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✥ 18 ✥

Según pasaban los días, Ciel encontraba la conversación de Sebastián todavía mas retadora que sus partidas de ajedrez.
En vez de un rudo e ignorante bobalicón, como creía él que eran todos los americanos, se encontró con que poseía unos amplísimos conocimientos.

A veces, argüía con el mordazmente, cosa que jamás sonaría hacer en discusiones similares con su padre, pero otras veces veía que estaba de acuerdo con Sebastián y encontraban un grato pasatiempo con sus observaciones secas e irónicas.

Su padre había sido siempre muy solemne, mientras que Sebastián era a menudo mas jocoso que reverente.

Sebastián también disfrutaba con sus diacuciones.
No le gustaban las mujeres o donceles complacientes y faltos de espíritu, y Ciel no suavizaba sus puntos de vista para complacerle.

No se acordaba ni una sola vez en que Grell T. Spears, el hijo doncel de su vecino, no hubiera estado descuerdo con él.
Estaba dispuesto a pescaele como marido y su estrategia parecía consistir en la adulación y la cándidas aquiescenica.

Sebastián estaba seguro de que si le hubiera dicho a Grell que su salud mejoraría considerablemente timando arsénico, el doncel habría estado inmediatamente de acuerdo con él.

Ciel, además, tenia valor.
Pocos donceles se habrían atrevido a cruzar el Atlántico con un extraño.
No, no podía negarce que Ciel era una flor insólita y exótica.

Y además de todo esto, a el le gustaba.

No solo lo deseaba como doncel, si no que le gustaba hasta cuando discutían.
Sus mas recias batallas se libraban en torno a los respectivos méritos de sus naciones y de sus gobiernos.

El chico no concebía una nación sin rey, ni comprendía el objetivo de un presidente que podía ser remplazado cada cuatro años por capricho de sus súbditos.

- ¿ Pero por que ha de regir los destinos de una nación un hombre por el simple accidente de su nacimiento, aunque sea un incompetente toral ? - le reto Sebastián jn día, después de haber terminado una partida de ajedrez que, como de costumbre, había ganado él.

- ¿ Acaso su pueblo es capaz de elegir al mejor hombre ?.

- Ya lo ha hecho - afirmo Sebastián mientras depositaba en su estuche las pequeñas piezas de marfil del ajedrez -. Tenemos nuevo presidente, que ha tomado las riendas mientras uno estaba en Europa.

- ¿ Como se llama ?.

- Agni Jefferson.

El nombre le era conocido a Ciel, pero tardó un rato en situarle.

- ¿ No es el que escribió la infamante Declaración de Independencia ? - dijo Ciel, recordando que su padre había adjetivado a su autor de loco revolucionario y de anarquista ateo.

- ¡ Infame ! - farfulló Sebastián -. Es uno de los documentos mas nobles escritos por el hombre. ¿ La ha leído usted ?.

- No - admitió el doncel, un tanto azorado.

- Pues debería intentar leerla antes de condenarla.

Se inclino contrito ante él y juró leerla en cuanto llegara a América.

Sebastián soto la carcajada.

- Me gusta nuestra discusión, pero debemos descansar por el momento. Puede que no nos vaya mal un poco de música.

Sebastián busco bajo la litera y saco la guitarra que había traído con él para alegrar su largo y solitario viaje, que luego no resultaría en modo alguno tan solitario.

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