
8: El del chico de la cafetería
Llego a casa a las tantas de la noche porque, después de cenar, el señor Enzo ha decidido que sería buena idea hablar de mi último informe. Me ha regañado, por decirlo de algún modo, por haber intentado destrozar mi cita. Ojalá lo hubiese vivido él.
Luego ha querido repasar las ideas publicitarias y me ha sugerido algunos cambios que, aunque no lo he admitido delante de él, están bastante bien. A él le gusta que todo sea perfecto y a mí no, ¿qué hay de malo en el caos de la improvisación?
—Cuéntamelo otra vez —insiste Clara con emoción tras haber relatado todo lo que ha pasado por la tarde—. ¿Le has tocado los abdominales?
La miro asqueada y Yang salta de mi regazo, asustado por el sobresalto.
—No estoy tan loca —respondo, aunque me sentí tentada en un par de ocasiones, pero eso no se lo pienso decir porque la conozco y no dejaría de recordármelo.
Los siguientes días no he podido dormir demasiado bien por los desesperados maullidos a media noche de las dos pequeñas bestias que tengo como mascotas, me tienen agotada. Encima han destrozado a mordiscos mis zapatillas de estar por casa. Lo más gracioso de todo es que ahora están tumbados sobre ellas, como si fuesen un tesoro.
Hoy tenemos reunión con el cliente de los productos cosméticos y tenemos que estar preparados para lo que pueda pasar. No es la primera vez que trabaja con nosotros, pero sí la primera que yo me encargo, así que estoy bastante nerviosa.
—¡ERIN! —grita Violeta y todos nos ponemos rígidos. Me levanto, cojo todas las muestras que tengo sobre la mesa y corro hacia su despacho.
—Ya estoy aquí —digo, agradeciendo que Clara me haya abierto la puerta.
—Enzo me ha informado de que los inversores han dado un paso adelante en su propuesta —me explica con indiferencia mientras dejo todo lo que tengo sobre la mesa del fondo.
—¿Eso qué quiere decir?
—Que expandirán su mercado a Japón y a Italia. Nuestra publicidad les ayudará a volverse más atractivos al público, ¿tienes preparadas las propuestas de slogan?
—Creía que eso lo haría Carlos —me excuso y ella se levanta.
—Estás a cargo de un proyecto muy importante, no la cagues ahora, Erin—. Su mirada muestra una mezcla de condescendencia y frialdad que no llego a comprender. Me pone los pelos de punta. Sin embargo, escucharla decir que estoy a cargo de un proyecto hace que todo lo malo desaparezca. Asiento y, antes de marcharme, levanta la mano para que me detenga—. Quiero proponerte algo.
—¿De qué se trata?
Me analiza de arriba abajo y se da la vuelta para coger un pequeño maletín que hay debajo de la mesa.
—Se trata de las muestras de una nueva colección. El cliente nos las ha dejado para que trabajemos con ellas, pero hay que devolverlas. —Lo coloca sobre la mesa y lo abre lentamente. Al hacerlo, veo un collar tan brillante que me deslumbra. A su lado hay también varios pares de pendientes que conjuntan a la perfección y un pasador con forma de rosa. Parece muy caro—. Pensaba encargarme yo misma de esto, pero necesito a alguien con ideas frescas.
—¿Estás hablando de mí? —respondo, atónita, señalándome a mí misma. Ahora es ella la que asiente y puedo ver la ambición reflejada en sus ojos.
—Necesito que las guardes, la semana que viene empezaremos a trabajar con ellas.
Me marcho para hacer lo que me ha dicho, sin decirle nada a nadie, ni siquiera a Clara. Quiero que sea una sorpresa el lunes cuando se enteren.
Hacemos la presentación de los cosméticos tan bien que, después de comer, Violeta nos deja a todos la tarde libre. Clara y yo hacemos la compra, ponemos a los gatitos su comida y, después, nos vamos a la cafetería de siempre. Diego está tras el mostrador, colocando unas galletas con una pinta estupenda.
—¿Me pones una? —le digo y, nada más verme, se le forma una sonrisa en la cara.
—Las que tú quieras —contesta, bromeando.
—Solo dos, hoy vengo acompañada y me tengo que controlar —respondo señalando a Clara. Ella nos saluda desde lo lejos. Menuda cotilla está hecha.
—¿Tienes algún plan para esta noche? Fui un imbécil el domingo pasado y quiero compensártelo.
He de admitir que me ha puesto nerviosa su oferta. Creo que es la persona más real, teniendo en cuenta que con los otros dos chicos ni siquiera hablé para conocerlos antes de la cita, con la que he quedado desde que llegué a Madrid y no sé si realmente estoy preparada.
—No tiene nada que hacer —habla Clara, apareciendo detrás de mí—. ¿Me puedes poner un poco de canela?
Finalmente, quedamos a las nueve de la noche en un restaurante cerca de casa. Clara y yo nos pasamos el resto de la tarde eligiendo la ropa que ponernos, ya que ella también va a salir. Luego montamos una especie de refugio con una caja de plástico que he encontrado para que los gatitos no destrocen nada en nuestra ausencia. Tengo que buscar en internet trucos para que se comporten. ¡Con urgencia!
—Pollo korma para mí, ¿tú qué quieres? —me pregunta Diego, sentado frente a mí.
Hemos venido a un restaurante hindú con bastante buenas referencias. Tenía muchas ganas de probar esta comida.
—Yo pollo vindaloo.
Los dos me miran con sorpresa. El camarero se marcha tras dejarnos las bebidas y Diego se acerca un poco más a la mesa. Lleva una camisa color verde militar y unos vaqueros claros. Está bastante guapo, teniendo en cuenta que con lo único que le he visto es con la ropa del trabajo.
—¿Te gusta el picante?
Asiento, divertida. No puedo evitar recordar el incidente de la cita anterior con los muffins. Sé que comer picante no es algo común en una persona, ¿quién puede disfrutar del dolor? Al principio yo tampoco lo hacía y realmente no era dolor lo que sentía. Poco a poco he ido tolerando ese sabor y ahora me resulta un toque indispensable en cualquier comida.
Cuando nos traen nuestros platos, le doy a probar de lo mío, pero se pone tan rojo que tiene que beberse toda el agua del vaso. Es divertido y, a decir verdad, no lo está pasando tan mal, incluso se ríe.
—¿Por qué decidiste venir aquí?
—Ya sabía un poco del idioma y me ofrecieron un puesto en una gran empresa de publicidad. —respondo con entusiasmo. Contarle sobre el proyecto de las citas no creo que sea muy buena idea, por lo que le hablo del último que hemos acabado, el de los cosméticos—. Y lo mejor es que nos dan muestras gratis.
Él me cuenta sobre sus dos trabajos y me explica que está estudiando para ser policía. Tiene que hacer unas pruebas físicas y también de conocimiento. Me siento muy cómoda hablando con él.
—¿Te apetece venir de fiesta? —sugiere cuando ya hemos pagado la cuenta—. Mis amigos están en un local cerca de aquí.
—¡Claro!
No tengo otra cosa mejor que hacer un viernes por la noche y seguro que Clara necesita intimidad, pobres animalitos si escuchan algún ruido.
Cogemos el metro y nos bajamos media hora después en Tribunal, una zona con bastantes bares y sitios para salir toda la noche. La entrada no nos cuesta nada porque entramos antes de la una, cosa que aún me parece rara, ¿cómo puede ser que hagan fiestas tan tarde? En Irlanda los bares los cierran a las doce como muy tarde.
Nada más entrar, siento la música retumbar en el suelo. Diego me coge la mano y me lleva hasta la zona donde están sus amigos. Son tres chicos y una chica, pero están demasiado borrachos como para decirme sus nombres. Me pido lo que aquí llaman "cubata" y me bebo de un trago la mitad el contenido. Está bastante fuerte.
Hace muchísimo calor y el vestido se me pega a la espalda. De vez en cuando sueltan ráfagas de aire frío que nos vienen estupendamente. Saltamos, cantamos cuando nos sabemos la canción y nos divertimos. Cuando tengo que ir al baño, Diego es tremendamente considerado y me acompaña, sin pasarse de la raya. No desconfío de él. Se ve desde el principio, en la actitud de una persona, si es un aprovechado o no, y él parece todo lo contrario. Me siento abrumada y no sé si es por el alcohol o por mi entusiasmo.
Horas después, extasiados de tanto bailar, salimos a la calle. Un hombre está vendiendo botellas de agua y corro hacia él para coger una, ¡la necesito! Compartimos la bebida en medio de la calle, entre borrachos que no saben ni dónde están y, de repente, me besa. Sus labios están humedecidos por el agua, frescos y cálidos al mismo tiempo. Coloco mis manos en su cara y la botella se cae, pero me da igual.
Entonces empieza a sonar mi teléfono. La melodía estridente que me puso Aurora hace tiempo para poder escuchar bien si me llamaban. Me aparto bruscamente y lo busco en el bolso. Si alguien llama a estas horas es por algo importante, sin duda, y ahora lo que más me preocupa es que a mis pequeños diablos no les ocurra nada.
Es Violeta.
—¿Sí? —pregunto extrañada. ¿Se habrá equivocado?
—Ven a la oficina.
Desconcertada, miro la pantalla para asegurarme de que realmente es ella. Clara me había contado que cuando empezó a trabajar como su asistente, le llamaba fuera del horario laboral para pedirle tonterías, ¿seré yo ahora la que ocupe su lugar?
—¿Qué ha pasado?
—Han robado en el edificio —dice con evidente irritación y luego cuelga.
Lo primero que se me cruza por la mente son las joyas de aquel maletín.
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