A primeras horas de la mañana, el viento surgió rápidamente y los gritos de los marineros deslizándose por la arboladura para acortar velas despertaron a Sebastián.

Oyó a Ciel revolverse en su cama.

Aquel doncel le había dejado perplejo.
Su oferta de que compartiera con él su camarote había sido hecha no tanto por altruismo como por la idea de pasar largas y deliciosas horas de amor con aquella exquisita criatura durante el extenso viaje de regreso a casa.

De hecho, no esperaba realmente que el joven aceptase la escandalosa propuesta de acompañarle a cruzar el océano.

Cuando vio que el doncel aceptaba se confirmaron sus sospechas de que no era ni la mitad de virtuoso de lo que quería aparentar.

Que siguiera desempeñando el papel de inocente cuanto tiempo quisiera, pero estaba seguro de que antes de llevar navegando una semana aquel joven, se sentiría dichoso de compartir su cama además de su camarote.

Sin embargo, la conversación de Ciel aquella noche echaría en parte por tierra su convicción de que era un aventurero con una buena carga de experiencia mundana.

Si acaso, parecía menos sofisticado de lo que podría esperarse a su edad.
Su descripción del Capitán Devil mostraría una ingenuidad totalmente incongruente con el resto del joven.