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4: El de la clase de repostería

Para esta cita, Clara se ha animado a venir conmigo. Ella también se ha registrado en Love up, como casi todos los de la oficina, y ha quedado con un chico que ha conocido allí. Es bastante simpático, según me ha enseñado, pero aún soy escéptica. La gente a través de internet miente con tal de conseguir lo que quiere, lo comprobé en la última cita. Así que no le voy a quitar los ojos de encima para que no intente propasarse con mi amiga.

Nos bajamos en el metro de Arturo Soria y caminamos hasta la entrada de la escuela de cocina. Allí, junto a la puerta, dos chicos nos esperan. Me doy cuenta de que ni siquiera he mirado el perfil de mi cita. Por suerte, Clara saluda a su pretendiente y mi duda queda resuelta. Si no quiero que esto sea una catástrofe, tengo que ponerme las pilas.

—¿Entramos? —habla Marc, que así se llama el chico, y me sujeta la puerta para que entre primero.

Es guapo y caballeroso. Tiene un pendiente de aro en la oreja y un tatuaje que empieza en el cuello y se esconde bajo su camisa de tela viscosa. Además, lleva el pelo desaliñado y más largo de lo que cualquier otro chico lo tendría, pero le sienta bien. A primera vista, me gusta bastante.

En la clase somos ocho parejas más el chef, que nos explica cómo debemos utilizar los utensilios. Por lo visto, Marc es cocinero en un restaurante, así que sabe bastante de esas cosas. Incluso de vez en cuando le cuestiona lo que el profesor nos dice.

—¿Me pasas la harina? —ordena, concentrado en remover los huevos—. Tienes que usar el medidor, esto es una ciencia exacta.

—¿Eres de aquí? —le respondo mientras hago lo que me ha dicho. Cocinar no es lo mío, me cansa mucho. Lo que me gusta es comer, sobre todo dulces, por eso estoy entusiasmada con esta clase, por los muffins que haremos.

—La harina —insiste y me doy cuenta de que es un poco impaciente, por lo que la echo más rápido y se la doy—. Soy de Girona.

—¿Eso dónde está?

Al escucharme decir eso, gira la cabeza hacia mí y me mira con los ojos entrecerrados. He de decir que es la primera vez que me mira desde que hemos entrado.

—Al este del país —responde tras un resoplido—. Me crie en una ciudad de la costa.

—¿Es bonito el mar por allí? —añado, interesada—. No he visto mucho el mar últimamente y lo echo de menos.

Me siento, acomodándome para escucharle.

—Tienes que estar pendiente de los pasos —replica con renovada insistencia, haciendo hincapié en la receta que tenemos ante nosotros.

El chef a cargo del curso se pasa por nuestra mesa y nos deja un cesto con un montón de recipientes.

—Podéis condimentar vuestras preparaciones con los sabores y colores que deseéis —explica esbozando una sonrisa. Es mucho más simpático que mi pareja. Sin duda, las apariencias engañan.

No me ha respondido a mi pregunta porque está demasiado pendiente de hacer que la máquina que va a tamizar la harina funcione. Los demás se lo están pasando bastante bien, hay una pareja que se ha llenado entera de harina. Se les ha caído el recipiente y no han dejado de reírse desde entonces. Cada uno va a su ritmo, no es una competición, pero parece que para Marc sí lo es.

—¿Has tenido muchas parejas? —pregunto, aburrida. No me ha respondido a la otra pregunta, pero no quiero estar callada. Ya he separado las virutas de chocolate que echaremos y medido la levadura.

—Solo una —me cuenta mientras añade los huevos batidos—. Lo dejamos hace un mes.

Le miro y asiento. Parece indiferente, pero de repente veo que le brillan los ojos y se disculpa para ir al baño con la excusa de que le ha saltado un poco de harina.

—¿Qué tal vais? —se acerca Clara y se da cuenta de que estoy sola—. ¿Dónde está tu chico?

—Creo que se ha ido a llorar —le digo, encogiéndome de hombros y ella abre la boca sorprendida—. Esta cita es un desastre, Clara.

—¿Quieres divertirte un poco? —añade con una sonrisa maliciosa y me guiña el ojo mientras coge uno de los recipientes. En él veo que está escrita la palabra "jalapeño".

La idea que tiene en la cabeza me llega al instante y miro hacia todos lados para comprobar que nadie nos esté mirando. Abrimos la tapa donde está toda la masa batiéndose y echamos un poco del picante. De repente, vemos como la masa se empieza a teñir con un color verdoso. Asustada porque nos pille, cojo rápidamente otro vaso de cristal de color marrón sin mirar lo que contiene. Al menos consigo, entre risas, recuperar el color antes de que mi pareja venga.

—¿Estás bien? —le pregunto cuando veo que se sienta. Tiene los ojos rojizos. Me mira y se empieza a rascar la nariz. Acto seguido asiente y coge la levadura que queda por echar, tratando de disimular. Por un segundo temo que se dé cuenta, pero, por suerte, no se fija en el nuevo color—. He echado chocolate.

—¿Tú has tenido parejas? —pregunta cuando ya ha echado el último ingrediente. Ahora estamos poniendo mantequilla en los moldes para que no se quede pegada la masa.

Le miro, pensativa. Al final decido contestarle la verdad.

—Salí con un chico, fue hace tiempo.

—Es difícil olvidar a quien compartió contigo tanto tiempo, ¿verdad?

Me quedo dándole vueltas a lo que ha dicho, en su situación y en la mía. Tom, mi exnovio, fue una persona muy importante para mí. Me pasé parte del instituto enamorada de él y, cuando al fin se dio cuenta de que también lo estaba de mí, a mí ya se me había olvidado aquello. No fui capaz de hacer que durara. Nuestro error fue querernos a destiempo.

—Seguimos siendo buenos amigos —respondo con una sonrisa, pero en el fondo sé que miento.

Es un cliché pensar que dos personas que se han querido durante tanto tiempo y han compartido tantas cosas, pueden ser amigos cuando el amor que se tienen se esfuma. No hay amistad que cure el dolor que eso produce y, aunque al principio se intenta, todo lo que has experimentado queda como un recuerdo que tú eliges si será bonito o no en un futuro.

Si volviera a ver a Tom le saludaría como la persona educada que soy, incluso le preguntaría qué tal le va, pero no tengo claro si podría continuar hablando mucho más tiempo con él de forma natural.

—¡Joder! ¡Qué narices es esto! —exclama Marc tras probar nuestros muffins recién hechos. Ni me había dado cuenta de que ya los había sacado.

Corro a por un vaso de agua y se lo ofrezco, aunque según tengo entendido el agua no hace mucho para calmar el picante.

—¿Está rico? —pregunto y me lanza una mirada de odio mientras escupe el contenido de su boca en una servilleta.

—Sabe... a... ¡mierda! —gruñe con enfado sin dejar de escupir. Tiene la cara roja y está sudando a pesar de que está puesto el aire acondicionado. Bebe agua, pero también la escupe en el fregadero.

Clara y su cita, que se llama Miguel, se acercan a nosotros tras haber estado hablando con el chef. Me da un codazo para que disimule la sonrisa y me acerco a Marc para ver qué necesita.

—No sé lo que ha podido pasar —hablo llenando de nuevo el vaso de agua. Al ver que lo está pasando tan mal me doy cuenta de que he sido un poco cruel.

—¿Va todo bien por aquí? —pregunta el chef y mira a mi acompañante—. Oh, ya veo. Ha habido una confusión con los condimentos.

Nada más decir eso sirve un vaso de leche y se lo bebe de un trago. Parece que está mucho mejor.

—¡Has sido tú! —me amenaza con el dedo. La ira se ha apoderado de él, pero no me acobardo.

—Pensé que sería divertido probar algo distinto —admito, encogiéndome de hombros, Me siento culpable—. Solo eché un poco de picante.

—¡Las recetas están para seguirlas al pie de la letra! ¡¿Es que acaso en tu país no te enseñaron a leer?! —Me lanza la servilleta con enfado y camina hacia la puerta. Le sigo, furiosa, hasta que nos encontramos en la calle. Él camina más deprisa.

—¡No es mi culpa si eres un maniático! —exclamo y se da media vuelta al escucharme. Acto seguido, alza su mano para mostrarme el dedo corazón—. ¡Normal que tu novia se cansara de ti!

—¡Que te den! —responde y se pierde por la calle.

El corazón me late a mil por hora de la excitación. Me siento más calmada ahora que no le veo y la culpabilidad ha desaparecido. En el fondo era un idiota que todavía seguía lamentándose por su exnovia. A pesar de mi crueldad, no merecía mucho la pena seguir con esta cita.

Vuelvo a entrar y recojo mis muffins. Después de todo lo que he tenido que aguantar, encima me toca a mí pagar la parte de su clase porque el listo se ha marchado antes de pasar la tarjeta. Genial.

Clara y su chico se marchan a tomar algo y, aunque me invitan a ir con ellos, no me apetece estar de sujetavelas en su cita. Para no aburrirme en casa, voy a la cafetería donde solemos ir a veces a merendar y me pido un té frío bien cargado de azúcar para recuperar la energía que Marc me ha quitado.

—Qué buena pinta —murmuro para mis adentros mientras observo el escaparate con todos los dulces que hay. Estoy hambrienta. Nunca sé cuál elegir y al final siempre acabo pidiéndome lo mismo.

—Los de fresa están muy ricos. Además, los acabamos de sacar del horno —habla el camarero que siempre nos atiende, guiñándome un ojo. Se llama Diego y creo que tiene mi edad. Me acuerdo de él porque tiene un lunar muy característico en la frente. Y sí, es bastante mono.

—Seguro que está mejor que los que he preparado hoy —respondo resoplando y le pido que me ponga uno.

Cuando me lo trae a la mesa se sienta un rato conmigo y, sin saber por qué, le acabo contando todo lo que ha ocurrido con mi cita de hoy. Es agradable poder hablar con alguien que no te está evaluando como si fueses un producto que está pensando comprar.

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