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Las Últimas Horas en la Superficie.

Giulia y los chicos se habían cubierto en toallas mientras secaban las escaleras y partes de la cocina, para asegurarse de que no se mojaran, Massimo le dio a Luca y Alberto guantes, así como unas botas de repuesto que tenía, las cuales por supuesto, que les quedaban grandes, pero eso no impidió que continuaran con su tarea, mientras que ellos se encargaban de los escalones, Giulia limpiaba los puntos de la cocina que se mojaron, ya que preferían que los chicos se resguardaran en un lugar donde nadie los viera, en caso de que se mojaran. Mientras la chica terminaba de trapear, se levantó y vio que su padre entraba con otro trapo.

—Lo siento —volvió a disculparse ella, sonriendo nerviosamente.

Massimo negó con la cabeza, aunque claramente estaba molesto por la pequeña inundación, no quería armar alboroto, menos sabiendo que la separación de su hija con sus amigos era inminente, así que no le echaría bronca, solo por esta ocasión.

—¿Ahora ves porque nunca te dejamos hacer pijamadas? —Dijo juguetonamente.

Giulia rodó los ojos mientras se reía, lo que provocó que Massimo sonriera, esperaba que aún después de que los chicos se fueran, su hija pudiera mantener su sonrisa, no quería que regresara a la depresión.

Tras terminar de asear, Massimo se ofreció a preparar un poco de espresso, pero Giulia le dijo que mejor no, ya que podría alterarlos un poco, y ya era tarde, así que el pescador mejor preparó chocolate caliente, ya que los chicos ya lo habían probado, y sus cuerpos serían más resistentes, así que tras unos minutos de esperar, y que todos se cambiaran por ropas secas, se sentaron a la mesa, y Massimo sirvió una taza a cada uno.

Tras agradecerle, Luca y Alberto bebieron, después de todo, no tenían chocolate en el fondo del mar, debían aprovechar la ocasión, Giulia miró a su padre y le sonrió, él también se sentía feliz por los chicos.

—Peces —dijo Luca tras terminar su bebida—, voy a extrañar esto.

—Sí —se le unió Alberto, mientras metía un dedo en la taza para embarrar la espuma en el, luego lo chupó saboreando el chocolate—, esto y el Trenette al pesto.

—Oh sí, eso también —agregó Luca.

Recordar lo que era inevitable oscureció un poco el ambiente, los semblantes de los chicos se oscurecieron, y hasta una mueca se formó en el rostro de Giulia, quién bajó su taza.

«Bueno... todo lo bueno tiene que llegar a su final» pensó, creyó que lo había aceptado allá atrás pero... le era difícil, Luca y Alberto habían cambiado tanto su vida que ahora le costaba imaginarse como iba a poder seguir sin ellos, «No sé si pueda regresar al laboratorio... estarán lejos de Ercole, y sin ellos aquí, Ercole también se irá, enfócate en eso».

Massimo, por su parte, notó el cambio de ambiente, suspiró y se recostó un poco más en su silla; ya estaba pasando, aún si los chicos seguían aquí, ya todos sabían lo que estaba por venir.

«Bueno, de nada sirve lamentarse por lo que será, es mejor vivir el momento» pensó.

—No se pongan tristes —dijo tomando un poco, los tres voltearon a verlo—, aunque tengan que irse, aún queda una cosa por ver.

Los ojos de Luca se abrieron, recordando lo que pasó mientras ayudaban a Massimo en la pescadería.

—Oh es cierto, Giulia —miró a su amiga—, una de las clientes de tu papá dijo algo sobre una fiesta... del... del.

Festa del Mare –terminó Giulia, dejando su taza sobre la mesa.

Luca hizo un chasquido, y le apunto un dedo.

—¡Eso!

La chica asintió con la cabeza.

—Oh sí, lo había olvidado, Festa del Mare es un festival que realizamos todos los años para celebrar el fin del año, y para pedir por uno mejor, hay muchos puestos de comida, juegos, bailes, se pone bastante vivo el ambiente.

—Creo que será una despedida ideal –comentó Massimo.

Luca y Alberto intercambiaron miradas, y luego se sonrieron el uno al otro.

—¡Eso suena genial! —comentó Alberto levantando un brazo, la parte de mucha comida era su favorita, si pronto iba a tener que abandonar La Superficie, lo mejor sería probar todos los alimentos terrestres que pudiera.

Luca asintió energéticamente con la cabeza, él solo estaba emocionado por ver un poco más del mundo humano, y poder pasar más tiempo con Giulia, ella por su parte sonrió, era bueno ver que los buenos ánimos habían regresado a la mesa.

—El Festival es nocturno, podemos pasar unas horas en el y luego... serán libres —dijo, sonaba mejor que "irse".

Los chicos volvieron a mirarse, esta vez ya no con tanto entusiasmo, pero sabían que era lo correcto, era hora de regresar a casa, y rencontrarse con su familia.

—Saben que siempre serán bienvenidos aquí –agregó Massimo, con un tono más severo que de costumbre, lo que provocó que todas las miradas se posaran en él—, pero ahora que Ercole los vio... es mejor que regresen a casa pronto.

Esperaba que no sonara como si los estuviera corriendo, pero no quería arriesgar a los pobres a regresar a ese horrible lugar, sobraba decir que ellos tampoco saldrían impunes.

Esta vez entre los tres se miraron, al final, no dijeron nada, sabían que no lo decía con mala intención, y el peligro que Ercole representaba; aun así, Massimo se sintió un poco responsable por tener que ser el que recordara los detalles amargos, se decidió a corregirlo.

—Pero no pongan esas caras —dijo más calmado, lo que una vez más trajo la atención a él—, todavía les espera un gran día, y una noche maravillosa.

—Es verdad —agregó una Giulia mucho más animada—, siempre encuentras buenas cosas en el festival, se la pasa bien.

Claro que omitió los detalles que de niña, siempre tuvo que ir con sus padres, o sola, ya que ningún otro niño del pueblo quería ir con ella... pero no había necesidad de que los chicos supieran eso.

Con los ánimos reanimados, Alberto terminó su bebida y Massimo los mandó a la cama, era mejor que descansaran para prepararse para mañana, sorprendentemente no encontró objeción.

—Iré con ellos –dijo Giulia terminando su chocolate.

Massimo solamente asintió levemente con la cabeza.

Giulia se puso de pie y siguió a los chicos por las escaleras, cuando la voz de su padre volvió a detenerla.

—Giulia.

Ella se paró y se volvió para verlo.

—Lo siento, si los incomodé.

Ella sonrió, negando con la cabeza.

—No papá... sabemos porque lo dices... y que es cierto.

Massimo no agregó más.

Giulia se dio por contenta con eso y empezó a subir de nuevo, Massimo se quedó un momento parado, hasta que la sombra de su hija desapareció, entonces se sentó de nuevo. Machiavelli apareció poco después, subiéndose a la mesa, no era costumbre de él, porque su gato tampoco era tan afectivo, pero se encontró acariciando la cabeza del felino, el no puso quejas, y hasta ronroneo un poco.

—Sí, va a ser un poco difícil —se dijo para sí mismo, ya estaba extrañando el ruido.

Giulia siguió a los chicos hasta el cuarto de huéspedes, donde estaban vestidos únicamente con sus shorts de algas, Luca había acomodado las ropas en una silla, mientras que Alberto solo las había tirado por ahí, ante eso, ella no pudo evitar rodar los ojos.

Los chicos la notaron y le sonrieron.

—Solo vine para asegurarme de que no les falte nada —dijo entrando en la habitación.

—Estamos perfectos, gracias —respondió Luca.

Giulia se fijó alrededor, era cierto, parecía que todo estaba en orden.

—Bueno, creo que yo también me iré a dormir.

Los dos solo asintieron, ya que ahora se sentían un poco incomodos, ella solo sonrió, se dio la vuelta para salir, hasta que tuvo otra idea, se volvió, apoyándose en los bordes de la puerta.

—Oigan.

Los chicos la vieron.

—Tengo una idea.

—¿Involucra inundar otro cuarto? —preguntó un emocionado Alberto.

Giulia ahogó una risa.

—No, está es menos caótica.

Los chicos la acompañaron al cuarto, ahí la ayudaron a destender la cama y a bajar el colchón de la base, luego, entre los tres, lo llevaron hasta el cuarto de huéspedes.

—¿Sabes? Estás camas suyas son muy cómodas –dijo Alberto mientras lo cargaban—, pero siento que se complican demasiado la vida.

—Solo porque tienen la ventaja de que en el agua todo es más ligero —se defendió Giulia—, trata de mover una piedra en tierra firme.

—Ya lo hice... hicimos, múltiples veces.

—Tiene razón —agregó Luca.

Tras llegar al cuarto, acomodaron el colchón en el suelo, de manera vertical a la cama, luego los tres regresaron por las almohadas y las sabanas, y tendieron rápidamente la colcha y Giulia se sentó, cruzando las piernas, mientras que Luca y Alberto se acomodaron en la cama.

—Muy bien, esto es a lo que los humanos llamamos, pijamada.

Luca se entusiasmó por descubrir una nueva costumbre humana.

—Muy bien, ¿y en qué consiste?

—Oh bueno, básicamente es cuando pasas la noche en casa de un amigo, y hablan sobre cosas.

—¿Qué cosas? —siguió Luca.

—De todo tipo de cosas, eso es lo genial, puede ser de lo que sea.

—Oh, ahora si hablamos –mencionó un emocionado Alberto, le era difícil seguir las conversaciones de gente lista que Luca y Giulia solían tener, pero si podían hablar de lo que fuera, eso significaba que no tendría problemas.

Giulia sonrió y se recostó, pecho tierra, apoyando su cabeza entre sus manos, ¿y que importaba si nunca tuvo una pijamada cuando niña? Ahora la tenía, y mejor aún, se sentía como si tuvieran todo el tiempo del mundo.

...

Cuando Ciccio dejó a Ercole en su cuarto rentado, lo primero que hizo el general fue correr al escritorio y encender su computadora, en otras circunstancias, esas ideas le parecerían una total tontería, pero no ahora, después de haber visto a esos chicos...

Sabía que tenía una pista.

Al prenderse la pantalla, se preparó para teclear, hasta que detectó un fétido aroma, Ercole se puso a olfatear, olía a carne echada a perder, pero fue cuando giró su cabeza hacia las teclas que descubrió de donde venía, su mano, la herida. El hombre la alzó, sus dedos estaban negros.

«Ya casi, solo atrapó a esos bastardos, y luego me atenderé», pensó, ya estaba cerca, ya tenía la pista que había estado pidiendo.

Siendo lo único que podía hacer, se puso de pie y abrió la ventana, al menos así el cuarto se despejaría.

Regresó a su escritorio y abrió el navegador, tecleando en su buscador "Monstruos marinos que se convierten en humanos en tierra firme", y luego oprimió buscar. Los primeros resultados fueron algo decepcionantes, solo listas de monstruos marinos de la prehistoria, de asombrosas criaturas marinas, y del Monstruo de la Laguna Negra.

—No, no —dijo irritado a la pantalla—, dame algo que sí me ayude.

Bajo por los resultados, pero todos eran igual de inútiles.

«Maldición», pensó, «esto está resultando peor que tratar de consultarlo con Guido, quizás debería regresar con él, estoy seguro que con la presión necesaria, podría hacerlo hablar».

Seriamente lo consideró, cuando uno de los resultados llamó su atención.

«La historia de amor entre dos seres que atravesó fronteras», se leía.

Ercole dejó de bajar por el buscador, y releyó lo que decía la descripción, sonrió, parecía que finalmente lo había encontrado, abrió el link y se puso a leer, era una leyenda sobre un príncipe humano que se enamoró de una de esos engendros.

«Debido a la fuerza de su amor, la luna les concedió un regalo, a ella y a todos los suyos, que todas las noches que brillará en el cielo en su totalidad, se les permitiría caminar en la tierra como humanos».

Ercole se levantó y fue de nuevo hacia la ventana, solo que esta vez se fijó en el cielo, había luna llena.

Justo como pensaba, sacó de sus bolsillos una cajetilla de cigarros, sostuvo uno con los dedos buenos que le quedaban, mientras que con la otra mano lo encendió, sacó el humo por la ventana, la nube gris se puso frente a la luna, y desde su distancia, parecía que la cubría por completo.

«Ya son míos», tan solo terminara su cigarro, le enviaría la información a Bellucci para que la imprimiera, y presentarle su caso al general por la mañana, después de eso, Apestulia y esos fenómenos no sabrían lo que los golpeó.

...

Cuando Giulia despertó a la mañana siguiente, hacía frío, por lo que se hizo un ovillo entre las sabanas.

—Chicos... cierren la ventana, por favor –era la única explicación que encontraba al de porque tanto frío, pero no obtuvo respuesta—, ¿chicos?

Se levantó un poco, notando que la cama estaba vacía, miró alrededor, ni rastro de ellos.

—¿Luca, Alberto? —ninguna respuesta.

«¿Se habrán ido?» Pensó, «¿fue el encuentro con Ercole demasiado para ellos?».

Temerosa se puso de pie, fue rápidamente a su cuarto por una bata y luego bajó, esperando encontrarlos en la cocina.

«Espero que no se hayan ido... solo, un poco más, por favor», ya ni sabía a quién le estaba rezando.

Por suerte al pasar al umbral encontró su respuesta, Luca y Alberto estaban sentados a la mesa, tapados con toallas, un poco mojados, con esas partes del cuerpo transformadas, y bebiendo chocolate caliente, el cual habían calentado en el microondas. Giulia suspiró aliviada y se recargó en los bordes de la puerta, llamando la atención de ambos.

—Buenos días —dijeron al unísono.

—Buenos días —respondió ella acercándose, y sentándose en la silla restante—, ¿puedo saber porque están mojados?

—Solo mira por la ventana —respondió Alberto bebiendo.

Giulia levantó una ceja, pero hizo lo que su amigo le indicó, se paró y echó un vistazo, viendo que la carreta estaba nuevamente llena de peces.

—¿Volvieron a salir? —les preguntó.

—Sí —respondió Alberto con total normalidad, dando otro trago.

—Era nuestra última noche aquí, así que es la última oportunidad que tendrá tu papá de vender antes de que nos vayamos —explicó Luca.

—Santa Ricotta —agregó Giulia mientras se sentaba, no sabía si sentirse o muy halagada, o muy irritada—, chicos, en serio apreció lo que hacen por nosotros, y estoy seguro que mi papá también, pero ya no podemos arriesgarnos tanto, Ercole sabe que están aquí.

No era sorda a las palabras de su padre.

—Pero tú misma dijiste que no podría darse cuenta, que no lo creería a menos que nos viera —retomó Alberto.

—Lo sé, pero es mejor no correr ningún riesgo innecesario, solo por si acaso.

Alberto rodó los ojos, iba a decirle que fueron cuidadosos, que se aseguraron de que nadie los viera, pero en eso Luca habló antes de que pudiera decir cualquier cosa.

—Lo entendemos, Giulia, no te preocupes, fuimos cuidadosos.

Alberto solo asintió con la cabeza mientras señalaba a Luca, Giulia rodó los ojos, no iba a discutir, solo porque era su último día juntos, no quería desperdiciarlo así.

—Bueno, olvidémoslo —dijo mientras se estiraba un poco en la silla—, se los agradezco de corazón.

Los chicos sonrieron mostrando los dientes, Giulia se dio por satisfecha con eso.

—Bueno, ahora que trajeron más pescado, no dudo en que mi papá va a querer abrir la pescadería.

—Eso está bien por nosotros, nos gustó ayudar, podemos hacerlo de nuevo —dijo Luca.

Alberto asintió.

—Muy bien, no saben el gusto que me da trabajar en el negocio familiar en vez que en ese horrible laboratorio.

—Era bueno cuando tú estabas —dijo Luca dando un trago.

Giulia se ruborizó un poco.

—Bueno, entonces parece que estaremos ocupados.

...

Como era predecible, Massimo no estuvo tan contento con los chicos arriesgándose una vez más, y menos con lo de Ercole, pero no le dio demasiada importancia, al igual que su hija, no quería usar el último día para regaños y discusiones, era mejor aprovechar las manos extras.

Como el día anterior, se dividieron en las tareas ya asignadas, solo que ahora Giulia se encargó de hacer entregas a domicilio, pero no podía usar su bicicleta por las calles congeladas, así que prefirió ir a pie, a los chicos les hubiera gustado acompañarla, pero al final se quedaron en la pescadería, esto ya que Massimo se los pidió, para que no se arriesgaran más, después de todo, les dijo que era mejor esperar a la noche; aunque un poco decepcionados, los chicos entendieron y aceptaron quedarse detrás.

Giulia sonrió y fue hacer las entregas, en verdad había olvidado lo mucho que disfrutaba ese trabajo, no solo porque la ayudó a pasar esos solitarios días de verano, sino que también le animaba recorrer las calles del pueblo, le traía nostalgia de su infancia, y sentía satisfacción en entregarles sus pedidos a los pobladores, le hacía sentir que ayudaba al negocio familiar.

«Qué curioso, ahora me gustaría regresar a esos días» pensó mientras entregaba un pescado, tras recibir el pago, y agradecimiento, se dio la vuelta para seguir sus labores, como no podía sacar la carreta, se llevó una bolsa. «Sí, estaba sola, y Ercole siempre me humillaba en la Copa Portorosso... pero mamá estaba viva, no estaba paranoica de que el gobierno me siguiera... no lo sé, la vida era más sencilla».

Era curioso como la vida daba sus giros, no todo era malo, conocer a los chicos fue genial, pero... siempre había cierta anhelación por el pasado. La próxima calle estaba pasando un callejón, Giulia caminó sin mirar al interior, si lo hubiera hecho, habría visto al hombre. Él salió de su escondite, tapó la boca de la chica con su mano y la arrastró dentro, a Giulia no le dio tiempo de reaccionar, ni alcanzó a comprender que pasaba cuando ya la retenían dentro.

—Shhhh, soy yo.

Al reconocer la voz, Giulia se tranquilizó y dejó de forcejear, la mano la liberó y ella se volteó para confrontarlo.

—¡¿Estás loco?! ¡Casi me matas del susto!

—Lo siento, pero prefiero que no nos vean juntos en público —respondió Guido acomodándose el saco.

Giulia rodó los ojos.

—¿No deberías estar en el laboratorio?

Guido negó con la cabeza.

—Ya no creo que sea seguro, Ercole está como loco.

Giulia, pese a todo, sonrió, le gustaba oír que ese tonto la estaba pasando mal, mientras más bajo cayera mejor.

—Después de esto iré directamente a presentar mi renuncia, sin los especímenes no hay necesidad de que me quede.

—Sabes que tienen nombre...

—¿Y quieres que lo diga aquí? ¿En público en voz alta? Donde alguien podría escucharnos...

Giulia no respondió, solo se cruzó de brazos, Guido tenía razón, debían ser más precavidos, se hizo un incomodo silencio, que solo fue roto cuando el chico la miró nuevamente.

—Giulia... los dos hombres con los que estabas ayer... ellos... ¿son?

—Sí.

Los ojos de Guido se abrieron, sin poder creer lo que acababa de oír.

—¿Cómo?

Giulia suspiró, sabiendo que Guido era científico, esta respuesta posiblemente no iba a convencerlo.

—Magia.

Guido pasó de la sorpresa al escepticismo, le examinó la cara en busca de cualquier rastro de broma o algo parecido, pero no, ella mantuvo su cara seria, Guido retrocedió un poco.

—Te digo la verdad, es la única explicación que puedo encontrar, al parecer la luna llena tiene un efecto en ellos.

Guido entrecerró una ceja.

—¿Cómo los hombres lobos?

—Oh, al parecer ellos también existen, y tuvieron una guerra con ellos.

Guido parpadeó ante el asombro, Giulia rodó los ojos y miró hacia los lados, no se veía a nadie más, así que regresó su atención a Guido.

—Escucha, tengo que hacer estas entregas, para cuando regrese debe ser la hora del descanso, así que veme ahí y te los presentaré —correctamente quería decir, el pequeño encuentro que tuvieron anoche no contaba—, deja que ellos te expliquen todo.

Guido suspiró, mirando hacia izquierda y derecha, y luego a las azoteas de los edificios, antes de regresar a ver a la chica, si bien ya estaba arriesgándose mucho en verse con Giulia, no quería irse sin antes tener todas las respuestas que Luca y Alberto pudieran darle, era una oportunidad que no podía dejar escapar.

«Solo esta ultima vez, luego me iré» pensó.

—Bien.

Giulia sonrió.

—Entra por la parte de atrás.

Guido asintió, la chica caminó de espaldas hasta salir del callejón, miró hacia los lados, al ver que estaba libre le sonrió al chico y volvió a concentrarse en su tarea.

...

Tal y como había supuesto, Giulia se encontró con que a su regreso era la hora del descanso, Massimo estaba cerrando las puertas y poniendo el letrero de cerrado cuando ella apareció.

—¿Y los chicos? —le preguntó a su padre.

—En la cocina —respondió él señalando a la puerta con la cabeza.

Giulia asintió, comprobó una vez más que nadie la hubiera seguido, y luego le indicó que se agachara, Massimo le hizo caso, para que su hija pudiera susurrarle al oído, la chica se acercó y le contó lo que había pasado.

Massimo se reincorporó.

—¿Segura?

—Dijo que Ercole se quedó en el laboratorio.

Massimo miró a sus alrededores, al ver que todo parecía normal, asintió.

—Ve, me quedaré a vigilar.

Giulia no sabía lo que había hecho para merecer un padre así, Massimo la dejó pasar y ella fue directamente a la cocina, donde, como le dijeron, Luca y Alberto estaban sentados a la mesa.

—Hola —la saludó Luca—, ¿Cómo te fue?

—Bien, pero debemos prepararnos, tenemos visitas.

Eso alertó a ambos, se enderezaron para mirarla, Giulia fue abrir la puerta, se asomó fuera en busca del chico, lo encontró escondiéndose detrás del árbol donde tenía su escondite, con la mano le indicó que se metiera, Guido trotó hasta la puerta, y Giulia la cerró detrás de él.

Cuando Guido entró, Luca y Alberto abrieron los ojos lo más que pudieron, y se pusieron de pie, hubo un momento en que ninguno apartó la mirada del otro, el biólogo los examinó de pies a cabeza, ya los había visto anoche, pero con la presión de tener a Ercole a un lado, apenas y les había prestado atención, ahora que los veía con calma, podía fijarse mucho más en los detalles, y comprobar que en efecto, se veían bastante parecidos.

—No puedo creerlo, realmente son ustedes.

Luca y Alberto se miraron, luego de regreso a Guido.

—Bueno sí... —admitió Luca encogiéndose de hombros—, hola.

Alberto también saludó con la mano.

Giulia solo se quedó junto al marco viendo todo transcurrir, era un... poco divertido, ver como ninguno de los tres sabía cómo reaccionar.

—Wow —continuó mientras tomaba una silla y se sentaba, para luego señalar los asientos de los jóvenes—: por favor.

Luca y Alberto volvieron intercambiar miradas, pero al final hicieron caso y se sentaron.

—Bueno, antes que nada me gustaría pedir disculpas... por dejar que Ercole...

Pero Luca negó con la cabeza.

—No, tú nos ayudaste mientras estábamos ahí, con el ungüento y con el escape.

—Aún siento que pude hacer más.

—Quizás —respondió Alberto, pero Luca le dio un ligero codazo en las costillas, él se quejó y vio a su amigo, quien le mandó una mirada reprochadora.

Alberto rodó los ojos.

—Te agradecemos todo lo que hiciste.

Guido sonrió, mientras que Giulia ahogó una risa, jamás se cansaría de las interacciones de esos dos.

—Tengo muchas preguntas... ¿siempre han podido hablar, o solo cuando se transforman?

—Todo el tiempo —contestó Alberto—, no somos salvajes.

—Entonces... todas esas veces en el laboratorio...

—Teníamos que ser precavidos de en quien confiábamos —dijo Luca.

Guido asintió con la cabeza.

—Que listos.

—Gracias —dijo Luca con sinceridad, mientras que Alberto sacó el pecho.

—Ustedes son realmente maravillosos, ¿pero cómo pueden...? Ya saben.

Luca y Alberto se sonrieron el uno al otro, se pusieron de pie y fueron al lavabo, abrieron la llave y metieron su mano debajo del agua, una vez que se transformaron se las mostraron a Guido, con una mirada sorprendida, el biólogo se levantó de golpe, por la emoción tiró la silla, y fue a examinar las extremidades.

—Fascinante —dijo mientras la observaba.

—Bastante genial, ¿verdad? —dijo orgullosamente Alberto.

—Increíble, diría yo —continuó Guido.

Giulia negó con la cabeza mientras sonreía, fue a levantar la silla caída y la acomodó en su lugar.

«Son un montón de niños», pensó divertidamente.

—Extraordinario —siguió diciendo Guido al observar los dedos palmeados, luego los miró a la cara—, ¿Cómo lo hacen?

—Oh, bueno... —empezó Luca, pero Alberto rápidamente lo interrumpió:

—El Gran Pez en el cielo nos da el poder.

Guido hizo una mueca, ¿gran pez en el cielo? Miró a Giulia a ver si ella podía explicarle mejor.

—Te dije que era magia.

—¿Por qué no te sientas y te contamos mejor las cosas? —Sugirió Luca, al ver que el pobre no entendía nada—, trataremos de ser lo más claros posibles.

Guido asintió, sí que lo necesitaba.

Así que tomaron asiento, y Luca y Alberto volvieron a relatar la leyenda de la princesa marina, Giulia no sabía cómo el científico tomaría la historia, a Luca y ella aún les costaba aceptarla, ¿Qué pasaría con un hombre de ciencia?

Al final Guido se recargó en su silla, pensativo.

—Interesante... ¿y ustedes... creen en ella?

—Por supuesto, ¿sino como explicas esto? —dijo Alberto enseñando la mano.

—Bueno... en casa todo el mundo la cree, es como nuestra religión, pero yo aún tengo dudas —admitió Luca.

Alberto rodó los ojos, sabía que su hermano era muy listo, entonces no podía entender cómo es que no creía en algo que podía ver frente a sus ojos.

—Yo tampoco estoy tan segura —confesó Giulia.

—Bueno —dijo Guido llevándose una mano a la barbilla—, la luna refleja los rayos del sol, eso podría explicar porque pueden transformarse durante el día y la noche, y solo cuando la luna está completa.

Claro que eso aún no explicaba porque no podían cambiar el resto del mes, pero quizás eso ya tenía que ver con el trato hecho entre la luna y el sol...

Ahora Luca y Giulia fueron los que intercambiaron miradas, si lo veían de ese modo... podían aceptar un poco más la leyenda como explicación.

—Pero definitivamente hay magia de por medio —admitió Guido—, es la única respuesta que encuentro para que unas colas aparezcan de la nada.

—Sí, solo se materializan —continuó Luca—, ¿pero sabe que es lo raro? Aunque usemos ropa que no sea la nuestra, ósea, que no tenga un agujero para las colas, esta aparece, y no la rompe, solo sale del otro lado, y cuando nos transformamos de vuelta, se esfuma.

Luca siempre había encontrado eso bastante extraño.

—Sí, sin duda es magia —finalizó Guido alzando los brazos.

—Pareces aceptarlo bastante bien para ser un hombre de ciencia —dijo Giulia.

—Supongo que a veces uno solo debe creer en los milagros.

Giulia no dijo nada más, tenía razón, los cuatro se sonrieron, hasta que un nuevo pensamiento le llegó a la chica.

—Un momento... ¿ropa no hecha para ustedes? Quieren decir humana... ¿tenían ropa humana en casa?

—Oh... eh —Luca miró a Alberto por ayuda, sin querer se había puesto en una cueva sin salida, pues sí habían encontrado ropa humana en casa... de un cadáver en un navío.

—Oh —respondió Alberto apretando un poco los dientes, pero luego miró al frente decidido, y uso un tono casual—: ustedes humanos siempre botan su basura en el océano, así que es fácil encontrar cosas.

Luca asintió con la cabeza mientras Giulia y Guido apartaban la mirada, sintiéndose avergonzados en nombre de su especie, pero para los monstruos marinos sirvió ya que ya ninguno de los dos quiso indagar más en el tema.

—Bueno —dijo Guido tras un rato—, ha sido un verdadero placer, pero es mejor que me retire.

—¿Tan pronto? —preguntó Luca.

—Sí, Ercole sospecha de mí, creo que ya los arriesgué demasiado al venir aquí.

Giulia se mordió un labio, sabía que también era culpable de ello.

—Deja que venga, y le demostraré lo que es bueno —exclamó Alberto, oscureciendo su tono y su mirada.

—No —dijo rápidamente Guido—, ya hemos pasado por mucho, no habría tenido caso sacarlos del laboratorio solo para que mueran aquí afuera.

«Eso sí es un razonamiento» pensó Luca.

—Oh, créeme que él no... —Alberto iba a empezar a contradecir, pero Giulia le puso una mano en el hombro.

Él la vio a la cara, Giulia tenía un semblante preocupado, negó con la cabeza, y Alberto supo lo que significaba. Suspiro, un poco irritado, pero...

«Para que luego no diga que no la quiero» pensó.

—Bien, sin peleas.

Giulia sonrió.

—Gracias.

Alberto le regresó la sonrisa.

—Solo tenía que verlos una última vez —dijo Guido mientras se levantaba—, ¿se irán esta noche, verdad?

—Sí, antes de que el efecto desaparezca —dijo Luca.

Guido asintió.

—Fue un placer haberlos conocido... Luca, Alberto —miró a cada uno mientras decía su nombre—, adiós.

Se dio la vuelta para salir, su mano se puso en el pómulo cuando la voz de Luca lo detuvo:

—Guido espera.

El científico se volvió para verlo, Luca se puso de pie, y ahora todas las miradas estaban en él.

El chico junto ambas manos y las bajo.

—Espero que tu mamá haya mejorado su salud.

«¿Mamá? De que está hablando... Oh» los ojos se le iluminaron cuando recordó aquella pequeña mentirilla piadosa que le contó a Luca durante su experimento.

—Gracias, ella ha mejorado desde entonces.

«¿Es injusto seguirle mintiendo? Sí, pero no quiero arruinar el momento» se excusó a sí mismo.

El castaño sonrió, se veía genuinamente feliz por la notica.

—Parece que los milagros sí existen.

Guido volvió a quedar sorprendido... pese a las escamas, colas y aletas, en el fondo eran iguales a los humanos, o quizás... hasta más humanos que muchos.

—Luca... Alberto... Giulia, gracias por todo.

Y dicho eso abrió la puerta y se fue, porque de no haberlo hecho, jamás los habría dejado. 

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