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Recompensas y Castigos


Alberto se despertó sudando frío, estaba a punto de gritar pero el alarido se quedó atascado en su garganta, aun así, eso fue suficiente para levantar a Luca, quien se incorporó, al ver a Alberto se asustó, parecía que estaba por tener un ataque.

—¡Alberto! —dijo poniéndole una mano en el hombro.

Su amigo volteó a verlo, y se le lanzó encima en un abrazo, Luca se quedó congelado unos momentos, procesando lo que había pasado, pero después lo abrazo de vuelta.

Alberto suspiró apretando a Luca contra su cuerpo, pero luego lo soltó.

—Lo siento... tuve una pesadilla.

Luca asintió con la cabeza, sin apartar la mirada, quería escuchar más.

—El día que nos capturaron.

Su amigo le puso una mano en su cabeza y lo atrajo hacia él, envolviéndolo con sus brazos, y recargando su cachete contra el cabello de Alberto.

—Lo sé, a veces también sueño con eso.

Alberto cerró los ojos, era un poco extraño, por lo general era él quien consolaba a Luca, después de todo, él era el mayor, y estaba feliz de poder cumplir su labor, pero se sentía tranquilo en los brazos de Luca. Era un pensamiento algo egoísta, pero estaba muy feliz de que no tuvo que enfrentar el encarcelamiento solo, todo el tiempo tuvo a Luca a su lado, sin él, no habría sobrevivido tanto, porque, el deseo por poner a su hermano a salvo fue lo que le dio fuerzas para resistir; y fue gracias a Luca que lograron comunicarse con Giulia, si él hubiera estado solo, jamás habría tenido el valor para hablarle, y nadie lo habría ayudado a escapar.

«Me dio una familia, un hogar, y ahora me sacó de ese horrible lugar, en serio me saqué la lotería con él» pensó.

Luca lo soltó y se llevó una mano al cuello, se lo sobó mientras reflexionaba, se sentía muy extraño ya no tener las cadenas alrededor, se entristeció un poco al reflexionar en ello, ¿Cuánto tiempo habían sido prisioneros? ¿Mamá, papá y abuela... pensaban que estaban muertos? Gran Pez, a estas alturas, quizás hasta el tío Hugo estaba preocupado, era algo aterrador, pero sus intenciones siempre eran buenas, y genuinamente quería a los chicos.

Su corazón le dio un vuelco al pensar en eso.

«Deben estar muertos del miedo» pensó, miró al mar por la ventana, estaba congelado, pero ese no era problema para ellos, habían nacido para soportar las temperaturas más crueles del océano.

Podían irse ahora, si lo quisieran, romper el hielo y nadar de ahí lo más lejos que pudieran, encontrar a la familia y todo regresaría a la normalidad.

Pero había unos problemas con eso, para empezar, quería despedirse de Giulia y Massimo, y agradecerles por todo lo que habían hecho por ellos, así que por lo menos tendrían que esperar a que amaneciera; y segundo, una vez que regresaran a casa, jamás volverían a ver a Giulia de nuevo; sería un verdadero milagro si mamá los volviera a dejar salir por su cuenta después de esa «aventura», y tras ver el trato de Ercole, y de algunos científicos, le quedaba claro que no todos los humanos eran amigos.

Además, lograron escapar una vez, pero nada le decía que pudieran volver a hacerlo, y si Ercole se daba cuenta de que estaban ahí...

«No, no puede, él no sabe de nuestros poderes, no hay forma en que lo descubra» pese a que él era el escéptico de los dos, tenía que admitir que, para poder explicar su cambio, la respuesta tenía que ser magia, no podía ser otra cosa, dudaba que hubiera una explicación científica para su condición.

Y es que en parte, como sabía que esta era su última oportunidad para ver el mundo de los humanos, y más ahora que tenían la protección del cambio, quería ver cómo era el pueblo, ver con sus propios ojos todo lo que Giulia le había contado, además de que quería pasa el mayor tiempo posible con ella, antes de lo inevitable...

—Alberto —su amigo lo miró—, he estado pensando.

Y le dijo todo lo que tenía en mente, Alberto se quedó callado mientras escuchaba; estaba de acuerdo con todo lo que Luca había dicho, no quería preocupar a mamá ni a papá, pero él también se moría de ganas por ver el pueblo, ya no se conformarían con una torre abandonada, sino que podrían observar a los humanos en su habitad natural.

El deseo de explorar era muy fuerte, tanto que ya ni tenían que silenciar a Bruno, podían aprovechar los dos días que les quedaban, pero ninguno quería que la familia siguiera con la incertidumbre.

—Tengo una idea —dijo Luca.

Alberto lo miró atentamente; el castaño se puso de pie y buscó en uno de los cajones del buro que tenía al lado, luego sacó un lápiz y un poco de papel.

—Giulia me enseñó esto, es como tallar en la roca, pero mucho más fácil.

Alberto asintió con la cabeza, seguramente era algo que habían hecho cuando estaban en el laboratorio, pero él había estado tan concentrado en el catálogo de Vespas, que de seguro lo pasó por alto.

Luca puso la hoja sobre el mueble, se hincó y empezó a escribir en ella, Alberto se acercó, y se asomó por los hombros de su amigo:

Querida Mamá, papá, abuela, y tío Hugo, por sí estás ahí:

Somos Luca y Alberto, estamos bien, y a salvo, el día que nos separamos fuimos capturados por humanos, pero logramos escapar con la ayuda de una amiga, y su padre... ellos también son humanos, pero son las personas más amables que hay en este mundo, arriesgaron todo para liberarnos de ese lugar, y ahora estamos en su casa, no se preocupen, al momento de escribir esto, El Gran Pez ya ha ascendido, y pudimos hacer el cambio, los demás humanos no sospechan nada.

Pero no nos arriesgaremos, regresaremos de inmediato a casa, no sabemos cuándo llegaremos, pero tengan por seguro que estamos en camino, y que nada nos detendrá.

Los dos estamos en una pieza, y no deben temer por nada, Giulia... nuestra amiga, nos cuida muy bien, sería genial si pudieran conocerla, pero sabemos que eso es imposible, aun así, y a pesar de los desfortunios de la situación, sepan que conocerla ha sido una de las mejores cosas que nos han pasado en la vida.

No podemos esperar a verlos a todos de nuevo, tengan fe en que nuestra reunión está más cerca que nunca.

Los amamos.

Luca firmó con su nombre, luego le pasó la pluma a Alberto, era mejor que vieran su letra para que supieran que él también estaba bien, era otra cosa buena de ellos, sus caligrafías eran muy diferentes; Alberto firmó y Luca enrolló la carta.

—Muy bien, ¿ahora cómo se la hacemos llegar? —preguntó Alberto.

Luca se llevó una mano a la barbilla, se la sobó mientras pensaba en una respuesta, no pasó mucho hasta que la obtuvo.

...

Con mucho cuidado, para no despertar a los Marcovaldo, se escabulleron hasta la cocina, y tomaron una de las botellas de vino vacías de Massimo,

—Se la repondremos —fue lo único que dijo Luca.

Alberto asintió con la cabeza.

Metieron la carta a la botella y luego le pusieron un corcho, cubiertos con las cobijas que les habían prestado, salieron de la casa y caminaron hacia la playa, al principio la nieve bajo sus pies los congeló, pero cambiaron al instante, y sus aletas soportaban bastante bien el frío.

Tras mirar a ambos lados, y ver que no había nadie más con ellos, se miraron entre sí y asintieron con la cabeza.

Se quitaron las mantas y caminaron internándose en el agua congelada, el hielo crujió bajo sus pies, pero ellos no temían, pues romperlo, era justo lo que querían.

—¿Listo? —le preguntó Luca.

Alberto le enseñó ambos pulgares, saltaron y el hielo se hizo pedazos, ambos se hundieron en el agua helada, posiblemente habrían muerto, de no ser porque se transformaron apenas tocaron el agua.

—¡Ah, se siente bien! —exclamó Alberto mientras daba vueltas en el agua, era lo mejor del mundo hacer eso sin estar encadenados.

Luca también gritó de alegría mientras se movía libremente, como había extrañado esa sensación.

—Recuerda, no arriesgarnos demasiado —era bueno, pero debían comportarse, aún corrían peligro.

Luca miró hacia el horizonte, puso una mano para cubrir el lado derecho de su boca, y los llamó, al principio no pasó nada, pero luego, un gran cardumen de peces se aproximó por el frente. Luca sonrió y miró a su amigo, Alberto le regresó la sonrisa.

Siempre que los monstruos marinos necesitaban ayuda, podían confiar con la fauna marina.

Los peces que se aproximaron eran rascacio rubio, la misma especie que Giuseppe, Luca se acercó al pez que iba a la cabeza y le dio un beso en la frente, luego le entregó la botella.

—Hermano, lleva esta botella con nuestros padres, para que sepan que estamos bien.

El pez solo abrió la boca, dejando escapar una burbuja, aceptando la tarea, en sus fauces tomó la botella.

—Ve a Isla del Mare, y pregunta por los Paguro.

Otra ventaja de los peces, conocían el océano como la palma de sus... aletas.

El pez asintió y empezó a nadar seguido de sus compañeros, con su nuevo destino preparado, tendría un gran viaje por delante.

Alberto se acercó a Luca y lo sacudió por los hombros.

—Siempre con un plan hermanito.

Luca solo sonrió tímidamente, pensar es lo que hacía mejor, ahora podrían aprovechar los dos días que les quedaban con Giulia antes de marcharse, y ver el mundo humano, y sin que su familia siguiera preocupándose.

Todas las piezas estaban acomodándose.

—Bueno, ahora volvamos antes de que alguien nos vea —dijo para terminar, y se dirigió de regreso a la playa.

Alberto estaba por seguirlo, pero entonces recordó algo.

—Oye.

Luca se detuvo para mirarlo.

—¿Qué no dijo Massimo que la pesca había estado mal últimamente?

Luca memorizó, ahora que lo mencionaba, no solo Massimo, sino también Giulia, habían dicho que esa no era la mejor época para su negocio.

—Sí, creo que sí.

Albert sonrió y señaló detrás de él.

—¿No crees que deberíamos echarles una mano?

Luca se quedó pensando, nuevamente sería arriesgado, Massimo no había vendido ni un pez por semanas, pero cuando dos extraños aparecen, se da la mejor pesca del año, y en época invernal.

Era muy, muy, peligroso, pero...

Giulia y Massimo habían arriesgado todo por ellos, quizás su amiga les dijo que no necesitaban pagárselo, pero ellos querían hacerlo.

—Ve a ver si encuentras una red, yo reuniré a los peces.

Alberto solo sonrió.

...

Ercole recogió los restos de la bomba, la parte superior se había derretido, ya solo quedaba la base y la mitad del cuerpo, la olió mientras la levantaba del suelo.

—Una bomba Israelí, puedo oler el magnesio —dijo mientras se la lanzaba a Ciccio.

El rubio hizo malabares con ella antes de atraparla.

—Los rusos odian a los judíos, pero como adoran sus juguetes —continuó Ercole, mientras salían del pasillo.

—¿Crees que fueron los rusos? —preguntó Ciccio inocentemente.

—¡Por supuesto, idiota! —Lo regañó Ercole—, ¡¿quién más?! ¡Eh! ¡¿Los mexicanos?!

Y soltó una risa burlona, recordando al pobre músico de cuarta que conoció en un viaje a México, Ciccio también se rió, aunque muy forzadamente, y luego le llegó otro temor.

—Ercole... ¿eso significa que... se viene otra Guerra Fría?

—Quizás Ciccio, quizá, por lo que sé, podríamos estar al borde de la Tercera Guerra Mundial.

Ciccio tragó saliva.

Ambos salieron al estacionamiento, donde un puñado de soldados se había reunido para tratar de encontrar evidencia de los ladrones, Ercole evitó mirar a su coche, su bella carroza había quedado destrozada, y la había comprado ese mismo día...

—¡¿Cómo entraron?! —preguntó molesto, se suponía que tenían la mejor seguridad de toda Italia, y un puñado de tontos los habían hecho parecer como novatos.

—Identificación falsa, matrícula pintada, este tipo de cosas —contestó Ciccio apresuradamente.

—Bueno, al menos tenemos el video de las cámaras.

—Em...

Ercole se detuvo en sus pasos y se volvió para verlo.

—¿Qué?

Ciccio se rascó detrás de la cabeza.

—Guido me dijo que la detonación... frío los circuitos de las pantallas, todo el metraje se ha perdido.

Ciccio retrocedió un poco, esperando que en cualquier momento Ercole explotara, pero el jefe de seguridad tan solo bajo la mirada, Ciccio tenía que admitir que parecía estar tomándolo muy bien.

—Bien, perdimos las cámaras... pero aún no tenemos que reportarlo, tenemos veinticuatro horas para...

—Ya lo reporté.

Ercole se detuvo en sus palabras, Ciccio tragó saliva, quizás si debió haberse quedado callado.

—¿Lo reportaste?

—S... sí, en cuanto pasó...

Ercole entrecerró un ojo y cerró los puños, Ciccio empezó a retroceder, para él no era nada nuevo ver a Ercole enojado, pero esta vez... algo se sentía diferente, los ojos de Ercole estaban rojos, pero no como si hubiera llorado, más bien... como si quisiese matar a la persona más cercana.

—Ercole —la voz de Bellucci los interrumpió, venía por el corredor donde se había dado el baño de vapor.

Ciccio suspiró aliviado, parecía que la voz de su secretaría había sacado a Ercole de su trance asesino.

—Tienes una llamada del cuartel.

...

—Espero que sepas lo que hay en juego Visconti, muchas personas pagaron mucho dinero para obtener a esas cosas, y ahora ya no están.

—Señor, los voy a recuperar, tenemos una muy buena pista que nos llevará hasta ellos, las fuerzas ya están buscando a los responsables.

El tono del general era calmado, pero Ercole sabía que toda su carrera estaba en juego, hombres muy poderosos habían financiado, desde la captura de los monstruos, hasta la rehabilitación de ese laboratorio, y ahora él lo había arruinado todo.

Si no los recuperaba... no encontraría trabajo ni como limpiador de autos.

—Se que lo harás Visconti, sé que lo harás —el general intentaba sonar alentador, pero en el fondo, Ercole sabía que era una amenaza.

—Lo haré señor, yo cumplo, yo siempre cumplo.

Y le colgaron.

Ercole se quedó congelado mientras escuchaba el timbre, no se sentía así desde que... era un niño pequeño, regañado por papá, por haber sacado las malas notas, por no ser el más atlético de la clase, por no ser un hombre como él. Nuevamente se sentía como ese pequeño indefenso que no podía defenderse por sí mismo, que tenía que recurrir a intimidar a los más chicos para sentirse importante...

¡NO!

«¡Ya no!» Él mismo se prometió que jamás se dejaría volver a ser pisoteado, e iba a cumplir esa promesa, encontraría a esas cosas y volvería a encerrarlas en esa tina, no sin antes darles una buena paliza. Y luego mataría al idiota que los había sacado en primer lugar.

Ese desgraciado iba a conocer la ira de Ercole Visconti.

Unos golpes en la puerta lo devolvieron al presente, se giró para ver a Guido parado en la puerta de su oficina.

—¿Qué quieres, Guido? —le ladró, de todos, con él es con quien estaba más enojado, arruinó su oportunidad de matar al ladrón, o a esas cosas, para ser sincero, cualquiera de las dos hubiera sido buena.

—Perdimos a los especímenes.

Ercole se rió salvajemente.

—No, ¿en serio?

Guido pareció no inmutarse ante su tono violento.

—Ercole, necesitamos recuperarlos, no pueden sobrevivir fuera del agua por largos periodos de tiempo, no sabemos si estas personas saben cómo cuidarlos.

Ercole soltó un bufido, sería un milagro si esos monstruos murieran.

—¿Alguna gran idea?

—Lo siento Ercole, yo solo soy un biólogo marino, tú eres el militar.

Ercole carrasqueó cerrando los puños.

—Tenemos una pista, vamos a seguirla.

Guido sonrió.

—Qué bueno, porque si los especímenes no aparecen, no tiene caso que siga aquí.

Con eso dicho se dio la vuelta y salió de la oficina, Ercole lo siguió con la mirada, no le gustaba el tono con el que le había hablado, ¿desde cuándo Guido tenía tantas agallas?

«Y no es la primera vez, tampoco» pensó, recordando cómo había arruinado su tiro, «todo esto ha empezado desde que esas cosas llegaron...»

Ercole se acercó más a la ventana, Guido siempre había visto por el bienestar de esos fenómenos, ¿y así de la nada, aceptaba el cruel destino de los monstruos, una noche antes de la disección?

Algo le olía mal.

Volvió a su escritorio y tomó el teléfono, marcándole a Ciccio.

—E... Ercole.... Hola —estaba nervioso, sabía que la había cagado, y que Ercole estaba enojado con él.

—Ciccio, sé un hombre y contrólate, hay algo que puedes hacer para arreglar tu estupidez.

Pudo escuchar su respiración aliviada al otro lado de la línea.

—Claro Ercole, ¿Qué necesitas?

Ercole miró hacia abajo, Guido estaba saliendo de la sala de control principal.

—Vigila a Guido, algo me dice que tuvo que ver con todo esto.

...

A pesar de haberse desvelado, a Giulia no le costó nada despertarse a la mañana siguiente, se levantó y se cambió rápidamente, estaba emocionada, solo tenía que aguantar ocho horas de trabajo, y luego volvería a ver a los chicos, en libertad, esta sería la primera vez que convivirían sin que ellos estuvieran encadenados, y eso la emocionaba.

Sabía que eventualmente tendrían que irse, por eso quería aprovechar el máximo tiempo que pudieran, esperaba que al menos pudieran quedarse los dos días de luna llena que restaban, aunque claro que entendería si los chicos prefirieran volver a casa...

Tenía esperanza de que esperaran, solo un poco más.

Salió de su cuarto y fue a la habitación de huéspedes, llamó tres veces pero nadie le respondió.

—¿Luca, Alberto? —preguntó, sin resultados.

Entonces se dirigió al cuarto de su padre y también tocó la puerta, pero el resultado fue el mismo.

«Que... curioso» pensó, una parte de ella quería estar asustada, pero la otra le dijo que se calmara, que todo estaba bien, «quizás deben estar desayunando».

Bajó a la cocina, pero esta también estaba desierta.

«Muy bien, algo muy raro está pasando aquí».

Giulia salió al patio, donde se encontró con una gran sorpresa; Massimo estaba parado, con los ojos y la boca abierta, mirando hacia adelante, donde había una enorme pila de peces, y Luca y Alberto, como humanos, estaban a los pies del montón, ni siquiera en sus mejores épocas, habían visto una pesca tan grande.

—Santa ricota... —dijo Giulia, sin poder creer lo que veía

Luca la miró y le enseñó ambos pulgares, mientras que Alberto solo se llevó las dos manos a la cintura.

—Conocemos muchos peces —dijo Alberto con orgullo.

—¿Sabías que sus redes son muy similares a las nuestras? Fue muy fácil pescar —mencionó Luca.

Giulia no sabía que decir, y parecía que Massimo tampoco, así que el pescador solo dio un paso al frente, y abrazó a los muchachos, su único brazo fue más que suficiente para rodearlos a ambos, los levantó del suelo y los sacudió, juguetonamente, hacia los lados.

—¡Chicos, gracias! —dijo felizmente.

—Oh, wow —soltó Luca, mientras que Alberto solo sonrió.

Giulia ahogó una risita, la escena era adorable. Massimo los volvió a poner en el suelo.

—No tenían que hacerlo.

—No fue nada —respondió Alberto.

—Una pequeña muestra de agradecimiento —continuó Luca.

Massimo sonrió, de la noche a la mañana había pasado de no tener nada, ¡a tener las ventas de un mes! ¡Y en la peor época del año! Esto sí que sería una locura con los clientes.

Giulia estaba tan feliz, sabía lo mucho que esto significaba para su padre, ahora podía volver a lo que tanto amaba, los chicos en serio, se habían ganado un lugar muy especial con Massimo con esto, y eso que Massimo ya los apreciaba, incluso antes de conocerlos.

—Me encantaría quedarme, pero será mejor que me vaya, no quiero llegar tarde al trabajo, eso podría levantar sospechas —dijo Giulia.

Massimo se volvió para verla, olvidando por un momento su emoción por el regalo.

—Oh, lo siento Giulietta, no te he preparado el almuerzo, déjame...

—No te preocupes papá, compraré algo de camino —y miró de nuevo a sus amigos—, muchas gracias por esto chicos.

Luca y Alberto solo volvieron sonreír, mostrando los dientes, Giulia se sintió extraña de que fueran dientes humanos, y no de tiburón, pero negó con la cabeza, tenía que acostumbrarse a ambas formas de sus amigos.

—Los veo al rato.

Y con eso se fue, dejando que sus hombres se encargaran del resto de los labores del hogar.

Ahora, tenía que enfrentarse a un verdadero monstruo.

...

Los días se habían convertido en semanas, las semanas en un mes.

Daniela Paguro estaba recogiendo las algas de su jardín, desde la desaparición de sus hijos, había tratado de mantenerse ocupada, así no pensaba en ello, porque ella no era sorda, escuchaba lo que los vecinos decían a sus espaldas, todos creían que Luca y Alberto....

Habían ascendido para encontrarse con el Gran Pez, tenía las sospechas de que Lorenzo empezaba a creerlo, pero ella no, ella sabía que sus hijos estaban con vida, su instinto maternal se lo decía.

«Ellos no son madres, por supuesto que no lo entenderían» pensaba, y se aferraba a ese sentimiento.

El mar era un lugar muy grande, podrían estar en cualquier parte, sorprendentemente, era Hugo quien más la animaba a no perder la fe, desde que los chicos desaparecieron, se había mudado con el resto de la familia para ayudar con lo que se pudiera; él más que nadie sabía lo profundo que era el océano, y sabía lo resistentes que eran sus cuerpos ante todo ambiente, él confiaba en que los chicos volverían, tarde o temprano.

Su madre también confiaba en ello.

«Son rudos, donde sea que estén, sabrán cuidarse, de hecho, temó por el tonto que los provoque».

Ella siempre había tenido mucha fe en sus nietos, para ella, no había quien pudiera hacerles frente.

El apoyo de su familia era lo único que le permitía a Daniela a llevar el día con día, y de ignorar a los vecinos, si no, se habría vuelto loca hace mucho. Terminó de tomar todas las algas que necesitaba, agarró su canasto y estaba por regresar adentro, cuando escuchó el aleteó, miró hacia el frente, un cardumen se aproximaba a ella.

—Qué raro —dijo en voz alta, ¿acaso Enrico había regresado, y con amigos?

El pez que iba a la cabeza se le acercó, en sus manos llevaba una botella, Daniela la identificó, era uno de sus objetos que los monstruos de tierra a veces tiraban en el agua.

«¡Malditas bestias! Siempre contaminando nuestro bello mar».

Daniela miró al pez, no sabía porque le había traído eso; el animal soltó la botella, y habló:

—Un mensaje, de tus hijos.

Los ojos de Daniela se abrieron como nunca, su corazón empezó a latir más rápido, y sintió algo, que hace mucho no había sentido, felicidad.

Tomó la botella antes de que esta se hundiera, con su mandíbula tomó el corcho y lo sacó de un tiró, le pegó al fondo para que saliera la carta, y en cuanto la tuvo en sus manos, dejó que el agua se llevara el objeto humano.

Se puso a leer, y sus ojos se llenaron de lágrimas con cada escrito, ahí estaba su fe siendo recompensada.

—¡Lorenzo, Lorenzo, mamá, Hugo! —llamó a gritos, no podía contenerse, estaba eufórica.

—Mi amor, ¿qué pasa? —preguntó Lorenzo saliendo de la casa, estaba algo exaltado por el humor de su esposa.

Nadó hasta ella, y entonces Daniela empezó a sacudirlo mientras le mostraba la carta.

—¡Están vivos! ¡Luca y Alberto están vivos! ¡Acaba de llegar!

Lorenzo no podía creerlo, tuvo que leer la carta dos veces antes de poder aceptarlo.

—Hijos...

Y sin poder agregar otra palabra, abrazó a su esposa, todos los miedos y dudas se habían ido; la abuela y Hugo no tardaron salir, y al leer la carta compartieron la alegría de los demás, jamás lo dudaron, pero siempre era satisfactorio cuando la esperanza rendía frutos.

Sus muchachos estaban bien, y venían de regreso a casa.

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