Un Recuerdo.
Luca terminó de contar a los peces por enésima vez, pese a la mirada desesperada de Alberto.
—¡Vamos Luca, esta es como la quinta vez que los cuentas! —le reclamó estirando los brazos hacia el cardumen.
—Solo me estoy asegurando de que no falte ninguno —respondió tras meter al último a la cueva, dio un giro en el agua tomando su bastón, y fue a reunirse con su hermano—, no puedes culparme, después de perder a Enrico no quiero arriesgarme, y ya sabes cómo es Giuseppe, solo está esperando a que nos descuidemos para escapar.
Alberto rodó los ojos, él no creía que Giuseppe tuviera lo que se necesitaba para vivir por su cuenta, estaba seguro que el pez regresaría tras unos días de haberse escapado, pero sabía que cualquier intento de convencer a Luca sería inútil, así que solamente se encogió de hombros, y nadaron juntos hasta la casa. Adentro, Lorenzo, Daniela y la abuela estaban preparando la comida.
—Muchachos, llegaron tres minutos tarde —dijo Daniela mientras acomodaba la mesa.
—Lo siento mamá, quería asegurarme de que Giuseppe no hubiera escapado —respondió Luca mientras entraba—, hola abuela.
—Hola Burbuja —recibió un beso en la mejilla por parte de su nieto, luego se dirigió a Alberto—, hola aventurero.
—Hola abuela —saludó, al principio se le hacía algo extraño, pero conforme pasaba el tiempo se sentía más a gusto llamando a los Paguro, mamá, papá y abuela, y a ellos parecía encantarles.
Abuela le dio un beso en la mejilla y luego ambos tomaron su lugar mientras Daniela les servía, se apresuraron a comer ya que habían estado toda la mañana trabajando; Daniela rodó los ojos, desde que Luca había conocido a Alberto no solo su auto-estima, y coraje, habían crecido mucho, sino que esa misma seguridad hacía que también fuera un poco más...
Tosco.
Es decir, que tener a Alberto a su lado le daba mucha más seguridad para todo, así que a veces olvidaba de sus modales y atacaba a la comida como...
Bueno, un animal.
—Chicos, no olviden sus modales —les recordó mientras le servía a los demás.
Ambos dejaron de comer y levantaron los ojos hacia ella, recuperaron su compostura.
—Lo sentimos mamá —se disculpó Alberto.
Daniela sonrió, la llegada de Alberto también la había cambiado, ahora se sentía más segura sabiendo que Luca no deambulaba por ahí solo, y más sabiendo que Alberto no le temía a los golpes, en ese sentido le recordaba un poco a ella misma, Luca era más como Lorenzo, un pacifista que nunca buscaba la pelea, siempre recordaría como tuvo que quitarle los matones de encima a su esposo durante su juventud. Era gracioso que Alberto pareciera heredar esa característica, era como si siempre hubiera pertenecido con ellos, solo tenía que encontrarlos.
A pesar de calmarse, los chicos no tardaron en terminar sus alimentos antes que los mayores, cada uno tomó su caparazón de tortuga y lo llevó a la cocina, ahí las paredes estaban llenas de agujeros, frente a la pared había una roca que servía de mesa para cuando tenían que preparar la comida, y del otro lado estaba el esqueleto de un delfín, los chicos colocaron los caparazones en medio de sus vertebras, luego Alberto golpeó con uno de los puños la pared.
—A trabajar holgazanes —dijo acercando la cabeza a un agujero, de este salió un cardumen de pequeños peces de color gris, conocidos como rémora.
Sus cuerpos eran alargados, de una forma casi cilíndrica, sus aletas eran largas y espinosas, con escamas pequeñas, pero sin duda su rasgo más sobresaliente era un disco oval que tenían sobre sus cabezas; los peces nadaron hasta los caparazones, se adhirieron a ellos por el disco y empezaron a comer.
—Peces codiciosos —continuó Alberto cruzándose de brazos—, todavía que su único trabajo es comer, se dignan a no hacerlo.
Luca solo ahogó una risa, sabía que de todos los peces, las rémoras eran los que menos le agradaban a Alberto, ya que no eran los más cooperativos, y muchas veces había que acarrearlos para que hicieran lo que les tocaba.
—Ya están limpiando, es lo importante —mencionó Luca mientras nadaba hacia la salida—, ya déjalos y vámonos.
Alberto no tuvo que escucharlo dos veces y fue a seguirlo, no sin antes darles una última mirada de molestia a las rémoras; los adultos seguían comiendo cuando ambos se aproximaban a la entrada de la casa.
—¿Y se puede saber a dónde van? —preguntó Daniela sin dejar de ver su comida.
Los chicos se detuvieron y se volvieron para verla.
—Vamos a pasear por ahí —respondió Alberto con casualidad.
Luca solo asintió con la cabeza, Daniela iba a argumentar más pero la voz de su mamá la interrumpió.
—Vamos Daniela, los chicos ya han hecho todo lo que les toca, creo que se merecen un descanso.
Los chicos se miraron entre ellos y sonrieron, siempre podían confiar en la abuela; Daniela vio a su madre son recelo, pero esta ni se inmutó, solo siguió comiendo con calma sus algas. Daniela soltó un suspiro viendo a sus hijos de nuevo, ambos chicos tenían las manos detrás de la espalda, y estaban sonriendo enseñando los dientes.
Daniela rodó los ojos, pero sonrió.
—Está bien, pero regresen antes de que anochezca.
Los dos saltaron de alegría.
—¡Gracias mamá, claro que sí! —agradeció Luca mientras iba saliendo.
—Y por favor, tengan cuidado —agregó Daniela.
—Vamos mamá, está conmigo —siguió Alberto, mientras se señalaba a sí mismo con los dos pulgares.
Daniela admitía que eso sí la hacía sentirse más tranquila, Alberto genuinamente veía a Luca como su hermano pequeño, y siempre estaba cuidándolo, además de que había demostrado ser fuerte y decidido, sabía que mientras Luca estuviera con él, estaría a salvo.
Los dos chicos ya estaban afuera, dando los primeros nados cuando Daniela volvió a llamarlos.
—Oigan, vengan aquí.
Luca y Alberto se detuvieron, se miraron antes de acercarse nuevamente, Daniela sonrió y puso una mano en cada mejilla de sus hijos.
—Mírenme a los ojos, ¿saben que los amo, verdad?
Ambos sonrieron, siempre era reconfortante oírlo, sobre todo para Alberto, hacía mucho que ya no le importaba su padre, ya raramente pensaba en él, pero... Esas veces en que lo hacía, el dolor regresaba, ya no era tan intenso como antes, pero le recordaba malos ratos; el que le recordaran que ahora tenía una familia que jamás lo abandonaría, y que lo amaba, era lo mejor del mundo.
—Lo sabemos, ma —respondieron al unísono, sonrieron y tras eso se fueron nadando hacia el horizonte.
...
—¡Vamos, Luca! —le gritó Alberto mientras saltaba fuera del agua.
Luca observó cómo su amigo extendía sus extremidades en el aire antes de volver a sumergirse, Luca sonrió y se impulsó hacia arriba, saliendo el también, dio un grito triunfal mientras extendía los brazos hacia el frente, volvió a sumergirse mientras que Alberto lo esperaba; al verlo de regreso, su hermano sonrió y volvió a nadar hacia el frente.
Luca entrecerró las cejas e intentó alcanzarlo, empezó a patalear, y a mover su cola con más intensidad, pero por más que lo intentaba nunca podía alcanzarlo, Alberto siempre era más rápido, no sabía si era porque le llevaba dos años, o porque la forma de su aleta en la cola era diferente, pero lo que si sabía es que un día lo igualaría, o mejor aún, lo superaría.
Por hoy, haría su mejor esfuerzo por alcanzarlo.
Al darse cuenta que Luca iba por detrás, Alberto se detuvo y nadó hasta él.
—Sigues quedándote atrás, hermanito —dijo juguetonamente.
Luca solo sonrió.
—Un día te alcanzaré.
—Estoy seguro que lo harás.
Ambos se rieron, entonces Alberto notó que cerca de ellos había una roca donde podían descansar, la señaló con la cabeza y Luca asintió, ambos nadaron hasta ella y se acostaron, el mayor puso sus dos manos detrás de la cabeza, mientras que Luca colocó sus manos en el estómago, ambos suspiraron mientras veían el reflejo del sol en las olas, era un bello día, aunque algo aburrido.
—¿Quieres ir a explorar la torre? —le preguntó Alberto.
—No lo sé —respondió, la última vez habían encontrado cosas interesantes, pero el Gran Pez aún no estaba en el cielo, y no sentía que salir sin la protección fuera buena idea—, deberíamos esperar a que pudiéramos cambiar.
Alberto rodó los ojos.
—¿Por qué? Los humanos nunca vienen por aquí.
—Lo sé, pero...
Sus palabras fueron interrumpidas por el sonido de un motor, ambos chicos abrieron los ojos y se levantaron, sobre la superficie se veía venir a un bote. Luca miró a Alberto, él estaba igual de sorprendido, ambos nadaron hasta detrás de la roca, asomando solo las cabezas.
La embarcación se detuvo, y estuvo unos momentos ahí sin moverse, Luca no sabía qué hacer, un instinto dentro de él le decía que salieran de ahí lo más rápido que pudieran, pero la otra... se moría de ganas por ver a un humano, ver como ellos se movían en el océano.
Sin embargo, su miedo era más fuerte, iba a escapar cuando Alberto salió de su escondite para dirigirse al bote.
—¡Alberto! —Exclamó tomando de la mano a su amigo—, ¿qué haces?
Su hermano se volvió y puso su mano sobre la de Luca.
—Luca, son humanos, ¿no quieres ver cómo son?
—Se ven como tú y yo cuando el Gran Pez está en el cielo.
—Sí, ¿pero no quieres ver a uno de verdad? ¿Ver sus máquinas? ¿Cómo visten?
Luca se mordió el labio, Alberto sabía sus puntos débiles, sabía que su curiosidad siempre podía vencer a su miedo, pero...
—Es muy arriesgado.
Alberto lo soltó y empezó a nadar hacia el barco.
—Solo un vistazo y ya, mantendremos nuestra distancia.
Luca apretó los dientes y miró detrás de él, estaban bastante alejados de la comunidad, sí algo salía mal... nadie podría escucharlos, estarían por su cuenta, por un momento pensó en regresar a casa y pedir ayuda, pero...
No podía dejar a Alberto solo, si algo salía mal y se iba, y cuando regresara Alberto ya no estaba...
Nunca se lo perdonaría, no podría vivir sabiendo que abandonó a su hermano.
—¡Alberto, espera! —se impulsó con su cola para alcanzarlo.
Alberto se detuvo y se giró para verlo.
—Solo un vistazo, ¿ok? Lo prometo.
Luca sonrió, confiado en que Alberto cumpliría con su palabra, los dos fueron nadando hasta los humanos, solo que no se atrevieron a asomar sus cabezas fuera, sino que tan solo rodearon al bote. Luca abrió los ojos, era un enorme trozo de plástico flotante, o al menos eso es lo que parecía, era de color blanco, y parecía ser duro, en la parte trasera tenía lo que parecían ser cuchillos, con la forma de una estrella. Luca recordó que, cuando el barco se movía, habían creado una espuma detrás de el, como cuando ellos nadaban en la superficie, así que esa estrella debía ser como el bote se movía.
—Wow —dijo asombrado.
—Bastante cool, ¿no? —le preguntó Alberto dándole un ligero codazo.
Luca solo asintió con la cabeza.
Alberto pataleó, estaba por sacar su cabeza del agua cuando Luca lo jaló de regreso.
—¡Alberto! —le dijo con un tono que estaba entre el regaño, y la preocupación.
—Vamos, solo un vistazo, sé que tú también quieres ver como se ve desde afuera.
—Sí pero...
Se escuchó una explosión, algo golpeó a Luca y lo mandó hacia el fondo.
—¡Luca! —gritó Alberto.
El pequeño gritaba mientras se agitaba para tratar de escapar, estaba atrapado en una red. Alberto fue nadando con él lo más rápido que pudo, Luca gritó el nombre de su amigo repetidamente, mientras miraba confundido, y aterrado, hacia todos lados.
—¡Tranquilo, te voy a sacar! ¡Te voy a sacar!
Con sus garras, Alberto se sujetó a la red, iba a empezar a rasgarlas cuando esta fue jalada hacia el bote, fue con tanta fuerza que Alberto no tuvo otra opción más que soltarse, y fue arrojado lejos a causa del impacto.
—¡Albertoooooooo!
Alberto se recuperó rápidamente, detuvo su movimiento y miró hacia el bote, la red estaba unida a una cuerda que la estaba llevando de vuelta al bote, Alberto entrecerró sus cejas.
—¡Luca! —gritó, y fue en su persecución, ahora más que nunca, se alegraba de ser el más rápido de los dos.
No tardó en alcanzarlo, tomó las sogas y empezó a jalar, Luca entendió lo que su amigo pensaba, así que apachurró su cuerpo contra la red y empezó a patalear en el sentido contrario al que era arrastrado, el esfuerzo pareció funcionar, pues el jaloneo se detuvo.
—¡Funciona! ¡No dejes de patalear Luca!
Luca cerró los ojos mientras pateaba con más fuerza, Alberto tiró una vez más, la red no iba a aguantar, sus bordes ya se estaban rompiendo.
—¡Eso Luca, ahora voy a...!
Un arpón hirió a Alberto en el hombro, el chico gritó y se llevó una mano a la herida, el arma había logrado perforar su piel, el momento fue tan repentino que Luca dejó de nadar, e inmediatamente fue enviado de regreso al bote.
Luca miró hacia arriba, luego de nuevo a Alberto, sacó un brazo de la malla y extendió su mano hacia su hermano.
—¡Alberto! —gritó mientras era llevado.
El morado estaba revisando su herida, un hilo de sangre le había empezado a salir, pero al oír la voz de Luca se olvidó de su dolor, y emprendió el nado hacia Luca, no dejaría que nada malo le pasara.
Pero otro arpón le dio, esta vez en el estómago, Alberto volvió a gritar, ahora el dolor punzante se había extendido hasta ahí, levantó la mirada solo para encontrarse, con un monstruo; creía que era humano, pues la figura coincidía con la que Luca y él adoptaban fuera del agua, pero había algo raro con este, su piel se veía como la de una foca, su cara tenía un enorme circulo en medio, y en sus pies había aletas, mientras que en su espalda tenía un extraño cilindro, y lo peor de todo, en sus manos llevaba un rifle de pesca.
Alberto sintió fuego en su interior, aquel monstruo lo había herido, y tenía a Luca prisionero, sacó sus garras y le enseñó los dientes, ese tonto iba a conocer a su destino hoy.
Soltando un rugido de guerra se dirigió hacia el monstro, este estaba por recargar su arma, pero Alberto no le dio tiempo, lo embistió provocando que el humano soltara su pistola, esta se hundió hasta el fondo. El primer instinto de Alberto fue atacar su cara con sus garras, pero el humano logró sujetarlas antes de que pudiera tocarlo, Alberto se esforzó por quitárselo de encima, pero algo andaba mal, había perdido fuerzas, en condiciones normales debería poder acabar con ese humano sin problemas, pero...
«El arpón» pensó, así como el pez globo, la punta debió estar envenenada.
El humano se rió mientras apretaba con más fuerza las muñecas de Alberto, el chico no quería, pero no pudo evitarlo y gritó.
—¡Bestia estúpida! —y tras eso le dio un puñetazo en el rostro.
Alberto soltó un quejido, quería defenderse, pero ningún miembro del cuerpo le respondía, ni siquiera su cola, intentó levantar la cabeza, pero hasta eso le costaba. Tan solo pudo escuchar la risa del monstruo, enseñando sus dientes volteó a verlo.
El humano tan solo seguía pataleando.
—Buenas noches, dulce príncipe —se rió el malnacido mientras se despedía con la mano.
Y fue lo último que Alberto escuchó, pues sus ojos se cerraron, y todo se volvió negro.
...
—¡Alberto, despierta, Alberto! —las sacudidas en su brazo, y los gritos de Luca, provocaron que poco a poco, Alberto fuera abriendo sus ojos.
Al inicio se sintió confundido, pues no recordó nada de lo que había pasado, lo primero que vio fue que Luca y él estaban en el agua, solo que no se veía mucho, a sus lados solo había oscuridad, y que Luca estaba asustado.
Pero esta no era como las otras veces, Luca estaba muerto de miedo, miraba nerviosamente a todos lados, apretando los dientes, sin dejar de mover su cola, y jugando con sus manos.
—Luca... ¿qué pasa?
Entonces lo recordó todo, se llevó una mano a sus heridas, los arpones ya no estaban, y en su lugar le habían puesto una extraña cosa blanca, creía que era una medusa, pero al tocarla no la sintió tan viscosa.
—¿Luca?
Entonces notó que su amigo no dejaba de ver hacia arriba, eso le hizo dar cuenta que, era el único lugar de donde venía luz.
Alberto se acercó más a Luca, y notó que por encima de ellos, había unos barrotes, miró a todos lados, ahora entendía porque todo estaba tan oscuro y cerrado.
Estaban en una jaula.
—No —dijo con un hilo de voz.
Se aferró a las barras, el veneno iba perdiendo fuerza, no tardaría en estar al cien otra vez.
—¡Alberto no!
Luca intentó advertirle, pero antes de que lo supiera, Alberto sintió que un calambre le corría por todo el cuerpo, gritó y soltó los bordes, las manos le ardían, Luca rápidamente fue con él.
—¿Qué les dije? Estas cosas son demasiado estúpidas para su propio bien —dijo alguien afuera, seguido se escucharon un montón de risas.
Alberto sintió ira al reconocer esa voz, era la del humano que los había atacado.
El monstruo se asomó desde los barrotes, los chicos tuvieron que levantar la mirada para verlo.
Ercole estaba parado, desde su lugar tenía una muy buena vista de la prisión de los chicos, en su mano llevaba la vara eléctrica.
—Tienen suerte de que los gringos los quieran con vida —dijo apuntándoles con la vara.
Luca ahogó un grito y se encogió, Ercole sonrió, quizás no eran tan tontos después de todo, entonces notó que el morado lo veía con odio. Ercole soltó una risa, ese le daría más trabajo, pero no había animal que no pudiera dominar.
Dio media vuelta y se fue caminando.
—Pónganse cómodos fenómenos, va a ser un largo viaje.
Y desapareció, Luca miró asustado a Alberto, no se necesitaba ser un genio para saber a qué se refería ese humano, ahora eran sus prisioneros, y los estaban alejando de su hogar.
—Alberto... ¿qué vamos a hacer?
Alberto miró hacia todos lados, no venía ninguna forma en la que pudieran escapar, y si intentaban salir por la reja, el humano lo sabría.
No quería admitirlo, quería decirle a Luca que todo estaría bien, pero sabía que era una mentira, y Luca lo sabría también, porque la verdad era que...
—No lo sé Luca, no lo sé...
...
Daniela miraba asustada hacia el horizonte, ya era de noche, y no había ni rastro de los chicos, tenía su mano sobre su corazón, confiaba en Alberto pero...
Nunca se habían tardado tanto, algo andaba mal, y lo sabía, algo dentro de ella se lo advertía.
Lorenzo se acercó a ella, él también estaba asustado, pero no quería decirlo en voz alta, no quería alterar a su esposa más de lo que ya estaba.
—Tranquila, estoy seguro que han de estar con un amigo, o explorando por ahí, ya no han de tardar.
—¿Tú crees? —le preguntó Daniela, sin voltear a verlo.
Lorenzo solo asintió con la cabeza, eso no pareció calmar a su esposa.
—Sí, pero podemos ir a buscarlos, si eso te hace sentir más segura.
Daniela volvió a asentir, solo que esta vez más frenética, estaba cansada de quedarse de brazos cruzados, quería hacer algo, al menos así sentiría que no estaba perdiendo el tiempo.
Lorenzo fue rápidamente por una medusa, regresó y tomo a su esposa del brazo.
—Tranquila, los encontraremos.
Pero nada de lo que decía parecía tranquilizar a Daniela, de hecho, nada lo haría, hasta que estuviera segura del bienestar de sus hijos. Lorenzo pareció percatarse de esto, pues dejó de insistir, y mejor acompañó a su esposa.
—Avísale a los vecinos para que ayuden —dijo la abuela mientras salían, ella confiaba en los chicos, pero... esta vez algo era diferente, tenía un mal presentimiento.
Daniela giró para mirarla.
—Si mamá, por favor.
Abuela no perdió un minuto, y tomó una medusa para ella, los tres se reunieron en la puerta, y luego cada uno tomó su propio camino.
«Chicos, ¿Dónde están?» Pensó Daniela.
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