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✥ 16 ✥

Ciel se despertó tarde aquella mañana y descubrió que estaba solo en el camarote.

Se apresuro a vestirse antes de regresara Sebastián y completo su tocado en la cómoda sobre la que estaba colocado un bello juego de día recios sepillos de plata con las iniciales « M.C » grabadas en ondeante estilo cursivo, junto al jarro y la jofaina.

Le intrigaron los costosos cepillos, que contrastaban profundamente con las ropas poco caras que vestía Sebastián.

Enrollo su espeso cabello azabache limpiamente al rededor de la cabeza y cuando volvió miles al camarote lo encontró poniéndose su capa guarnecida de piel.

- ¿ A donde va ? - preguntó Sebastián mientras se agachaba para traspasar la puerta.

Vestía un leviton negro de estambre y un par de botas altas, muy limpias y lustrosas pero un tanto gastadas.

- A dar un paseo por cubierta - respondió el doncel.

- Eso no seria prudente - agregó el hombre, retirándole la capa de los hombros antes de que el joven tuviera tiempo de asegurársela.

- ¿ Por que ? - preguntó el doncel sumamente, irritado por la acción autoritaria de Sebastián.

- Ayer, mientras usted dormía, pude ver a nuestros compañeros de viaje -. Sebastián doblo esmeradamente la capa y se la entrego al chico -. Desgraciadamente, ha querido el destino que entre ellos haya miembros de la alta sociedad londinense.

- ¿ Se siente contrariado de que viajemos en tan buena compañía ? - pregunto 3l joven con acritud.

- Si, gracias a usted. Puede que algunos de ellos lo conozcan. Aunque así no sea, su esposo seguramente que los conoce, y le resultará difícil explicarles por que su flamante esposo cruza el atlántico en el puesto del esposo de otro.

Ciel se quedo sin resuello.

En su desesperación por escapar del duque no había pensado en los demás pasajeros.
Si alguno de ellos llegara a reconocerlo estaba perdido, pues solo había una explicación plausible para sus peculiares circunstancias de viaje.

- He hecho saber - dijo Sebastián - que se encuentra usted delicado.

- ¿ Delicado ?... ¡ Que disparate !.

- Y que sufre de mareo - continuo impertérrito -. Así que he dado orden para que nos sirvan las comidas en el camarote.

Como una confirmación de las palabras de Sebastián, aprecio un camarero portando una bandeja con dos jarros, uno de café para Sebastián y otro de chocolate para Ciel.

Lo dejo sobre la mesa y abandono el camarote.

- Se pierde usted muy poco prescindiendo de la vista de nuestros compañeros de viaje - dijo Sebastián con aire consolador -. Entre ellos se encuentran el Vizconde Druitt, un rubio y peculiar hijo segundo de cierto oscuro barón; Sir Alberto Chatwin, un hombre melancólico y pelmazo de mediana edad, con su esposa demasiado joven y bella; Victoria Chatwin y Su Señoría Joker Pembroke.

- Lor Joker es hijo del conde de Blandshire - le interrumpió Ciel esperando impresionarle.

- Su señoría me ha informado de ello al menos en tres ocasiones - dijo seca mete Sebastián.

- Y tiene todo el derecho para sentirse orgulloso de su linaje - dijo Ciel en el momento que se senraba a la mesa para dar comienzo al desayuno -. Es una notable garantía ser un Pembroke.

- Un hombre se gana mis respetos solo por su carácter y su valor. Yo he conocido a muchos hijos enclenques de familias orgullosas - Sebastián se sentó también a la mesa, sirviéndose una taza humeante de café -. Claro que si a usted le gustan las personas arrogantes y presumidas, encontrará a Pembroke el mas encantador de los hombres.

La irreverencia de Sebastián hacia el producto de una de las mejores familias de Inglaterra exasperó un poco a Ciel.

- Exactamente el comentario que yo esperaba de un basto y vulgar americano - dijo.

Sebastián enrojeció.

- Sin embargo, no ha tenido usted escrúpulos en compartir un camarote con un hombre basto y vulgar si ello cuadra a sus propósitos.

- No he podido elegir. Si usted hubiera sido un caballero, me abría cedido su camarote en vez de obligarme a compartirlo.

Sebastián dejo caer con tanta fuerza la taza de café que se vertió sobre la mesa parte de su contenido.

- Señor, me abruma su gratitud. Sabe muy bien que no estoy obligado a favorecerlo, y sospecho que, de haber sido un hombre sensato, no lo habría ayudado. Además, es usted muy ingenuo en suponer que, aunque yo hubiese renunciado a mi camarote, el capitán habría permitido que subiera a bordo sin una compañía o una doncella, mientras huía de su familia.

Reconocía que Sebastián estaba en lo cierto y que él se estaba comportando de forma mezquina.

¿ Como un pobre americano sin familia de la que sentirse orgulloso iba a poder apreciar la importancia de las relaciones con gente como los Pembroke ?.

- Lo siento, lo siento de veras. Agradezco muchísimo su ayuda - dijo humildemente.

La cinsera contrición de sus ojos pareció enfriar la cólera de Sebastián.

Al cabo de un rato, preguntó él:

- Por ventura, ¿ Juega usted ajedrez ?.

Ciel afirmo con la cabeza.
Su padre, que adoraba este juego, se preocupó de que fuese un buen jugador.

En los años previos a su muerte le había derrotado incluso en numerosas ocasiones.

Sebastián se hacerco a su cofre y saco un pequeño tablero con piezas un mas pequñad de marfil primorosamente talladas.

Mientras ponía las piezas sobre el tablero, los ojos de Ciel fulguraban ante la idea de vencer a aquel advenedizo americano.

Pero, para su disgusto, pronto descubrió que era mejor jugador que él, aunque le costaría trabajo derrotarlo.

Sebastián coloco de nuevo las piezas para iniciar otra partida.

- Para ser doncel, su padre le dio una extraña educación - observó -. ¿ Que otra cosa le enseñó su padre, además de montar a caballo como varón y jugar al ajedrez ?.

Le explico que le había dado estudios de latín, filosofía, literatura e incluso algunos rudimentos científicos.

No confesó que papa también le había enseñado a ser un experto tirador.
Dudaba que Sebastián llegara a creerlo.

Sebastián jugueteaba con un alfil mientras que reflexionaba sobre su próximo movimiento.

- Esas materias no suelen ser currículum normal en un doncel joven. ¿ Se le daban bien ?.

El joven asintió, pero sin afectación.

¿,Como podría él explicar a un extraño lo resuelto que había estado a superar todo lo que le había enseñado su padre ?.

La mayor recompensa de Ciel era ver feliz a su padre cuando el triunfaba.
Amdándole como le amaba, el corazón de Ciel se habría roto si le hubiera defraudado.

Estubueron un buen esto jugando en silencio, hasta que Sebastián dijo de golpe;

- Hableme de su padre.

Ciel dudo.

Como no quería añadir mas embustes a la historia de su vida, selecciono ciertos hechos.
Le refirió que su Papá había sido un joven miemdo del Parlamento con un brillante futuro político cuando conoció a su madre.

Luego le contó la fuga de ambos y lo de la terrible sed de venganza del duque.
Sin embargo, no pronuncio el nombre de Trancy.

- Su padre seguramente sabía que le esperaban años de exilio.

Ciel sacudió la cabeza con lentitud.

- No, pensaba que se produciría un escándalo temporal, pero que se olvidaría pronto.

Sebastián toco pensativo uno de los peones de marfil.

- Considerando la naturaleza vengativa y sádica del duque me sorprende que no lograra apresar a su madre y llevársela a Italia.

Ciel le miro extrañado.

- A lo mejor no pudo dar con ella.

Las palabras de Sebastián generaron un temor nuevo en Ciel.

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