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Intervalo 1

Se encontraba rodando en su cama, incapaz de conciliar el sueño, pensando en la historia que habían estado contándole, ¿podía ser verdad? ¿Seres acuáticos que se volvían humanos con la luna llena? ¿Y cómo podía saber todos esos detalles de cómo los chicos se conocieron en primer lugar? ¿Se lo habían contado...?

Pero por supuesto que no, aquello no era más que una historia inventada, por eso sabía todo, eran su creación.

Aunque...

Debía darle crédito por lo bien que había construido todo, si se había rehabilitado un viejo laboratorio a las afueras de Portorosso el año pasado, al parecer para una especie de trabajo súper-secreto, varias personas del pueblo se habían enlistado como personal de limpieza, con el trabajo que trajo muchas personas dejaron de preguntarse sus intenciones y solo aceptaron la paga.

Y luego un día, el laboratorio simplemente se clausuró, a ninguno de los empleados de cargos menores se les dio explicación, tan solo una compensación económica por incumplimiento de contrato, y después de eso las instalaciones volvieron a ser abandonadas, misterio y duda quedaron desde ese día, pero rápidamente fue olvidado mientras las personas volvían a la búsqueda de trabajo.

Claro que esto no probaba nada, ya que bien pudo haber escuchado estos sucesos e incorporarlos a su historia, muchos escritores hacían eso, aunque claro, esa no era su profesión, a lo mejor era solo un hobbie.

Como sea, ficticia o no, tenía que reconocer que era muy creativa, y estaba bien estructurada, casi estaba tentado a publicarla... Pero no sin antes haberla escuchado toda por completo.

Volvió a acostarse y se tapó con las sabanas, sí que en Portorosso hacía frío durante el invierno, cerró los ojos pero inmediatamente se arrepintió de su último pensamiento, la historia había tomado lugar hace exactamente un año.

«¡Mierda!» Pensó poniéndose de pie, checó su celular y vio que eran las tres de la mañana, suspirando se puso de pie y camino hasta la cocina, se preparó un poco de café antes de encender su computadora.

Se sentó frente al ordenador y abrió Google, iba a teclear su búsqueda cuando se detuvo, ¿en serio iba a hacerlo? ¿A buscar más detalles que validarán la historia?

«Te lo dijo, es un cuento de hadas, nada más, claramente tiene mucho tiempo libre, eso es todo».

¿Pero porque se molestaría con ser tan exacto con tantos detalles? ¿E involucrar a personas reales? ¿Qué podía ganar con eso?

Se puso de pie mientras iba por su taza, al regresar escribió: «Monstruos Marinos en la costa italiana», sintiéndose muy tonto, pero a la vez intrigado, encontró varias páginas de mitología que describían a las criaturas como seres acuáticos, con colas y garras, que podían transformarse en humanos estando en tierra firme, y secos; soltó una risa.

«Así que de ahí lo sacó».

No era más que eso, encontró unas historias en internet y construyó un relato en base a eso, combinándolo con sucesos de la vida real, caso resuelto. Estaba por apagar el ordenador pero se dio cuenta que le era imposible, por alguna razón quería saber más.

«Ya olvídalo Enrico, no son más que sus fantasías» su conciencia le decía, pero... su lado menos escéptico no creía que alguien así se tomará tantas molestias en una cosa como esa.

Así que salió de la página web y buscó en noticias, no esperaba encontrar mucho, así que se sorprendió cuando vio una nota publicada ese verano:

«Monstruos en la Ciudad, varios marineros aseguran haber visto criaturas extrañas rondando por las aguas de Génova».

Se quedó sorprendido por el titular, inmediatamente lo abrió y se puso a leer:

«La noche del seis de Julio, Franco Passolini, un pescador local, regresaba a casa luego de una ardua jornada, cuando se fijó en el agua y notó unas formas extrañas, antes de que estas desaparecieran, Franco fue capaz de fotografiarlas con su celular».

La foto era de calidad, pero debido a que era de noche, y que esas cosas estaban sumergidas, no se alcanzaban a ver bien, eran como manchas borrosas, pero se distinguía una forma humanoide con cola, además de sus colores, uno verde y otro morado.

«Franco asegura que el sonido de la cámara pareció alertarlos, pues luego de esto las criaturas se sumergieron hasta el fondo del océano, Franco pasó unos minutos buscándolos pero no volvieron a asomarse.

—Son como las historias que mi abuelo solía contarme, bestias que habitan en lo profundo del océano, y que pueden transformarse en humanos cuando tocan la tierra.

Muchos aseguran que Franco simplemente estaba cansado, y lo que vio no fue más que una alucinación, pero el pescador se mantiene firme en su postura.

—Yo sé lo que vi, eran reales, y podrían estar entre nosotros en estos momentos.

Real o falso, nadie puede dudar que esta historia ha vuelto a popularizar las leyendas sobre los monstruos marinos tan famosas de los pueblos costeros, tal es el caso de Portorosso, una pequeña comunidad pesquera de la costa».

Al terminar de leer se recostó llevándose una mano a la cabeza mientras repasaba cada detalle descrito, los colores eran los mismos de Luca y Alberto, ¿podría ser una coincidencia?

No.

Como periodista no tenía permitido creer en coincidencias, una cosa era armar una historia por su cuenta, ¿pero convencer a un pescador que estaba a kilómetros de distancia para seguirle el juego? Había algo más ahí y debía averiguar que era.

...

A la mañana siguiente se encontraba rondando por las calles del pueblo, esperando no verse demasiado como un acosador, iba preguntándole a los pueblerinos si conocían a alguien que hubiera trabajado en el laboratorio, mientras mostraba su tarjeta para no verse tan raro, unas ancianas le comentaron que la hija del dueño de la verdulería estuvo ahí una temporada, él les agradeció y fue hasta la tienda.

Para su suerte no había nadie ese día comprando, así que pudo pasar rápidamente al mostrador, donde se encontraba un hombre de gran estatura, panzón, con el cabello y la barba de color negro, usaba un delantal, pantalones de mezclilla azul, y una camiseta blanca.

—Buenos días, ¿qué le puedo dar?

—Buenos días, mi nombre es Enrico Casarosa, soy reportero para Corriere della Sera —le mostró su identificación, el vendedor la miró quedándose sorprendido—, estoy escribiendo un artículo sobre el laboratorio que cerró el año pasado, y tengo entendido que su hija trabajo allí.

—Sí, sí lo hizo.

—¿Cree que pueda hacerle unas preguntas?

El hombre no parecía muy convencido, mirándolo con inseguridad, a lo que Enrico sacó su cartera y de ella quince euros.

—Puedo pagarles.

Los ojos del vendedor se iluminaron.

—¡Nina! Te buscan.

La muchacha era una hermosa joven de veintiséis años, de cabello castaño y ojos azules, vestía un vestido amarillo detrás de un sucio delantal blanco, había estado cortando papas antes de que la llamaran, se limpió las manos en la tela mientras él sacaba su cuaderno de notas.

—Muy bien señorita Nina Sorrentino, tengo entendido que usted trabajó en el laboratorio que instalaron a las afueras del pueblo.

Ella asintió mientras se recargaba en el borde de la puerta, se habían pasado afuera de la tienda.

—Sí, quería un poco de dinero extra y una amiga me dijo que estaban buscando personal, así que metí solicitud y me lo dieron, que suerte la mía.

No sonaba sarcástica, eso era un buen inicio.

—¿La paga era buena?

Nina se encogió de hombros.

—Dentro de lo que cabe, trabajaba de seis de la mañana hasta las ocho de la noche, con una hora de descanso, toda la semana menos los jueves, te incluían la comida pero... esa cosa podía matar bestias, así que prefería llevarme algo de casa.

«Los datos concuerdan con lo que me contó» pensó Enrico mientras anotaba en su libreta.

—Cuénteme del trabajo, ¿Cómo era?

—Normal, tenía que limpiar todo el lugar, pero éramos varias así que no era tan pesado, hice amigas ahí pero los científicos eran algo estrictos, si nos cachaban hablando entre nosotras mientras trabajábamos nos regañaban, así que teníamos que callarnos o disimular muy bien.

Enrico anotó el punto final, había terminado con las preguntas normales, era hora de empezar con las que en verdad eran de su atención.

—¿Sabe porque clausuraron todo? ¿Si hubo algún incidente extraño, o algo por el estilo?

—No que yo sepa, no nos dijeron nada en específico, un día solamente recibimos un correo donde se nos agradecía por nuestros servicios, pero que ya no serían necesarios...

En eso se quedó pensativa y volteó a ver hacia el océano.

—Ahora que lo pienso, si pasaron cosas extrañas... nuestro superior un día... tuvo un accidente, estaba con mis amigas en la cafetería, no comíamos lo que preparaban ahí, pero las mesas no estaban tan mal, mientras hablábamos escuchamos el grito, seguidos de unos disparos, creíamos que unos espías se habían metido en el lugar o algo así, cuando le preguntamos a los superiores solo nos dijeron que todo estaba bien, que no nos preocupáramos, aunque unos días después, Ercole, el encargado de seguridad, llegó con su mano vendada, al parecer alguien le había arrancado algunos dedos de la mano.

Enrico detuvo su pluma, no podía ser que...

—¿Alguna vez descubrieron quien lo había hecho?

Nina negó con la cabeza.

—Los superiores eran muy fríos con nosotras, de hecho, con todos los que no fueran de rangos superiores, nos decían que eso no era de nuestra incumbencia y que regresáramos a nuestro trabajo.

—Que caballeros.

Ella solo se rió.

—Y la otra cosa rara es que, un día llegamos y todo el lugar estaba de cabeza, parecía que de la noche a la mañana todos se habían vuelto paranoicos, se aumentó la seguridad, el doble de guardias, además de que entrevistaron a todos, y me refiero a todos, nos preguntaron que sí sabíamos algo del laboratorio E-3, que si habíamos visto algo raro, checaron nuestra hora de salida del día anterior, fue muy raro, como si se hubieran robado algo muy valioso.

Enrico sintió la boca seca, pero se dijo que se calmara, primero tenía que anotar todo lo que Nina pudiera darle, luego ya armaría las piezas con más calma.

—¿Y usted sabía algo?

Nina negó con la cabeza.

—Nada, había alguien encargada de esa sala específicamente, a mí me tocaban todas las demás habitaciones, nunca me acerqué ahí, y no supe nada del supuesto robo, terminé mi jornada, fui a mi casa, y al día siguiente que volví todos estaban como dementes.

Ya solo le quedaba una pregunta, y sentía que esta destruiría cualquier rastro de escepticismo que quedara dentro de él.

—Mencionó que el laboratorio E3 tenía una encargada, ¿sabe quién era?

—Sí, otra chica del pueblo, solía vivir en la pescadería que esta junto a la costa con su papá, se llamaba Giulia Marcovaldo.

Enrico había esperado la respuesta, y aun así, no dejaba de sorprenderle.

—¿La conocía? Me refiero a... más que como una compañera de trabajo.

—No, siempre fue muy... rara, todo el tiempo se le veía triste, y como que se alejaba de los demás, creo que quería estar sola, lo cual es raro porque solía pasar los veranos aquí cuando era niña, en ese entonces era bastante... alocada, siempre corriendo, hablaba muy alto, casi gritando, y decía las cosas con mucha... adrenalina, no sé, como que era demasiado hiperactiva.

Enrico había dejado de escribir, esta parte ya se la sabía.

—Y luego pasó ese verano donde vomitó sin parar —Nina no pudo evitar reírse—, es que siempre se hacía una carrera, y Giulia estaba decidida en derrotar a Ercole, el ganó como siete años seguidos, no lo recuerdo bien, el caso es que durante la última fase, bicicleta, Giulia no pudo llegar a la cima porque empezó a vomitar y vomitar, fue bastante asqueroso.

Nina dejó de reír mientras se metía ambas manos los bolsillos del mandil.

—Aunque luego, pareció que volvió a ser la misma de siempre, bueno, no era tan energética, pero al menos sonreía de nuevo... ahora que lo pienso, no fue mucho después del accidente de Ercole, claro que no estaba feliz de que le hubiera pasado eso, era solo que... unos días después de eso, se le veía más contenta, sonreía, hacía la limpieza casi bailando, a pesar del pésimo trabajo que teníamos, a ella se le veía animada, siempre creí que fue porque se consiguió un novio.

—Entonces, ¿dirías que el estado de ánimo de Giulia mejoró después de que le asignaran el laboratorio E-3?

Nina estaba por responder, pero cerró la boca y miró al suelo pensativa, se llevó una mano a la barbilla.

—Jamás lo había visto de ese modo... pero sí, recuerdo que al principio se le veía aterrada, insegura, pero después de eso, estuvo feliz.

—¿Sabes cómo estuvo tras de la noche del robo?

—Como si nada, feliz... —sus ojos se abrieron, dándose cuenta de algo, miró al entrevistador, pero esta vez ella sería la de las preguntas—, tras esa noche el laboratorio E-3 quedó fuera de servicio, Giulia era la única que tenía acceso además de los superiores, ¿cree que ella tuvo algo que ver con todo?... ¿Qué clase de historia planea escribir, señor Casarosa?

Enrico supo entonces que era hora de terminar la entrevista, no quería manchar el buen nombre de la chica, y mucho menos cuando no sabía el panorama completo.

—Estoy tratando de averiguar que pasó esa noche, pero le puedo asegurar que la señorita Giulia no tuvo nada que ver con el robo, si es que lo hubo, para hacer ese tipo de atraco se necesitaría experiencia militar y al menos un grupo de diez hombres, ¿usted cree que una chica pudo lograrlo por su cuenta?

Nina no respondió, tan solo bajó la mirada, parecía haberla despistado lo suficiente; Enrico sonrió, eso alejaría cualquier sospecha sobre ella, aunque era una lástima que nadie pudiera conocer su ingenio...

Claro, en caso de que la historia fuera real.

—Creo que tiene razón señor Casarosa, Giulia no tenía muchos amigos en el pueblo, más que a su padre, dudo que alguien pudiera hacer un robo por su cuenta, sin ayuda de nadie.

«En eso tienes razón» pensó Enrico.

—Aun así, creo que a todos nos gustaría tener respuestas de lo que pasó esa noche —lo miró a los ojos—, espero que resuelva el misterio.

Enrico sonrió mientras sacaba los quince euros y se los entregaba.

—Tenga por seguro señorita Sorrentino, que sí logró hacerlo, usted será la primera en saberlo.

Nina solo sonrió.

...

Tras su conversación con Nina, había ido a sentarse en la fuente de la plaza, unos niños jugaban fútbol frente a él mientras repasaba sus notas.

«Sus hechos concuerdan con los de la historia, así como la descripción de Giulia, son bastantes exactos».

¿Podía ser que todo el pueblo estuviera jugándole una broma? ¿Algún tipo de iniciación para los forasteros? No... veía eso más difícil de creer que los chicos peces, sacó su celular y volvió a ver la foto de la nota, las formas no eran las más claras, pero los colores sí.

«¿Podrá ser que todo sea verdad? ¿Los monstruos marinos existen?».

Cerró la galería y abrió los contactos, ahí estaba el nombre de quien había empezado todo esto, quién le contó la primera parte de ese cuento de hadas en el que ya no podía dejar de pensar, estuvo a punto de marcarle, pero se detuvo.

¿Era sensato volver a hacerlo? ¿En verdad alguien publicaría esto? ¿O tan si quiera lo creería?

¿O tenía intenciones de publicarlo? Podría ser que en realidad, lo que quería era saber cómo terminaba todo, ficticia o real no le importaba, solo quería escuchar el desenlace.

Diciéndose que al diablo todo, su dedo pulso el botón con forma de teléfono, se llevó el celular a la oreja, el timbre sonó unas tres veces antes de que respondiera.

—Sabía que llamarías.

—He estado investigando un poco, parece que dices la verdad.

—¿Entonces porque te oyes tan inseguro?

—...

—Te dije el día que nos conocimos que tu podrías elegir qué hacer con ella, si creerla o no.

—Sinceramente no sé qué pensar, sí de alguna forma todo es real, o si solo has convencido a mucha gente para que te sigan el juego.

Se rió con alegría.

—Okay, en ese caso, ¿Qué quieres de mí?

—Quiero oír el resto, quiero saber cómo acaba.

Pudo jurar que sonreía al otro lado del teléfono.

—En eso sí te puedo ayudar, ya sabes dónde encontrarme.

Le colgó guardando su teléfono, después se fijó en el mar.

«Luca y Alberto, ¿están ahí? ¿Son reales?».

...

—Así que viniste.

—Me dejaste picado.

—Muy bien, en ese caso toma asiento, ten lista tu libreta, prepararé un poco de café, y retomaremos de donde nos quedamos la última vez...

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