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✥ 17 ✥

Los días que siguieron, Sebastián y Ciel pasaron muchas horas midiendo sus habilidades sobre el tablero de ajedrez.

Al principio, Sebastián le dejo ganar una partida o dos, como parte de su estrategia, pero esta condescendiente actitud llegaría a irritar tanto al orgullo de Ciel, que, a la vista de tal enojo, desistió.
Como resultado total, aunque el doncel fue un rival poderoso, gano pocas partidas.

Al tercer día de navegación.
Ciel dominaba casi por completo el difícil arte de vestirse de tras de la manta: se retorcía esforzaba hasta que acabo siendo capaz de abrochar los fastidiosos botones traseros de sus vestidos.
Luego salía de allí y daba comienzo a la tarea de dominar su ondulado cabello largo en un tocado sobre su cabeza.

Repentinamente, la rica voz de bajo de Sebastián sonó tan cerca de su oreja que dejo sentir el cosquilleo de su aliento cálido.

- Permitame. Se ha dejado un botón.

Loa dedos se posaron en su espalda y sus caricias probocadoras sobre la piel desnuda le hicieron contener de golpe la respiración.

Ciel se percato con desanimo de que loa días en el mar no habían hecho nada para proteger su inmunidad contra aquel hombre, cuyo contacto desencadenaba una ola de excitación sobre él.

Parecía emplear un tiempo desproporcionadamente largo para abrochar el botón.

- ¿ Que esta haciendo ? - inquirió el joven algo nervioso.

- Me temo que mis torpes dedos tienen problemas con este diminuto botón - dijo el hombre, con un acento tan inocente que lo obligo a sospechar.

Cuando finalmente concluyó, el doncel se aparto enseguida, un tanto agitado, y al darle las gracias lo hizo con un tomo seco que Sebastián comprendió inmediatamente el supremo esfuerzo que estaba haciendo para callar su agitada sensibilidad.

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