pueden echar las culpas de todo.

Sebastián guardo silencio durante un rato.

- Claro que no - reconoció generosamente Sebastián -, también tiene parte de culpa la necedad de algunos plantadores que esquilman el suelo empeñados en sembrar solate tabaco.

- ¿ Que precio podría tener Willowmere ? - pregunto de golpe Pembroke.

- Willowmere no lo encontrará usted a la venta a ningún precio - los dedos de Sebastián repiqueteaban impacientes sobre la borda mientras que sus ojos observaban a los marineros esforzándose con la lona de las velas hinchadas por el viento -. Su propietario no esta en apuros económicos. Es el plantador mas rico de Virginia.

- Señor Michaelis, ¿ No será usted uno de esos grandes plantadores llenos de deudas ?.

- No, soy granjero.

Sebastián dejo de observar a los marineros de las velas y clavo la vista en los ojos de Pembroke. Las comisuras de la boca de Lord Joker formaron un pliegue de desprecio.

- ¿ Que cría usted en su granja ?.

Sebastián atravesó al inglés con una mirada gélida.

- Cerdos.

- ¡ Cerdos !.

- Cerdos - reiteró Sebastián con gran entusiasmo.

Pembroke dirigió hacía Sebastián y Ciel una ligera y rápida inclinación de cabeza y se alejo de allí velozmente como si acabará de enterar de que Sebastián padecía una enfermedad social altamente contagiosa.

Ciel estaba abochornado.

- ¿ Es eso cierto ?, ¿ Se dedica a criar cerdos ?.

Sebastián parecía disfrutar viéndolo en aquel estado incómodo.

- Pero, mi querido esposo, ya te hable de mi ocupación.

- ¡ Yo no soy su esposo !.

- No tan alto - la mueca burlona de Sebastián lo enfurecía -. Si le molesta ser el esposo de un porquerizo, piense cuanto peor sera considerarse meramente su concubino.

El rostro de Ciel echaba llamas.

Se dio media vuelta yregresó al camarote.

A la media hora nadie les dirigía la palabra. Naturalmente, el interés de Lord Joker por Ciel se esfumo.

Mientras Ciel se escondía en el camarote, Sebastián, que parecía divertido con su status de hombre proscrito, pasaba mas tiempo que nunca en cubierta.

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