Mudanza
Desde que recordaba tener uso de razón, Angela no conocía otra vivienda que no fuera la de su tía. Esta la había heredado de los abuelos unos siete años atrás, aunque no sabría decir cuándo llegaron allí con exactitud. De hecho, por alguna razón, tampoco guardaba demasiados recuerdos sobre su infancia. Pero lo que sí estaba claro es que ese pequeño piso de dos habitaciones cerca del centro de la ciudad había sido su hogar algo más de un decenio. Haría unos cuatro años o así desde que su tía Lily lo había vuelto a redecorar por completo. Quería darle un aire más moderno y hacer su habitación algo más juvenil. Cierto es que la decoración pecaba de un tanto rústica al haber sido la sala de estar de su abuela.
Gaia murió de un infarto a los ochenta y dos años. El abuelo Ion dejó atrás el mundo de los vivos a los setenta. Una tuberculosis atroz le destrozó poco a poco los pulmones, reduciendo sus últimos años de vida a un calvario de continuo dolor y angustia. La estrecha relación que había mantenido con la pequeña Angela se traspasó con naturalidad hacia su abuela hasta que esta falleció. Pese a ello, Angela no llegó a concienciar lo mucho que su abuela había significado para ella. Sin embargo, al perderla se dio cuenta de que su ausencia había dejado un vacío irreversible en su corazón.
Respecto a su madre, Inghrid, no se sabe muy bien qué es lo que le pasó. Un buen día, desapareció de improviso y sin dejar rastro alguno pocos meses después de dar a luz. Como arqueóloga, siempre manifestó su interés por la caza de tesoros para distinguidos coleccionistas e incluso para museos nacionales. Pocas veces se la encontraba en casa. La mayor parte del tiempo estaba inmersa en incesantes expediciones de investigación historiográfica para demostrar la existencia de mitos, leyendas y otros objetos insólitos mientras que la pequeña Angela se quedaba a cargo del resto de la familia Stoenescu.
En su día, había vuelto por tercera vez consecutiva al mismo lugar en dos años. No se sabía a cuenta de qué venía tanto interés por ese sitio. No obstante, tampoco le dieron más vueltas al asunto. Todo apuntaba a una más de sus habituales aventuras que se solían repetir cuando el descubrimiento de algún artefacto o indicio se le resistía. Sin embargo, algo no le fue nada bien en aquella ocasión. De repente, se había esfumado. A pesar de varios meses de búsqueda, no lograron encontrarla dentro de los profundos e interminables bosques escandinavos. Y tampoco se supo por qué fue tan importante salir en aquel momento y no más tarde. Esta era una cuestión que Angela se había planteado más de una vez.
A la tía Lily no le gustaba mucho que se sacara el tema a discusión, a pesar de las constantes insistencias de su sobrina por saber más detalles sobre el asunto. A fin de cuentas, se trataba de su madre. Alguien le debía una explicación. ¿Quién se la debería dar sino la pariente más cercana? Sin embargo, la tía Lily se empeñó en esconder ciertos detalles sobre el porqué de los motivos que tuvo Inghrid para realizar aquella expedición. A menudo, Angela tenía la sensación de que su tía sabía mucho más de lo que contaba.
Lo cierto es que la tía Lily no tenía nada que ver con el espíritu inquieto de su hermana Inghrid. Era una mujer de construcción mesurada, con curvas bien definidas y caderas anchas. A pesar de ello, no dejaban de ser femeninas en absoluto. Era bastante alta y de cuello fino sin ser ni muy delgada, ni llegando a ser gorda. Se revelaba como una mujer muy trabajadora pues pasaba largas jornadas laborales en su oficina inmobiliaria antes de volver a casa bastante tarde cada noche. Dado que las ventas y las nuevas construcciones escaseaban desde hace tiempo, hacía poco más de medio año que se había visto obligada a ceder parte de su empresa. Había buscado un socio minoritario que le permita seguir teniendo la mayor parte del control de INGON Soluciones Inmobiliarias sin perder la posición dominante en su mercado y mantener los inmuebles ofertados de antemano a unos precios muy competitivos. Desde entonces, el tiempo que pasaba fuera de casa había aumentado en demasía. Y con ello, también las diferencias de opiniones entre ella y su sobrina a pesar de que sus criterios nunca se fusionaron con demasiada armonía. Sencillamente eran muy distintas.
También sería importante señalar que Angela, a pesar de su madurez adelantada, atravesaba una etapa especialmente dura para una adolescente que acababa de comenzar el Bachillerato. Si ya en el colegio no había tenido muchos amigos, en el nuevo ciclo escolar no esperaba conseguir mucha más integración entre sus compañeros. Hecho que se estaba demostrando en los pocos meses que llevaban ya de curso. Y eso era otra más de esas cosas que la tía Lily no conseguía comprender. Al menos no de la manera en la que Angela lo hubiese necesitado.
Hubo una época, justo después de la muerte de ambos abuelos, en la que la tía Lily había sido su mejor amiga y aliada. Pero haría un año o así, algo cambió. Ambas se cerraron al mundo, cedieron a sus propias inquietudes interiores y no volvieron a aprender a abrirse de nuevo. Ni siquiera una hacia la otra. La tía Lily pasaba la mayor parte del tiempo fuera de casa mientras que Angela intercambiaba su soledad entre el instituto y su habitación.
Cabe señalar que la tía Lily prometió a la abuela Gaia cuidar de Angela hasta el fin de sus días. Y eso era lo que estaba haciendo. Otra cosa puede que no, pero cuando se trataba de promesas, las respetaba al pie de la letra. La palabra de la tía Lily era al cien por cien fiable.
Volviendo a la sobrina Angela, esta era una adolescente delgaducha de ojos azul marino cuyo pelo largo del color del chocolate con leche presumía de unas ondas gruesas y bien definidas que le rozaban la cintura. Pronto cumpliría diecisiete años.
Se puede decir que no era más que una chica normal. O eso era lo que más temía con todas sus fuerzas. Después de todo, descubrir que no era más que eso: una chica normal quizá algo chiflada con suerte de estar aún en libertad y no encerrada en alguna clínica. Cosa que hubiese pasado sin lugar a dudas si hubiera contado demasiado por ahí todas esas cosas extrañas que soñaba y que algunas veces incluso dejaban rastro en la realidad: algún que otro rasguño, morados, dolores en el cuerpo tras haberse lastimado en verdad durante sus fases REM, objetos que encontraba en el sueño de algún modo aparecían en algún rincón de su habitación y otras cosas por el estilo, sin ninguna explicación aparente.
Había leído en algún lado que podría tratarse de alguna especie de viaje astral cuando el alma aprovecha el sueño para viajar sin ataduras a dónde le apetezca. Sin embargo, nunca llegó demasiado lejos con sus investigaciones sobre el tema. Se dijo a sí misma que estaba exagerando las cosas y se convenció de que sería más inteligente ignorar todos esos sucesos. Los sueños se seguían produciendo, aunque con menos frecuencia. Le gustaba creer que el talismán que su abuela le había confiado desde que nació la protegía de malas fuerzas si acaso existiesen de verdad. Nunca se quitaba ese collar. Ni siquiera para dormir, tal y como la había aconsejado Gaia. Lo dejó claro en su día:
«Nunca te lo quites ni permitas a otros tocarlo. Su poder reside en su conexión única e intransferible con tu energía espiritual».
Parecía haber sido ayer. Angela preciaba ese objeto con un cariño inmensurable. También guardaba cierta confianza en sus poderes, aparte de resultar un accesorio muy bonito y original. Hasta único se podría decir, puesto que nunca había visto en otro lugar ninguno parecido: una cadena larga de color bronce sujetaba una estilizada botella con tapón de madera imitando unas minúsculas raíces de árbol entrelazadas. Su tamaño no era más largo que el meñique de un niño de primaria y su forma simulaba una lágrima invertida transformada en botella. Dos bolas transparentes decoraban su extremo inferior mientras en su interior descansaban varios trozos de una piedra verdosa con estrías naranja. El exterior estaba envuelto por una larga pluma fina que se enroscaba alrededor de la botella, sin tapar su contenido por completo. Su abuela le había dicho que ese sería no solo su talismán sino también su guía en los momentos de oscuridad. Fuera lo que fuese lo que había querido decir.
Su talismán y sus sueños eran igual de normales como los hechos de esa misma mañana. Dos días antes de la Navidad, las dos se habían levantado muy temprano para terminar de empaquetar las últimas cosas que quedaban por clasificar en cajas: los productos de aseo personal, la ropa sucia de la noche y del día anterior, un par de cosas de las vajillas que habían dejado fuera para la cena y el desayuno junto a algún que otro objeto olvidado o dejado a propósito por si acaso fuera necesario hasta el último momento. Las dos se habían acostumbrado bastante a los por si acasos.
Por muy precipitado que pareciera, la decisión era inapelable: iban a mudarse. Sí o sí. Ese mismo día. En pleno invierno y justo antes de las fiestas de Navidad. Preparadas o no, tocaba trepar por la nieve. ¿Y eso por qué? Seguramente ninguna de las dos tenía muy claro los motivos. Pero debían salir de allí. Angela, porque la tía Lily lo decía de modo indiscutible y no le quedaba más remedio que hacerle caso o hacerle caso. Estaba convencida de que su plan era estropearle la tranquilidad de las vacaciones de invierno.
En realidad, la tía Lily había tomado la decisión porque no aguantaba estar más en aquella casa. Aguardaba demasiados recuerdos, olores familiares, tradiciones que ya nunca volverán a ser iguales, sobre todo en esas fechas. Su vida parecía una sucesión de tragedias y disgustos. Primero, la desaparición de su hermana. Después, la muerte de su padre. Luego, la de su madre. Hacía unos pocos meses, su relación amorosa de siete años con el que creía ser el hombre de su vida se había quebrado bruscamente. Sin más ni más. El negocio tambaleaba y se había visto obligada a buscar un socio a pesar de haber jurado que nunca lo haría tras vivir de cerca la desafortunada experiencia de su mejor amiga y su empresa en las mismas condiciones de copartícipes. El otro había conseguido quedarse con la mayor parte del negocio hasta obligarla a renunciar por voluntad propia a su parte de acciones. Lo siguiente, la ciudad comenzó a agobiarla de tal manera que debía refugiarse en alguna otra parte.
Razones no le faltarían, a pesar de un cierto apego ineludible que guardaba al hogar de siempre. Pero ansiaba un soplo de aire fresco. Un punto final y un nuevo principio. Lo antes posible. Por suerte o por desgracia, conocía el lugar perfecto adónde poder escapar y esconderse del mundo. Ese mundo que tan amenazante les resultaba ahora a las dos.
La mañana de ese miércoles blanco se desenvolvía en silencio. Un silencio incluso más pesado que de costumbre. A las siete en punto había sonado el despertador. La tía Lily abrió con decisión la puerta de Angela haciéndola sobresaltar. Ordenó con cierta autoridad en su voz y sin más volvió a cerrar la puerta:
—¡Arriba! En quince minutos desayunamos. ¡Y ponte las zapatillas!
Angela detestaba andar calzada por la casa incluso si se trataba de unas cómodas zapatillas. Aunque para evitar el frío, sobre todo ahora sin alfombra alguna en toda la casa y para no tener detrás a la tía Lily con un discurso interminable, parecía buena opción. El desayuno no duró más de veinte minutos. Un par de lonchas de beicon a la plancha, un huevo frito y un panecillo con un zumo de naranja comprado. El natural era demasiado caro para poder permitírselo a diario a pesar de que a Angela le encantaba el zumo de naranja natural y su olor por las mañanas. Segundos después, cada una parecía conocer el sistema preestablecido por la otra y procedían a ordenar las cosas restantes sin necesidad de intermediación verbal alguna. Se advertía cierta tensión en el aire.
Thor, el joven husky siberiano de Angela, había tomado la inteligente decisión de esperar a que terminasen de empaquetarlo todo. En vez de incordiar, se dedicaba a contemplar a los transeúntes desde el pequeño balcón que daba a la calle principal. Tenía ya tres años y el tamaño de adulto. Su apariencia evocaba a la perfección un lobo en potencia cuya paciencia no debía resultar perturbada sin un buen motivo. Sin embargo, guardaba la energía de un cachorro inquieto.
Si bien prefieren la seguridad de una manada, los huskis pueden llegar a ser peligrosos en solitario frente a una amenaza inminente. También tienen fama de irascibles si acaso alguien osara irrumpir en la tranquilidad de su guarida. Prueba de ello eran los constantes gruñidos que el animal hacía observando a las águilas que se posaban sobre el tejado y las barandillas de los balcones de enfrente. Por un lado, el centro de la ciudad no venía a ser el lugar más adecuado para estas cazadoras oportunistas. Y por otro, a pesar de tener un tamaño un tanto más grande de lo normal, Thor resultaba una presa considerable y demasiado pesada para llevar entre sus garras.
Lo cierto es que ninguna de las dos se percató de la gran águila que amenazaba con entrar por el balcón mientras Thor contraatacaba hasta conseguir alejarla. Minutos después volvió y se posó sobre la balaustrada del balcón adjunto. Thor seguía sin quitarle ojo.
La tía Lily no se sentía muy a gusto con un perro en su hogar, pero dada la tensión de los últimos años entre ella y su sobrina, decidió ceder ante sus insistencias de adoptar el cachorro regalado en aquel entonces por los vecinos de su mejor amiga. De ese modo, Angela no podría reprocharle que apenas estuviera en casa ya que había cedido contra su voluntad frente a algo que le resultaba especialmente incómodo. Nunca se pudo decir que había sido muy fan de tener un animal en casa, sea el que fuese.
Durante la recogida final de las cosas, ambas estuvieron ajenas al gran giro que iban a dar sus vidas. Ignoraban el verdadero porqué de la repentina decisión de la tía Lily. Cuatro horas más tarde, después de mucho trajín izquierda-derecha, hacia delante-hacia atrás, no solo todo estaba recogido a fondo, sino que se hallaba ordenado con esmero dentro del camión alquilado a propósito para este fin. Angela volvió por última vez a su habitación para coger los cascos que se había dejado en la mesita de noche al despertarse. Solía dormir con la música de relajación puesta para desconectar de todo a su alrededor y refugiarse dentro de sí misma para poder pensar y estar sola. Aprovechó para recorrer con la mirada la habitación entera para asegurarse de que no dejaría nada atrás. Nada más que la nostalgia del pasado. Uno difícil, pero, en definitiva, el que definiría el tipo de persona en el que se había convertido. Y la melancolía de una familia de la cual solo le quedaba la tía Lily, una extraña para ella. De algún modo, decir adiós nunca resultaba fácil. Ni siquiera cuando se trataba solo de objetos.
Mientras tanto, la tía Lily aprovechó también para recorrer por última vez el resto de la casa.
«Ya no queda nada atrás —pensó—. Ahora solo se puede ir hacia delante».
Se dirigió hacia la puerta con cierta melancolía mientras murmuraba para sus adentros una especie de despedida. De paso recogió el móvil que había dejado en la estantería del recibidor junto a su bolso colgado justo al lado. Preparadas o no, la hora de marcharse les había alcanzado.
—¿Angela? —preguntó la tía Lily desde la salida con la mano en el pomo, preparada para cerrar esa puerta por última vez.
—¡Voy! —contestó mientras unos pasos desganados se escucharon acercándose.
—¡Date prisa! El camión está esperando para cumplir con su horario. ¡Y yo para terminar de una vez por todas con esto!
Angela obedeció sin más protestas a pesar de no entender la irritación totalmente infundada de su tía. A fin de cuentas, nadie más que ella tomó esa decisión tan precipitada y marcó el ritmo todo el tiempo. Si fuese por ella, se hubiesen quedado sin ningún problema tal y como estaban. De todas maneras, planeaba disfrutar de unas vacaciones de invierno perezosas. Un buen té sobre la mesita de noche y un libro que esté a su altura entre las manos. Leer en la cama era una de sus actividades favoritas, sin lugar a dudas.
Thor olió cierto peligro de disputa, así que, en cuanto vio la puerta del piso abriéndose, se olvidó enseguida de los pájaros y se apresuró a bajar las escaleras para ser el primero en llegar al camión. Ocupó su debido sitio entre la multitud de cajas y los pocos muebles que se llevaron. Aunque sin Lily, nadie tenía rumbo alguno, ya que era la única que conocía el nuevo destino. Por alguna razón, decidió no compartirlo antes de tiempo.
La sobrina eligió hacerle compañía a su perro en la parte trasera, entre todos los efectos personales que poseían. Para ella, aquello también representaba otra manera de despedirse. Por otro lado, quería evitar las típicas preguntas de rigor que se hacen para aliviar un poco la tensión en una situación más bien incómoda creando una conversación inútil sobre ¿cuántos años tienes?, ¿dónde vas a vivir ahora? o ¿te hace ilusión la nueva casa?. Prefirió dejar la cortesía a cargo de su tía Lily que, gracias a su profesión de cara al público, gozaba de una gentileza abrumadora. A pesar de no tener muchas ganas de hablar en ese momento, decidió mantener los modales por educación hasta el final del trayecto. El conductor pareció agradecer ese detalle puesto que, al bajarse para abrir las puertas del remolque, Angela lo escuchó decir:
—¡Es usted un encanto de persona! ¡Mire que hoy me ha animado el día! Transmite muy buenas vibraciones. ¡Pero que muy buenas, señorita!
Las puertas del arrastre se abrieron con un bramido molesto, de modo que la respuesta de la tía Lily frente a la tan virtuosa valoración no se pudo oír. Angela estaba segura de que se mantendría afable con simple cortesía y respeto.
El misterio sobre el nuevo destino estaba a punto de revelarse. Cierto nerviosismo rondaba el estómago de Angela mientras las puertas se abrían de par en par.
© Oana Frumuzache
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