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Estaba amaneciendo cuando Ciel paso sin hacer ruido por delante de la puerta del dormitorio de sir Grey y su esposa y se puso a bajar la sinuosa escalera de Blackstone Abbey.
Su mano agarraba las botas de montar.
Al dar un paso se produjo un crujido bajo su pie y se detuvo lleno de terror, conteniendo la respiración.
Pero el sonido, aunque a él le pareció tan fuerte como una detonación, aparentemente no había despertado a nadie.
Se estremeció na nada mas pensar en la cólera que sentiría sir Grey si lo viera saliendo a hurtadillas de su casa al amanecer, vestido con pantalones y camisa de hombre - en lugar de sus tan habituales vestidos - y solo una chaquetilla corta para librarse del frío matutino.
Esta extraña indumentaria de montar constituía en él un hábito de muchos años; la decepción sentida por su padre al no tener un hijo varón le obligaba a persuadirlo a realizar numerosas actividades las cuales, un doncel no debería de hacer.
Lo había educado más como un varón que como un doncel, enseñándole a cabalgar a horcajadas, a casar y a disparar armas de fuego.
Aún que exigía de el todo el obediente recato de un doncel bien criado una vez llegada su pubertad, pero seguía permitiéndole vestir su peculiar atuendo de montar a caballo cuando estaban solos.
Cuando sabía que no iban a ser vistos en sus largos galopes por los páramos solitarios, dejaba de su pequeño doncel vistiera como muchacho.
Al traspasar la puerta de Blackstone Abbey, volvió nervioso la cabeza para contemplar por encima de su hombro aquella monstruosidad gótica, una mole gris de piedra con parapetos y arcos que perforaba la niebla de la mañana.
El mes que llevaba viviendo allí, había sido el más desgraciado de su vida.
Lady Phantomhive, una mujer ambiciosa y arrogante, puso bien en claro que a ella no le gustaba Ciel y que si la toleraba en su casa era contra su voluntad.
Era evidente que no se fiaba de su esposo más de lo que se fijará de Ciel, y le vigilaba muy de cerca.
Lady Meena Phantomhive, más que mujer era una especie de palo seco, y a pesar de los muchos coloretes y otros artificios que tan liberalmente se ponía, no lograba disimular su vulgaridad.
Su padre había sido un comerciante de los más ricos de Inglaterra y trato desesperadamente de casarla con un conde al menos, pero pese a su enorme riqueza solo consiguió comprarle un marido como sir Grey.
Era innegable que Lady Phantomhive todavía albergaba grandes ambiciones, y mientras su marido era baronet de nacimiento, ella estaba resuelta a que muriera con un título más impresionante.
Para tranquilidad de Ciel, sir Grey tenía buen cuidado en no alimentar las sospechas de su esposa.
Sin embargo se sentía inquieto al pensar que solo estaba dejando pasar el tiempo, esperando el momento oportunidad para lanzarse sobre el.
Iba frecuentemente a Londres, dando a entender que eran expediciones para la caza de un marido.
Cuando el estaba en casa, se esforzaba por demostrar su total autoridad sobre Ciel, prohibiéndole incluso montar en Zeus, que había sido llevado a Blackstone como caballo padre.
Ciel corrió hacia los establos, con la intención expresa de quebrantar la prohibición de sir Grey y de escapar de la opresión de su casa al menos por una hora.
Habían empezado a romper las flores de principios de primavera, la amarilla calidonia de color brillante, primorosas cincoenramas blancas y las bruselas blanquiazules, en sus tallos rastreadores.
Pero Ciel, en su afán de escapar, apenas prestaba atención a tan delicado despliegue.
Los establos estaban a un buen trecho de la casa, y cuando llegó junto a Zeus estaba jadeante de la carrera.
Al pasarle la mano cariñosamente notó que su pelambre oscuro no estaba tan fina como cuando Bard O'Rourke cuidaba de el.
Al acordarse de Bard se le hizo un nudo en la garganta.
Deseó fervientemente que le fuera bien en Londres.
Ensilló apresuradamente a Zeus y le saco del establo, pasándole subrepticiamente debajo de un pequeño acebo donde estaba cantando un chirlomirlo desde su nido oculto entre las hojas brillantes.
Una oleada de niebla envolvió en lugar, y Ciel aprovecho su ocultación para montar sobre Zeus y lanzarle a un galope.
Corrió a lo largo de las cercas de piedra que delimitaban los campos verdes sumida en el manto de la niebla que lentamente se iba levantando.
Su galopar frenético fue sostenido hasta perder de vista Blackstone Abbey.
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