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La nueva-vieja casa

En la ciudad llevaba dos días nevando con ansias. Hacía bastante frío y se había depositado una buena capa de nieve que ya estaba congelada debajo de la fresca que seguía cayendo con ganas. Pequeños copos inquietos revoloteaban en el aire hasta posarse sobre el suelo. Era uno de esos días helados de invierno con el cielo cubierto de unas nubes imponentes de color gris oscuro.

El camión había tardado alrededor de media hora en llegar a su destino o al menos esa era la impresión que había tenido Angela. No podía decirlo con exactitud, puesto que, a pesar de tener media docena de relojes incluso para conjuntarlos con la ropa, nunca se acordaba de ponerse ninguno. El tiempo seguía siendo una cosa que no podía controlar dejándole la sensación constante de que se le estaba escapando. El último tramo del trayecto había sido todo cuesta arriba dificultando el desplazamiento, por lo que mantuvieron todo el rato una velocidad reducida. En algún momento hasta se había escuchado el motor del camión haciendo notables esfuerzos por tirar hacia delante toda la carga.

El chófer, un hombre de unos cincuenta años, un tanto bajito y rechoncho, había abierto las puertas con ganas sin soltar una mueca de disgusto a pesar de lo helados que estaban los manillares de las puertas.

—¡Vamos, señorita! —dijo apenas imperceptible tras el golpe provocado por las puertas chocándose a su antojo contra el lateral del vehículo—, ya estáis en casa. Un último esfuerzo llevando las cosas hacia dentro y organizando un poco y ¡esto se queda niquelado! Listo para una Navidad excelente con todo en orden.

Este señor tenía una inaguantable predisposición alegre y demasiada energía para el humor de Angela. Eso de llevar las cosas para dentro y encima ordenarlas era lo que venía a ser un verdadero coñazo. Pero claro, por educación, no podía decirlo en voz alta. Pero desde luego que se le pasó por la cabeza. Sin embargo, se limitó a sonreír con amabilidad a modo de respuesta mientras se disponía a bajar del remolque llevando consigo su bolso estilo bandolera repleto de cosas y un cofre de tamaño mediano que parecía pesarle bastante.

—¿De dónde has sacado eso? —preguntó enseguida con un tono molesto la tía Lily que esperaba justo al bajar, detrás de una de las puertas.

—¿El qué? —respondió Angela despreocupada.

—¡Pues el cofre, niña! ¿Qué otra cosa iba a ser si no? La verdad es que se trata de una pieza única y muy original. Se ve que es muy antiguo. Quizá en el mercado navideño medieval consiga con su venta un buen incentivo para los regalos que traerá Papá Noel —intervino el conductor guiñándole el ojo a la tía Lily.

—No está a la venta —masculló esta.

—De por ahí —replicó desganada Angela.

La tía Lily le devolvió una mirada escéptica mientras se lo arrancó de imprevisto y sin previo aviso de los brazos.

—Pero ¿qué haces? —Angela apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando la caja se le deslizó entre los dedos sin poder sujetarla a pesar de la presión tardía que su cerebro transmitió hacia sus antebrazos.

—¡Esto no es tuyo! —contestó a cambio con dureza la tía Lily—. Creí que ya lo había guardado entre mis cosas —se notaba cierta acusación de husmear donde no debía en su tono.

—¡Pues tuyo tampoco es!

—¡Por eso mismo! Lo guardaré bien en un lugar seguro y así no lo tendrá ninguna de las dos.

—Pero si era... Es...

—¡Pero nada! ¡Déjalo!

Angela no tuvo más remedio que obedecer. Al menos por el momento. Más bien por vergüenza al haber terceras personas delante y no por otra cosa. Aquello no se iba a quedar así. Ella sabía muy bien que ese cofre perteneció a su madre. Lo había leído entre las pocas páginas que ojeó al azar en el diario de la abuela con foto incluida y anotación en el reverso: su madre sujetando el dichoso Cofre del Pasado encontrado en una de sus últimas expediciones por el Norte de Europa. Era el diario que había sustraído unos meses antes del altillo de su tía, escondido en un lugar secreto cuyo paradero había descubierto años atrás. Sin embargo, no fue hasta hace unas semanas que le entró la curiosidad por investigar entre los misterios de la tía Lily. Aun así, no tuvo tiempo de curiosear demasiado luchando con el sentimiento de culpabilidad moral al infligir la intimidad de otra persona sin permiso, ni al menos una buena y seria causa urgente de por medio que justificara sus actos, al menos ante sí misma.

—Bueno, que digo yo que sois dos chicas muy atrevidas, ¿eh? Mudándose así de decididas a dos días de la Navidad y uno de Nochebuena. ¡Menudo trabajo! ¡Y carácter! Tanto la madre, como la hija —intentó en vano el chofer aliviar la tensión entre ellas y distraer sus pensamientos hacia otros temas.

—No es mi madre —replicó Angela entre dientes mientras volvía al camión para ocupar sus brazos con otra cosa.

—Oh, pero si yo... Mi intención no era...

—No te preocupes —le tranquilizó la tía Lily con firmeza—. Estará bien. No es más que un arrebato adolescente. Agradecería su ayuda para llevar las cosas hacia dentro, al menos hasta la entrada. Hay un pequeño caminito hasta allí —dijo señalado hacia el lugar—. Creo que cuanto antes vaciemos su remolque, antes podrá irse a casa con su familia. Este es su último encargo, ¿verdad?

—Sí. Bueno, no se preocupe. El tiempo no es un problema. Estoy aquí para lo que necesite. Es usted muy buena persona. No es fácil cuidar de una chica tan joven, sobre todo cuando no es su madre. Siempre queda aquello de «¡tú no eres mi madre!» cada vez que dices algo solo porque te preocupas por su bienestar.

La tía Lily se limitó a devolverle una sonrisa cómplice sin más mediación de palabras mientras Angela bajaba del camión mirando con cierto resentimiento hacia su tía:

—¿Contenta? —dijo al salir con una sonrisa forzada llevando una caja etiquetada como ropa invierno y esperando una indicación hacia dónde debía llevar las cosas.

—Por aquí —se adelantó la tía Lily con el cofre bien agarrado.

Angela la siguió con Thor detrás de ella. El perro estaba olisqueando cada esquina para familiarizarse con los nuevos olores. El chofer también se apresuraba a seguirlas con una caja pesada que le tapaba medio cuerpo obligándole a asomar la cabeza por los laterales para ver hacia dónde debía dirigirse. Tras recorrer unos metros del camino solitario y al doblar una pequeña curva, encontraron la entrada a un jardín extenso. Estaba decorado con pequeños arbustos de tejos. De lugar en lugar había fuentes de piedra de extrañas figuras sin funcionar. Siete en total, puesto que el espacio era bastante amplio.

Desde la puerta hasta la casa había un sendero compuesto de tres filas de pierdas cúbicas que llevaban hasta el porche. Marcaban la entrada a la gran mansión de dos plantas con ático que gozaba de un jardín trasero también; no había nada más alrededor excepto coníferas concentradas en un bosque denso cuanto alcanza la vista. Mirando hacia atrás para asegurarse de que la estaban siguiendo, la tía Lily pudo observar un brillo sospechoso en las pupilas de Angela al ver su nuevo hogar:

—¡Ni lo pienses! —replicó de inmediato— ¡está totalmente prohibido subir al bosque! Tu territorio... ¡este! —señaló rodeando con el dedo la alambrada llena de plantas enredaderas con pequeñas flores multicolores resistentes al frío que delimitaba el territorio perteneciente a la casa—. Solo saldrás de este perímetro para ir a clase o bajar a la plaza principal cuando sea necesario e inevitable. ¿Entendido?

—¡Si no he dicho nada! —se ofuscó Angela ante las acusaciones.

—¡Por si acaso! —respondió abriendo las verjas de la entrada principal.

—¿Qué pretendes? ¿Tenerme encerrada en casa todo el tiempo?

—Bueno, tampoco es que tengas muchos sitios a donde ir aparte del instituto o la casa de Ananda. Es más, a partir de ahora, quizá pueda hacernos ella más visitas a nosotras. Ahora ya no tienes excusas para ir siempre a su casa. Supongo que esto no te resultará tan pequeño y agobiante —dijo con seriedad enarcando una ceja en su dirección.

—Lo que tú digas... —suspiró entre dientes.

La nueva casa era, en realidad, bastante vieja. Tenía un aspecto muy pintoresco. Un tejado que lucía lustrosas tejas negras y paredes exteriores de piedra marrón rojizo con madera entremezclada para decorar su fachada. Un par de bóvedas sobresalían de la estructura para marcar los laterales de la casa, donde se suponía que se encontrarían los dormitorios. A Angela le parecía monstruosamente grande comparado con el pequeño piso que conocía desde niña. Se preguntaba cómo era que de repente podían permitirse algo así si el negocio de la tía Lily daba cada vez menos rentabilidad. Cabía la posibilidad de que esta fuera alguna de las casas que tenía en venta y aún nadie la había adquirido. Aunque eso tampoco les daría el derecho de ocuparla, aun estando vacía.

«¿Qué estarás escondiendo, tía Lily?».

La descarga de las cosas se desarrolló en silencio, cada uno intentando apresurarse por la calle cuesta arriba y abajo para terminar cuanto antes. Nadie advirtió la gran águila calva que se había posado en la salida de la chimenea fijando su mirada sobre todo lo que ocurría abajo. Excepto Thor. Parecía reconocerla. Decidió quedarse en el jardín, vigilándola. Aquella seguía allí inmóvil. Excepto los ojos. Se le movían tras cada cambio de dirección de la tía Lily.

Eran ya las tres de la tarde y la luz comenzaba a descender. El frío se volvía más áspero, al igual que los copos de nieve más abundantes. Angela decidió quedarse en el rústico salón con muebles de madera y sillones anchos al estilo vintage, esperando a que la tía Lily trajera la última caja y se despidiera del chófer:

—Muchas gracias por su ayuda...

—Emil, señora Liliana. Un placer acompañarla. Paciencia ordenándolo todo allí dentro y ¡feliz Navidad! —levantó la voz para decir esta última palabra con claras intenciones de hacerse oír por Angela también.

Aunque ella prefirió pasar de contestar puesto que para ello tendría que levantarse del cómodo sillón del cual se había apoderado minutos atrás y asomarse al porche con el frío que hacía. La tía Lily cruzaba el jardín con la última caja concentrada en sus cosas. No se dio cuenta del águila calva que aún seguía observándola, ni de que ahora eran dos en vez de una. Thor sí que lo tenía presente, puesto que no se había movido del mismo sitio.

—Venga, Thor. ¡Vamos para dentro! —le dijo al pasar por su lado.

Sin embargo, este no se movió y necesitó dos advertencias más para que obedeciera. Angela, quien lo veía todo por las ventanas laterales del pasillo entre el salón y la entrada, se levantó precavida haciéndose como si estuviera ordenando las cajas para que no pareciera que estaba allí descansando sin hacer nada. Lo último que le apetecía ahora era otro sermón. Lo cierto es que se moría de ganas por subir a la planta de arriba y ver qué tal se veía la parte trasera desde allí. Y rezaba por tener la suerte de que se le adjudicara una habitación con vistas al bosque. El sonido de la puerta al cerrarse disipó la imagen de su cabeza.

—¿Ordenando aún? ¡Qué sorpresa viniendo de ti! —replicó con sarcasmo la tía Lily.

—Solo quería ayudar —disimuló Angela.

—Sí. Seguro que sí. Bueno... deberías... Mmm... ¿Quieres ver tu habitación? —acabó preguntando tras pensar unos largos segundos.

—¡Sí! —saltó aliviada como si hubiese estado esperando esa pregunta toda una eternidad.

—Bien. Vamos por aquí. Luego bajarás a subir todas tus cajas. ¿Queda claro?

—Sí... —contestó a desganas bajo la mirada inquisidora de su tía que la observaba con una ceja levantada—. ¡Pienso hacerlo! —aseguró.

—Más te vale.

Angela se percató de que había dos maneras de subir a la parte alta. La primera, por el pasillo que separaba el salón de la entrada a la casa donde a cada lado había escaleras de madera maciza que se arqueaban como si fuesen un caracol pasando por ambas plantas. La segunda, desde el salón por el lateral derecho y por encima de la cocina donde se encontraba otra escalera que hacía curvas y atravesaba la casa de abajo hasta arriba. Esta última de una madera menos gruesa y con escaleras más finas, de un marrón claro. La balaustrada era de madera también. Estaba decorada a lo alto y ancho con bonitos detalles esculpidos a mano imitando ramas de árboles con sus hojas entrelazándose unas con otras. Entre ellas asomaba alguna ardilla, serpiente o cabeza de águila. Su tía eligió las escaleras de dentro para subir. Angela tenía claro que usaría las del pasillo para bajar puesto que las cajas estaban allí mismo apiladas de un lado y otro de la puerta evitando así el contacto directo con la tía Lily.

«¡Perfecto!», pensó.

Subieron de frente hasta la segunda planta, sin detenerse en la primera. Sin embargo, las escaleras no acababan allí puesto que subían un poco más a pesar de no haber tercera planta como tal. Angela pensó que sería una especie de buhardilla o algo por el estilo. Recorrieron en silencio la mitad de un pasillo bastante largo y poco iluminado.

—Tendré que activar la iluminación del pasillo —dijo la tía Lily más bien para sí misma—. Desde la ventana del fondo apenas entra luz ahora en invierno a pesar de que son casi las cuatro de la tarde.

—Sí... —aprobó Angela reflexiva mientras se dedicaba a examinar las paredes cuyo color no era capaz de distinguir bajo la luz tenue y no se decidía entre rojo cobrizo o marrón oscuro.

Una viga de madera delimitaba la mitad de la altura de la pared atravesando el pasillo de un extremo a otro de ambos lados. Parecía tener una especie de decoración. La parte de debajo de la viga imitaba el tronco de un árbol. Cada cierto espacio había un cuadro de dimensiones reducidas cerca de cada puerta. Sin embargo, no había nada pintado. O no se podía distinguir. Solo se veía una gran mancha negra.

—Es aquí —avisó la tía Lily parándose en seco. Angela iba tan pegada a sus pies que casi se le subió encima.

Estaban a medio camino frente a una puerta gruesa de madera oscura. Todas las puertas llevaban la misma decoración de hojas entrelazadas con flores y ramas. Al lado de la puerta, había otro cuadro pequeño sin nada en él. La tía Lily seguía delante de la puerta rebuscándose concentrada en los bolsillos con ambas manos.

—¿Dónde estará?

—¿El qué?

—A ver... Si lo tenía por aquí. ¿Lo habré metido sin darme cuenta en el bolso? No... No puede ser. No lo haría. Tiene que... Si antes de... Bueno, claro. Primero habría que... y después podrá... —seguía balbuceando cosas sin sentido mientras ahondaba las manos hasta el fondo del abrigo que aún no se había quitado—. ¡Ajá! ¡Lo tengo! —levantó la voz triunfadora provocándole a Angela un sobresalto.

—¿Qué es? —quiso saber.

—Nada —concluyó apresurándose a guardar el artilugio.

Con todos sus esfuerzos por fisgonear, entre la poca luz y la extrema cautela de su tía Lily, Angela no pudo ver nada más que un objeto de forma circular que se abrió con un clic sordo. Segundos más tarde, el cerrojo de la puerta se iluminó por dentro parpadeando de un color violeta y la puerta se abrió sola con un chirrido tímido. A pesar de quedarse muy extrañada por el comportamiento actual de su tía, la idea se le fue de la cabeza enseguida al ver el tamaño de su habitación. ¡Era enorme! Y al parecer, sus plegarias habían sido escuchadas. ¡Tenía vistas al bosque! Una enorme ventana con puertas correderas dobles separaba la habitación de la terraza adjunta.

—Pues esta es tu habitación: Hilf. Hilf, ella es tu nueva ahijada: Angela.

«¿Qué demonios le pasa a la tía Lily hablando ahora con las habitaciones y poniéndoles nombres?», se extrañó.

Como era de esperar, nadie contestó. No parecía ser ella misma en absoluto. Angela estaba de lo más sorprendida. Hasta se le pasó por la cabeza que su tía podría haber perdido un poco los estribos por culpa de tanto estrés con el negocio. Minutos después del silencio un tanto incómodo entre las dos, los dos candelabros de siete brazos y velas cada uno colgados en la pared a su derecha y la de atrás, se encendieron solos. La tía Lily sonrío.

—Lo sabía. ¡He acertado! Le has caído bien —replicó guiñándole un ojo a su sobrina—. Está claro que aquí te quedarás a partir de ahora.

«¿Gustar? ¿A quién?».

En esa habitación no había nadie más excepto ellas dos. A la derecha tenía una preciosa mesa de trabajo. Extensa, con un cajón debajo que se extendía por toda la anchura, un par de folios encima, una pluma de vidrio, una pequeña botella de tinta líquida de color morado y una máquina de escribir de color azul turquesa con teclas blancas. Esbozó una sonrisa al verla, puesto que desde siempre había deseado poseer una. ¡Qué ganas tenía de probarla! A la izquierda, unas gruesas cuerdas trenzadas de color azul marino sostenían a casi un metro del suelo una cama queen size. Al lado de la cama y pegado a la pared de la puerta, tenía un armario triple.

Al otro lado, en la misma pared, varios estantes vacíos ocupaban todo el largo y alto de la pared hasta la puerta de la habitación. Serían su futura biblioteca. Nunca había imaginado tener algo así para ella sola. ¡Y esos candelabros y los pies de la mesa de trabajo imitando troncos con ramas llenas de hojas enredándose hasta arriba! Igual ahora incluso podría disfrutar estudiando en casa puesto que la biblioteca local quedaba un tanto lejos. De ello no había duda ya que al bajar del camión no se veía nada calle abajo excepto árboles a un lado y otro de una carretera estrecha haciendo muchas curvas que impedían ver dónde acababa.

—Bueno —la tía Lily interrumpió su contemplación—, ahora solo falta subir tus cosas y ordenarlas como más te plazca. Me da igual que no termines ahora de ponerlo todo en orden. Mientras yo no las vea de por medio, es como si no estuvieran allí.

—Sí, tía Lily.

—¡Ah! Una cosa más —se paró en seco de espaldas hacia la habitación agarrando el pomo para salir—. La habitación es adaptable. Se ajusta a su ocupante y su carácter, tanto en tamaño como en estructura. No podrás entenderlo todo ahora. Pero irás viéndolo. ¡Oh, muy importante! A partir de este momento, nadie más que tú podrá pisar esta habitación. Así que será el lugar más seguro del mundo para ti y tus secretos. A no ser que acordes el permiso a terceros, claro está.

Angela se había quedado boquiabierta sin saber cómo reaccionar, cosa que su tía tampoco tenía claro cómo interpretar.

—Bueno, pensé que eso te alegraría —reincidió—. Ah, una última cosa.

«¿Otra?», pensó Angela.

—No podrás meter aquí dentro nada que no te pertenezca. ¡Así que ni lo intentes! —soltó una pequeña risita maliciosa al cerrar la puerta detrás de sí.

Parecía disfrutar con ese concepto, sobre todo ahora después de haberse percatado del interés que el cofre le producía a su sobrina.

«¿El lugar más seguro del mundo? ¿No puedo meter nada que no sea mío? ¿De qué está hablando?», se preguntaba para sus adentros. Se acercó un momento para admirar las vistas sin abrir la ventana puesto que hacía mucho frío y había obscurecido casi del todo. Más tarde tenía pensado pedir aclaraciones a la tía Lily.

«¡Qué extraño!», pensó mirando el suelo de la terraza. Era transparente. Tan transparente que parecía no existir. Las ventanas ocupaban todo el largo de la habitación, pero no reflejaban la luz en el suelo para mostrar que está allí. Justo a su derecha, cerca de las puertas correderas, un sillón ovalado hecho de mimbre color beige estaba suspendido en el aire por el mismo tipo de cuerda que la cama. Un par de cojines redondos azul marino estaban previstos para reforzar el confort.

«¡Es precioso!», se dijo para sus adentros. Era algo estrecho, así que divertida pensó que una persona un poquito más rechoncha no cabría allí.

—¿Angela? —se oyó una voz resonando desde abajo—. El perro. Y tus cosas. ¡Ya!

—¡Vale!

Salió enseguida al pasillo y la oscuridad la obligó a pararse en seco, palpando la pared en búsqueda de algún interruptor para encender alguna luz y poder atravesar el pasillo.

—Maldita ¡LUZ! —levantó la voz para decir esta última palabra harta ya de palpar una pared grumosa sin encontrar nada que se pareciese a un interruptor.

De pronto, pequeñas luces de colores revoloteando como unas mariposas aparecieron a la altura de las escaleras y se acercaron hasta ella. Sin saber si debía tener miedo intentaba parpadear más rápido por si de algún modo se le había empañado la vista y estaba viendo chiribitas.

—¡Son mariposas de colores! —exclamó con entusiasmo.

Su halo brillante iluminaba la oscuridad. Se habían parado a medio camino entre ella y las escaleras. Ninguna tenía el color de la otra. En ese instante parecían formar un círculo y hablarse entre ellas. Segundos después, una de color violeta intenso se le acercó veloz y se posó aleteando justo a la altura de su nariz. Le costaba por tanto mirarla bien, pero se le figuró haber visto un pequeño cuerpo de mujer observándola intrigada.

«¡Como si fuera un hada!», pensó con asombro.

El pequeño insecto se le acercó al pelo, las orejas, le recorrió los brazos y luego se alejó hasta el fondo del pasillo mientras el resto de las mariposas se volvían por dónde habían venido. Enseguida, las velas de los candelabros situados a cada lado de la pared prendieron una llama violeta al paso del insecto por su lado.

«¡Siete!», contó.

Cada candelabro tenía siete velas. Al igual que los de su habitación. Y había siete puertas...

«¿Qué esconderán? ¿El primer piso tendrá el mismo número?».

Entre el asombro y la reflexión, no se dio cuenta de que la mariposa lila había desaparecido también tras haberle iluminado el paso. La nueva casa era de lo más peculiar. O igual estaría soñando ahora mismo y luego tendría que despertarse y comenzar de verdad a empaquetar todas las cosas.

«¡No! Otra vez, ¡no!», se estremeció con disgusto ante ese pensamiento.

Real o no, decidió apurarse en bajar y comenzar a subir una por una sus cajas hasta la última. Por si fuera de verdad tan real como parecía, no podía permitirse enfadar aún más a la tía Lily. Había dejado la puerta abierta, así el traslado sería más ameno. A pesar de ello, tardó casi una hora haciendo unos cuantos viajes, ya que no podía cargar más de una caja a la vez. Thor prefirió esperar abajo jugueteando con la esquina de una de las alfombras del salón situada al lado de la chimenea que su tía había encendido para calentar la estancia. Toda la casa empezaba a calentarse poco a poco.

Había subido ya su última caja. Sin embargo, su perro no la había seguido.

«¡Ah! Claro... ¿Cómo iba a saber él que esta era la última?».

Se vio obligada volver a bajar para llamarle. Encontró a Thor mirando por los pequeños cristales verticales que cruzaban la puerta de la entrada a cada lado. Parecía enfadado con algo ya que gruñía bajito. Mientras tanto, la tía Lily estaba preparando el árbol de Navidad. Angela se acercó a su perro sin hacer ruido para que su tía no la viera y se le ocurriera pedirle ayuda.

«¡Ni pensarlo!».

Le gustaba más que a nadie deleitarse con el árbol de Navidad, sobre todo con las luces encendidas, pero no soportaba tener que hacerlo. Así que, cada vez que podía intentaba escaquearse y dejar a otro encargarse del tema.

—Thor. ¡Vamos! —susurró.

Thor no le hacía caso. Seguía mirando sin parpadear por los cristales. Angela decidió mirar también para descubrir qué estaba pasando allí; qué era tan entretenido que tenía a su perro así de distraído. Halló una gran águila calva sentada encima de una de las fuentes. En concreto, en lo alto de una que tenía como cuerpo un águila de alas abiertas, preparándose para despegar. La de verdad estaba posada allí en plena serenidad, casi inmóvil, observando la casa.

—Bueno, pequeño. ¡No te preocupes! Aquí dentro no te hará daño —intentó tranquilizarle agarrándole de la correa del cuello para animarle a subir con ella.

Este se opuso en un primer instante. Bajo la presión de su dueña acabó cediendo, pero no antes de soltar un breve ladrido.

—¿Angela? —preguntó la tía Lily estirando el cuello hacia el pasillo.

—¡Chist! —susurró ella tapándole a Thor el morro para que no pudiera ladrar más ni intentar escapar de su agarre.

—¿Estás ahí?

Ambos se mantuvieron en el más absoluto silencio e inmóviles. Thor la miraba con una tremenda cara de desconcierto. Cuando ya estuvo segura de que la tía Lily estaría ocupada de nuevo con sus quehaceres, atravesaron el pasillo a hurtadillas. Aunque no pudo evitar mirar de reojo el jardín para descubrir que no solo el águila de antes seguía allí, sino que, en la fuente del lado opuesto del sendero había otra más. Era un poquito más pequeña, pero acechaba con la mirada la casa igual que la otra. Angela pensó que en cierto modo entendía a su perro. Hasta ella tenía algo de miedo dadas sus miradas un tanto amenazantes.

Lo que estaba muy claro es que ninguna de las dos advertía los grandes cambios que se estaban acercando. Puede que la tía Lily tuviera una cierta lógica sobre la decisión tan repentina de mudarse, pero desde luego no había pensado que algo tan banal podría ser el detonante de unos acontecimientos posteriores tan asombrosos, como trágicos.


© Oana Frumuzache

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